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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1916 Forjando Patria. Manuel Gamio

I. FORJANDO PATRIA

En la gran forja de América, sobre el yunque gigantesco de los Andes, se han batido por centurias y centurias el bronce y el hierro de razas viriles.

Cuando al brazo moreno de los Atahualpas y los Moctezumas llegó la vez de mezclar y confundir pueblos, una liga milagrosa estaba consumándose: la misma sangre hinchaba las venas de los americanos y por iguales senderos discurría su intelectualidad. Había pequeñas patrias: la Azteca, la Maya-Kiché, la Incásica...que quizá más tarde se habrían agrupado y fundido hasta encarnar grandes patrias indígenas, como lo eran en la misma época la patria China o la Nipona. No pudo ser así. Al llegar con Colón otros hombres, otra sangre y otras ideas, se volcó trágicamente el crisol que unificaba la raza y cayó en pedazos el molde donde se hacía la Nacionalidad y cristalizaba la Patria.

Durante los siglos coloniales llamearon también las fraguas gestadoras de nobles impulsos nacionalistas, sólo que los Pizarro y los Ávila pretendieron cincelar patrias incompletas, ya que nada más se valían del acero de la raza latina, dejando apartado en la escoria el duro bronce indígena.

Más tarde, al alborear el más brillante de los siglos pretéritos, varones olímpicos empuñaron el mazo épico y sonoro y vistieron mandil glorioso. Eran Bolívar, Morelos, Hidalgo, San Martín, Sucre          Iban a escalar la montaña, a golpear el yunque divino, a forjar con sangre y pólvora, con músculos e ideas, con esperanza y desencantos, una peregrina estatua hecha de todos los metales, que serían todas las razas de América. Por varios lustros se escuchó martilleo fragoroso que hacía retemblar altas sierras, agitarse frondas vírgenes y lucir crepúsculos siempre rojos, como si la sangre salpicara hacia lo alto. En Panamá, donde se besan mares y continentes, llegó a vislumbrarse entre resplandores de epopeya una maravillosa imagen apenas esfumada de la gran Patria Americana, Única y grande, serena y majestuosa, como la cordillera andina.

Todavía no era tiempo. El milagro se deshizo. Aquella sublime visión de patria fue perdiéndose como las brumas del océano o las neblinas de la sierra. Pasaron a vida mejor aquellos varones que hoy se antojan semi-dioses homéricos.

Más tarde, durante la vida independiente de esos países, se cambió de idea; ya no se iba a modelar una sola gigantesca patria, que cincelaran a una todos los hombres del Continente; sino mirando a la tradición se formarían patrias poderosas que correspondieron a las divisiones políticas coloniales. Desgraciadamente la tarea no fue bien comprendida; se pretendió esculpir la estatua de aquellas patrias con elementos raciales de origen latino y se dio al olvido, peligroso olvido, a la raza indígena o a título de merced se construyó con ella humilde pedestal broncíneo, sucediendo a la postre lo que tenía que suceder: la estatua, inconsistente y frágil, cayó repetidas veces, mientras el pedestal crecía. Y esa pugna que por crear patria y nacionalidad se ha sostenido por más de un siglo, constituye en el fondo la explicación capital de nuestras contiendas civiles.

Toca hoy a los revolucionarios de México empuñar e! mazo y ceñir el mandil del forjador para hacer que surja de! yunque milagroso la nueva patria hecha de hierro y de bronce confundidos.
           
Ahí está e! hierro.. Ahí está e! bronce   i Batid hermanos!

XV ASPECTOS DE LA HISTORIA

Valores de la historia.-En nuestro parecer la Historia posee dos valores: el especulativo y el trascendente. En efecto, la Historia es, en general, el conjunto de informaciones relativas a la naturaleza, origen, carácter, evolución y tendencias de las civilizaciones del pasado. Cuando estas informaciones existen en las bibliotecas o en la mente de los hombres estática y pasivamente, el valor de la historia es especulativo. En cambio, la historia ofrece valor trascendente, si la consideramos como un copioso índice, como fuente inagotable de experiencias por medio de las cuales la humanidad ha alcanzado sus diversas etapas de florecimiento y decadencia y sobre todo, si utilizamos esas experiencias para acrecentar el bienestar de las civilizaciones contemporáneas. En efecto, la atinada observación y progresiva aplicación de esas experiencias, perfecciona e imprime continuada marcha ascendente a las manifestaciones y conocimientos humanos, como sucede con el conocimiento científico que cada día es más extenso y mejor fundado. Naturalmente, no puede generalizarse a este respecto, pues hay manifestaciones en las que la evolución no ha sido exclusivamente ascendente, no obstante la influencia de las respectivas experiencias históricas, por ejemplo: el Arte y la  Moral de los pueblos, florecen y decaen sucesivamente, no bastando a impedirlo toda la experiencia del pasado.

