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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1915 Respuesta del general Cándido Aguilar, secretario de Relaciones, a la nota suscrita por el secretario de Estado de los Estados Unidos, y embajadores del ABC.

1915 Ago ¿19 ?

 

 

En respuesta de nota que con fecha 17 del mes en curso se sirvió transcribirme, y que con fecha 15 del mismo mes viene suscrita por los señores secretario de Estado de los Estados Unidos y embajadores extraordinarios y plenipotenciarios del Brasil, Chile y Argentina y los enviados extraordinarios de Bolivia, Uruguay y Guatemala en la referida nación americana, permítome decir a usted, para que a su vez lo haga del conocimiento de los signatarios de la mencionada nota circular, lo siguiente:

Primero: Es impracticable y más que impracticable inconveniente cualquiera pretendida reunión en los términos propuestos, según lo comprueba la experiencia, siendo éste el criterio predominante entre los componentes de las agrupaciones en pugna, y de modo esencial de aquellos que formamos en el Constitucionalismo. Si al principio de las disensiones entre los diversos bandos contendientes en la Convención, reunida primero en la ciudad de México y luego en la de Aguascalientes, ofrecieron el caso típico de esta inconveniencia con un resultado desastroso que todavía no hemos lamentado lo bastante, ¿qué no sería hoy si no el más completo fracaso, cuando perfectamente deslindadas en sus principios y tendencias las distintas agrupaciones, se ha recorrido una etapa sangrienta en el camino de las conquistas libertarias del pueblo?

La Convención no pudo nunca ni siquiera artificiosamente a pesar de su necesidad de vida, a pesar de que entrañaba la simulación de la legitimidad de su partido, fundir el villismo dentro del zapatismo, habiendo sido por ella misma eliminado, después de inconcebibles violencias y desatinos. El estado en que se encontraba la ciudad de México, y todas las demás capitales de los Estados que llegó a controlar el zapato-villismo, al ser recuperada por los constitucionalistas última y definitivamente demuestra con claridad meridiana lo absurdo de la Convención y su absoluta incapacidad para erigirse en gobierno y sostener dentro del orden una administración pública moralizada y estable.

Segundo: La nueva lucha emprendida desde el fracaso de la Convención de Aguascalientes hasta la fecha ha definido perfectamente su carácter, perfilando las tendencias de las masas en brega: combatiendo la una por el conservatismo en favor de la reacción para dejar en pie los graves daños y los prejuicios nocivos que constituyeron en firme el sostén de las tiranías pasadas, con el apoyo de la plutocracia, del rezago militarista pretoriano y del clericalismo absorbente y fanatizador. Y como desde los primeros momentos revolucionarios del maderismo el esfuerzo del pueblo ha consistido en derrocar al pasado con todas sus tiranías y abyecciones, concebir una fusión o pacto entre las dos entidades, es pretender lo absurdo por ilógico.

Tercero: Es de extrañar el hecho de que cuando el C. Primer jefe, a raíz de su viaje a este puerto, quedó en circunstancias verdaderamente difíciles para la defensa de la causa del pueblo, rudamente combatido por la reacción que Villa encabezó unido a Zapata, sin embargo de lo comprometida que llegó a verse la satisfacción del ideal democrático popular, nada hicieron por coadyuvar a esa defensa que era la de la libertad de la Nación Mexicana, quienes ahora al triunfo de la causa justa y noble se aprontan con inexplicable espontaneidad, a intervenir; demostrando así poco grata parcialidad en favor del espíritu reaccionario combatido sin tregua por el liberalismo constitucionalista, a tal grado que bien parece estimularse el esfuerzo último y de antemano perdido por los conservadores, adversarios del pueblo en sus clases humildes, que luchan únicamente por sus intereses y que no han vacilado en afiliarse bajo la bandera de hombres amorales como Villa en las desbandadas huestes reaccionarias.

Por prestar este estímulo, demandando un entendimiento absurdo entre el vencido que constituye el peligro nacional, y el vencedor que salva al país de futuras tiranías, es posible que se prolongue la lucha; pero nadie tendrá entonces mayor culpa que quienes con su influencia y poder influyeron inopinadamente en su prolongación, orillando al pueblo hasta un conflicto internacional, cuyo resultado final nadie puede imaginarse, pero que de todos modos sería desastroso para la causa del progreso humano.

Cuarto: En último término ninguna personalidad tan capacitada como la del Primer Jefe, tanto por su origen como gobernador del Estado de Coahuila como por la energía en la firmeza de sus principios liberales y democráticos, y la probidad puesta de relieve en todos sus actos. Su mayor justificación se cifra en el éxito casi completo ya de su tenaz campaña. Mientras al paso de los ciudadanos armados que el Constitucionalismo afilió a la sombra del estandarte libertador, van con el triunfo, el orden y con éste la cimentación del poder a base de justicia y libertad, las turbas destrozadas de la reacción, llevan consigo el delito y las mayores atrocidades del crimen y del vicio sin responder a ninguna necesidad de orden social y político.

