Diciembre de 1923
LA HUIDA A VERACRUZ
CON Enrique Seldner al volante, me paseé por todo Madero, dando vueltas y al pasar por la esquinita de la Condesa, torció bruscamente y los motociclistas que nos venían siguiendo se pasaron de frente y nos perdieron. Estuvimos dando vueltas para borrar mejor la pista y después nos fuimos a la Villa de Guadalupe. Allí me oculté en la casa de Antero Roel y estuve esperando el tren que pasaba a las siete y media de la noche. Llegó el tren; los ferrocarrileros, que ya estaban de acuerdo, me abrieron la puerta del lado opuesto al andén, subí y emprendimos la marcha.
"Creí que nadie sabía que yo iba a bordo, pero pronto me convencí de mi error, pues todos los pasajeros querían saludarme, porque todos lo sabían. Yo ignoraba que Prieto Laurens iba en el mismo tren, pero uno de los ferrocarrileros me informó que se encontraba en el otro vagón pullman. Le llamé y le pregunté:
— “¿Y usted qué anda haciendo aquí?
—"Mi compadre Villanueva Garza me telegrafió diciéndome que saliera urgentemente.
"Villanueva Garza era diputado, compadre de Prieto Laurens y se había ido a Veracruz. Allá supo, por Guadalupe Sánchez, lo que ocurría y le telegrafió a Prieto Laurens para que éste se escapara. Yo no sabía nada de esto. Conmigo venía Rafael Zubaran Capmany, al que yo me llevé casi a la fuerza, y como iba un poco atemorizado, le pedí a Prieto Laurens un poco de cognac; lo trajo, Zubaran se tomó una buena dosis y entonces, como el ratón del cuento, recuperó el valor y se puso a pedir "que le echaran al gato”.
LAS ORDENES DE OBREGÓN A ORIZABA
“Al llegar a Orizaba se me informó que una escolta había detenido el tren. A pesar de que ya estaba en terrenos de Guadalupe Sánchez, llamé a Ramón Roel y le ordené que llamara al jefe de aquella escolta. Yo había planeado detenerlo allí. Pregunté a Venegas si traía armas; me dijo que sí; le ordené que se subiera a la máquina (él era maquinista) y que si en diez minutos no regresaba el jefe de la escolta, echara a andar a toda máquina pasara sobre quien pasara. Pero Roel vino a informarme que la escolta acababa de recibir órdenes de retirarse.
“El jefe de aquella escolta era el coronel Vázquez Mellado, que después ha escrito lo que le aconteció; es decir, las órdenes que recibió de liquidarme en el camino, órdenes que no quiso cumplir y que pidió le fueran ratificadas personalmente por el presidente, pues las que había recibido procedían del secretario de Guerra, pero él exigió órdenes directas de la presidencia, manifestando que esperaría únicamente diez minutos, después de los cuales dejaría pasar el tren. Como transcurrieron los diez minutos sin que recibiera la orden presidencial, retiró la escolta y me dejó pasar. Después pasó las de Caín ese coronel, tuvo que salir e irse a Nueva Orleans. Prácticamente no reconoció el movimiento, sólo trató de evitar las consecuencias de haberse negado a cometer un asesinato. Sin embargo lo tienen olvidado: coronel hasta la fecha. Últimamente supe que estaba en un hospital, enfermo y en situación muy penosa.
"Llegué a Veracruz y fui recibido por bastante gente, que se había enterado de mi llegada. Yo había sacado pasaje originalmente sólo a Orizaba, pero siempre el proyecto había sido llegar hasta donde estaba Guadalupe, toda vez que él me había prometido que tendría plenas garantías a su lado. El gobernador de Veracruz era Heriberto Jara, y en esos momentos se encontraba en la ciudad de México.
"En Veracruz me encontré con Guadalupe Sánchez, y le dije:
—"Confiado en su buena fe y su honor de soldado, vengo aquí a refugiarme en busca de garantías.
—"Aquí las tendrá todas —respondió—, de aquí, primero me sacan a mí que sacarlo a usted.
"Comenzaron luego a hacer los preparativos, porque yo le dije:
—"Mire, general, lo primero que van a hacer es ordenar a usted que me entregue.