Aquellas experiencias constituyen por sí mismas a la historia, pero permanecen mudas, invisibles, si no atinamos a distinguirlas, clasificarlas y exponerlas. Son como el oxígeno del aire o como los astros de séptima magnitud, que sabemos que existen pero no podemos hacer práctico nuestro conocimiento si ignoramos los medios de distinguirlos, de aislarlos y caracterizarlos. Es, pues, indispensable saber observar, fijar y exponer las manifestaciones materiales e intelectuales que en conjunto forman la historia de los pueblos.

En este artículo de simple vulgarización sería cansado para el lector y difícil para el autor, abordar los aspectos todos que entraña la realización de tan ardua tarea, así que sólo nos referiremos a tres de los más importantes que ofrece nuestra historia.

¿Qué límites cronológicos y geográficos corresponden a nuestra historia; qué puesto ocupa y qué función desempeña con relación a los demás conocimientos?

Estas cuestiones no han sido resueltas en México y aunque no abrigamos la vanidad de pretender resolverlas satisfactoriamente, nos asiste, como a cualquiera, legítimo derecho de exponer lo que pensamos sobre el particular, a reserva de acatar por anticipado las rectificaciones y censuras que justificadamente se nos hagan.

Límites cronológicos.-La historia de México presenta en sus orígenes, puntos de partida más o menos alejados del presente, según sea anterior o posterior la adquisición que hayamos hecho de conocimientos relativos a los antecedentes de las agrupaciones sociales que han integrado e integran nuestro país. Hay puntos de partida de nuestra historia que se remontan a decenas de siglos y hay otros que sólo están alejados algunos lustros o que aún no aparecen en la perspectiva histórica. Por ejemplo, la cronografía maya ha llegado a ser en la actualidad un conocimiento de estricto carácter histórico cuyo punto de partida se remonta a muchas centurias. Los antecedentes de la familia azteca de Tenochtitlán comienzan a tener carácter histórico durante el siglo XIV, segÚn lo atestiguan los manuscritos jeroglíficos, la arquitectura, la escultura y las explicaciones que a raíz de la Conquista suministraron sobre estos monumentos, indígenas contemporáneos. En cambio, hay agrupaciones indígenas como los Lacandones de Chiapas y los Huicholes de Tepic y Jalisco que hasta el siglo pasado empezaron a ser conocidos históricamente; por último, existen todavía agrupaciones mayas en el Petén mexicano que son desconocidas desde cualquier punto de vista, no sólo desde el histórico.

No comienza pues nuestra historia desde que los conquistadores hispanos aparecieron en playas mexicanas, según se ha proclamado hasta hoy, sino en distintas épocas anteriores y posteriores a la fecha de tal acontecimiento.

Límites geográficos.-La historia de México debe comprender directamente el estudio de los antecedentes de las agrupaciones sociales que constituyen y constituyeron a la población del territorio mexicano e indirectamente el de los pueblos extraños que han influido en nuestro modo de ser o han sido influencia dos por nosotros. Directamente hay que considerar a la población de nuestro actual territorio; a la de Centroamérica hasta Panamá (Chiriquí) que es a donde llegó nuestra influencia precolombina, y a la del territorio norteamericano que antes fue mexicano. Indirectamente debe tenerse en cuenta el pasado histórico de España, Repúblicas Sudamericanas, Estados Unidos y Francia, pues son naciones que ejercieron importante influencia en nuestra vida pretérita. Habrá además que conocer la historia de los demás países en general, pues remota o cercanamente todos los pueblos se han influenciado entre sí.

Límites específicos.-Muchos tomos en gran folio se han escrito; sendas discusiones bizantinas se emprendieron; ,se desgranó la elocuencia de brillantes discursos y...aún no se consigue determinar satisfactoriamente el puesto que corresponde a la historia en las clasificaciones científicas, ni por lo tanto qué conocimientos están dentro de su concepto, I ni cuáles excluye. N o contribuiremos con una línea a esa pugna de sutilezas. Por nuestra parte creemos que todo lo que ha existido, tangible o intangible, en el mundo material o en el intelectual es "historiable". Lo importante es elegir e n el mundo ilimitado de lo historiable, lo que nos convine para determinado fin e historiarlo sensatamente. Si, por ejemplo, somos comerciantes en cereales alcanzaremos mejor éxito si historiamos lo referente a esa actividad, p entonces podremos conocer el por qué del éxito o del desastre de quienes nos han precedido en esa ocupación. Este ejemplo, que parece que está fuera de lugar, está muy dentro de él, bastando saber, para convencerse de ello, que varios de los notables éxitos agrícolas, industriales, etc., etc.,de la Alemania moderna y de otras naciones, se deben en buena parte al extenso e intenso acopio de antecedentes históricos hechos sobre cada una de esas actividades.

Proponemos, pues, que en las cátedras no se limite artificialmente el concepto y el campo de la historia, ni se le adosen empíricas clasificaciones memorísticas, que si al especialista ofrecen escasa utilidad, deprimen la mente estudiantil. ¿ No vemos a algunos de nuestros historiadores de polendas exponer y confundir diariamente los términos: historia, prehistoria, arqueología?