Creo en síntesis y de ello tengo la más firme convicción que la única fuerza en posibilidad de una paz y concordia inmediatas, está constituida por el Constitucionalismo, cuyo consolidado ejército ha llevado sus victorias consecutivas por toda la extensión del país, cuyo centro impulsor, cuyo núcleo disciplinario es el C. Primer Jefe. Y si la paz y unión se desean, si estable gobierno democrático se pide para México; si se pretende la cimentación de un gobierno que por justo y legal ofrezca garantías y encauce nuestra Patria por los senderos del bienestar y del progreso, sólo el señor Carranza y sus hombres que tienen leal adhesión y simpatía del pueblo honrado y consciente pueden llevar a cabo esa obra de reconstrucción nacional. Cualquiera otra determinación en sentido distinto será un fracaso y señalará en la historia la comisión de un crimen de lesa libertad.

C. Aguilar

 

 

COMENTARIO AL DOCUMENTO

Cada vez que el general Aguilar hacía declaraciones sobre las cuestiones básicas del momento histórico a que se refería lograba hacerlo con el juicio sereno y atinado que lo caracterizó siempre. Es el patriota el que hablaba, el inmaculado revolucionario que no tenía otro interés que el del triunfo de la Revolución dentro del más estricto apego al Derecho en cuanto a la autonomía interna de México y al respeto estricto de su soberanía internacional.

Se le reprochó por sus enemigos políticos domésticos la sequedad de su carácter, la frialdad de sus órdenes lacónicas e inapelables; su ningún afán de atraerse amigos y la falta de ductilidad en ocasiones en que el político tenía que acomodarse a las circunstancias y al carácter personal de quienes lo rodeaban o de aquellos con quienes le convenía portarse con mesura.

Tal vez estos rasgos de su carácter indómito, reconcentrado, poco afable y a las veces duro, le hayan perjudicado en su vida política; pero él era así. No era susceptible de modificar su personalidad, porque fue siempre fiel a sí mismo por aquello de que "genio y figura, hasta la sepultura". ¡Pero qué varonía la suya! ¡Qué fuerza interna emanaba de su persona! ¡Qué patriotismo tan puro e intransigente inspiraban sus actos y palabras!

Para el autor de estos comentarios, que lo conoció tan de cerca y que tuvo la inmensa amargura de verlo y oírlo en sus últimos días, cuando, ya su voz flébil era un trasunto de lo que fuera todavía pocos meses antes, fue un dolor inmenso y al propio tiempo un orgullo de amigo y compatriota escucharlo discurrir como lo hiciera una mañana, la última en que lo viera, cuando me llamó al Hospital Inglés para decirme:

-Te he llamado, hermano, porque no quiero irme sin referirte el episodio histórico relativo al telegrama Zimmermann que yo recibí, no el señor Carranza, así como la conducta que seguí siendo ministro de Relaciones, para impedir que los Estados Unidos nos declararan la guerra, precisamente cuando acababan de reconocer al Primer Jefe como gobernante de facto de México, evitando que el señor Carranza recibiera el ultimátum del presidente Wilson, que trató de imponernos una de estas dos cosas: o la ruptura de relaciones con Alemania inmediatamente después de que recibiera yo dicho mensaje de Zimmermann, o, en caso de negarnos a esa exigencia, la declaración oficial de guerra por parte de los Estados Unidos, que nos enviarían desde luego.

Y me refirió el caso con un acento que atormentaba mi corazón. (1)

En síntesis, aquellos hechos que considero absolutamente verídicos porque eran las postreras afirmaciones de un moribundo, fueron éstos:

El telegrama Zimmermann, (2) documento imprudentísimo y del mayor peligro para México, tenía por objeto, como es bien sabido, el de invitar a México a que se aliara con Alemania para hacer la guerra a los Estados Unidos con el fin ingenuo de -afirmaba- devolvernos los grandes territorios que el gobierno del presidente Polk nos arrebató por la fuerza en 1847.

La cruel realidad era que la proposición alemana no trataba de favorecernos de ninguna manera, sino que perseguía el propósito francamente egoísta de que los Estados Unidos nos hicieran la guerra a los mexicanos, para librarse ellos, los alemanes y sus aliados, de que Norteamérica, ocupada en la guerra contra nosotros, tomara participación en la contienda contra los imperios centrales.

El juego, aparte de ser inicuo contra nuestra patria, era cándido, porque Carranza, experimentado y ducho como estadista, no era capaz de aventurarse en la audaz intriga alemana que le podría significar a México la pérdida de su nacionalidad o por lo menos daños muy graves que no le aportarían eventualmente, ningún beneficio práctico.

