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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1916 Carta de John Kenneth Turner a Luís Cabrera en la cual le previene que los Estados Unidos pretenden invalidar los beneficios de la revolución al pueblo mexicano.

Diciembre 6 de 1916.

 

Lic. Luís Cabrera, Embajada Mexicana Washington, D.C.

Estimado Sr. Cabrera:

He seguido, tan cerca como es posible desde aquí, las conferencias de la Comisión Mixta México-Americana de la misma manera que he seguido todos los asuntos mexicanos desde los últimos nueve años, tan fielmente como las circunstancias lo permiten.

Nadie sabe mejor que yo qué burdamente falseados han sido los informes de estas conferencias en la prensa americana; sin embargo, del volumen de “noticias” escogidas, el objeto de los Comisionados Americanos y, en consecuencia, el del Gobierno que los creó y que los controla se alza claro e inequívoco.

El objeto americano en las conferencias se ve que no es hacer enmiendas por la violación de la soberanía mexicana comprendida en la “expedición punitiva”, no prevenirse contra futuros ataques en la frontera, no ”ayudar a México” de una manera meritoria, sino solamente servir a los intereses americanos, AUN HASTA EL PUNTO DE INVALIDAR LA REVOLUCIÓN Y DESPOJAR AL PUEBLO MEXICANO DE TODOS LOS BENEFICIOS ECONÓMICOS QUE DE ELLA SE DERIVEN.

¿Qué es la declaración del Sr. Lane a la prensa, el 24 de noviembre, sino una amenaza abierta para destruir la Revolución con las armas a no ser que ésta cambie su programa para satisfacer “determinados derechos?"

¿Que no fueron tales amenazas hechas una y otra vez en las conferencias de una manera más o menos secreta, por supuesto en un esfuerzo por obligar a Ud. y a sus colegas a consentir en las condiciones americanas?

¿Qué tanto tiempo cree Ud. que las tropas americanas hubieran permanecido en México después de comenzadas las conferencias si los Delegados Mexicanos hubieran desde luego convenido en condonar los impuestos mineros y condescender a los "determinados derechos" sin hacer caso de las actividades de Villa y sin tomar en consideración las condiciones de la frontera?

Estoy seguro que Ud. es demasiado sensato para atribuir la actitud de los Comisionados Americanos a su preferencia personal, Ud. sabe que estas personas fueron escogidas por el Presidente Wilson, que han estado bajo las constantes instrucciones del Sr. Lansing, que el Sr. Lansing, a su vez, ha estado bajo las instrucciones constantes del Presidente. Los comisionados americanos no han hecho nada peor que representar exactamente el deseo de su Gobierno.

Y el deseo del Gobierno Americano es obligar a México a consentir en "determinados derechos", para forzar al Gobierno Constitucionalista a "satisfacer aquellas medidas que los Estados Unidos y los países de Europa tienen derecho a esperar", en términos claros, volver al sistema de Gobierno creado por Porfirio Díaz.

¿Puede Ud. creer que las tropas americanas hubieran sido enviadas a "perseguir a Villa" si Carranza hubiera sido totalmente grato a Wall Street?

¿Puede Ud. creer que el embargo de municiones no es otra cosa que una medida de coerción para obligar al Gobierno Constitucionalista a consentir al dictado americano en los asuntos interiores de México?

En sus palabras, el Presidente Wilson ha estado como los patriotas mexicanos pudieran desear. Ningún otro ha concedido más ardientemente el derecho de México, y otros países Latino Americanos, para resolver sus propios problemas y en su propia manera de obrar. Ninguno ha hablado más apasionadamente sobre la inviolabilidad de la soberanía de los países más débiles.

Que estas cosas fueron dichas solamente para producir un efecto político, sin embargo, se prueba con lo que hoy está pasando en Santo Domingo, Haití y Nicaragua. Esto se prueba también por las dos invasiones de Wilson a México, por la actitud de sus subordinados durante la presente "equivocación", como por la sucesión de amenazas, intromisiones e insultos que han llegado al Gobierno Constitucionalista por conducto del Departamento de Estado, el de Marina y el de Guerra, en beneficio de la reacción y los privilegios especiales, durante los últimos tres años.