Criterio integral.-Nuestra historia, que debiera ser la integración de informaciones verídicas, relativas a todos los aspectos de toda la población mexicana, en todas sus etapas evolutivas pretéritas, no es hasta hoy más que una recopilación incompleta de informaciones verídicas en veces y en otras dudosas, sobre algunos aspectos, de algunas agrupaciones mexicanas, en algunas de sus etapas evolutivas.

Prejuicios corrientes.-Preferentemente se considera el pasado de las clases sociales de civilización derivada de la europea, como si no fuera de capital importancia el de la clase indígena, que es base de la población. Se emprende escasa investigación histórica original, repitiéndose cansadamente lo que han expuesto los investigadores primitivos o fundamentales. Se ha sido personalista en vez de generalizar la observación: presidentes, emperadores, arzobispos, magnates, unidades sociales en fin, atrajeron la atención casi exclusiva del historiador y en cambio en las multitudes, cuyas acciones y reacciones son deprima importancia para el conocimiento del desarrollo de los fenómenos sociológicos, apenas se hizo hincapié. Hubo preferencias específicas: las órdenes religiosas, las políticas, las militares, fueron descritas y comentadas sus respectivas actividades, en tanto que ignoramos la historia de nuestras artes plásticas y de nuestros artistas, de las industrias y de los industriales, del comercio y de los comerciantes, de la agricultura y de los agricultores. Se ha incurrido con frecuencia en parcialidad, es decir, se ha intentado hacer obra histórica con criterio religioso, con criterio político, etc., etc., con lo que, claro es, se desnaturaliza el carácter de cualquier investigación; puede hacerse historia de la política, de la religión, de lo que se quiera, pero con un solo criterio, que siempre debe ser el criterio de la verdad.          '
EL BELLO ASPECTO

Hay un aspecto de la Historia puramente descriptivo y encaminado a instruir agradable aunque superficialmente al lector, quedando relegada a otros aspectos la consideración de inquisiciones críticas, métodos apropiados y acertados puntos de vista.   

Mostremos un ensayo sobre ese aspecto de nuestra historia, sin pretender que se le atribuya valor literario, de que anticipadamente advertimos carece.

México, con más títulos que cualquier otro país de América ostenta un pasado grandioso que no sólo es de atractivo para el, hombre de estudio, sino para cualquiera que ame el ambiente de misteriosa belleza en donde viven las cosas que ya pasaron.

La tradición indígena, realista, vigorosa y pintoresca, nos deja mirar cómo era y cómo pasaba la vida de los mexicanos antes que llegara la Conquista: artes originales y novísimas para nuestro criterio estético. Industria ingeniosa de múltiples manifestaciones. Organización social complexa, fuerte y sabia. Rituales extraños en los que sangre fresca,. "copalli" cristalino y goma ennegrecida, constituían la más devota ofrenda; panteón ilimitado, donde tuvieron cabida desde el dios generador de la existencia hasta los cuatrocientos dioses del vino y de la embriaguez. Instituciones militares que pusieron asombro en los capitanes hispanos...

Estas y otras manifestaciones reviven a nuestros ojos a la raza vencida; percibimos el ambiente de gloria en que se hizo grande, la miramos de relieve, palpamos casi, su carne cobriza, oímos su alarido bélico, sentimos el pavor y la admiración que llevaban consigo los guerreros de Cortés cuando en la "noche triste" hallaron medida a la pujanza de ese pueblo que sabía perder la vida como arrancada. Asistiremos también a la imponente agonía de esos hombres que resistieron el histórico sitio de varios meses durante los cuales la miseria fue tal que se devoraban los insectos del lago, las culebras y hasta los cadáveres de los que murieron por hambre y enfermedad e). Después sobrevino lo inevitable: la rendición; y el cuadro es de tal relieve que parece que lo vemos': las deidades ruedan desde lo alto del templo despostillando los angostos escalones rituales; el humo sagrado de los braseros policromos no se tuerce ya en volutas caprichosas. El templo está vacío; sólo se divisa una cruz por cima de todo y a lo lejos, por canales y calzadas, reflejos como de incendios que envían las armaduras de los vencedores. Mucha sangre enrojece, como un manto real, a la ciudad que agoniza.

Entonces, Cortés, el invicto guerrero que también es administrador y estadista, continúa conquistando, coloniza, construye, legisla; lanza las primeras semillas de cultura europea en surcos americanos y en cambio arroja raudales de oro americano en arcones de Castilla.