La habilidad del general Aguilar consistió no sólo en no entregar el mensaje Zimmermann a don Venustiano Carranza, sino en demorar cuanto más pudo la presentación de credenciales del ya nombrado embajador estadounidense en México, señor Fletcher, evitando así que dicho plenipotenciario cumpliera las órdenes que le daban de Washington, las cuales eran terminantes: o Carranza rompía inmediatamente sus relaciones con Alemania para demostrar con ese hecho que no tenía ninguna componenda con ella en contra de los Estados Unidos, o el Gobierno estadounidense le declaraba la guerra a México.

Después de la larga dilatoria que ideó Aguilar para que el señor Fletcher presentara sus credenciales, no en la capital, sino en Guadalajara, ya el magnífico consejero, el tiempo, había operado sus efectos.

Cuando al fin Fletcher entregó el ultimátum al señor Carranza, éste sencillamente le contestó en esencia:

-Nosotros no tenemos por qué romper nuestras relaciones con Alemania puesto que nos hemos declarado neutrales (3) en la lucha europea; y tampoco considero justo el que los Estados Unidos nos declarasen la guerra porque no existe ninguna razón para ello. -Y agregó: Yo no he recibido el telegrama del ministro de Relaciones Zimmermann, y si hubiese llegado a mis manos lo hubiera rechazado como una absurda propuesta que no tiene sentido común.

Y Carranza devolvió su nota relativa al embajador Fletcher, quien, convencido de las razones aducidas por el patriota Carranza, retiró el ultimátum de su Gobierno.

La respuesta consta de cuatro puntos. En el primero se fundan las razones para rechazar la invitación, por "impracticable e inconveniente", porque ya estaban "perfectamente deslindadas en sus principios y tendencias" las fuerzas victoriosas del Gobierno del pueblo y las de los vencidos ejércitos facciosos. Señala que la dura experiencia que representó para el Constitucionalismo la instalación de la fracasada Convención Revolucionaria indica la ineficacia del procedimiento de "ajuste y concierto" entre partidos políticos enemigos, error fuente de graves consecuencias "convencionalistas" en su acepción plena.

En el segundo punto dice que la Convención de Aguascalientes fija el punto de partida del choque irreconciliable entre los sistemas sociales caducos y las ideas sociales renovadoras. Ratifica que "concebir una fusión o pacto entre las dos entidades (entre el Gobierno Constitucionalista y los facciosos de todas las banderías), es pretender lo absurdo por ilógico".

Existe una omisión importante en la buena exposición que hace el autor de la respuesta cuando trata el error político de la convención con sus consecuencias "convencionalistas". La Convención, como cuerpo colegiado de jefes revolucionarios "con mando de tropa", fue convocada por el Primer Jefe en un intento loable de organizar el gobierno provisional de la Revolución al ocupar los constitucionalistas la ciudad de México. Los ideales mexicanistas y la buena fe del señor Carranza aunados a la presión psicológica que algunos políticos ambiciosos ejercían sobre ciertos generales impulsaron los trabajos convencionistas iniciales, en la capital de la República; pero la moral político-social de los asambleístas fue desviándose hacia metas ajenas a los derechos e intereses de la Revolución y del Estado, con claras tendencias facciosas contrarias a la línea político-social constitucionalista. Esto llevó el desorden y el germen de una lucha sangrienta al seno de la Convención de Aguascalientes.

Los resultados de los errores cometidos de buena fe estaban a la vista en la fecha de esta respuesta; y, como su autor lo señala, ya no debían volver a cometerse, sobre todo porque la nueva reunión estaba auspiciada por potencias extranjeras intervencionistas.

En el punto tercero enjuicia el que suscribe la respuesta a los interventores porque sus esfuerzos de conciliación parecen encaminarse a la protección de los restos de los ejércitos reaccionarios y de las entidades económicas a las que éstos habían servido. Les señalaba atinadamente que las acciones del ABC podían causar daños incalculables al país y a sus derechos si las facciones vencidas se sentían alentadas por los poderes intromisores. Era evidente que no existía ya otra significación política del Estado mexicano que el vencedor Gobierno Constitucionalista. A éste competía sujetar a los facciosos, hacerlos volver a la obediencia de las leyes. Este era el problema menor del constitucionalismo. El mayor lo representaba la intromisión extranjera.

En el punto cuarto el autor exalta la personalidad patriótica del Primer Jefe en el grado debido, con todo el reconocimiento de sus méritos notorios. Él era el director espiritual de la Revolución Constitucionalista; el estadista renovador de México. El tiempo ha confirmado estas verdades que ratificarán las generaciones futuras.

