Enero 17 de 1917
Desde que los Estados Unidos se apoderaron de las Filipinas al exterminar las escuadras de la decadente España y determinaron arrebatar Panamá, a la Colombia desangrada en guerras internas; convirtieron se en potencia sobre el Océano Pacífico. Del otro lado solo había un rival posible, el Japón. La invicta agresividad japonesa, comprobada en las guerras contra China y contra Rusia, desde entonces creció obsesivamente la imaginación de los Estados Unidos. Queremos decir, que los imperialistas [sic], formada por los políticos sedientos de expansión, los trusts hambrientos de países que explotar y la prensa amarillista, oficiosa magnificadora de todos los atisbos aprovechables para tales fines.
Ya en 1901 esa prensa alarmista inventó amagos japoneses para apoderarse de la isla de Santa Margarita y de la bahía Magdalena en la Baja California, al mismo tiempo que atribuía al káiser Guillermo II proyectos para "comprar" la Baja California. En 1907, se infló el globo de que diez mil oficiales y soldados japoneses estaban concentrándose en México, para atacar el canal de Panamá. En 1908, el profeta del "peligro amarillo", el mismo emperador Guillermo II, deliró sueños de una alianza entre Alemania, Estados Unidos y China, para contener al Japón, alianza en que naturalmente entraría México. En 1911, la alarma fue porque Inglaterra trataba de proteger sus intereses petroleros y porque estaban artillando el puerto de Salina Cruz, y adaptando la vía ferroviaria del Istmo para competir con Panamá, con el agravante de estar Inglaterra aliada con el Japón. En innumerables publicaciones se ha atribuido la caída de Porfirio Díaz por su aversión yanqui. En la víspera de la revolución maderista, el gran bluff consistió en la invención de un dizque tratado de alianza entre México y Japón, del que fue su gestor el señor José Ives Limantour; la farsa se llevó al extremo de "robar" el documento a Limantour en París y "entregarlo" al embajador yanqui en México, el siniestro Henry Lane Wilson, quien se apresuró a "presentarlo" al presidente Taft, quien lo hizo publicar en The Sun y ordenó la movilización de los acorazados hacia los puertos mexicanos, por lo que protestó el agonizante gobierno porfirista.
Toda esta pólvora acumulada de intrigas diplomáticas, supuestos desembarcos de rifles, movilizaciones, documentos falsos y afanosos quehaceres de espías, a costa de la supuesta voluntad de México de aprovechar cualquier coyuntura internacional para atacar a Estados Unidos, por lo de 1847, fue afilando un designio estadounidense de aislar a México, y en definitiva "protegerlo" y sujetarlo a una sumisión absoluta a la política internacional yanqui, aparte del apoderamiento completo de su comercio y de la explotación de sus recursos naturales. No bastaba el cerco tendido alrededor de este país, con el arco de Alaska, Hawaii y Panamá en el Pacífico, y con las bases de Guantánamo en Cuba, Puerto Rico y también Panamá en el Atlántico. Cada día se encontraban nuevos pretextos o indicios de que México podía respirar por alguna parte. El caso de que un barco de guerra japonés "El Asama", hubiese embarrancado o por cualquier razón se hubiera detenido en la costa de Baja California, levantaba nuevos histerismos en la prensa de Hearst, con reflejos en el Departamento de Estado.
Así sobrevino el clímax, con la simultaneidad de la Revolución Mexicana y de la primera guerra europea. Tras el breve compás de espera que fue la presidencia del señor Madero, los asuntos de México a partir de 1913, asumen carácter de magno problema para el gobierno americano, que desde esa fecha hasta el final de la contienda mundial y la caída de Carranza, estuvo dirigido por el contradictorio presidente Wilson, resuelto a democratizar a su modo el mundo.