Más tarde, aparecen las audiencias, en las que, más que otra cosa, se acusa, se intriga, se infama, por tal de alcanzar 'éste o aquel beneficio, sin parar mientes jamás, en que el triunfador recoge el botín de entre un lago de sangre, que a la postre siempre es sangre indígena; por fortuna, a la par que humillaciones y heridas, reciben los aborígenes el consuelo muy grande que les imparten los misioneros. Para entonces ya se nota la fusión que empieza. Hay mezcla de sangre, de ideas, de industrias, de virtudes y de vicios: el tipo mestizo aparece con prístina pureza pues constituye el primer armonioso producto donde contrastan los caracteres raciales que lo originan, siendo de verse doncellas núbiles de grandes ojos negros, blanquísimos dientes apretados y manos y pies diminutos, que pregonan abolengo indiano, mientras la undosa cabellera castaña y la tez apiñonada que cubre pelusilla de oro, son el clamor de la sangre de España. La arquitectura impuesta es arábigo-española, pero en su ejecución resulta irremisiblemente influenciada por la técnica del obrero indígena en cuya mente todavía viven los contornos y lineamientos de los teocallis y la rica ornamentación de sus palacios, de sus joyas, de sus telas: las flores que se prodigan en la ornamentación mudéjar son representadas por el típico xóchitl o flor que aparecía en 'los relieves y pinturas del arte pagano; los festones de acanto y laurel esculpidos en las jambas de las puertas resultan, si se les examina detenidamente, guías de plumas superpuestas idénticas a las que adornaban a la imagen de QuetzalcoátI, la mítica "serpiente de plumas preciosas". El Cristianismo predicado a ruegos y súplicas por los misioneros, y a tajos y mandobles por la soldadesca, todavía nos es comprendido por los catecúmenos; la madre de Dios inspira a los nativos amor y respeto porque miran en ella a su diosa de las cosechas, a su diosa de las aguas, a su diosa de los amores: es la misma Tonatzin que ha cambiado de vestiduras rituales.

Los virreyes, representantes absolutos de su Majestad Católica, se presentan en el escenario que dos océanos limitan; hay un Mendoza que es enérgico, pero justiciero y realmente cristiano; un Velasco que irrita a los peninsulares por el amor que otorga a los parias sojuzgados, quienes le llaman "Padre de los indios". Hay muchos de altísimas y precIaras virtudes; hay empero muchos más que son incoloros, indolentes, egoístas; que no saben o no quieren saber dónde está el oprimido y dónde el opresor. Hay, por último, un puñado de ellos cuya obra siniestra todavía parece roja por la sangre que destila. Esta época es de leyendas caballerescas, de crímenes que encubre el misterio, de misticismo exagerado, de enriquecimientos súbitos, de florecimiento artístico. . Surgen la nobleza criolla, nobleza que es de sangre en veces, pero las más de fortuna, la cual adula al español, tolera apenas al mestizo y casi no sabe que existe el indio si no es para labrarle sus tierras y excavar en sus minas. Los conventos se cuentan por centenares y la vista tropieza de continuo con hábitos azules, blancos, negros. La Santa Inquisición afila siempre sus garras y de noche o de día las clava en viejas carnes flácidas, en turgentes y sonrosadas donde la vida palpita tumultuosa o en blandas y mustias, ajenas aún al grito de la pubertad. En cada esquina hay agonizantes farolillos que no alcanzan a iluminar el nicho de algún santo milagroso ni menos los rostros de la gentuza que en mitad del arroyo riñe o desvalija a algún viandante. Las fortunas son fabulosas: vajillas de oro para los grandes días y de plata las ordinarias; profusión de sedas, joyas, perfumes y vinos preciosos, que vienen de Europa, de China, del Japón, de la India. .. La devoción, el arte y la vanidad construyen con encaje de oro, piedra y mármoles, palacios suntuosos que harían buen papel en la capital del reino y riquísimas catedrales que nunca se llenaban de fieles por lo espaciosas que eran...

Luego de toda esa larga vida nacional, llega la Independencia con sus ampos de luz y sus torrentes de sangre; todo cambia, se transforma, se aniquila, pero a la vez todo renace, surge, evoluciona y se eleva. Se diría una hoguera donde viejas joyas que deslustraron los siglos y macularon muchas manos, fueron depuradas hasta hacer de ellas un chorro brillante de oro purísimo con qué hacer nuevas formas.

La primera mitad del siglo XIX no fue para México la era prometida, el período de cristalización y fortalecimiento que anhelaban y pensaron los heroicos independentistas. Lágrimas, dolor y sangre, siguieron brotando por doquier, no obstante que el ideal glorioso de emancipación era ya realidad tangible. Nadie sabía dónde quedaba la Patria. Se peleaba por vivir y se vivía para pelear. Insana desorientación hizo presa de todas las almas. Medio territorio que se perdía para siempre, costó menos sangre mexicana que la vertida en cualquiera de las guerras civiles. Los airados gritos de agonía de Chapultepec y Molino del Rey, proclamaron empero que aún no expiraba el honor nacional.
Tras ese drama, el más hondo de los dramas patrios, siguió corriendo sangre como precio de luces libertadoras que venían a desgarrar las tinieblas de muchos años pasados. La Reforma y la Constitución de 57 parecieron dos antorchas que iban a iluminar para siempre el camino de la Patria.

Desgraciadamente, volvió a obscurecerse el horizonte nacional y se adormecieron impulsos nobles apenas iniciados. Era que brillantes vestiduras ocultaban el reverdecimiento de llagas y cánceres.

