Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1920 Manifiesto a la Nación. Pablo González, candidato presidencial por la Convención de la Liga Democrática.

Enero 20 de 1920

 

MANIFIESTO A LA NACIÓN DEL GENERAL PABLO GONZÁLEZ, CANDIDATO A LA PRESIDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS POR LA CONVENCIÓN DE LA "LIGA DEMOCRÁTICA".

CIUDAD DE MÉXICO, 13 DE ENERO DE 1920.

Conciudadanos:

Honrado por la Convención de la "Liga Democrática" con la designación de Candidato a la Presidencia de la República, y habiendo aceptado el Programa que la misma Convención discutió y aprobó, marcando los lineamientos generales de una obra futura de gobierno, cumple a mi deber, al encontrarme investido de tan especial y elevado carácter, dirigirme al pueblo mexicano en el presente Manifiesto, para hacer una sobria exposición de las ideas fundamentales y los propósitos que inspirarán mi labor personal en el caso de que un legítimo triunfo electoral me conduzca a la Primera Magistratura de la Nación.

Debo declarar ante todo, por más que ello pueda considerarse extraño y hasta increíble, en un medio como el nuestro, en el que la falacia y la corrupción, cuando no la violencia, han sido tradicionalmente la norma de los actos políticos, que hablo en este documento con la más absoluta sinceridad, y que no pretendo conquistar partidarios a toda costa con frases efectistas, sino traducir fiel y honradamente mi pensamiento para que mis conciudadanos me otorguen el aplauso o reproche que en concepto de cada uno merezca, y en consecuencia, me presten o me nieguen libremente su apoyo para realizar en el ejercicio del poder supremo las tendencias que ahora doy a conocer.

Siempre he anhelado que las luchas democráticas en México se hagan efectivas, se purifiquen y se ennoblezcan, y por eso me complace legítimamente que mi candidatura haya surgido de una Convención, y que el Partido que me postula haya procedido hasta hoy en todos sus actos en forma correcta, que ha merecido la aprobación de la opinión pública.

Por mi parte, me propongo seguir esa misma línea de conducta hasta al final de la contienda, y puedo asegurar a la sociedad mexicana que no será por mí ni por mi Partido, por donde pueda temerse una violación a los principios democráticos.

Sí, como es el anhelo de la conciencia pública en el país, hemos de salir de una vez para todas de las eternas convulsiones políticas que nos han hecho oscilar dolorosamente.

Base fundamental de mi actuación será el programa de la Convención de la "Liga Democrática", que acepté desde que se me ofreció mi postulación, que he protestado cumplir en solemnidad sin precedente en nuestros fastos democráticos y al que ratifico mi adhesión en este Manifiesto, que es la mejor protesta que puedo rendir ante el País entero, de llevar a la práctica los ideales que el Partido que me sostiene ha proclamado como una bandera de progreso para la Nación, de efectividad en la labor gubernativa, y de unión entre todos los mexicanos.

Allí se consideran los más importantes problemas nacionales y se expresan los lineamientos generales de la forma en que se conceptúa pueden solucionarse.

No es un programa de brillantes apariencias, recargado de promesas o innovaciones exageradas, ni forjado para halagar a determinados elementos con un ilusorio predominio sobre otras clases de nuestra sociedad.

Se trata de un programa racional, de un programa adecuado a nuestras condiciones, a nuestro tiempo y a nuestro medio para hacer, dentro de la capacidad humana, una obra de Gobierno eficiente, sólida y cordial para todos los intereses.

