Noviembre 12 de 1914
Lo saludo afectuosamente. Celebro poder hablar con usted directamente sobre el asunto que tanto interesa al país.
He aceptado conferenciar con usted, como un medio de emplear el último esfuerzo para evitar mayores males..
Dice usted que la Asamblea no podría volver sobre sus pasos sin faltar a su seriedad y sin perder su prestigio; yo creo que cuando se trata de un asunto tan serio como es la paz y el bienestar del país, ni un hombre solo, ni un grupo de hombres, debe poner por delante su amor propio.
Si la Junta de Aguascalientes se ha equivocado, debe rectificar sus errores para no perjudicar al país, y no es patriótico decir que no se enmiende un error por no perder la seriedad.
Por lo demás, usted sabe que la Junta ha hecho muchas cosas que no son serias, y luego las ha deshecho.
Vamos a ver lo que le conviene al país, y esto debemos hacerlo, dejando a un lado la Convención, el prestigio que quiere tener como soberana, y usted su amor propio herido, por no recibir la Presidencia.
Considero ilegal el nombramiento de usted, porque fue hecho arbitrariamente por la Junta, sin que yo hubiera presentado mi renuncia.
También es ilegal porque se le nombra Presidente por una Junta que no puede nombrar Presidentes.
Usted recordará que yo mismo he procurado no llamarme Presidente, sino Encargado del Poder Ejecutivo, conforme al Plan de Guadalupe.
No hay ley que autorizara a la Junta a designar un Presidente de la República, ni Plan o documento de tratado en qué fundarse, pues ustedes fueron convocados como cuerpo consultivo y al declararse soberanos, juzgaron que con esto habían adquirido el derecho de hacer lo que quisieran, y aun de nombrar Presidente.
No puedo reconocer el Gobierno que pretende establecer la Convención, porque carece de bases legales y facultades para gobernar. Yo puse, como condición para retirarme, que se estableciera un Gobierno preconstitucional. Si el Gobierno que se va a establecer es constitucional, y usted tiene carácter de Presidente, entonces ese Gobierno no podrá cumplir con las reformas de la Revolución. Si ese Gobierno es preconstitucional, se necesita que le marquen sus facultades y sus obligaciones; si no hace esto, corremos el riesgo de tener un Gobierno enteramente absoluto. Sería peor todavía que la Convención siguiera funcionando al mismo tiempo que el nuevo Gobierno.
Ni a usted mismo le convendría aceptar el Gobierno, para que la Convención le estuviera dictando sus órdenes; pues no teniendo atribuciones definidas, no sería usted más que un instrumento de la Convención. Por otra parte, como la Convención no sería capaz de gobernar, todos los errores que cometiera recaerían sobre usted, y aparecería como gobernante incapaz, y al fin, o tendría usted que renunciar, o tendría que someter a la Convención o desconocerla y disolverla para poder gobernar; pero de todos modos acabaría mal con ella, o no podría hacer nada de provecho en el Gobierno.
Otra de las razones que tuve para no aceptar el Gobierno que quiso establecer la Junta, es que designó Presidente solamente para veinte días, que concluyen el 20 de noviembre. En Este plazo no podría usted hacer nada serio ni para gobernar ni para restablecer la paz; ni siquiera para enterarse de los asuntos más urgentes.
Usted dice que su nombramiento subsiste mientras no se le rectifique, pues la resolución de la Junta menciona la fecha del 20 de noviembre, y no el plazo para que ese nombramiento se ratifique o se rectifique. De modo que, si llegado el 20 de noviembre, la Junta no ratifica, allí concluye su confianza.
Usted argumenta lo contrario, naturalmente, pero ante la opinión pública se verá que fue intención de la Junta nombrarlo interinamente, sólo mientras me eliminaban
De todos modos, usted amenaza al país con otra complicación; pues al llegar el 20 de noviembre, aun los jefes que lo reconocieron no sabrían qué hacer. Si la Convención no ratifica su nombramiento, entonces sus legalidades estarían pendientes de un argumento y de una interpretación.