Entonces estalló la revolución de 1910 que como segunda Independencia vino a derribar estructuras viciosas, sólo que en esta vez la piqueta demolió más alto y cavó más hondo. La revolución aún no termina en todos sus aspectos. Hay pues que limitarse a observar y a recopilar lo que puede llamarse "material histórico palpitante", pues no son otra cosa las informaciones que se basan, no en documentos más o menos fidedignos, sino en observación directa, experimental, de la existencia que se vive. Después se formará la historia de la Revolución.

EL ASPECTO OBJETIVO

Si se pregunta a un ciego qué concepto se ha formado del mundo en que vive, su opinión diferirá grandemente de la que tiene un hombre que ha mirado siempre lo que le rodea. Dirá que la emoción estética producida por la música es en él más honda; que estas ideas morales son más elevadas que aquéllas; que la suavidad de algunos cuerpos es grata a su tacto, mientras que la aspereza de otros le es repulsiva; hallará delicioso un manjar o bien detestable. En cambio desconoce las bellezas de la materia; para él no hay cielo azul, ni océano tumultuoso, ni montañas agrestes; no podrá conmoverse ante los gestos de dolor, de alegría, de cólera, que se miran en los rostros de los hombres. Su concepto es incompleto, su vida está fraccionada, es media vida.

Pues bien, desde el punto de vista histórico, vivimos en un mundo de tinieblas, casi no percibimos la pintoresca vida del pasado, nuestro concepto es incompleto y pobre.

La evocación de cualquier etapa de la historia resulta pálida, incolora, inexpresiva, porque si bien podemos reproducir fielmente el aspecto abstracto, ideal, de ese período, nos es imposible contemplar su aspecto material. Por ejemplo, elijamos los tiempos de Moctezuma II: Valiéndonos de las crónicas y de los manuscritos indígenas, nos será posible conocer las ideas políticas de la época, las míticas, las morales, las estéticas y aun las distintas instituciones de carácter religioso, civil, militar y político, etc., etc. Ese es el ambiente abstracto de la época yeso es lo que aprendemos en la escuela para olvidarlo al abandonar ésta. Sí, en cambio, reconstruimos por todos los medios -fotografía, pintura, escultura, arquitectura, objetos auténticos, etc., etc.- modelos típicos de templos y palacios propiamente decorados; indumentaria pintoresca de monarcas, nobles señores, sacerdotes, guerreros, industriales y esclavos; utensilios domésticos y rituales; escenas y ceremonias, etc., etc. ... Si contemplamos todo esto en su representación material y conocemos además las ideas que presidieron a. su creación y producción, nuestro conocimiento será completo, el concepto legítimo y las emociones que la belleza de ese período histórico despierta en nosotros, vigorosas y naturalmente originadas y no artificiales y débiles como sucedería si sólo conociéramos el aspecto teórico o abstracto. Y lo que hemos apuntado sobre etapas de la vida precolombina mexicana puede también decirse de la Colonial y de la contemporánea a la Independencia.

¿Qué puede hacerse en pro del objetivismo histórico?
           
Desde luego hay que fomentar la ampliación de los museos existentes y crear otros, implantando en ambos métodos expositivos eficientes, clasificaciones descriptivas adecuadas y guías o catálogos de utilidad práctica.

Además, capítulo de alta importancia, hay que empezar a escribir historia objetiva, hay que emborronar menos cuartillas e incluir más ilustraciones y sobre todo, debe hacerse concordar lo que se escriba con lo que relativo a la época descrita exista en los museos o en otros lugares: objetos diversos, indumentaria, arquitectura, escultura, etc., etc.
 

XVIII. LA POLITICA y SUS VALORES
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La realización de cualquier empresa, la eficiencia de toda obra, requieren el concurso de elementos de valor real. Para que sea útil y eficiente la futura colaboración de los partidos políticos en la obra de reconstrucción apenas iniciada, es preciso que dichos partidos posean valor práctico, positivo, que ofrezcan utilidad verdadera y no aparente. Si ha de continuar reinando el viejo concepto sobre política, es preferible que no resurjan aquéllos.

LA POLÍTICA DEL PASADO

En general, nuestros políticos profesionales nunca valieron por sí mismos; carecían de eficiencia individual, como lo han demostrado siempre en el destierro, donde, con raras excepciones, viven unos de lo que antes mal adquirieron, mientras otros, que son los más, vegetan miserablemente, incapacitados del intelecto e impotentes para el esfuerzo físico. En todos los países brilla el Sol y hay trabajo para quien ama el trabajo. ¿Qué otros títulos que los de parásitos nocivos y entes oropelescos y farsantes, convienen a individuos que bajo el cielo del terruño se hacen aparecer como figuras gloriosas y al pisar otras tierras, hacen alarde de los dineros estafados o no atinan -cuando carecen de ellos- a conquistar honradamente un pedazo de pan? ¿Qué trascendencia nacional pueden tener las asociaciones o "partidos" que forman anormales de ese género?