México convertía su guerra civil en lucha social; y con enormes sacrificios logró darse la Constitución de 1917, las primeras leyes de una nueva era, en que los pueblos reivindican su íntegra soberanía, recobran sus intereses materiales propios, y plantean un tipo de sociedad en que prevalezca la protección a los trabajadores y el disfrute de los derechos humanos. A partir de 1914, Alemania había destrozado el imperio zarista, desangrando a Inglaterra y a Francia, realizaba su primer modesto sueño de la Mittel-Europa, y estaba dispuesta a negociar una paz en que retuviera todas esas ventajas. El único peligro para esto, era que Estados Unidos, proveedores de alimentos y armas para los exhaustos aliados, se afiliaran definitivamente a éstos rompiendo su neutralidad. Todos los esfuerzos de Alemania se concretaron a principios de 1917, en dos fines: rematar a los moribundos aliados por medio de una ofensiva submarina irrestricta, que impidiese la llegada de auxilios americanos, y al mismo tiempo, amenazar suficientemente a los americanos que no se atreviesen a entrar en la contienda. Con ésta, cobraron de pronto la mayor importancia los largamente propalados amagos de un entendimiento entre Japón y México, para atacar a los Estados Unidos, o por lo menos, mantenerlos atareados con su defensa en el Pacífico.
Carranza ayudó eficazmente a instalar la democracia de Madero; había vengado el atroz asesinato de que fue víctima, combatiendo y obligando al general Victoriano Huerta a abandonar el país. Carranza destrozó el gran ejército comandado por Villa y Ángeles. Promulgó las leyes sociales en Veracruz, y firmó la Constitución de 1917. Carranza era el hombre nuevo, que con pasos de gigante se adelanto a ocupar la presidencia de la República, como el encarnador del renacido espíritu original, soberano y libre de la nación hispanoazteca. Renuentes a ver la realidad de ser un México sano y fuerte por sí mismo los Estados Unidos compelidos por el amago a sus puertas de la guerra mundial, desde octubre de 1915 y saliendo de una intervención militar y prestos a otra al año siguiente, reconocieron a Carranza de facto como la fuerza dominante en México.
Por este tiempo, el gobierno americano consideraba a México como su más importante área de inversiones, y como un hereje político-social, cuyo auto de fe aplazarían hasta mejorar las cosas. Al mismo tiempo estimaban a Venustiano Carranza, por graves experiencias en los años precedentes, como hombre imposible de manejar. Hombre que proclamaba el absoluto respeto a la soberanía mexicana y actuaba con serenidad inflexible.
Al comenzar el año de 1917, el viril Carranza amacizaba su doctrina en una Constitución y electo Presidente, solo debía abandonar el poder en 1920. Era su secretario de Relaciones Exteriores el general Cándido Aguilar, familiar suyo y estrechamente afiliado a sus principios. El presidente Wilson difícilmente iba sorteando el camino entre su promesa de no ir a la guerra, sus compromisos con las democracias, los negocios de los proveedores de guerra con los aliados, y la perspectiva de quedarse solo ante un imperio germánico dueño del viejo mundo; mientras, debía burlar las intrigas alemanas para comprometerlo en disputas con sus favorecidos y divertirlo en fantasmas bélicos por todas partes; la principal en estas maniobras diplomáticas, de espionaje, de provocación, correspondía por instigación y órdenes del secretario de Estado alemán, Arthur Zimmermann, al embajador alemán en Washington, conde Von Bernstorff, y al embajador en México Von Eckardt, asistidos por personajes que después ganaron significación en el nazifascismo, como Von Papen, de quien se aseguró que había recorrido toda la frontera México-americana organizando a millares de alemanes para producir disturbios.
Pero antes de los sucesos de 1917, otro muy importante asunto había tomado lugar, con el intento alemán de reinstalar al general Victoriano Huerta al poder en México. La autora del libro El telegrama Zimmermann, la americana Bárbara W. Tuchman, lo cuenta así, en su libro que a indudables documentos agrega también discutibles narraciones, fechas y hechos equivocados y un menosprecio y odio por los hombres y asuntos mexicanos. Huerta había sido traído de su exilio en Barcelona, por las promesas del capitán alemán Rintelen, comisionado al efecto por la cancillería de Berlín, el que ofreció al viejo sanguinario, facilitarle el acceso a los países por la frontera americana, provisto de diez mil rifles, bastante dinero, y una bienvenida que le darían los generales Félix Díaz y Pascual Orozco con potentes núcleos rebeldes; objetivo en que convino Huerta: la alianza con Alemania. Llegaron juntos, y todo fue bien, hasta que Huerta, desde Nueva York, con pretexto de ir a la exposición de San Francisco, tomó el tren del sur, y cambio en la ruta para llegar a El Paso. Allí se encontró con un fiscal yanqui, mister Cobb, quien después de aprehenderlo y dejarlo libre bajo fianza, lo internó finalmente el 9 de julio de 1915 en Fort Bliss; murió el 13 de enero de 1916. Debe consignarse que Huerta protestó rudamente contra la violación de garantías de que era víctima, y se negó a aumentar fianzas o a retirarse de la frontera. Ya preso, Huerta pidió auxilio al embajador alemán Von Bernstorff, el que se limitó a entregar la carta al secretario americano Lansing. Por otra parte, los americanos acusaban a Carranza de progermanismo; de haber aceptado una inalámbrica para comunicarse con Berlín; de haber enviado al mayor Carpio al Japón en misión para comprar ametralladoras; y veían su neutralidad proclamada en la mundial contienda, no como un ejercicio lícito de la soberanía mexicana, sino como un agravio a los aliados a Estados Unidos.