—"Pues no lo entrego.
—"Esa es ya la rebeldía: fíjese bien en eso.
—"Pues sí. Todo está pensado. Cuando yo le mandé llamar, era para jugármela. He venido siguiendo el sentir de la República y como lo aprecia a usted todo el país y estoy en la obligación, como revolucionario, de ser su salvaguardia.
-—"Muchas gracias —repliqué— pero no crea usted que está muy seguro. No cuenta usted con sus jefes.
—"¡Cómo no! Todos son míos.
—"Está usted muy equivocado. Es que usted no conoce a Obregón. El los tiene ya catequizados a todos. Desde que usted tuvo la entrevista con él allá en México, diciéndole que no se prestaría para una imposición, ya comenzó a trabajar a todos. Ya mandó llamar a algunos jefes y estoy seguro que (como efectivamente lo declaró después el mismo Obregón) con los cañonazos de cincuenta mil pesos los habrá catequizado.
—“No —arguyó—, todos mis jefes están conmigo.
—"Pues está usted muy equivocado. Yo tengo la seguridad de que la mayoría de ellos ya no están con usted, están de parte de Obregón, con quien han estado en conferencias, según informes que yo tengo.
"Ese día, a las seis de la tarde, me llamaron a la finca de Guadalupe Sánchez para informarme que había resuelto cortar el tren. Yo traté de oponerme haciéndoles ver que era inconveniente; que no era la manera de hacer las cosas y, sobre todo, que si se tomaba ya esa resolución, deberían darme la oportunidad de comunicarme con los jefes que antes me habían ofrecido su adhesión. No pude convencerles; ya estaban resueltos a iniciar la campaña. Cuando yo presentaba mis argumentos, el Mocho González, que era uno de los generales que estaban allí (dos o tres por todos), me dijo: "No tenga miedo, señor De la Huerta; aquí estamos nosotros".
"Aquello me picó y repliqué violento.
—"¿Qué está usted diciendo, so...? ¡No es por miedo; es que no quiero hacer el papel de guajolote como pretenden ustedes hacerlo! Pero me sobran calzones. ¡Vamos adelante! Y conste que es un mal paso que se da, pues es prematuro, pero para que vean que no es por falta de pantalones, ¡vamos adelante!, aunque tengo la convicción de que esto es demasiado precipitado”.
ESTALLA EL MOVIMIENTO
“GRITOS y aclamaciones acogieron mis palabras:
— "¡Sí tenemos gallo!, gritaron algunos, en tanto que me decía: ¡qué guajolotes son éstos! Este es un acto de debilidad de mi parte; porque yo debía haberme opuesto hasta el final aunque me hubieran llamado cobarde, para preparar mejor las cosas; que me dejaran un día, como les pedía para haber mandado aviso a los demás. Pues no; nada más por el puntillo que uno tiene y que me tocó en ese momento el general aquel delante de diez o doce personas.
"De cualquier manera, una vez tomada la resolución, era preciso obrar rápidamente.
— "Mire, Guadalupe —le dije—, lo primero que hay que hacer es aprehender a Rodríguez Canseco, que es agente de Obregón. Pero MUCHO CUIDADO, respetándole la vida; NO SE ME FUSILA A NADIE. Esa es la condición con la que acepto yo la jefatura del movimiento: QUE SE RESPETE LA VIDA DE TODOS LOS PRISIONEROS. Entonces Guadalupe llamó a su hermano el Chato, que tenía una escolta de ciento ochenta hombres, para que les cayera allí en el cuartel y lo hicieran prisionero. Así se hizo y se le respetó la vida. Aun vive.