La pacificación y el restablecimiento del orden en todo el territorio nacional, no sólo por medios de violencia, sino también, y muy principalmente, por medios de convencimiento y de atracción; la disminución paulatina del ejército permanente, su organización y moralización, para que con menos costo resulta más respetable y eficiente; el establecimiento de la guardia civil para la eficaz persecución del bandolerismo; la libertad de enseñanza como principio y la protección a la educación pública, creando un Departamento especial para atenderla; la solución de las cuestiones obrera y agraria a base de equidad y sin lesionar derechos legítimamente adquiridos; la dignificación del empleado público por medio de una LEY DEL SERVICIO CIVIL que sustraiga de las veleidades políticas a los servidores de la Nación y les garantice la permanencia en sus puestos, a base de aptitud únicamente; la pureza en el manejo de los fondos públicos y la reorganización de nuestro sistema financiero con orientaciones definidas y por elementos competentes en la materia; la administración expedita de justicia, expurgando nuestra legislación de las trabas que la hacen lenta y costosa, y la dignificación de los miembros del Poder judicial; la responsabilidad efectiva de los altos funcionarios del Poder Ejecutivo; la autonomía del Municipio; la libertad de conciencia plenamente garantizada; la creación del fundo patrimonial; la definición de nuestra política internacional en términos a la vez decorosos y convenientes para los intereses de nuestro país, etc., etc., son puntos de importancia general y lineamientos de buen Gobierno, que no podrán menos de ser recibidos con aplauso por quienes los consideren desde un punto de vista meramente patriótico, y sin enturbiar su inteligencia con estrechos perjuicios de partidarismo político.

El programa de la Convención que me ha postulado, será pues, la base de mi actuación en el Gobierno de la República, en el supuesto de obtener un legítimo triunfo electoral.

Con la noble altivez con que un abanderado recibe y lleva el sangrado depósito que se le confía, yo levanto ante mis conciudadanos el cívico estandarte que ha puesto en mis manos la Convención y lo desplego a todos los vientos, como la insignia con que vamos a una lucha democrática, no un ejército ciego tras de un caudillo, caprichoso, sino un Partido que definió sus principios y un hombre a quien cupo la honra de ser designado para sostenerlo y realizarlos.

Ante todo deseo aclarar mi concepto de la labor gubernativa. Estoy muy lejos de creer, como por desgracia ha sido tan corriente en México que el Gobierno, y muy principalmente el representante del Poder Ejecutivo, es una Entidad omnipotente, que no tiene que hacer otra cosa que su capricho y ante la que todos deben someterse sin discusión.

Tampoco estimo, según la opinión contraria a este criterio de despotismo, igualmente muy generalizada, que el Gobierno debe ser un dispensador de todos los bienes, obligado a dar comida a todos los hambrientos, trabajo a todos los desocupados y protección caritativa a todos los inútiles.

El Gobierno, a mi entender, es simplemente el regulador de la vida social, que tiene como principal misión la justicia.

Es un depositario de la autoridad, y debe ejercerla sólo para mantener el orden en la sociedad y el equilibrio entre todos los intereses que en ella se muevan, dejando a cada uno su libre acción y desarrollo, dentro de las leyes que rigen la colectividad, y sin que le sea permitido favorecer de manera especial con la fuerza que tiene en sus manos, a una sola clase o grupo social, o a intereses determinados.

El Gobernante que tenga conciencia de su deber, que desee llenar de modo efectivo la misión que se le encomienda y quiera guardar su prestigio personal y dejar un recuerdo grato en el corazón de sus conciudadanos, aun cuando haya sido elevado en el poder por especiales esfuerzos de un Partido Político, debe tener en cuenta que gobierna, no sólo para ese Partido, cualesquiera que sean sus opiniones políticas y sus creencias religiosas, y aun su actitud para con el propio Gobernante.

A todos debe respetar en sus derechos, a todos debe atender en lo que justificadamente soliciten del Gobierno y a todos debe utilizar en el servicio público, si demuestran tener la aptitud suficiente para desempeñar ese servicio.

Por mi parte, sustento y sustentaré este criterio. Nunca pretenderá que la elevación a un alto cargo, por sí sóla, me confiera el don de infalibilidad o me aporte maravillosamente conocimientos que antes no hubiera tenido.

Considero que el mejor y más sabio Gobernante, aún poseyendo magníficas orientaciones generales y determinados conocimientos en tal o cual materia, no podrá ser un especialista en todos y cada uno de los múltiples ramos de una Administración, y por lo mismo, nunca he considerado ni consideraré un desdoro el escuchar consejos y apelar a la sabiduría de los hombres reconocidos como competentes en aquellos asuntos sobre los cuales no pueda yo formar por mis propios conocimientos, una convicción firme y fundada.

Esta manera de pensar me lleva a establecer de modo natural, que mi preocupación primera para realizar una obra de buen Gobierno, será la selección de mis colaboradores en el servicio público, desde el Secretario de Estado hasta el más modesto oficinista, no sobre la base de la simpatía personal que me inspiren, ni sobre la adhesión más o menos incondicional que me ofrezcan, no sobre las necesidades que me exhiban o las recomendaciones amistosas que me presenten sino sobre la base de su aptitud para el puesto que se les designe.