Ahora tiene usted título de Presidente por una votación, pero después del 20 de noviembre ya no tendrá ninguna base fuera del argumento de que, como no se le ha rectificado su nombramiento, sigue usted indefinidamente. Tener un gobernante sin plazo para concluir, sería muy inconveniente para el país. En cuanto a usted, lo peor que puede sucederle es que la opinión pública se dé cuenta de que antes de tomar posesión, ya está previsto que no tiene plazo fijado para salir del poder.
Yo no podría entregar el Gobierno sabiendo a ciencia cierta que dentro de diez días comenzarán de nuevo las dificultades.
En mi nota del 23 de octubre, manifesté que estaba dispuesto a retirarme para hacer un bien al país, no para hundirlo en más dificultades; y si yo entregara a usted, pondría las cosas más difíciles de lo que están.
Una de las razones que tuve para ofrecer que renunciaría era que, aunque me sacrificaría yo, libraría al país de Villa. A usted no tengo que decirle mucho, porque usted conoce a Villa y sabe que éste promete mucho, pero no cumple nada. Todas las informaciones que tengo y todos los documentos, indican que Villa no ha entregado el mando de sus fuerzas. Usted mismo menciona mucho de que lo entregará, pero nada de que lo entregó.
Dice usted que el general Villa está ahí pendiente de la resolución que yo tome. No dudo que esté pendiente, y tanto, que tal vez esté allí mismo en el telégrafo con usted. Pero esto mismo indica la poca voluntad que tiene de cumplir sus promesas.
Conforme a lo resuelto por la Junta, debió Villa entregar el día seis, y sin embargo, aún está tomando parte muy activa en los asuntos.
Si el general Villa realmente quisiera retirarse, no estaría preocupándose por lo que yo hago o dejo de hacer; debía haber puesto sus fuerzas en manos de la Convención, y lavarse las manos para que el conflicto fuera entre la Junta y yo.
Yo nunca he dicho que entregaré o he entregado el cargo del Poder Ejecutivo; por eso sigo tomando mis medidas y dictando órdenes y procurando convencer a los jefes, y en general, atendiendo los asuntos militares y de Gobierno. Por eso no debe extrañar a usted que telegrafíe a todos aquéllos a quienes yo crea conveniente telegrafiar.
Pero el general Villa dice a todas horas que ya va a retirarse, y que se retirará; y usted dice que ya está retirado de hecho, y que después se retirará de un modo absoluto, y sin embargo, no veo ni siquiera intenciones de cumplir, pues también nosotros interceptamos telegramas en que el general Villa ordena y se firma como jefe, y otros en que sigue preocupándose porque yo no me retiro, o reconviniendo a algún jefe de que no aprueba los actos de la Convención, y sin tener que ver ya en estos asuntos, si en efecto se hubiera retirado.
Dice usted que las fuerzas de la División del Norte están ya desde ayer a disposición de la Secretaría de Guerra, bajo las órdenes de usted. Me extraña esto, porque el general Pesqueira no me ha dicho que estuviera usted con las fuerzas de Villa a sus órdenes; pues aun suponiendo que usted fuera a encargarse del gobierno hoy a las seis de la tarde, ayer y hoy todavía tenía usted que depender de la Secretaría de Guerra, a no ser que usted se refiera a otra Secretaría de Guerra creada por usted antes de tornar posesión, Todo esto no se lo digo por lastimado personalmente, sino como una prueba de que las fuerzas de Villa no están todavía realmente entregadas,
A propósito de órdenes transmitidas por usted, antes del día en que yo pudiera ir e irse autorizando, debo llamarle la atención sobre la que dio su hermano Luís, respecto de la reparación de la vía entre Torreón y Paredón, que solamente aprovechaba militarmente a Villa, y que fue la primera orden que éste trató de obtener de usted, y que por fortuna, su hermano tuvo el buen juicio de no atender.