“Me fui después al malecón a hablar con las infanterías de Marina. Les hablé, pero me dijeron que todos eran partidarios de su comandante Calcáneo Díaz y que creían que él comprendería las razones que tenía yo para ir a la lucha y que estaría conmigo, que hablara con él. Entonces mandé llamar a Calcáneo Díaz y sin decirle que había estado hablando con sus oficiales, hablé con él. Tuvimos una conferencia como de dos horas, al cabo de las cuales se manifestó dispuesto a seguirnos. Mientras tanto, se movían las fuerzas de la escolta de Guadalupe Sánchez; se tomó el cuartel, se hizo prisionero a Rodríguez Canseco, al que se le permitió después embarcarse libremente. Luego se tomaron los barcos; estaban los comandantes fuera; el pobre Illades, que comandaba el Agua Prieta, viene y se encuentra que cincuenta soldados de Guadalupe le habían tomado su barco. Se me presentó y me dijo:
— ‘‘Señor De la Huerta, yo lo admiro a usted mucho y lo he venido siguiendo desde hace varios años, pero mi condición de soldado no me permite... Yo sé que mi obligación de ciudadano está por otro lado, pero tengo incrustada en la mente la Ordenanza y yo, le hablo a usted con toda claridad: no puedo secundarlo.
—"Perfectamente bien —le respondí—, queda usted en absoluta libertad y puede tomar el camino que mejor le agrade.
—‘‘Me voy a México.
—“No puede usted hacerlo. Se han suspendido las comunicaciones. Puede usted quedarse aquí con toda clase de garantías.
“Aquel comandante Illades, hombre de una pieza, nunca reconoció el movimiento y sin embargo, fue el que me sacó de Frontera. Desgraciadamente está dado de baja hasta la presente fecha. Yo le hablé a don Manuel Ávila Camacho sobre él, pero se le olvidó. Pienso ahora hablar con el general Limón sobre el mismo tema, porque tengo que aclarar la conducta de ese hombre”.
FALLAN A GUADALUPE SÁNCHEZ SUS AMIGOS
COMENZARON las llamadas telegráficas a todos los jefes de operaciones. Guadalupe se fue con Zubaran a tomar unas copas y yo me fui al telégrafo. Y comenzaron a llegar las contestaciones a los telegramas de Guadalupe: Belmar, de Puerto México, repudiando: Panuncio Martínez, de Pánuco, que no, que reprobaba la actitud de Guadalupe; Mayer, lo mismo; Berlanga, de Jalapa, reprobando; Juan Domínguez, de Santa Lucrecia, en el mismo sentido; Rueda, al principio reprobó y un mes después aprobó; Soto Lara, de Potrero del Llano, reprobando; para no cansar, todos reprobando.
—“Bajo su más estricta responsabilidad —dije al telegrafista—, usted se calla la boca.
"Recibía los telegramas y me los iba echando a la bolsa. Para mí aquello no era novedad; yo ya lo suponía. Inmediatamente me fui a ver a Guadalupe Sánchez; eran como las tres de la mañana y ya estaba acostado. Hice que se levantara y allí, en el Hotel Diligencias donde vivía, a la luz de un farol le mostré los telegramas.
—"General —le dije—, lo que yo había pensado.
"Guadalupe casi lloraba al leer las contestaciones, recordando que todos o casi todos le debían favores y algunos la vida.
— "Pues ahora —le dije— no hay más que fajarse los calzones y a luchar a como haya lugar. No tiene remedio. Ande, déseme una bañadita inmediatamente y póngase en actividad y en movimiento porque no hay tiempo que perder. Vamos a tomar la capital del Estado, porque es de efecto político en toda la República. Así es que alístese y se van con los de la Infantería de Marina y cien hombres de los de la guardia personal de usted. —Y nombré a mi hermano y a Villanueva Garza para que fueran a tomar Jalapa, pero a mi llegada en la mañana siguiente, se me presentó un corresponsal de la Prensa Asociada, que me dijo haber sido mayor, en la última guerra mundial.
ESTRATAGEMA SALVADORA
“Lo recibí y le dije:
—"Usted me dijo que había sido militar. Yo no soy militar; no tengo ningunos conocimientos en la materia. Ye quisiera que usted me asesorara. —Y ayudado de un plañe que había allí en Faros, señalando las vías del ferrocarril continué: "Se me ocurre este plan: Mandar diez mil hombres por el Mexicano y diez mil por el Interoceánico, para que se junten en Irolo. ¿Qué le parece?
«—“Pues muy bien.
