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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1917 Al pueblo

Emiliano Zapata
Tlaltizapán, Morelos, 27 de Diciembre de 1917

El instinto popular no se halla engañado, la intuición campesina tenía razón. Carranza, hombre de antesalas, legítima hechura del pasado, imbuído de las enseñanzas de la corte porfirista, acostumbrado a ideas y prácticas de servilismo y de aristocracia, entendiendo por política el arte de engañar y considerando como el mejor de todos los gobernantes el que con más seguridad sepa imponer su voluntad omnímoda; Carranza el anticuado, Carranza el vetusto, no estaba en condiciones de comprender los tiempos nuevos y las nuevas aspiraciones.

Imposible que él, formado sobre los moldes porfirianos, encarnase las ideas de una juventud deseosa de reformas; y más inconcebible todavía y más absurdo, que él llegara a ser el intérprete y el representante de esa fogosa generación que llena de confianza en sí misma, se levantó en 1910 y volvió a erguirse en 1913, sacudiendo yugos, rechazando preocupaciones, imponiendo principios, arrasando aquí desigualdades, derribando allá exclusivismos, y clamando por el advenimiento de una nueva era que diese justicia y libertad a los oprimidos, y enérgica y virilmente refrenase los abusos, las invasiones y las ansias de dominio de esa audaz oligarquía de acaudalados que protegiera Porfirio Díaz.

El desengaño tenía que venir, y vino, para los que creyeron en la honradez del ex-gobernador de Coahuila.

Carranza terrateniente y rapaz, devolvió a poco andar los bienes confiscados y reconstruyó el latifundismo que la revolución con sus garras de acero había hecho polvo.

Carranza, discípulo de Porfirio Díaz, no ha tardado en instaurar un nuevo despotismo, en que se reproducen los procedimientos puestos en práctica por la vieja dictadura.

Carranza, ambicioso y egoísta, ha pretendido convertir en canonjías para los suyos, en negocios lucrativos y en personalismos odiosos las conquistas de una revolución que era y es enemiga de toda burocracia, que proclamó libertades y vía libre para la gran masa de postergados, y que en sus anhelos generosos, excluye todo favoritismo y va a chocar contra todo privilegio de casta, de facción o de camarilla.

Las imposiciones de gobernadores y los chanchullos electorales han sido y son cosa corriente. Hemos visto al yerno del llamado presidente de la República, ser impuesto como gobernador de Veracruz; a su ex-Jefe de Estado Mayor, ser designado autocráticamente para gobernador constitucional de San Luis Potosí y a uno de sus ex-secretarios particulares, ser elevado en medio de la general protesta, a la gubernatura de Coahuila; sin más méritos de todos ellos que los de haber sido lacayos del actual dictador.

De los principios revolucionarios nada queda en pie. Las tierras no se han repartido, los campesinos no han sido emancipados, la raza indígena continúa irredenta.

Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios han sido y son revolucionarios, y siguen creyendo en un principio de libertad, la indignación ha estallado y la rebelión ha ido creciendo. Si ayer -en 1915- abarcaba seis o siete Estados, hoy el movimiento insurreccional contra Carranza domina toda la República no hay un rincón en ella donde no palpite el alma de la revolución, de la verdadera, de la indomable, de la incorruptible, de la que ha entusiasmado a todas las almas y sacudido todos los espíritus, desde la etapa inicial de 1910, y que obstruccionada unas veces y traicionada otras, ha seguido y seguirá arrolladoramente su curso, hasta que sean una realidad tangible todas y cada una de sus reivindicaciones.

Unificación revolucionaria mediante la eliminación de Carranza, tal es la común aspiración de todos los revolucionarios de verdad.

Así lo han comprendido, así lo sienten aún los que en un principio creyeron en Carranza y fueron sus partidarios o sus amigos.

Francisco Coss, el jefe coahuilense que en 1914 fue el primero en desconocer a la Convención y protestar su adhesión a Carranza; Luis Gutiérrez, el conocdio General que siguió siendo adicto al Primer Jefe, aún después de que la Convención hubo nombrado presidente provisional de la República a su propio hermano, Eulalio Gutiérrez; Dávila Sánchez, Lucio Blanco y muchos otros connotados defensores del carrancismo, han sabido volver por los fueros de su honor como revolucionarios, y se han declarado ya en abierta rebeldía contra el hombre que villanamente los engañara.

Carranza, aborrecido por la opinión y abandonado por los suyos, a quienes miserablemente ha mentido, se debate angustiosamente en una asfixiante atmósfera de desprestigio y de impopularidad. Lo odia el pueblo, porque ha sido el causante de la miseria, del hambre y de la falta de trabajo; lo abominan los hombres de empresa, porque se ha mostrado incapaz de dar garantías y con su obcecación ha impedido el aseguramiento de la paz; lo maldicen los campesinos, porque les ha arrebatado las tierras de sus mayores para entregarlas a los latifundistas; reniegan de él los obreros, porque ha atropellado el derecho de huelga, porque pone obstáculos a la libre discusión de los temas sociales y patrocina sin escrúpulos los más odiosos atentados del militarismo.

Los candidatos derrotados por causa de las consignas oficiales, los ciudadanos que vieron burlado su voto en los comicios, los revolucionarios injustamente postergados, los luchadores de buena fe que han presenciado el derrumbe de sus creencias y han ido a chocar contra el hecho brutal de la dictadura. Todos, militares y civiles, reformadores sociales y simples demócratas liberales y socialistas, hombres de acción y enamorados platónicos del ideal revolucionario; unos y otros, ante el desastre sufrido por los principios, ante los atropellos de la soldadesca, ante las bellacas imposiciones de gobernadores y caciques, ante la eliminación de los elementos sanos y la invasión de los puestos públicos por un Macias, un Palavicini, un Rafael Nieto, un Gerzayn Ugarte o un Luis Cabrera, protestan airados contra los autores de semejante desconcierto, y en nombre de la patria amenazada de muerte, prescinden ya de criminales personalidades y buscan anhelantes la suprema esperanza de salvación: La unificación de todos los elementos revolucionarios, la unión en apretado haz de todas las personalidades fuertes y honradas de la política reformista, para fundar la paz nacional sobre la eliminación de la odiosa figura de Carranza y sobre el cordial acercamiento de todos los hombres de pecho sano y voluntad justa que quieran colaborar en la obra inmensa, pero gloriosa, de la refundición de la patria en los nuevos moldes de la encarnación revolucionaria.

En momentos tan críticos como decisivos para el porvenir de la República, la revolución agraria invita a un esfuerzo común, contra el déspota, a todos los verdaderos revolucionarios del país, a todos los hombres que anhelan la emancipación del obrero y del campesino, a los que tengan fe en los destinos de su pueblo, a los que desean para sus compatriotas una era de bienestar, de trabajo, de paz, pero también de trascendentales y necesarísimas reformas.

A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la redención de los que han hambre y sed de justicia, los exhorta la revolución defensora del Plan de Ayala, a combinar sus esfuerzos, su propaganda, sus capacidades y sus energias de combate para emplearlas contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es hoy por hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para el restablecimiento de la paz nacional.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley

Cuartel General de la Revolución.

Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917.

El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata.