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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1923 Manifiesto a la Nación

Plutarco Elías Calles, 8 de Diciembre de 1923

Desde que acepté la candidatura a la Presidencia de la República, que me fue ofrecida por todas las agrupaciones políticas de tendencias revolucionarias, expresé terminantemente que mi propósito fundamental, si obtenía el triunfo, sería continuar la obra iniciada por el general Obregón en el sentido de llevar a la práctica las reformas de carácter social que encarnan las aspiraciones del pueblo mexicano.

El general Obregón ha sido, en efecto, el primer gobernante que ha sabido orientar su gestión política por los rumbos de mejoramiento social que tia perseguido la Revolución Mexicana desde 1910.

Su gobierno ha sido el primero en realizar, tan rápidamente como lo han permitido los trámites constitucionales, una eficiente labor de reparto de tierras, del mismo modo que ha sido el primero en dar la mayor suma de facilidades para conseguir el desarrollo de las organizaciones obreras, capacitando al trabajador industrial para recoger los beneficios que se derivan del programa social consignado en la Constitución de 1917.

Era natural que la reacción procurara evitar la consolidación de un régimen tan firmemente orientado en el sentido de la reforma social y que, impotente para detener ese movimiento llevando al triunfo en los comicios a una candidatura reaccionaria, buscara en el campo de la asonada lo que no había logrado nunca en el legítimo terreno de las actividades cívicas.

Vista la inutilidad de la campaña de prensa que se desarrolló en los últimos tiempos en contra del gobierno del general Obregón, y de la lógica continuación de su política revolucionaria que prometí, y perdida la mayoría parlamentaria, último refugio de las esperanzas del grupo delahuertista para sacar adelante a su candidato por medio del fraude electoral en la instalación de la próxima Cámara que había de revisarlas elecciones, y al ver ya cerrados por su falta de fuerza democrática los caminos de una legalidad siquiera aparente, volvieron al gastado recurso del cuartelazo, intentado siempre sin frutos cuando se dirige contra un gobierno identificado con los intereses de las grandes masas populares.

Olvidan los neorreaccionarios que encabezan Enrique Estrada y Guadalupe Sánchez (los dos enemigos jurados del agrarismo y cómplices de los hacendados de Jalisco y Veracruz), que la mayoría de los integrantes del ejército federal conservan su idealidad revolucionaria y que, por primera vez en nuestra historia, el ejército regular se encuentra vinculado por razón de origen, con el proletariado del campo y de la ciudad y con los fuertes núcleos de la clase inedia, que ha respondido en todo el país al llamado de los trabajadores.

Había creído torpemente la reacción que el sentimiento revolucionario se había opacado, y para su sorpresa y terror, pudo verse desde el principio de la campaña en favor de mi candidatura (que más que un movimiento político encerraba un movimiento social), que los revolucionarios de todos los matices se agruparon como un solo hombre en torno de la candidatura radical que yo represento y supieron distinguirla claramente de la tendencia anodina y engañosa que significaba un hombre que, con los muchos males que ha causado y puede todavía causar por su defección de las filas revolucionarias, ha producido el beneficio social de deslindar los campos y de forzar una definición categórica entre los falsos y los genuinos revolucionarios de México.

De cualquier modo que sea, puesto que la reacción ha cometido la torpeza de abandonar el campo de la legalidad para colocarse en el terreno en que es indudablemente más débil, en el de la lucha armada contra la mayoría de campesinos y obreros, respaldados éstos por la acción de un gobierno y de un ejército revolucionario, vamos a ese terreno nosotros también, y abrimos un paréntesis en la campaña política electoral para defender una vez más, con las armas, los principios revolucionarios que representa el gobierno del general Obregón, y que se hallan amenazados por los nuevos reaccionarios, herederos de las tradiciones de Comonfort y de Santa Anna Ante esta amenaza, mi deber es, como el de todos los revolucionarios sinceros, ofrecer mis servicios al Presidente de la República y ponerme a su disposición, para que me utilice en el puesto que, como soldado de la Revolución que soy, desee señalarme; y como yo, estoy seguro que procederán los elementos identificados con mi candidatura, que si la aceptaron fue porque ella significaba la continuación de la obra revolucionaria del actual Presidente de la República.