“Por supuesto que le di más detalles, como si realmente aquello fuera un plan completo. Todo le pareció bien. Entonces mandé llamar a Ruiseco, que era el jefe de telégrafos y le ordené que dejara pasar un telegrama para la Prensa Asociada, que seguramente se iba a enviar. Y así fue como la Prensa Asociada dio la noticia de que veinte mil hombres marchaban sobre la capital.
“Zubaran no se levantaba aun cuando fui a enseñarle los telegramas de contestación de los militares a los que se había dirigido Guadalupe Sánchez. ¡La cara que puso!, ¡qué de lamentos y qué desesperación!
— “No se achique —le dije—, que ya he movido veinte mil hombres sobre México. —Y le expliqué a grandes rasgos que se trataba de fuerzas imaginarias, pero que iban a producir su efecto. Y así fue. Engañé a Obregón como a un chino con el telegrama aquel. Si hubiera avanzado con mil hombres o les hubiera dado órdenes a sus fuerzas de avanzar sobre Veracruz, pues nos hubieran “agarrado de los cabellos, pero con ese telegrama se preocupó Obregón; yo sabía que le gustaba mucho luchar a la defensiva. Yo comprendí que se iba a engolosinar y nos daría tiempo de organizamos.
“Avanzaron nuestras fuerzas sobre Jalapa; se tomó la plaza y cayeron cuatrocientos y pico de prisioneros, entre ellos los generales Marcelino Murrieta, Cejudo, Mayer... creo que esos fueron todos. Berlanga se escapó. Di órdenes terminantes de que se respetara la vida de todos. Así se hizo. Ordené que los trajeran a todos a Veracruz y allí los puse en libertad y armados con sus revolvers. Con los cuatrocientos y pico de prisioneros formados, salí al balcón de Faros los arengué y les expliqué que quedaban en libertad, pero que los que quisieran incorporarse al movimiento, que dieran un paso al frente. Todos dieron el paso. Escogí cien de aquellos hombres y los nombré mi escolta personal. “Este hombre está loco —decía Zubaran— ¡a los rendidos ponerlos de escolta! ” No habían llegado todavía los de Infantería de Marina y yo tenía que tomar mi escolta de alguna parte.
“Cosa por el estilo sucedió cuando llegaron los rendidos de Villahermosa, Vicente González y Henríquez Guzmán con dos mil hombres. Me quedé con ellos allí metidos en Veracruz, y yo a merced de ellos en esos tres días famosos. Todos los generales estaban preocupados, creían que había yo perdido la razón y resolvieron esa noche liquidar a Vicente González y a Henríquez Guzmán a más de algunos otros, entre ellos a Carlos Domínguez. Lo supe, mandé llamar a Guadalupe Sánchez y le dije que fuera inmediatamente a evitar a toda costa la proyectada ejecución. Guadalupe, personalmente y por sí solo fue y salvó la vida a los condenados, a pesar de la insistencia de los que querían fusilarlos.
“Llamé a Vicente González y a Henríquez Guzmán y los despaché para Nueva Orleans.
“Mis partidarios en Veracruz no acababan de comprender mi actitud y hasta llegaron a pensar que yo estaba en connivencia con Obregón y que hacíamos una pantomima. Así, cuando sostuve una conferencia con Topete y Lucas González por teléfono, hice que me acompañaran varios generales a la caseta telefónica para que oyeran dicha conferencia.
“Quizá influyó en hacerles sentir desconfianza el hecho de que frecuentemente se expresaban de Obregón calificándolo de “mocho inútil”, aseverando que no valía nada. Yo les dije que estaban muy equivocados, que Obregón era militar y que era necesario pulsar al enemigo tal como era. Hice una defensa de las cualidades de Obregón, tan viva, que aquellos se preguntaban: “Bueno, ¿pues con quién estamos?”. Por otra parte, veían aquello que había yo hecho con mi guardia personal y la libertad de los prisioneros y llegaron a creer que estaba yo de acuerdo con Obregón y que la rebelión sólo era una comedia premeditada”.
Los jefes militares afectos al movimiento de 1923 eran quienes dirigían la campaña militar. De la Huerta, no siendo militar, se abstenía de tomar parte directa en cuestiones de carácter militar; y sin embargo, la experiencia que él había adquirido durante sus años de revolucionario, al lado del general Obregón y muchos otros jefes militares de reconocida competencia, le había permitido asimilar conocimientos de estrategia militar propios de un milite experimentado.