La política mexicana, sensible es decirlo, tuvo dos orientaciones convergentes, claramente perceptibles: alcanzar poder y alcanzar riqueza, y esto por un contado número de individuos. Los medios para- alcanzar tales fines, consistieron principalmente, en la adulación jerárquica; sistematizada y extendida hasta círculos que no siendo políticos, se contaminaban fatalmente. A esos medios reprobados, daban fuerza, cuando era necesario, las amenazas, los cohechos y. los sobornos.

Cuando se era rico, el dinero servía para hacer política y alcanzar poder, vanidad que sigue a la posesión del dinero; por entendido queda, que tal poder era ficticio, ya que de hecho se reconcentraba en poquísimas manos; pero, en fin, la farsa autosugestionaba. Cuando se era pobre, se hacía política para escalar el poder y valiéndose de él, se acumulaba dinero por medio de "Concesiones, prebendas, etc., etc. Una minoría de hábiles o "primates políticos" triunfaba indefectiblemente y obtenía riqueza y poder, sirviéndole de escalón una gran masa de politiquillos o politicastros que no obtenían más poder que el problemático que les daba el fuero o la protección oficial, ni más medro que míseras limosnas concedidas a título de subvención por empresas y servicios imaginarios, porque eso sí, la primera característica del político, era hacerse atmósfera a cargo del presupuesto, nunca al del propio peculio.

Los primates de la política siquiera lucían valores aparentes y se formaban a sí mismos: discursos efectistas carentes de fondo; campañas de prensa en las que campeaban adulación servil o insulto procaz, jamás ideas; banquetes a todas horas, y en todos los sitios, vinieran o no a cuento; sacrificio voluntario del honor oficial y del personal; renuncia de la dignidad humana en ridículas mojigangas o manifestaciones pseudo-políticas, etc., constituían el mecanismo, el modo de hacer política. Los politicastros, infelices por nacimiento, carneros de Panurgo, eran dados a luz por obra y gracia de padrinos más o menos influyentes, los que, en cambio de ese alumbramiento, exigían de esas criaturas putativas, vitalicia fidelidad canina. En resumen, se procuró de continuo que la vida política de quince millones de almas, estuviese consagrada a conservar rico y poderoso al pequeño grupo de pulpos políticos que paralizaban el desarrollo nacional.
           
El campo de la política, que como hemos expuesto, se había transformado en charca deletérea, fue saneado por la Revolución: hoy no existen alimañas que hagan política militante, o si acaso permanecen en estado de larva, escondidas en el cieno, donde morirán pronto por falta de oxígeno; es también posible que, por mimetismo explicable, elementos considerados como revolucionarios, sean gérmenes virulentos de la política de antaño, en cuyo caso, se hace necesaria su rápida extinción.

LA POLÍTICA DEL FUTURO.

Los intereses.-Ingenuos idealistas, deploran que la política sea en fondo y forma una pugna de intereses. Sí, pugna de intereses es, y no puede ni debe ser otra cosa la política, puesto que la vida de los pueblos está connaturalizada con los intereses materiales o abstractos, y como cada agrupación social tiene el derecho de procurarse una vida mejor, y de fomentar para ello, el desarrollo de sus intereses, claro es que se establece una pugna estimulante cuando todas las agrupaciones sociales tienden hacia la mejoría de vida e intereses. ¿ Por qué, entonces, se argüirá, es criticable la política de antaño que era representativa de grandes intereses? Precisamente, porque esa política protegió los grandes intereses de insignificante minoría de clases e individuos y desatendió y perjudicó los pequeños intereses de una enorme mayoría, lo que, lógicamente, trajo consigo, inmediato desequilibrio, y después, el derrumbamiento de tan inestable edificación.

Si, por ejemplo, todos los mexicanos hubieran sido "científicos" en la era de Díaz, la política que se adoptó, habría sido ideal, por convenir al bienestar de todos, ya que fomentaba sus intereses por igual. En preconizar el establecimiento de gobiernos que procuran impulsar y alcanzar el desarrollo y el mejoramiento armónico, paralelo y efectivo de los intereses de las diversas agrupaciones sociales, deben consistir las tendencias y los fines de la política, siendo la verdaderamente democrática la que ofrece mejores garantías a la Nación, puesto que favorece equitativamente todos los intereses.

Origen legítimo de la política.-Para no entrar en disquisiciones alambicadas, diremos que la política se divide en dos ramas divergentes, nace de dos entidades teóricamente antagónicas: 1º-El Gobierno establecido está obligado a procurar a la población, el mayor bienestar posible y debe hacérselo saber y palpar, para que continúe otorgándole confianza y apoyo. Debe, también, corregir las deficiencias justificadas que en su administración señalen amigos y enemigos. En esto, sintéticamente, debiera consistir la política gubernamental. 2º-La política de oposición: el término "oposición", no entraña precisamente hostilidad hacia el gobierno establecido, sino meramente oposición en cuanto a criterio. Esta política, debe consistir en estudiar desde convenientes puntos de vista, la naturaleza y necesidades de la población, a fin de conocer los mejores medios de procurar su mejoría. Con la posesión de tales datos, la oposición ya puede justificadamente señalar las deficiencias del gobierno establecido y las ventajas que una nueva plataforma o programa político pueden suministrar en d futuro. Por tales medios, se atrae la opinión pública el partido oposicionista más competente y apto. Así, no de otra manera, deben emprenderse campañas políticas.