La respuesta termina con una profesión de fe constitucionalista. El Constitucionalismo haría la paz y el bienestar del pueblo, como así fue.

Más tarde, en su discurso de Matamoros, el Primer Jefe diría a su pueblo: "El origen de la guerra (nuestra Revolución Social) conocido por todos, ha sido una tiranía de treinta años, un cuartelazo y un asesinato... Pero no es la lucha armada lo principal de esta gran lucha nacional, hay algo más hondo en ella y es el desequilibrio de cuatro siglos, tres de opresión y uno de luchas intestinas que no trajeron consigo todos los bienes que eran de esperarse... Así fueron sucediéndose una tras otra las guerras civiles, sin saber cuál era la que salvaría verdaderamente al país de los males que le aquejaban, y en medio de esa desesperación que todos sentían, vino la paz (la paz porfirista), que lejos de salvar a la patria, iba a precipitarla en un abismo."

Esta paz no la deseaba la Revolución. La contienda de la justicia y de la libertad contra los gérmenes de la dictadura debía continuar hasta que ésta quedara aniquilada. No podía haber armisticio entre el bien y el mal de México. No lo puede haber nunca.

En la primera quincena de agosto el secretario de Estado Lansing decía a los panamericanistas: "...reconozcamos que la Revolución (la Constitucionalista) ha triunfado y que la masa del pueblo mexicano, que integra dicha Revolución es la única que en el presente posee el derecho de soberanía y el derecho de establecer un gobierno provisional."

El reconocimiento del Gobierno Constitucionalista por los estados extranjeros era inminente. Esto era una razón más para que el Primer jefe, ya triunfantes los ejércitos de la legalidad y los principios políticos sociales reformadores; ya evidenciada en el exterior la limpia fortaleza de su doctrina en Derecho internacional y ya a las puertas del Congreso Constituyente y de la Carta Magna, mantuviera firme su posición frente a los intromisores y los facciosos, y en esa actitud lo secundaban todos sus subalternos, como el autor de esa respuesta, y todo el pueblo, que en aquellos hermosos días lo celebraba escribiendo con sangre de héroes anónimos su adhesión a nuestra causa.

 

(1) Este caso lo refiero in extenso en mis Memorias de la Revolución.

(2) Texto del telegrama Zimmermann:

"Pensamos empezar la guerra submarina sin restricciones el primero de febrero. Trataremos a pesar de eso de mantener neutrales a los Estados Unidos. Para el caso en que eso no se lograra hacemos a mexicanos una proposición de alianza sobre las siguientes bases: hacer la guerra juntos, hacer la paz juntos, generoso apoyo financiero y acuerdo por nuestra parte que México debe recobrar su perdido territorio en Texas, Nuevo México y Arizona. El acuerdo con los detalles se deja a su excelencia.

"Informará usted al Presidente (de México) en absoluto secreto de lo que precede tan pronto como sea cierta la entrada de los Estados Unidos en la guerra y añada la sugerencia de que él podría, por propia iniciativa, invitar al Japón a adherirse inmediatamente y, al mismo tiempo, hacer de mediador entre el Japón y nosotros.

"Sírvase llamar la atención del Presidente sobre el hecho de que el empleo sin restricciones de nuestros submarinos ofrece ahora la perspectiva de obligar a Inglaterra a firmar la paz dentro de pocos meses. Acuse recibo. Zimmermann. Bárbara W. Tuchman. El Telegrama Zimmermann, p. 182. Editorial Grijalbo, S. A., México, 1960.

(3) "El día 25 de septiembre de 1914, por acuerdo expreso de don Venustiano Carranza, en mi carácter de encargado de la Secretaría de Relaciones hice la siguiente

Declaración

El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, declara y notifica a todos aquellos a quienes concierne, que México observará estricta neutralidad en el conflicto armado que existe entre Alemania, Austria, Hungría, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Japón, Montenegro, Rusia y Servia.

Como consecuencia de esta declaración se han dictado los acuerdos necesarios a efecto de que se cumplan debidamente las estipulaciones contenidas en la Convención sobre los deberes y derechos de las potencias neutrales en caso de guerra marítima, firmada en La Haya el 18 de octubre de 1907.

México, 25 de septiembre de 1914. El oficial mayor, Encargado del Despacho, Isidro Fabela.

Las razones que tuvo el caudillo de la Revolución, para decretar dicha neutralidad eran obvias según su claro criterio." Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, t. II, p. 382. Fondo de Cultura Económica, México, 1959.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Fabela, Isidro (Dir.) Fabela Josefina E. de (Coord.) Carranza, Wilson y el A.B.C. Tomo III. México. México. [Serie: Documentos históricos de la Revolución Mexicana, 14] México. [Comisión de investigaciones históricas de la Revolución Mexicana 1974] Editorial JUS. 1963.