Así, en relación con la batalla de Esperanza, él se mostraba contrario a que se diera el combate en aquella región, y lo manifestó telegráficamente a los jefes militares pero todos ellos le suplicaron que retirara aquella orden y que ellos le respondían del éxito del combate. Desgraciadamente la orden fue retirada y la derrota llegó.
De la Huerta consideraba inoportuno presentar combate en Esperanza porque, en primer lugar, desaprovechaban los revolucionarios las ventajas de las defensas naturales como Metlac y Fortín, que son excelentes para tal fin. Esperanza se encuentra en terrenos llanos y quedaba retaguardiada por el camino del volcán. El telegrama en que De la Huerta hacía esas y otras observaciones fue cogido por los telegrafistas de Obregón y fue publicado en la prensa de México. En él decía don Adolfo que en primer lugar, si se reconcentraban sus fuerzas a Fortín y a Metlac, se acercaban más a su base de aprovisionamiento y consecuentemente alejaban a las fuerzas enemigas del suyo. Se evitaba así el posible ataque por la retaguardia sobre el camino al volcán y además, haciendo que el enemigo se acercara a Orizaba y Fortín, quedaba la retaguardia de éste expuesta al ataque de las fuerzas rebeldes que operaban sobre la línea del ferrocarril Interocéanico al mando del general Villa- nueva Garza. Pero principalmente se aprovechaban las defensas naturales en vez de rudimentarias defensas de piedra que hubieron de improvisarse.
Después de aquel telegrama y de que los jefes militares habían suplicado que se les dejara actuar libremente, llegó a Veracruz el general Higinio Aguilar, a quien habían descartado los demás jefes militares por ciertas rencillas que tuvieron en Esperanza. Cuando Higinio Aguilar conoció el texto del mensaje tantas veces aludido, manifestó al señor De la Huerta que su apreciación era enteramente justa y le preguntó sorprendido si había sido militar. Al informarle De la Huerta que no la había sido nunca y que sólo había acompañado a diversos generales en sus campañas, Aguilar exclamó: “Pues esa disposición parece dictada por un militar y un buen estratega. ”
Reforzada así su opinión, el señor De la Huerta insistió en otro mensaje a los generales Guadalupe Sánchez, Antonio Villareal, Cesáreo Castro, Cándido Aguilar, Maycotte, Vivanco, etc., pues quería, además de las ventajas que veía en su plan, aprovechar (aunque eso no lo podía decir entonces) el intervalo de la reconcentración de fuerzas en Metlac para que el viejo general Eugenio Martínez tuviera tiempo de incorporarse a las fuerzas rebeldes como lo había prometido por intermedio de un periodista de apellido Lira que era representante de Excélsior. Eugenio Martínez había enviado recado diciendo que se le esperara, que ya venía. De la Huerta le mandó decir que se incorporara por el rumbo de Tehuacán, que era por donde Martínez andaba, pero las fuerzas afiliadas al movimiento, en lugar de recibirlo como amigo, tuvieron desconfianza y lo recibieron como a enemigo.
(El comentarista preguntó al señor De la Huerta quién comandaba aquellas fuerzas. Don Adolfo tuvo un momento de vacilación, y después, aquella memoria prodigiosa le falló (?). Generosamente contestó “No lo recuerdo”)
A continuación me refirió que después oyó, estando en la quinta de Guadalupe Sánchez, en ausencia de éste, y al detenerse un disco fonográfico que estaba sonando, que conversaban en una alacena con licores que Guadalupe tenía, dos personas cuyas voces no identificó. Una de ellas comentaba que don Adolfo había dado instrucciones de que se recibiera como amigo a Eugenio Martínez y sus fuerzas: "¡Figúrese no más -—decía aquel incógnito— si con esos tenemos que pelear después!”
Continuando su relato, don Adolfo decía:
“En Veracruz permanecimos hasta el 5 de febrero de 1924 porque no pudimos hacer la defensa allí, pues una comunicación de la Casa Blanca nos previno que no lo permitiría.