Los Secretarios de Estado, por su elevada posición oficial y por la importante participación que les corresponde en la acción del Poder Ejecutivo, deben llenar condiciones especiales, diversas de las del común de los empleados.

Estos altos funcionarios deben influir poderosamente en la buena armonía entre el Gobierno y el Pueblo, y en la cordialidad o tirantez de las relaciones del propio gobierno con los países extranjeros, y por lo mismo, no basta que sean competentes en el ramo de su cargo y estimables en lo particular, sino que además, es necesario que gocen de simpatías en la opinión pública, representada por la Cámara y la prensa independiente y seria de la Nación.

Sería un grave error pretender sostener en su puesto a un alto funcionario contra la voluntad popular, pues por muchos que fueran sus talentos personales, éstos nunca compensarían al Gobierno de la pérdida de sus simpatías y de su cordial entendimiento con el Pueblo.

Quien gobierne con la opinión pública, se allana lo más difícil del camino; quien pretenda gobernar contra la opinión, se crea a sí mismo, dificultades que lo llevarán al fracaso, pues es notoriamente imposible realizar ninguna labor efectiva en un ambiente de hostilidad, de desconfianza y antipatía.

Respecto a los empleados públicos en general, es indispensable que se expida una ley que organice el servicio civil de la República, así como están organizados, por ejemplo, el servicio militar y el diplomático.

La Nación no podrá tener buenos servidores, mientras cada Gobernante, cada Ministro, cada Jefe de Departamento, cada Presidente Municipal, pueda remover a su antojo a los empleados subalternos, sin más criterio que el del favoritismo, que arroja de sus puestos hombres útiles y honrados y llena las oficinas públicas de parásitos, que lejos de ayudar estorban las labores de los que trabajan, y corrompen el ambiente oficial con el espectáculo de su mal ejemplo, de su pereza, de su inutilidad y de su cinismo.

Si se desea formar un personal apto y honorable para la labor administrativa, precisa hacer de ella una carrera sólida y bien reglamentada, con determinados conocimientos como base, con ascensos por escalafón y por merecimientos definidos, y con la garantía establecida por ley, de que nadie podrá ser removido de su empleo, sino por notoria ineptitud, por mala conducta comprobada, o por reducción justificada de personal, con acción en este último caso a recibir una indemnización, proporcional y conservando el derecho de volver al servicio con preferencia a personas extrañas, y con la misma categoría que se hubiese alcanzado.

Cuando por medio de una ley superior al capricho y al interés personal de los Gobernantes, los servidores de la Nación, se sustraigan a las contingencias de los cambios políticos, y cuando ellos sepan que deberán su posición y los ascensos en su carrera a su competencia y merecimientos, y no a la recomendación del favorito, ni al servilismo con el superior, se habrá dado un paso gigantesco en el sentido de la eficiencia y de la moralidad gubernativa, pues es de entenderse que correlativamente a las garantías y derechos otorgados en esta forma a los empleados públicos, se exigirán inflexiblemente las responsabilidades en que incurran conforme a la Ley, sin que tampoco en este caso valgan las recomendaciones y amistades.

Uno de mis más caros ideales sería llevar a la práctica esta organización que conceptúo verdaderamente útil, más aún, indispensable, para la buena marcha y eficaz acción de los futuros gobiernos del País.

Si para el próximo período presidencial el voto del pueblo mexicano me fuera favorable, mis primeros pasos se encaminarán a la organización del Servicio Civil sobre las bases que dejo indicadas, considerando esta organización como el preliminar necesario para estar en condiciones de realizar con provecho los demás puntos de mi programa.

Este programa que, como antes he dicho, se sustenta en el de la Convención de la "Liga Democrática", tiene puntos que deberán cristalizarse en leyes y otros cuya actividad dependerá únicamente de la acción del Ejecutivo.

Para los primeros, me propongo formular con toda oportunidad los Proyectos que han de ser sometidos al Congreso en su primer período, y para los segundos, tengo el ánimo de abordar su realización con todo empeño y a la mayor brevedad; pero por encima de toca acción concreta y como criterio fundamental de toda mi actuación gubernativa, me propongo sostener de una manera firma y constante, ciertas tendencias que estimo no solo convenientes en términos generales para el bien del País y su progreso, sino de muy necesaria aplicación en el próximo período de Gobierno.

Las tendencias fundamentales a que me refiero y mi manera de entenderlas, son las siguientes:

TENDENCIA CIVILISTA.

Abolición efectiva de la casta militar y sus privilegios legales o usurpados, y restricción de los miembros del ejército activo a las funciones exclusivas que les marca la Ordenanza.

Por lo mismo, preferencia de los elementos civiles para ocupar los cargos públicos, salvo aquellos que sean estrictamente de carácter militar.

Economía en el Ramo de Guerra, procurando la reducción del ejército al mínimo indispensable, para las necesidades de la nación y aplicación de las que se obtengan a otros ramos de la Administración Civil, muy especialmente a los de Educación Pública y Agricultura y Fomento.

Proscripción de los procedimientos de violencia en el Gobierno y esfuerzo continuado y enérgico para educar a todos los servidores de la Nación y aún al pueblo mismo, en el respeto a las formas legales, y empeñosa labor por la cultura general, difundiéndose la enseñanza, protegiendo al trabajo intelectual y enalteciendo a los maestros y hombres de ciencia.

Severidad especial para castigar todo abuso de fuerza de elementos armados; dignificación del soldado con el perfeccionamiento de nuestra organización militar, y finalmente, procedimientos efectivos para el pronto restablecimiento del orden y de la paz en todo el territorio nacional, ya que de esta manera se aseguran las garantías generales, se hace posible el completo y libre funcionamiento de la ley y se evita prácticamente la preponderancia que los hombres de armas adquieren inevitablemente donde prevalece un estado de guerra.

TENDENCIA RECONSTRUCTIVA.

Decidido apoyo del Gobierno a cuanto signifique desarrollo de la riqueza nacional, pública o privada, estableciendo un criterio ampliamente liberal dentro de las disposiciones legales, para todas las empresas lícitas, para todos los hombres de trabajo que por sus actividades busquen un legítimo beneficio personal, coadyuvando a la vez al mejoramiento de nuestro oprimido medio económico.

Simplificación de los trámites en los negocios administrativos en particular, y en general en los de todos los asuntos que se despachen en las oficinas públicas.

Recomendación a todos los funcionarios y empleados de la Administración, de que procedan siempre con este criterio, teniendo en cuenta que es el más conveniente para los intereses de todos, pues sería un error y hasta una verdadera falta a los deberes oficiales, proceder con la estrechez de miras con que algunos empleados públicos lo hacen, aun de buena fe, obstruccionando sistemáticamente a las empresas particulares, como si el Gobierno fuera un competidor de todos los negocios o pudiera perjudicarse con que un ciudadano cualquiera obtenga honradas ganancias con su esfuerzo, cuando por el contrario, el Gobierno se beneficia notoriamente como se benefician los intereses generales con que los particulares aumenten sus riquezas y bienestar, ya que del conjunto de la riqueza privada se forma la riqueza del País.

Encarecimiento a los Gobernadores de los Estados de que sigan esta misma política, para que sea uniforme en toda la Nación el desarrollo de sus elementos naturales, y por consiguiente, de la prosperidad pública.

TENDENCIA PACIFISTA.

Procurar la consolidación firme y definitiva de la paz y el orden en el interior, y la reanudación de relaciones verdaderamente cordiales con todos los pueblos de la tierra, evitando con una política inteligente y concienzuda, a la par que estrictamente decorosa, todo motivo de fricción con los Gobiernos extranjeros.

Para obtener la paz interior, el Gobierno debe poner en juego paralelamente dos procedimientos: el del convencimiento para los que no sean susceptibles de comprender ideales, y obrar con patrióticos fines, y el de la represión enérgica y activa contra los rebeldes que rehusen una honrosa transacción y subsistan sin más bandera que la del bandolerismo y el pillaje.

Para asegurar la paz en el exterior, sobre la base del respeto a los derechos legítimos de los extranjeros y teniendo en consideración que casi todas las diferencias internacionales surgen por malas interpretaciones y falta de conocimiento mutuo, fomentar empeñosamente, no sólo las relaciones oficiales con los demás países, particularmente con los Estados Unidos de Norte América, sino también el intercambio comercial e intelectual, y poner en juego cuantos medios están a nuestro alcance para que se nos conozca tal cual somos en verdad, y no como se nos pinta en falsas o apasionadas informaciones de los que tienen algún interés contra nosotros.