Así era el cuadro el 16 de enero de 1917, el canciller alemán Zimmermann, cuyo ascenso había sido saludado como el de un gran amigo en Estados Unidos, envió a Von Bernstorff, a Washington, para transmitirlo al embajador alemán en México, el famoso telegrama cifrado que lleva su nombre, de tanta trascendencia histórica, y cuya existencia puesta largamente en duda, aparece como indiscutible a través del libro de Bárbara W. Tuchman. Siguiendo la relación que, envuelta en humos de intriga diplomática y policíaca ofrece dicha escritora, y teniendo en cuenta otras fuentes, aparece así la síntesis del embrollo en cuestión.
Alemania tuvo en cuenta al comenzar 1917 la grave situación en que se encontraban Inglaterra y Francia, la postración de Rusia, y la repugnancia de Wilson y los americanos de entrar en la contienda. Resolvió entonces el Estado Mayor del káiser aplastar de un tremendo golpe, con la guerra submarina a los europeos, pero con un gran esfuerzo, para impedir que Estados Unidos declarara la beligerancia. Fijando el primero de febrero de 1917 como comienzo de la guerra submarina irrestricta. El 16 de enero, el canciller Zimmermann envió al embajador Von Bernstorff a Washington, para transmitir al embajador Von Eckhardt, a México, el telegrama 157, que dice: "Hacemos a México una propuesta de alianza con las siguientes bases: Hacer juntos la guerra y la paz, generoso apoyo financiero, y entendimiento de que México para reconquistar sus territorios perdidos en Texas, Nuevo México y Arizona. Por su propia iniciativa el Presidente de México debe invitar al Japón a adherirse inmediatamente y mediar entre Japón y los alemanes. Actualmente hay el prospecto de obligar a Inglaterra a hacer la paz dentro de pocos meses". "El 5 de febrero de 1917, cuando se firmaba en México la nueva Constitución, y cuando se hacía presente Henry P. Fletcher con el carácter de embajador de Estados Unidos, Zimmermann envió un nuevo telegrama, directamente a Von Eckhardt, pidiéndole a su excelencia tratar la cuestión de la alianza sin demora con el presidente Carranza, quien podría por su propia cuenta sondear al Japón. Previsto que México dudara, se le ofrecía una alianza definitiva después de la conclusión de la paz, siempre que lograra atraer al Japón".
Captado el primer mensaje por los ingleses y entregado a los americanos, tras tormentosas dudas, fue publicado el primero de marzo, y el secretario de Estado, Lansing, afirmó su autenticidad. El 3 de febrero, al comenzar la agresión submarina ilimitada, Estados Unidos había roto sus relaciones con Alemania. "Wilson no quería ir a la guerra, pero estaba ya bajo la guerra de los sucesos" esto dijo el belicista republicano Cabot Lodge. El 18 de marzo siguiente, bajo la afrenta de tres barcos mercantes americanos hundidos por los Boats, Wilson declaró la guerra a Alemania. Muchos se inclinaron a decir que el telegrama Zimmerman había sido factor de los más importantes en esta decisión. El embajador Eckhardt negó haber recibido los telegramas. En Alemania, Zimmermann negó primero la autenticidad del telegrama, pero acabó admitiendo ser el autor del plan.