“Ya había recibido con anterioridad otra, cuando intentamos el ataque a Tampico, después de la toma de Jalapa.
“En aquella ocasión los elementos militares, haciéndome caso y considerando que después de todo algo se me habría pegado a fuerza de andar en campañas militares con Obregón y muchos otros generales, resolvieron por indicación mía, atacar Tampico y se movió al general José Morán (posteriormente asesinado aquí en México) con órdenes de atacar el puerto.
A la vez mandé la flotilla para que atacara por mar, pero ya estaban allí los acorazados americanos que dieron una hora a nuestras embarcaciones para retirarse. Los barcos americanos estaban no sólo en aguas territoriales, sino en pleno puerto y desde allí ordenaron el retiro de nuestros navíos con el pretexto de que allí había intereses americanos.
"Al recibir mis órdenes de reconcentrarse a Veracruz, el Chino León, comandante del Tampico, me imploró por telégrafo que le permitiera echarle unos cañonazos a aquellos "tales por cuales” aunque después lo hundieran. Naturalmente, no le autoricé tal cosa y tuvo que alejarse de Tampico lleno de justa indignación.
"La actitud intervencionista del gobierno americano para ayudar a Obregón se manifestó clara y abiertamente en muchas formas, tales como el envío de 20 aviones De Haviland que, comandados por O’Neil venían manejados por aviadores americanos, según las informaciones que nos dieron de la costa occidental y estuvieron bastantes días, con pretexto de adiestrar a los mexicanos, lanzando bombas sobre el ejército comandado por el general Enrique Estrada y demás fuerzas que actuaban en los Estados de Jalisco, Colima, Michoacán y Guerrero.
"Por otra parte, fue público y notorio en la capital el envío de armas y parque americanos de que hacía ostentación el general Obregón para demostrar que contaba con ayuda americana, mostrándolo a todo el que quería verlo en Palacio, donde había grandes cargamentos de pertrechos de guerra marcados con las iniciales US que los identificaba como del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, de cuyo país habían sido enviados.
"Varios barcos de guerra norteamericanos se hallaban anclados en aguas del puerto de Veracruz para impedir que cualquiera embarcación extranjera tocara el puerto. De entre ellos el "Tacoma”, azotado por un temporal, encalló en los bajos de La Blanquilla y se perdió a la vista del puerto. Por humanidad tuvimos que darles auxilio; todos los barcos que teníamos en diversos servicios en la costa, fueron destinados a salvar la tripulación del barco encallado. Allí murió precisamente el capitán del “Tacoma”; su cadáver fue velado en la Escuela Naval de Veracruz, la misma que, por extraña coincidencia, él había cañoneado en abril de 1914.
“Aquel gesto de nobleza y caballerosidad por parte de los dirigentes del movimiento de 1923, no influyó para nada en la actitud de las unidades de guerra norteamericanas que habían impedido y continuaron impidiendo toda comunicación telegráfica o marítima y toda entrada de embarcaciones no solamente americanas, sino de cualquier otra nacionalidad al puerto dominado por el movimiento revolucionario.
“Desde la iniciación del movimiento contábamos con un puerto de mar puesto que el movimiento se había iniciado en el puerto de Veracruz; es decir: contábamos con una entrada legítima por la cual aprovisionarnos de los elementos que nos hacían falta, pero los barcos americanos vinieron a impedir que cualquier embarcación tocara el puerto y siguiendo su forma acostumbrada, dieron órdenes a Cuba y a la América Central para que se abstuvieran de vender armas y parque que los agentes revolucionarios trataban de adquirir.