Personalidad de los políticos.-Debe ser considerada como ridícula, la súbita aparición de individuos que sin valimiento persona! alguno, son considerados o se consideran a sí mismos, como "personalidades políticas", cuando sólo podría convenirles el dictado de intrigantes. Ya no es preciso, como antes, hilvanar frasecillas de relumbrón, ni escribir vaciedades, ni banquetear, para hacer política. Todo hombre que --con elocuencia o sin ella, pedestre o brillantemente- defienda los derechos de agrupaciones sociales y ataque los abusos de que sean víctimas las mismas, es un político, militante o no, eso es secundario. Que existan en las cámaras y fuera de ellas el obrero político, el comerciante político, el capitalista político, el agricultor político, el intelectual político, personalidades, en fin, que representen realmente, intereses definidos, ya sean materiales o abstractos j pero que no se tolere la existencia de "políticos-políticos", es decir, de hombres que a nada ni a nadie representan y en cambio, intrigan, explotan y desacreditan a la Nación.

Es también indispensable, por más que la tarea sea muy difícil, barrer para siempre a los empleados públicos que para hacer y hacerse política, emplean la fuerza moral y los elementos materiales del puesto que ocupan.

El vicio político mexicano que se arraigó más y cuya reaparición debe con mayor energía evitarse, es el personalismo. Los políticos deben luchar por el bien de las agrupaciones a que pertenecen y por los intereses que entrañan las mismas, obteniendo, naturalmente, los beneficios proporcionales que les correspondan como miembros integrantes de aquéllas. Antes, los políticos manejaban a su albedrío a las agrupaciones que dizque representaban, encaminando sus actividades y haciéndolas converger hacia su mejoramiento personal y no al de la colectividad de que eran miembros; después socorrían, es la palabra, a los inconscientes compañeros de partido, otorgándoles la limosna de un puestecillo o cosa análoga. Hoy; las agrupaciones deben controlar a los políticos que las forman y especialmente a los que las representan y no éstos a aquéllas.

La política, o lo que se llama así, fue siempre en México, semillero de corrupciones. Antes que aparezca la nueva, la verdadera política, hay que desinfectar el ambiente y hay que exigir de los futuros políticos, patente ampliamente legitimada de sanidad moral, de eficiencia personal y de representación efectiva.

XXXIII. LA LOGICA DE LA REVOLUCIÓN

La Revolución no es, como la consideran católicos medioevales, un azote divino, ni el preferido medio de propaganda adoptado en estos tiempos por Satán. Tales calificativos sentarían mejor, de ser aceptables, a la contienda europea, donde el número de víctimas es infinitamente mayor y los medios de exterminio modernistas, variados y eficacísimos.

Tampoco representa la revolución el brazo vengador de Dios, que depura gangrenas y corrupciones de dictaduras y tiranías.

Respétese a la divinidad y no se le atribuya intervención alguna en la destrucción de criaturas humanas que traen consigo las guerras y revoluciones, pues de hacerlo así, habrá que reconocer que el género humano es indiferente a Dios y hasta repulsivo, ya que no obstante las rogativas que se le han hecho en pro de la paz, desde que el mundo es mundo, las guerras, las revoluciones y el consiguiente sacrificio de vidas, se sucedieron sin interrupción y con creciente intensidad, hasta nuestros días.

Desde el punto de vista meramente humano, opinamos que la revolución no odia, no debe odiar a sus llamados enemigos políticos, ni estos deben odiar a aquélla.

Dos grandes causas de orden histórico: la Conquista y el carácter de la dominación española, motivaron los siguientes desfavorables fenómenos sociales: desnivel económico entre las clases sociales, heterogeneidad de razas que constituyen a la población, diferencia de idiomas y  .divergencia o antagonismo de tendencias culturales. Estos fenómenos son a su vez los obstáculos que se oponen a la unificación nacional, a la encarnación de la patria, a la producción y conservación del bienestar general. La Revolución actual y las de todo género habidas durante nuestra vida independiente, no son otra cosa que movimientos sociales de defensa, de propia conservación, pues tienden a transformar aquellos fenómenos, de desfavorables, en favorables al desarrollo nacional.