En México, según Bárbara W Tuchman, el ministro de Relaciones, general Candido Aguilar, "mintió sencillamente: hasta hoy (marzo 2) el gobierno mexicano no ha recibido del gobierno imperial alemán ninguna proposición de alianza". El Ministro del Japón expresó su completa ignorancia del asunto. La política alemana en .América Latina continuó siendo la de provocar conflictos con Estados Unidos en todas partes.
Ahora es el momento en que el autor de estas líneas haga memoria, como corolario de los acontecimientos trascendentes que se vienen narrando, y cuyo índice perpetuamente honroso y orientador para México fue la alta visión y firmeza con que el presidente Carranza y todos los revolucionarios que lo sostenían, supieron probar ante el mundo que nuestra patria era una nación soberana, dueña de su propio criterio y de sus destinos, al mantener la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial; ahora es el momento de revelar una plática que considero el complemento de todo lo expresado. Ellas son las declaraciones del general Cándido Aguilar, ministro de Relaciones del gobierno de Carranza en los días en que ocurrieron aquellos acontecimientos, me hizo su último confidente, cuando se encontraba en artículo mortis, internado en el Hospital Inglés de la capital mexicana, donde dejó de existir poco después. Sus palabras que procuro estampar lo más exactamente posible, fueron las siguientes:
"El 5 de febrero de 1917 fue sin duda el más glorioso día para don Venustiano Carranza, y para todos los que seguimos su plan de restauración de la constitucionalidad y apertura de una nueva era en que México habrá de comparecer en el mundo como país liberado de minoridades y mediatismos afrentosos; usted, como mi antecesor en la Secretaría de Relaciones, y yo como secretario en esa oportunidad, podemos recordar la satisfacción inmensa y las esperanzas con que contemplamos el momento en que la Revolución, guiada por su jefe, respetable, honrado y cabal en sus decisiones, alcanzaba la meta que aspirábamos: Dar una Constitución y con ella pensábamos una pauta para el honor y la felicidad de nuestro pueblo.
"Había otro hecho -continuó el general Aguilar- que resaltaba ese momento histórico: desde el asalto de Huerta al poder, y las contingencias sucesivas, las relaciones de Estados Unidos con los revolucionarios fueran anormales, no hubo embajadores, hasta que por negociaciones llevadas a cabo, después de haber asumido la presidencia don Venustiano, convinieron los dos gobiernos fijar el 5 de febrero de 1917 para restablecer el trato amistoso y normal entre ambos países. La llegada de Henry P. Fletcher investido con el cargo de embajador por Wilson, y el nombramiento que hizo don Venustiano del señor licenciado Eliseo Arredondo como su representante en Washington, ocurrían precisamente cuando factores de gravísimo alcance, entre ellos, invento o realidad, el telegrama Zimmermann, anunciaba la ruptura definitiva de Estados Unidos con los imperios centrales. Precipitáronse los sucesos, por los estragos de la guerra submarina se intensificaba por los barcos norteamericanos que hundieron en Nueva York. Fue entonces, cuando Inglaterra solicitó al gobierno mexicano que no diéramos entrada en nuestros puertos a los submarinos alemanes; tomando en consideración de ser nuestro país neutral; hubimos de responder al Foreign Office que la obligación en este caso correspondía a la escuadra inglesa, para no dejar salir de sus escondites a los U-Boats.
"Don Venustiano en su momento más dichoso como patriota y estadista, después de la firma de la Constitución, resolvió tomarse unos días de descanso, si bien con la vista puesta en problemas locales y en la situación general del país que poco a poco iba pacificándose; y ordenó que aplazáramos todo lo que fuera posible para la solución de asuntos de poca importancia.
"El señor Fletcher estaba muy impaciente por presentar sus credenciales, para iniciar pláticas que según decía, eran del mayor interés para el presidente Carranza. Avanzando febrero, se iban acumulando y agigantándose los choques que ocasionarían con estallar en la declaración de guerra por parte de los Estados Unidos y aclarar la supuesta proposición de Alemania de una alianza con México y Japón, para atacar a Estados Unidos. Wilson, empujado por Cabot Lodge, el belicoso senador, y por el secretario de Estado Lansing, había encontrado la solución: obligar a México a declarar la guerra a Alemania, con lo que taparía el torrente de las intrigas germanojaponesas, según creían. Esta era la misión inmediata, que en forma de ultimátum escrito, traía el embajador Fletcher para ponerla a la consideración de Carranza. Informe a las peticiones del señor Fletcher, la dificultad que había por el momento para entregar sus credenciales por la ausencia de la capital de la República, del señor Presidente. El ultimátum era muy sencillo, como lo son todos los que envían los países poderosos, a los que juzgan débiles y por esto imposibilitados de oponerse a su voluntad: México debía declarar la guerra inmediatamente a Alemania, o bien, Estados Unidos iba a declarar la guerra a México.