"De la única región de donde pudo haber oportunidad de conseguir algunos miles de armas fue de Belice. El gobernador de Belice, cuando estábamos en Frontera, me mandó una comunicación por conducto de un enviado diciéndome que si yo iba a hablar con él, tendría elementos que me vendería en el terreno comercial. Entiendo que tenía unos cinco mil rifles y alguna cantidad de parque. No quise entenderme con él porque, en primer lugar, era miembro del gobierno de otro país. Yo habría podido tratar con particulares, pero no con un gobierno extranjero, pues habría incurrido en el mismo error que cometía Obregón y por el cual traicionaba a su patria al aceptar la intervención de una potencia extranjera en los destinos interiores de México. Además, no quise pasar por Mérida; no deseaba entrevistarme con los desobedientes a mis órdenes en el caso de Carrillo Puerto en que, actuando por antagonismos locales y desoyendo mis órdenes precisas de que respetaran la vida de Carrillo Puerto, y a pesar de que envié a Gustavo Arce con instrucciones de que me lo trajera salvo, aquellos señores ejecutaron su propósito de suprimirlo.
“Como recordará usted, envié a los responsables durísimo mensaje reprobando su actitud, acusándoles de haber manchado la revolución con un crimen. Posteriormente recibí un enviado del general Ricárdez Broca explicándome que él no había tenido nada que ver con lo sucedido; que había sido presionado por los cuatro capitanes de las compañías del 18° Batallón pero que ese movimiento no era espontáneo de esos capitanes, que habían sido movidos por el coronel Hermenegildo Rodríguez quien después cambió su nombre por el de Madrigal.
“No sé si recuerda usted (dirigiéndose al transcriptor y comentarista) que pretendió verme allá en Nueva York. El doctor Ferrer trató de obtener una entrevista para él, pero me negué, pues por la aclaración que me hizo Ricárdez Broca, aparecía como el responsable del fusilamiento de Carrillo Puerto. La situación de Ricárdez Broca había sido casi la de un prisionero. No tenía mando de fuerzas, era jefe de la plaza cuando se les ocurrió nombrarle gobernador y aquel Rodríguez, según parece, fue quien manejó y manipuló el movimiento de Yucatán, influenciado, al parecer por grandes capitalistas terratenientes y como sabían que tenían el respaldo del pueblo, pues parece que las actuaciones gubernamentales de Felipe no habían sido todo lo acertadas que fuera de desear, encontraron el ambiente propicio e hicieron un levantamiento que apareció como secundando el movimiento de 1923, pero en realidad yo no tenía ni noticias de que esos amigos estuvieran dispuestos. Entiendo que ni Guadalupe Sánchez los había invitado.
‘‘El movimiento de Yucatán fue, pues, independiente y cuando se sumó al de 1923, le acepté en éste para aprovecharlo con los elementos todos que así lo hicieron. La adhesión fue comunicada telegráficamente al general Guadalupe Sánchez y el telegrama le llegó cuando festejaban su santo el 12 de diciembre. Recuerdo que le hice el comentario de que le llegaba como cuelga.
‘‘Por todas aquellas razones me resistía a pasar por Yucatán.
(Al llegar a esta parte de la narración, el comentarista formuló pregunta aclaratoria en estos términos: “¿Creía usted que la actitud de Washington ayudando a Obregón y obstaculizando el movimiento de 1923 era consecuencia de informaciones equivocadas: que Washington, mal informado, desconocía el respaldo que el pueblo mexicano daba al movimiento encabezado por usted?”)
“No —se me contestó—, Washington actuaba dentro de sus conveniencias sin importarle lo que ello significara para México.
“Tenían los Estados Unidos un arreglo con Obregón por el que se les concedían derechos extraterritoriales, como son los Tratados de Bucareli, y les interesaba conservar esa situación ventajosa para sus intereses. Tan fue así que vino a verme el cónsul Wood, trayendo como intérprete al vicecónsul Mayer (quien habla muy bien español y muchas veces, después, ha dicho y repetido a quien ha querido oírle: “De la Huerta no tuvo el reconocimiento de la beligerancia porque no quiso”. ) Efectivamente, se presentaron a la llegada de un delegado especial de Washington ante mí en Veracruz, para preguntarme si yo apoyaba o reconocía los tratados de Bucareli celebrados por Warren y Payne. Yo les pregunté por qué era su investigación y me dijeron que el gobierno americano quería saber cuál era mi actitud respecto a esos tratados. Esto acontecía a fines de 1923. “¿Que si yo apruebo los tratados de Bucareli?... ¡con que por eso fue el pleito, como dijo el cucho" (Hubo que hacerle la explicación a Mayer para que entendiera aquello). Wood, después de cambiar algunas palabras con el delegado dijo: ‘‘Señor De la Huerta, nosotros nos hemos dado cuenta del respaldo que tiene de todo su pueblo, de todo el país, y quisiéramos que no quedara usted descartado de la amistad de los Estados Unidos. ¿Por qué no contesta usted diplomáticamente que va a estudiar el asunto? No dé una negativa tan rotunda. ”
“No —repliqué—, yo no puedo dejar un sólo minuto de duda sobre mi actitud con respecto a esos arreglos que ustedes mismos, en su conciencia, reprueban. Estoy seguro de que el señor Hughes y todos los elementos de su gobierno se dan cuenta de la infamia que cometen con mi país los hombres que actualmente dirigen su gobierno, después de haber oído mis puntos de vista y de haber quedado convencidos de que no debían exigir tratado previo ni privilegios especiales para sus nacionales, como se ha establecido.