Es verdad que el Presidente Wilson no reconoció a Huerta y que en el curso de los acontecimientos reconoció a Carranza. Pero, como he probado en mis artículos, tomados de los datos del tiempo, por algunos meses estuvo dispuesto a reconocer a Huerta si éste demostraba que era una "persona enérgica y capaz de pacificar al país, y durante este periodo discernió gravemente en algunos asuntos en contra de Carranza y a favor de Huerta". También reconoció a Carranza solamente después de hacer repetidos esfuerzos por causar su caída y hoy hay toda razón para creer que él deplora haber reconocido a Carranza, porque, como ha resultado, el no puede dominar a Carranza.

Es verdad que el Presidente Wilson no cedió completamente ante los ultraintervencionistas y repentinamente guió al país hacia la guerra; ha amenazado a México de mejor modo que a Santo Domingo y Haití. Pero, como también he señalado en mis artículos, esto se debió no a ninguna cuestión de principio sino a cuestiones de poder.

El Presidente Wilson puede emprender una guerra brutal de sórdida conquista sobre Santo Domingo y Haití sin apelar a la ayuda del Pueblo Americano, pero una guerra con México no puede llevarse a cabo con éxito sin tal ayuda. En seguida del incidente del Carrizal, el Gobierno de Mr. Wilson hizo todo esfuerzo para inflamar al pueblo Americano contra México. El Presidente Wilson hizo todos los preparativos de guerra y condujo al país al margen de la guerra. Nuestros periódicos aullaban por la guerra, pero el Pueblo no se excitó en gran manera. Nuestros jóvenes no se enlistaron. Más aun el Sr. Carranza evitó caer en la trampa de colocarse en la posición de aparecer él quien principiaba la guerra. Así pasó la crisis. El Presidente Wilson no nos evitó la guerra con México en esa ocasión; esta la evitó la oposición del pueblo americano por una parte, y la fuerza y habilidad diplomáticas del Sr. Carranza por la otra.

Es mi opinión que ni el Sr. Hughes, ni el Sr. Taft, ni aun el Sr. Roosevelt; ocupando la silla Presidencial hubieran llevado a cabo tal beligerancia como lo hizo Wilson después del incidente del Carrizal. Porque el Sr. Wilson mismo fue tan lejos como pudo hacerlo sin peligro. Recuérdese que el Sr. Wilson estaba en el poder y que los otros hablaban por efectos políticos.

Los antecedentes del Presidente Wilson, tanto en los asuntos extranjeros como del país, prueban que, a pesar de sus excelentes palabras, es un sirviente voluntario de los grandes intereses financieros que se lanzan a "aventurar en los países atrasados". Pero es también un sirviente inteligente. Wilson sería un sirviente inútil de los intervencionistas si empezara una guerra bajo circunstancias que aseguraran su fracaso. Sirve a los intervencionistas mejor que si ellos mismos se sirvieran.

En vez de apresurarse a la guerra teniendo al frente la opinión pública, continuamente busca debilitar el lado mexicano más fuerte, imponer su deseo gradualmente, neutralizar la Revolución poco a poco, prolongar el conflicto, causar continuamente perjuicios a México, maniobrar para procurar una situación en la cual el pueblo americano dé a una guerra una ayuda eficaz.

Es mi opinión que, si el Sr. Hughes hubiera sido electo, nunca hubiera podido servir a los intervencionistas tan bien como el Sr. Wilson. Porque el Sr. Hughes habló abiertamente de agresiones, mientras que el Sr. Wilson habla de amistad mientras se prepara y practica la agresión.

Será más fácil para 'Wilson ir a la guerra con México como nunca hubiera sido posible para el Sr. Hughes, desde el momento en que es más fácil provocar una agresión bajo el pretexto de la benevolencia que por razones egoístas ya admitidas.