¿Sería sensato atribuir directamente a los revolucionarios, los sufrimientos sociales que indefectiblemente trajo consigo la Revolución? ¿ Sería sensato atribuir directamente a las dictaduras del pasado, los sufrimientos sociales que entonces se experimentaron? Tan insensato nos parece atribuir culpabilidades en un caso como en el otro, pues ya expusimos aquellas grandes y remotas causas que fueron polvos de estos Iodos. Por supuesto que no se eche mano ligera de este razonamiento maldiciendo de la Conquista, de España y de sus hijos, ya que, como demostramos en el capítulo titulado "España y los Españoles", probablemente hubieran sido más hondas nuestras penas de habernos conquistado y colonizado otra nación. ¿ Sobre quién, entonces, descargar la culpa, se argüirá? Sobre nadie, porque nadie es culpable, ni hay culpa en la cuestión. ¿A quién culpar, por ejemplo, de las desgracias que causa un terremoto, una inundación, una tempestad? A nadie; pues bien, nadie tampoco es culpable de las víctimas de una guerra o de una revolución, por más que los bandos contrincantes proclamen otra cosa.

Entonces ¿para qué luchar, para qué producir sufrimientos a nuestros semejantes, si la marcha de las sociedades se rige por leyes inmutables como las que presiden a la materia? podría replicarse. A esto diremos que sí hay que luchar, luchar siempre, con las armas o con las ideas, como se lucha contra los elementos, aprovechando precisamente aquellas leyes y no oponiéndose a su consumación. Si de una montaña caen torrentes que inundan nuestras habitaciones o nuestros campos, no sería cuerdo pretender destruir el torrente ni la montaña, sino que se les aprovecha; se encauza el agua y se hiende y se perfora la montaña, obteniéndose fuerza motriz, que es uno de los factores del bienestar humano. De manera análoga se procede con las sociedades: para nuestra revolución, por ejemplo, sería innecesario y hasta perjudicial, aparte de imposible, aniquilar, a los elementos sociales que constituyeron a la administración durante el periodo de Díaz o de cualquier otro gobernante del pasado. La Revolución está apartando los obstáculos que se oponen al bienestar de la mayoría de la población; la Revolución colabora trascendentalmente en esta época a la creación de la futura nacionalidad y al surgimiento de la futura patria mexicana. Los individuos o las clases sociales que constituyen dichos obstáculos o que indirectamente los, generan, tienen que apartarse y transformarse de motu propio o serán apartados y transformados por el movimiento revolucionario.

Quienes en defensa de intereses particulares, ficticia o realmente lesionados por la Revolución, obstaculizan a ésta en vez de facilitar su marcha, laboran contra sí mismos, pues mientras más obstáculos opongan al movimiento revolucionario, más intenso, profundo y radical será éste.

Ejemplo palpable de lo que decimos nos ofrece la Revolución durante su primer período titulado maderista: tirios y troyanos, revolucionarios y contrarrevolucionarios, se empeñaron en oponer barreras al torrente revolucionario, comenzando por la impolítica transacción de Ciudad Juárez.  Las tibiezas, las vacilaciones, las debilidades de quienes entonces dirigieron la Revolución, unidas a las resistencias y hostilidades abiertas, que amontonaron sus enemigos, produjeron como resultante la aparente paralización, el momentáneo entorpecimiento de aquélla, que a cambio de ruidosas pero inútiles manifestaciones de protesta, acumulaba energías y esfuerzos y caldeaba indignaciones y corajes. Y cuando llegó aquel momento fatal en que se creyó matar a la Revolución asesinando a Madero, la Revolución resurgió más vigorosa, más hondamente arraigada, más radical que antes, y los que durante aquel primer período la hostilizaron porque no les sonreía y cortejaba, que era lo único que les faltaba pedirle, fueron duramente castigados por la revolución triunfante del segundo período, hasta hacer que hoy ya no pretendan sonrisas sino menos latigazos.

El radicalismo actual, puede llegar a ser mayor, mucho mayor, si se provoca su transformación; hay que considerar a la Revolución, como un acontecimiento natural, enteramente natural; hay ,que marchar con ella y no contra ella., Oponer obstáculos a su carrera, es tanto como empeñarse en inmovilizar el mar u obscurecer el día.

RESUMEN

Los actuales momentos son solemnes.

La última, la más intensa de las Revoluciones que durante un siglo han conmovido a la población de la República, se apresta a resolver los múltiples problemas que entraña la conquista del bienestar nacional, ya que las demás fracasaron en tal empeño, puesto que no han logrado establecer definitivamente ese bienestar.

A los mexicanos de buena fe, asiste el derecho y obliga el deber de colaborar en esa nobilísima tarea apenas iniciada, a fin de construir las bases sólidas que sustentarán en el futuro la obra perdurable y gloriosa del engrandecimiento nacional.

Las mal ordenadas ideas expuestas en páginas anteriores, fueron inspiradas en la observación de una mayoría de nuestra población e interpretadas por nosotros, defectuosa, pero sinceramente, como humilde contribución al resurgimiento nacional que se prepara.

FUSIÓN DE RAZAS, CONVERGENCIA Y FUSIÓN DE MANIFESTACIONES CULTURALES, UNIFICACIÓN LINGüÍSTICA y EQUILIBRIO ECONÓMICO DE LOS ELEMENTOS SOCIALES, son conceptos que resumen este libro e indican condiciones que, en nuestra opinión, deben caracterizar a la población mexicana, para que ésta constituya y encarne una Patria poderosa y una Nacionalidad coherente y definida.