Emiliano Zapata
Tlaltizapán, Morelos, 27 de Diciembre de 1917
Tiempo es ya de percibir la verdad y aceptarla honradamente.
El maquiavelismo de Carranza y de algunos de sus conocidos consejeros, ha logrado mantener divididos a los revolucionarios y empujar a los unos contra los otros.
Con bien premeditada insidia, Carranza trató de hacer creer a una buena parte del pueblo mexicano, que eran y son reaccionarios y por lo mismo partidarios del retroceso, los campesinos que piden tierras, los indígenas que claman por la redención de su raza, los hombres del campo que valerosamente pugnan por sacudir el yugo secular del cacique y del hacendado; en una palabra, los luchadores todos que irguiendo como bandera el Plan de Ayala, se esfuerzan por destruir, aunque sea a costa de sus vidas, la más ominosa de las tiranías que la humanidad ha conocido: la tiranía del señor feudal sobre los siervos de la gleba.
Parapetado en esta criminal mentira y ayudado por esa pérfida propaganda, logró Carranza hasta hace poco tener extraviada a la opinión y producir un cisma en el campo revolucionario.
Hombres que en el fondo abrigaban los mismos ideales, se vieron divididos y formando parte de bandos opuestos. Sobrevino la pugna, y los revolucionarios de las ciudades, cegados muchos de ellos por el funesto error, se lanzaron coléricos sobre los revolucionarios de los campos. Los que pedían reformas obreras, legislación progresista, libertad de sufragio, supresión de monopolios, revisión de concesiones gubernativas, iban en contra de los que por su parte pugnaban por la destrucción del peor de todos los monopolios, el de la tierra, y por la abolición de la más monstruosa de las concesiones, la de explotar indefinidamente y por los siglos de los siglos, a un rebaño de hombres uncidos al yugo de la hacienda, y cuya esclavitud pasaba y pasa de padres a hijos, a manera de abominable herencia que es oprobio y mengua para nuestra civilización.
Tres años de lucha, tres años de sangrientos conflictos, en medio de los cuales han estado a punto de perecer los principios revolucionarios, son por sí solos demasiado elocuentes, constituyen ya una experiencia bastante dolorosa, para que sea permitido perseverar en el error.
Con Carranza va la revolución al abismo. Sin Carranza, que es el estorbo, se obtendrá la unificación revolucionaria, y con ella el triunfo definitivo, la anhelada victoria del ideal reformista.
Carranza ha exhibido con demasiada claridad su traición a los principios proclamados, para que sea posible que cualquier hombre honrado vacile.
Ha devuelto los bienes confiscados, ha reconstruido el latifundismo, ha conculcado el sufragio, ha impuesto gobernadores, ha inaugurado una era de escandaloso nepotismo y lo que es peor, por medio de la falsificación de las elecciones municipales y de su absoluto dominio sobre los gobernadores, prepara la formación de cámaras legislativas que ciegamente obedezcan su voluntad y acaten sin vacilar sus consignas.
Cada día que pasa, hace el nuevo dictador un nuevo progreso en la vía del despotismo y del gobierno absoluto. Por eso los que hasta aquí le han sostenido han acabado por ver claro en sus manejos, han descubierto el fondo de sus intenciones y no pueden ya honradamente hacerse cómplices, por su inacción o por su indiferencia, del inevitable advenimiento de un régimen dictatorial, tan oprobioso o más que el antiguo, cuya creación elabora Carranza, sin disimular poco o mucho sus procedimientos.
Por esta razón, los hombres que no ha mucho se mostraban como los más adictos de Carranza y los mejor dispuestos a sostenerlo, reparan hoy su falta y abandonan al traidor. Así lo han hecho los Generales Francisco Coss, Luis Gutiérrez, Lucio Blanco, Dávila Sánchez y varios otros, como es bien sabido por toda la República.
El varonil ejemplo de esos jefes plantea ante la conciencia de sus compañeros de armas, este ineludible dilema: o con Carranza, para acompañarlo hasta la ignominia, haciéndose solidario de su traición; o contra Carranza, para salvar los principios, y con ellos a la República, que se debate y se desangra en una lucha inacabable y estéril.
La unificación revolucionaria se impone, y para lograr ese propósito, para conseguir el acercamiento de las facciones hoy en pugna, hace falta tan solo que los revolucionarios de los diversos bandos, cumplan con el deber que la situación imperiosamente marca: eliminar la personalidad de Carranza, que ha traicionado a la revolución y que ha provocado la justa rebeldía de muchos millares de revolucionarios que jamás transigirán con él ni aceptarán su despotismo.
Las bases de esa unificación son perfectamente claras: además de la imprescindible aceptación de las reformas agrarias exigidas por el pueblo campesino y consignadas en el Plan de Ayala, que es su bandera, los jefes revolucionarios de todo el país señalarán de común acuerdo las reformas políticas o sociales que son necesarias en materia de administración de justicia, en la cuestión obrera, en el sistema electoral y en la parte necesaria para la adopción del sistema del parlamentarismo, no menos que en las concernientes a la libertad municipal, al régimen hacendario, a la revisión de concesiones, a la responsabilidad oficial y a otros muchos importantísimos asuntos.
En cuanto al nombramiento de presidente provisional de la República, será hecho a mayoría de votos, por los jefes revolucionarios del país, en junta que se celebrará al efecto.
Sobre la base del común acuerdo y llevando por norma la sinceridad y la honradez, la revolución agraria invita a todos los verdaderos revolucionarios de la República, cualquiera que sea su actual filiación política a consumar la magna obra de la unificación revolucionaria, cuya trascendencia y necesidad todos sentimos.
Al obrar así el sur no hace más que ser consecuente consigo mismo y con su anterior conducta, pues hace ya tres años, en los momentos en que la contienda era más encarnizada, propuso también a los bandos combatientes el término de la lucha, y señaló desde entonces, como único obstáculo para la concordia, la permanencia de Carranza en el poder.
Sin variar, pues, de conducta, y sí afirmándola una vez más, los revolucionarios del sur reiteran su cordial invitación a todos los que sientan como ellos el ideal revolucionario, y haciendo formal apelación a su honor y a su patriotismo, exhortan a todos aquellos que hasta aquí han sido engañados por Carranza a volver a las filas de la verdadera revolución, de la auténtica, de la que sigue sosteniendo las reivindicaciones de 1910, de 1911 y de 1913, a efecto de que unidos todos por la fraternidad y por el esfuerzo, realicemos la labor que nos hemos impuesto, de cumplir al pueblo lo que tenemos ofrecido y que los tiranos una y otra vez nos han impedido otorgarle: tierra, justicia y libertad, paz, prosperidad y trabajo.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General
Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata
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