— “Sin embargo, mi consejo sería ése: que dijera usted que los va a estudiar.
—“Pero ¿cómo voy a decir que los voy a estudiar, si son asuntos que tengo perfectamente estudiados? Desmentiría a ustedes si lo dijeran. No quiero que se crea, ni ahora ni nunca, que he tenido vacilación alguna sobre ese punto Lo sola sospecha de que yo hubiera podido vacilar, sería una mancha que caería sobre la cabeza de mis hijos.
—"Pues lo siento mucho —replicó Wood— porque realmente un hombre como usted, que tiene toda la opinión pública de su parte y que hemos visto que aquí hay más un gobierno que una revolución, pues está usted dando garantías que no siempre se encuentran dentro del terreno que domina Obregón, no quisiéramos que quedara usted descalificado.
—“¡Qué hemos de hacer! "
—"Pues va usted a perder.
—“No vine a ganar. Vine, muy principalmente, a demostrarles a ustedes que esos arreglos no tienen la aprobación del pueblo y por eso el pueblo está conmigo, porque sabe que esa es la bandera que yo sigo y que ese es, fundamentalmente, el motivo de mi actuación contra el gobierno de Obregón.
— ‘‘Pues es lamentable...
“Después de una hora de insistencia aquellos señores se retiraron habiendo intentado inútilmente conseguir que yo aceptara los Tratados de Bucareli y prometiendo a cambio el reconocimiento de la beligerancia y que nos dejarían en libertad de resolver nuestros conflictos internos por nosotros mismos, siguiendo la política de HANDS OFF. “
La anterior relación de don Adolfo de la Huerta deja establecido sin el menor género de duda que la actitud de los Estados Unidos de Norteamérica ayudando a Obregón con fondos (veinticinco millones de pesos primero y luego otras cantidades de los petroleros), material de guerra, etc., y obstruccionando el movimiento de 1923, se debía a que sabían que, de haber triunfado al movimiento, los tratados de Bucareli, en los que Obregón traicionaba los intereses de su patria haciendo concesiones vergonzosas a cambio del reconocimiento, se habrían venido abajo.
Los Estados Unidos, en consecuencia, INTERVINIERON ECONÓMICA Y MATERIALMENTE en nuestros asuntos interiores, pues ya hemos visto que hasta aviadores americanos bombardearon las fuerzas delahueristas, y el precio que pretendían por mantenerse en la neutralidad a que estaban obligados por todas las normas de derecho, consistió en pedir que se les ratificaran los fatídicos convenios de Bucareli. En otras palabras, exigían un precio por cumplir con su deber. El hecho de que ellos mismos, en pláticas anteriores con el señor De la Huerta hubieran convenido en la justicia que le asistía al negarse a la celebración de un tratado previo y al otorgamiento de concesiones especiales a ciudadanos norteamericanos, quedaba olvidado ante la posibilidad de obtener un beneficio económico que les había brindado la baja intriga de Pani y los celos políticos de Obregón que disminuían cada vez más su estatura moral, en tanto que la de don Adolfo de la Huerta se agigantaba.
Memorias de don Adolfo de la Huerta, según su propio dictado. (Transcripción y comentarios de Roberto Guzmán Esparza). México, Ediciones Guzmán, 1957.
|