"Profundamente entendido de la gravedad de aquella amenaza, prosiguió diciéndome el general Aguilar y con mi experiencia en casos como el de desembarcos americanos en la Huasteca, amenazas que no pudieron detener el curso victorioso de la Revolución yo, estuve firme en respetar las instrucciones del señor Carranza, de cuya sabiduría teníamos bastantes pruebas, mañosamente fui aplazando el acto solemne de la recepción oficial del embajador, dando tiempo a que cumpliera sus propósitos secretos el señor Carranza, quien en la bella Guadalajara, según noticias que diariamente nos llegaban era objeto de agasajos y manifestaciones cariñosas no sólo populares, sino de la sociedad tapatía".
Anotamos que la declaración del general Aguilar coincide con lo que expresa en la página 188 de su libro Bárbara W. Tuchman:
"La presión americana para que Carranza repudiara a los alemanes, no alcanzó más que los esfuerzos que Wilson había hecho sobre el general Huerta para hacerlo saludar la bandera. Aun cuando el embajador Fletcher viajó para ver personalmente al presidente mexicano en Guadalajara, Carranza quedó truculentamente (así) incooperativo. Él debería decir solamente, que ninguna proposición alemana se le había hecho a él; y evitó responder a la pregunta de lo que haría si semejante proposición se le hiciera" .
A su vez, informó el Embajador, al señor Carranza sobre la proposición que había hecho su Gobierno, de que se llevase a cabo el embargo y embarque de armas a los combatientes.
"No pudiendo dilatar más a las instancias, del Embajador, quien me había entregado el ultimátum, le prometí transmitirlo al Presidente; estuve de acuerdo en acompañarlo a Guadalajara para entrevistarme con el señor Carranza. El ultimátum lo llevaba yo, oculto en mi equipaje, y nadie supo de él hasta entonces; lo había traducido al español la empleada de Relaciones, señorita María Méndez, quien era la encargada de guardar nuestro código cifrado. Ciertamente los días en que forzadamente pude resistir ante las instancias del embajador de Wilson quien apremiaba la decisión de México contra el káiser, fueron angustiosos, pues esperábamos de un momento a otro, los informes de Washington sobre la situación general, se hacían más alarmantes y confusos, cualquiera estallido bélico dirigido a contrarrestar los efectos de la aniquilante ofensiva submarina, podría envolver a nuestro país, ya que las acusaciones de la prensa amarillista de Hearst enrostraban a México el cargo, de ocultar en sus puertos y aprovisionar de combustibles, a los temidos U -Boats.
"Por otra parte, en el camino a Guadalajara, prevalecían grupos beligerantes, que ofrecían indudables peligros que yo no dejaba de argumentar como excusa para ver al Presidente; más el Embajador había querido hacerle frente a todo. Sus instrucciones eran Imperiosas. Esa prisa sugiere la idea de que Wilson intentó detener la tormenta que se le venía encima, por su demora en declarar la guerra, persiguiendo un adelantado gesto belicoso de México, al cual la prensa amarillista y los senadores encabezados por Cabot Lodge, habrían tenido al menos, que saludar como un triunfo diplomático. Pero conocedor yo de los tamaños de nuestro Presidente y de su inquebrantable decisión de mantener a México en el pleno dominio de su independencia, sin sumisión a necesidad o caprichos extraños, hube de resistirme con toda mi firmeza a la presión del Embajador, apegado a la táctica de dejar pasar el tiempo, con lo que estaba seguro de mantener imperturbable la monolítica actitud del señor Carranza. Hablando pues en el lenguaje propio de nuestro pueblo, me clavé aquel ultimátum, confiado en la bondad de nuestra causa y a la buena fortuna de México, que tantas veces ha podido salir indemne de tremendos peligros.