Finalmente, para que la pacificación obtenida se convierta en paz orgánica y no se dé lugar a nuevas rebeliones, expedir una amplia ley de amnistía y gobernar de acuerdo con las necesidades nacionales y con las exigencias de la opinión pública.

TENDENCIAS DE REORGANIZACION FINANCIERA.

Reconocimientos de la importancia fundamental del Ramo de Hacienda para todo Gobierno, y obligación por lo mismo, de proceder en esta materia, más que en cualquiera otra, sin la menor ligereza, sin desorientaciones, ni continuos experimentos que se traducen en graves desequilibrios en la vida económica de la Nación, sino por el contrario, con toda solidez y firmeza sobre una base científica que previamente se establezca por el estudio.

Al efecto, nombramiento de Comisiones Técnicas que estudien nuestros problemas financieros y propongan la solución más conveniente, buscando asimismo el mejor sistema para el buen manejo de los caudales públicos, y llegando, si es preciso hasta las más radicales reformas, siempre que son perfectamente fundadas para conseguir tan importantes fines.

Paralelamente y como procedimiento moralizador del Ejecutivo, inflexibilidad en exigir las responsabilidades en que incurran los funcionarios y empleados públicos, muy especialmente en este ramo, sin consideración a la jerarquía de los culpables, ni a las influencias que pretendan protegerlos.

TENDENCIA DEMOCRATICA.

Confesando, aunque mucho lo lamentamos, nuestra deficiencia en materia de civismo, estimular la educación democrática del pueblo, no con una acción directa del Gobierno en los actos políticos, sino por el contrario, evitando esta acción, que por lo general se traduce en imposiciones impopulares; garantizando a todos los ciudadanos el ejercicio de sus derechos para que, con la conciencia en que su libertad es respetada, se interesen en tomar parte activa en los asuntos públicos, protegiendo el desarrollo de la prensa independiente y seria con medidas que aseguren su libertad política y su provecho económico, suprimiendo como corruptora, onerosa y contraproducente para los intereses del Gobierno, la prensa semioficial subvencionada y apelando el Gobierno para su defensa, cuando en algún caso lo necesite, a la imparcialidad de los periódicos honrados; finalmente, favoreciendo la formación de verdaderos y bien organizados Partidos Políticos, que representen los grandes y diversos intereses sociales y los mantengan en equilibrio estable, viniendo a constituir los factores que tanto necesitamos para asegurarnos de que nuestras luchas electorales en el porvenir, sean luchas de principios, que no comprometan la paz de la Nación.

Con estas tendencias que son la expresión de mi criterio personal en materia de Gobierno para el próximo período constitucional, y con el programa de la Convención de la "Liga Democrática", que es el resultado de la deliberación concienzuda de una asamblea en que estuvieron representadas hasta lo posible, dentro de nuestras imperfecciones democráticas, las opiniones de todas las clases e intereses que constituyen la familia mexicana, que presento ante el pueblo como candidato de esa Convención, a la Presidencia de la República, solicitando el apoyo de sus simpatías y de sus votos, para realizar en el Gobierno de la Nación, la obra de paz, de reconstrucción, de moralidad y de orden que dejo brevemente delineado en la anterior exposición.

Vuelvo a repetir, como lo digo en un principio, que de propósito he procurado en este documento, alejarme de actitudes teatrales, de términos altisonantes, de promesas múltiples y de halagos a determinados grupos sociales o a inflamables pasiones populares, porque considero que de esa manera estoy obligado a proceder para guardar el respeto que me debo a mí mismo y el que debo a la Nación Mexicana, a la cual me dirijo.

No concibo que en estos casos pueda obrarse en forma que se aparte de la honradez de la seriedad. Es posible que algunos consideren demasiado reducido mi programa, y demasiado sencilla mi manera de exponerlo, y busquen otro candidato que los deslumbre con sus promesas y con su literatura y deleite.