Esta es la razón por la cual yo preferí la elección de Hughes a la de Wilson. Pero el estúpido Hughes, juzgando en gran manera erróneamente al pueblo americano, se imaginó que éste se da conquistado con la verba salvaje de Roosevelt; porque fue el verbo de guerra de Roosevelt la causa de que Hughes perdiera la Presidencia. Por más inteligente que Wilson sea es aun más peligroso que Hughes, porque aquel es más capaz de engañar al pueblo, mientras que presta su voluntad para servir a los intereses.

No que Wilson o Hughes quieran la guerra por el amor a la guerra; pero ambos ansían servir a los grandes intereses financieros. Si el Sr. Carranza traiciona a la Revolución por beneficiar "determinados derechos", no habrá más agresiones del Gobierno de Wilson.

De otra manera no habrá guerra a no ser que el pueblo americano sea engañado para que favorezca la guerra. La prensa americana, en general, está haciendo todo lo posible para "educar" al pueblo para que favorezca la guerra siempre que el Gobierno Constitucionalista rehúse consentir a las "demandas americanas”. El Gobierno del Sr. Wilson está haciendo todo lo que puede para evolucionar él mismo hacia una guerra popular y "defensiva" siempre que el Gobierno Constitucionalista rehúse consentir a las "demandas americanas".

Se ve entonces que, asumiendo que el Sr. Carranza permanezca firme, la cuestión de guerra o paz depende no sobre el "buen deseo" del Presidente Wilson, en ningún concepto, sino sobre el pueblo americano.

La Paz depende, en el último análisis, sobre el pueblo americano, al que se le guarda en un constante estado de desconfianza respecto de los motivos que su Gobierno tiene en lo que se refiere a México.

¿Por qué escribo a Ud. estas cosas, cuando Ud. ha estado en todo tiempo, en un contacto extremadamente directo con la situación?

Primeramente, porque sé que mi diagnosis es absolutamente correcta.

En segundo lugar, porque las personas o algunas de ellas que atienden los asuntos de publicidad de Ud. en los Estados Unidos, no entienden la situación y están continuamente cometiendo errores.

No que yo espere que alguno de los oficiales del Gobierno Constitucionalista, o cualquier reconocido agente de prensa u órgano de prensa, impugne los motivos del Gobierno de los Estados Unidos. Eso no sería diplomático. El Sr. Wilson ha insultado a Carranza por conducto de la prensa y funcionarios de los Departamentos de Estado y de Guerra de Wilson han hecho lo mismo. Pero el Gobierno del Sr. Wilson no está dispuesto a conceder al Gobierno del Sr. Carranza los privilegios que él mismo se arroga. Desgraciadamente, los Estados Unidos tienen una marina más poderosa y es necesario que el Gobierno de México sea diplomático.

El estúpido error que cometen algunos de los agentes de prensa de Ud. es ensalzar al Presidente Wilson por medio de la prensa y concederle los altos motivos que él reclama para sí mismo. Esto puede ser fatal. ¿Qué, no puede Ud. ver que esto tiende a colocar a Uds. bajo el poder de Mr. Wilson?

Si Uds. alaban hoy la humanidad del Sr. Wilson, ¿que podrán decir ustedes mañana si el Sr. Wilson decide hacer a Uds. la guerra en nombre de la humanidad?

Una vez que el pueblo americano esté plenamente convencido de los altos motivos del Sr. Wilson, lo seguirá con confianza a cualquier guerra que él decida comenzar en el nombre de estos altos motivos.

Probablemente este principio ha sido reconocido, hasta cierto punto, en las juntas de Uds., pues noto que ya no se alaba tan extravagantemente a Wilson por los Constitucionalistas como en un tiempo lo fue.

Pero la política errónea no ha sido completamente desarraigada, como se ve en la "Revista Mexicana" de diciembre, pagina 8, columna 3.

Por lo que respecta a mí mismo, repetidamente he indicado la inconsistencia entre las palabras y los hechos del Sr. Wilson; continuamente he advertido al público contra la agresión en el nombre de la amistad. Y firmemente creo que estas advertencias tuvieron su efecto en el público durante la crisis de Carrizal y, por este motivo, tanto antes como desde entonces, yo no esperaría sin embargo, que ningún agente de prensa reconocido publicara las cosas que yo he publicado.

Ahora vengo a mi proposición final en esta carta, por cuya longitud pido la indulgencia de Ud.

Deseo indicar que la actitud del Sr. Wilson hacia México no se debe a ninguna predisposición de su parte, como tampoco la actitud de los Comisionados Americanos se debe a alguna predisposición de su parte.

O cuando menos, no en gran manera.

A pesar del progreso que hemos hecho en la democracia el Gobierno de los Estados Unidos permanece un Gobierno de negocios. Un gran Gobierno negociante. Nunca fue un gobierno más grande negociante de como lo es hoy, ni bajo McKinley y Mark Hanna.
Nuestros políticos prósperos, son prósperos porque pueden "acarrear agua en ambos hombros". Hablan para dar gusto a las masas; obran para satisfacer a los grandes negocios. Este es el secreto de las contradicciones del Sr. Wilson respecto a México así como el secreto de su éxito como político.

Como un gran Gobierno negociante, los Estados Unidos están comprometidos a "proteger las vidas y propiedades americanas" en el extranjero. Ud. encontrará esto tanto en la plataforma Republicana como Democrática. Ud. sabe el resultado de este concepto en Santo Domingo Honduras, Nicaragua, Cuba, Haití y México. Esta es una política dictada por las clases mercantiles, y una política que las clases mercantiles de sean ensanchar y extender como una política nacional. (Subraya el autor)

Lo que deseo indicar especialmente es que, debido a la Guerra Europea, a las enormes ganancias de Wall Street, a los vastos resultados obtenidos en los embarques, a las repentinas "oportunidades" para el intercambio extranjero, al exceso de oro en los depósitos de los ricos, esta política, durante el último año, ha tenido un ímpetu nunca experimentado antes en la historia americana.

Nuestros banqueros, atiborrados de dinero, miran hacia los "países atrasados" para obtener mayores resultados en sus empresas. Aventuran con el oro que les sobra. Nosotros construimos una marina y un ejército mayores para "protegerlo". La doctrina Monroe asume una nueva monstruosa forma; se usa para justificar cualquiera y todas las formas de agresión. Nos lanzamos sobre la política misma e idéntica que causó la Guerra Europea, una política que inevitablemente se tragará a México, la América Central, las Indias del Oeste, y una parte de Sud América cuando menos, reduciéndolas a "esferas de influencia" una política que casi inevitablemente causará otra guerra mundial usando a las Américas como campo de batalla.

En una palabra, el imperialismo americano.

Estas son las circunstancias que México tiene que enfrentar y que nosotros en los Estados Unidos, los que defendemos la verdadera democracia, tendremos que enfrentar. Ninguno de nosotros podemos esperar ayuda alguna de Washington.

México debe combatir estas circunstancias como sigue:

1.- Evitando la guerra a toda costa lejos de abandonar los principios de la Revolución.

2.- Continuar negando el derecho de intromisión diplomática en beneficio de empresas comerciales.

3.- Haciéndose poderoso financiera y militarmente.

4.- Buscando un arreglo práctico con otros países Latino Americanos en lo que respecta a la intromisión en beneficio de las empresas comerciales.

De igual importancia es la tarea que nos incumbe a nosotros aquí! en los Estados Unidos. Esa tarea es combatir al imperialismo americano con todas las armas a nuestra disposición, no como una facción desde el momento en que los dos partidos más poderosos lo combaten sino como un principio de genuina democracia, de decencia, de humanidad y especialmente de seguridad nacional y verdadera prosperidad nacional.

YO FIRMEMENTE CREO QUE LA VIDA DE MÉXICO COMO UNA NACIÓN INDEPENDIENTE, DEPENDE EN COMBATIR Y DERROTAR AL IMPERIALISMO AMERICANO EN SU PROPIO TERRENO.

A pesar de que los laboriosos planes que la administración de Wilson ha puesto en juego para sacar avante esta política, con la aprobación de los directores de los dos grandes partidos, y a pesar de la extensiva campaña de "educación" actualmente fomentada en su favor por la prensa, creo que tal lucha sería eminentemente valiosa. En realidad, esta es la única esperanza.

En el Congreso y en el Senado hay tres o cuatro personas en quienes puede confiarse para ayudar en esta lucha desde sus principios, y además se convertirían en activos factores tan pronto como ellos creyeran que la opinión pública así lo exigía.

Hay un número de sociedades pacifistas americanas de considerable influencia, que podrían interesarse en una lucha general contra la doctrina Monroe y las sórdidas intrigas que están detrás de ella.

Hay un millón de socialistas en los Estados Unidos que pudieran levantarse con esta causa.

Hay entre dos y tres millones de miembros de sociedades unionistas, quienes naturalmente ayudarían a esta causa si sus fines se les explicaran claramente.

Finalmente, hay como 100,000,000 de americanos de todas clases con excepción de los muy ricos, quienes, cuando se convenzan de que el imperialismo no puede acarrear beneficios para ellos, sino que es una amenaza colosal, exigirán el abandono absoluto de esta política.

La primera arma, por supuesto, debe ser la publicidad. Al público se le puede y debe mostrar por números que las ganancias obtenidas por las empresas extranjeras se reparten solamente entre unas cuantas personas, y que nunca llegan a la nación en conjunto; que, en la presente situación económica de América, las empresas extranjeras son una pérdida para la nación, desde el momento en que éstas toman un capital que se necesita en las riquezas aun no desarrolladas, que ellas son la causa de que aumenten las cuotas de intereses del interior, y promueven el desempleo interior; que la política de prestar ayuda diplomática y naval a las empresas extranjeras (la esencia del imperialismo) es una política errónea, además de razones de humanitarismo pues la nación no obtiene beneficio alguno sino que paga a un gran ejército y una gran marina y paga después en una guerra internacional.

En conjunto, aseguro a Ud. que la filosofía del "intercambio extranjero", como actualmente es predicada por Wall Street y Washington, puede desvirtuarse absolutamente. Yo ya he recogido muchos datos para probar este tema. Por supuesto, habrá un obstáculo, considerado el hecho de que una mayoría de la prensa favorece esta política, sujeta a los grandes intereses financieros. Pero permanecen aun caminos abiertos para llegar al público. (Subraya el autor).

Recuérdese siempre que es esta política de comercio extranjero la que, en el último análisis, dicta la política americana hacia México, y guardará esta política prácticamente intacta hasta que el público norteamericano la repudie enérgicamente.

Deseo otra vez, mi estimado Sr. Cabrera, excusarme por esta carta tan larga. Hágame favor de no imaginarse que yo haya tomado la actitud superior, asumida por tantos americanos, que tratan de aconsejar al Gobierno Mexicano en sus propios asuntos.

Pero extremadamente ansío que mi diagnosis de la situación sea para usted conocida, y, si es posible, sea conocida por el Gabinete Constitucionalista en su totalidad.

Créame cuanto le digo que la ansiedad que siento por México es mayor que cualquiera ansiedad que pudiera yo sentir por mi propio país pues es México el que está en peligro.

Vehementemente considero que yo nunca podré tomar parte en los asuntos mexicanos como yo pudiera tomar si fuera mexicano de nacimiento. Pero hay maneras en que yo puedo servir. Trabajando por la simpatía y entendimientos americanos de y hacia México, he servido, una y otra vez, por espacio de ocho años; y durante los dos últimos años he escrito y publicado ochenta artículos tratando esta cuestión de alguno u otro modo. Es mi esperanza servir aun más eficazmente en lo futuro que como cualquier época en lo pasado.

Con mis mejores deseos para Ud., y para todos los Constitucionalistas que piensen clara y desinteresadamente, quedo, Sinceramente de Ud.

 

John Kenneth Turner