Abril 10 de 1920
A NUESTROS COMPAÑEROS DE ARMAS.
Después de las tremendas crisis por las que la Revolución ha pasado, durante su existencia de diez años, nos encontramos hoy frente a la más fuerte y violenta que, indudablemente, será la definitiva, la que venga a decidir de una para todas las veces, sobre los destinos de la República.
La innoble tarea de engaño, la política de intrigas y de falsedades que ha empleado Venustiano Carranza en todos sus actos, hicieron que muchos de los revolucionarios, en 1914, fueran á las filas del personalismo carrancista, desintegrando así al gran partido revolucionario nacional, que había empuñado las armas, primero contra Díaz y luego contra Huerta.
Mas vinieron en seguida los hechos mismos a descorrer la venda que cubrían los ojos de muchos: las farsas electorales, la imposición de gobernadores calcada en los moldes de las dictaduras derrocadas; la violación de todas las garantías y de todos los derechos, colectivos e individuales, y todas las exacciones, todos los abusos y los atropellos todos cometidos por el nuevo dictador, abrieron paso a la Verdad y Carranza estará bien pronto solo con los suyos: los ambiciosos, los serviles de ayer, de hoy y de siempre, los eternos enemigos del pueblo.
Hoy, pues, que al desengaño impera en la conciencia de todos los ofuscados de ayer; hoy que la Revolución toma mayor incremento en los campos y en las ciudades la opinión se orienta claramente y tiene fe en el triunfo de los principios que venimos sosteniendo; es deber nuestro, de los revolucionarios de convicciones, analizar los momentos porque atravesamos, tener conciencia del sagrado deber que nos hemos impuesto y de las graves responsabilidades históricas que sobre nosotros pasan.
El total divorcio de Carranza con los ideales reivindicadores que el pueblo ha enarbolado como enseña en ésta larga contienda civil, demostrado con palpable cinismo al pretender consumar una irrisoria imposición en los próximos comicios presidenciales, que ha dejado sus aviesas intenciones de perpetuarse en el poder, ha exacerbado los ánimos populares a tal grado que, en la actualidad, se nota ya con caracteres alarmantes, presagio de trágicas convulsiones, una escisión cuyo final para nadie es un misterio; una nueva lucha intestina es inevitable; una nueva guerra que decidirá, que destruirá, que aniquilará completamente al carrancismo.
El enemigo del movimiento revolucionaria que nosotros hemos venido sosteniendo, está en muy críticas circunstancias, próximo a desaparecer; desaparecido quizá en un futuro nada lejano.
Ante ese desbarajuste inmenso, ante esa nueva hecatombe que amenaza al país con su inevitable cortejo de miseria y de duelo, de desolación y de ruina, nosotros, los verdaderos revolucionarios que anhelamos el bienestar de todos nuestros conciudadanos, tenemos el ineludible deber de asumir y desempeñar a conciencia, el altísimo papel que jugamos en ésta enconada lucha por nuestras libertades.
Para lograr ese objeto no debemos limitar nuestra acción a las actividades meramente militares, efectuadas hoy por iniciativa aislada de cada grupo; sino que de modo principal, debemos guiar nuestros esfuerzos a una obra iniciada hace tiempo por el inmaculado Emiliano Zapata, inmolado en aras de esa idea, hoy hace precisamente un año, por lo sayones del carrancismo; obra cuya importancia está en la conciencia de todos y que será la base firme y sólida de nuestro triunfos la unificación de todo el elemento sano revolucionario.
Discrepancias de detalle; fútiles ambiciones; rencillas personales entre jefas, que atañan fatalmente a las tropas; y mil pequeños obstáculos, fáciles de vencer con una poca de buena voluntad, han impedido hasta hoy llevar a buen término esa patriótica labor, tan necesaria para consolidar nuestras aspiraciones y evitar todos los peligros que amenazan así a la Revolución como a la Patria.
Porque no sólo es menester unirnos para llevar a sebo el triunfo de los principios revolucionarios, sino para desterrar del terreno de las posibilidades el fantasma de la intervención extranjera.
Después de diez años de lucha incesante, en la que uno tras del otro caudillo, han burlado los anhelos populares, convirtiéndose al día siguiente del triunfo en perversos dictadores, despertando mayores ambiciones y ahondando las trágicas diferencias de grado entra los mexicanos; después de dos lustros sangrientos y luctuosos, en los que el país ha perdido mucho de sus riquezas, de sus fuerzas, de su prestigio y de su crédito, el mundo entero está pendiente de nosotros y debemos demostrar universalmente que somos aptos para gobernar, sin intervención extraña y hacer de nuestro país al progresista y libertado México de los mexicanos, si no queremos verlo envuelto, por nuestra culpa, en una desigual lucha por defenderse, en tal caso, de antemano perdida integridad.
Realizar la unificación de todos los mexicanos ansiosos de su mejoramiento colectivo, sedientos de libertades y bienestar, es hacer obra de patriotismo, es conjurar el peligro internacional y es evitar que un nuevo eslabón, venga a aumentar la cadena de las dictaduras de Díaz, Huerta y Carranza.
A ese fin, los subscriptos, que hemos hecho pacto de unión fraternal, para mancomunadamente luchar por el triunfo de los principios revolucionarios, tenemos la satisfacción de invitar a nuestros compañeros de armas, sin distinción de banderías o tendencias regionalistas.
Esperamos fundadamente que a ésta llamamiento desinteresado y sincero, respondan todos nuestros hermanos en ideales y en lucha, con al entusiasmo y el patriotismo que exigen las actuales circunstancias.
En el reloj del Destino, está para sonar la hora angustiosa en que ha de decidirse la suerte de nuestra Patria.
El momento solemne se acerca.
Sepamos estar a la altura de nuestro deber y honrar la sagrada memoria de los valientes que han derramado su sangre, confiados en nuestra palabra de honor, empeñada con el pueblo.
10 de abril de 1920.
Gildardo Magaña
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