No creo que la mayoría consciente de la Nación, proceda de la misma manera, pero en todo caso, prefiero perder ahora algunos partidarios de espíritu superficial, a que más tarde el pueblo todo pueda acusarme de falacia y embuste, por no cumplir ofrecimientos irrealizables lanzados al azar en demagógicas proclamas, sin conciencia del asunto que se trata, ni de la responsabilidad que se contrae.

Yo no quiero ser nunca acusado de engaño, ni quiero ser ahora mismo tenido en el concepto de farsante.

Obro con sinceridad, y quiero que ella se refleje en mis ideas, en mis palabras y en mis actos.

Al aceptar el programa de la Convención y al formular mis propias orientaciones para el Gobierno de México en el próximo período, he procedido de acuerdo con el siguiente lema que sintetiza mi honrada actitud como Candidato Presidencial:

NO OFREZCO ABSOLUTAMENTE NADA QUE NO PUEDA CUMPLIR, PARA CUMPLIR SIN FALTA ALGUNA TODO LO QUE HAYA OFRECIDO.

Bien sé que nuestro ambiente político actual es de escepticismo, y que abundan las muecas de duda ante todo candidato y todo programa.

Yo no pretenderé que se me crea bajo mi palabra, pero me conceptúo con el derecho de pedir a mis conciudadanos el análisis de mi actitud y de mis antecedentes, antes de que nieguen su consideración a mi candidatura y me rehusen su voto en los comicios.

Los programas valen según quien los presente, y es claro que más significa una sola palabra de un hombre honrado, que mil promesas de un embaucador.

Yo supongo que hasta hoy no existe nadie que pudiera calificarme en esta última forma, y por otra parte, creo que me será permitido hacer notar, sin la menor pretensión de autoelogio, y sólo como la exposición de un hecho que es de simple justicia reconocer, que los lineamientos generales que presento para el futuro gobierno de la Nación, son inspirados por el mismo criterio que en menor escala he puesto en aplicación, donde quiera y siempre que me ha tocado ejercer autoridad, realizando sin vacilación, dentro de los límites en que he tenido que actuar, una obra de paz, de concordia, de trabajo y de progreso.

Para finalizar, declaro solemnemente que entro a esta lucha cívica correspondiendo al llamamiento de una Asamblea respetable, y con leal propósito de colaborar por el bienestar y prestigio de mi Patria; que no estoy poseído de irrefrenables ambiciones de mando, ni pretendo llegar al poder a toda costa; que no intento provocar disturbios, ni derramar una sola gota de sangre, ni causar el menor trastorno en la vida de la Nación para mi personal encumbramiento; que estoy dispuesto a recibir con perfecta ecuanimidad lo mismo el triunfo que la derrota, ya que ambos son humanos y posibles, y que durante toda la campaña electoral, procederé con toda serenidad y decencia.

Me abstengo, y esta actitud mía la recomiendo a todos los que sinceramente no apoyen como partidarios, me abstengo de acumular reproches sobre la Administración que va a terminar su período, y de lanzar sobre mis contrincantes las invectivas que ellos de tiempo atrás me han dedicado; porque para la obra eminentemente constructiva que tenemos por delante y por la noble tendencia de unión nacional que debe animar a los verdaderos patriotas, estimo fuera de tono las intemperancias demagógicas, y considero que la inteligencia y las energías de los partidos contendientes en la lucha política, deben aplicarse de preferencia a la preparación para el porvenir de la obra redentora que ha de aliviar las tristezas, restañar las heridas y devolver las agonizantes esperanzas a la Patria sangrante y dolorida.

Para conquistarme voluntades, simpatías, y finalmente, sufragios en el momento decisivo de la elección Presidencial, no quiero apelar a procedimientos indignos ó simplemente falaces; no quiero halagar pasiones bajas, ni ciegos instintos, ni sentimientos primitivos.

Procedo consciente y honorablemente, y llevando como bandera la razón y la justicia, para la defensa de mi causa, apelo únicamente a la conciencia nacional.

Ella resolverá qué hombres y qué procedimientos convienen al bien de la Patria, y entre los diversos caminos que se ofrecen, decidirá por cuál deberán orientarse, para su felicidad, los destinos del pueblo mexicano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Román Iglesias González (Introducción y recopilación). Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940. Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Jurídicas. Serie C. Estudios Históricos, Núm. 74. Edición y formación en computadora al cuidado de Isidro Saucedo. México, 1998. p. 856-864.