"El viaje a Guadalajara, lento por el estado de las vías, no se efectuó sin sobresaltos; más de una vez la presencia de partidas insurrectas que obligaban a detener la marcha del convoy y a tomar posiciones de combate a nuestra escolta, dio ocasión a que el Embajador justificara mis demoras. Sobrepasados esos incidentes, llegamos a Guadalajara.
"En la hermosa capital tapatía esperaba el señor Embajador otra muralla de dificultades. El Presidente estaba ocupado en la solución de incontables asuntos urgentes, unos relativos a las campañas que aun se libraban en el norte contra los dispersos grupos villistas, en el centro contra los remanentes zapatistas siempre activos en varias comarcas, y en muchas otras regiones donde todavía no terminaba del todo la pacificación; pero además, dedicaba gran parte de su tiempo en la reorganización civil de los estados de occidente. Instruyó entonces el señor Carranza al personal que lo acompañaba, pues ante la inusitada prisa del Embajador por legalizar su situación quizás había entrado en sospechas sobre la principal misión que traía, para que improvisaran y se deshicieran en bienvenidas y agasajos con el señor Embajador norteamericano, suscitando esta actitud oficial un entusiasmo parejo en la brillante sociedad tapatía, amiga de las fiestas en que pueden ostentarse la hermosura de sus mansiones coloniales, la belleza de las damas y el lujo de sus costumbres antañonas. Invitaciones a saraos, a días de campo, a conocer edificios virreinales y lugares próximos deleitables, de todo esto pudo gozar el señor Embajador en los primeros días de su estancia en aquella urbe que reúne tan variados atractivos bajo el encanto de sus cielos y de su clima. Y sospechamos que la delicia del señor Fletcher hubiera sido completa, si la ominosa carga que traía en su cartera hubiera sido menos punzante.
"Mas llegó por fin el día en que el señor Carranza hubo de fijar fecha para la entrega de credenciales. Cruzados los breves discursos que contenían los cumplidos de rigor en tales ocasiones, ni tardo ni perezoso el señor Fletcher presentó ante el presidente Carranza, sin eufemismos, el dilema que imponía Washington: '0 ruptura inmediata con Alemania, o guerra contra México'.
"Como yo lo esperaba, en aquella entrevista que pude presenciar como secretario de Relaciones que era, la posición del señor Carranza fue perfectamente clara e invariable: 'Yo no tengo motivo para romper relaciones con Alemania' dijo. Y ante los argumentos expuestos por el Embajador, y acotados éstos, ante la reiterada imposición del dilema trágico, el Presidente sin mostrar ni temor ni impaciencia, y con plena conciencia de todo lo que se jugaba en sus palabras, confirmó su imposibilidad de romper relaciones con una nación de la que México no tenía nada que sentir, y de la que siempre había sido amigo nuestro país.
"Expuesto todo el acervo de las instrucciones que traía, el representante de Wilson, preguntó al señor Carranza: ¿Y el telegrama Zimmermann? ... Sin enturbiarse un punto la claridad de sus anteojos, el grande hombre de México, respondió a Fletcher: 'Usted acaba de decirlo, el telegrama, en caso de que exista, es de Zimmermann, no es de nosotros para él. No tenemos ningún conocimiento de ese telegrama ni podemos ser responsables de actos ajenos'. Y tendiendo en la mano el papel del ultimátum para devolvérselo a Fletcher, terminó el diálogo con la misma decisión con que había empezado: 'señor, yo no tengo absolutamente motivo para hacer la guerra a ningún país'.
"Y allí quedó el pavoroso dilema. Quizás esperando nueva ocasión para reabrir tan rudo e infortunado tema, el señor Embajador despidióse del Presidente. Quizás en Washington se comprendió, ante la actitud de Carranza, cuán injusta además de oprobiosa e inconveniente, sería una nueva agresión contra México, cuando precisamente se había hecho el reconocimiento del gobierno de Carranza para evitarla, teniendo por delante los submarinos y los ejércitos del káiser Guillermo II. El dilema era de una guerra obligada contra Alemania o contra los Estados Unidos, que los belicistas de Washington intentaron someter a México, se deshizo así ante la lógica y ante los mundiales sucesos de 1917".
Fuente: Fabela Isidro. Arengas revolucionarias. Mis memorias de la Revolución. Memorias de un diplomático. México, Instituto Mexiquense de Cultura (Col. Biblioteca Isidro Fabela: Obra Histórica. 1994.
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