He sabido también que ha estado usted dictando órdenes al Gobierno de San Luís, respecto de ferrocarriles. Son estas órdenes que favorecen únicamente a la División del Norte, las que me han hecho sospechar los motivos que Villa haya tenido para aceptar a usted.
Usted me dice que ni siquiera sospechó que iba a ser electo, Yo no dudo de la buena fe de usted, porque lo conozco, pero ante la opinión pública aparece usted como uno de mis jefes, a quien Villa trató de conquistar ofreciéndole la Presidencia para obtener de ese modo, de un golpe, Saltillo y San Luís Potosí.
Usted seguramente no era capaz de defeccionar ni solo ni con sus tropas, ni menos de entregar a Villa, Saltillo y San Luís Potosí, pero él y los políticos que lo rodean, sí son capaces de trazar un plan para apoderarse de estos puntos, nombrando a usted o aceptándolo como Presidente por veinte días, ya que tocaba la casualidad de que al mismo tiempo que usted era el gobernador de San Luís Potosí, su hermano era el comandante militar en Saltillo, y de que precisamente estos dos puntos son los del flanco izquierdo de Villa.
Yo no supongo nada contra usted, pero la opinión pública no dejará de manchar la reputación de usted cuando se fije que Villa se cuidó el flanco derecho con Maytorena y la resistencia más fuerte que tenía por el flanco izquierdo de Villa.
Dice usted que te parece inconveniente que yo llame en cumplimiento de su deber a los generales y jefes, y que los conmine con poner las fuerzas bajo las órdenes de los coroneles. Si yo he hecho esto, es porque he querido ofrecer a los jefes secundarios y a la oficialidad, la oportunidad de no hacerse solidarios de la conducta de los jefes; pues no sería justo que pasara lo ocurrido en tiempo de Huerta: de que los jefes arrastren a la oficialidad por el camino del error.
Para concluir, le diré que yo no estoy dispuesto a entregar el Poder para que las dificultades comiencen dentro de una semana, pero no quiero que se suponga que deseo continuar en el Poder sin razón y por meras ambiciones. Creo que todos debemos hacer un esfuerzo y poner algún sacrificio de nuestra parte.
Por lo que a mí toca, estoy dispuesto a entregar el mando a un gobierno serio que tenga debidamente definidas sus facultades, puesto que no puede ser constitucional.
El Poder lo entregaré cuando ese gobierno haya recogido al general Villa el mando y el poder personal que conserva.
La junta, por su parte, debe hacer un sacrificio de amor propio y prepararse a rectificar sus errores, tomando las medidas necesarias para solucionar el conflicto que ella misma ha creado.
Yo nunca he reconocido la soberanía de la Convención. La prueba es que ella misma me ha fijado un plazo para reconocerla, pero como Junta de jefes en cuya mediación podemos contar, no tendré inconveniente en darle la participación que le corresponde, supuesto que precisamente fue a Aguascalientes para resolver el conflicto que existía entre Villa y yo.
Hace poco dije a usted que no le conviene hacerse cargo del poder por muchas razones, y yo creo realmente que si usted pudiera eximirse de tomar posesión de esa Presidencia que la Convención le ofrece, debería hacerlo. Lo cierto es que usted es el que tendrá más facilidad para resolver el conflicto con un acto de desinterés renunciando al Poder antes de intentar tomarlo.
Dice usted que juró por su honor hacer cumplir el acuerdo, y que no puede volverse atrás, pero yo creo que si la Convención está conforme, usted no falta a su juramento.
Usted podría allanarle el camino a la Convención, diciéndole que por lo que hace a usted, no tiene inconveniente en renunciar; si ella acepta, es como si lo relevara de sus juramentos.
Todo esto, por supuesto, puede hacerse si realmente el general Villa se ha de retirar, o si está retirado ya. Pues si Villa no está fuera, entonces habrá más hombres de quienes dependa solucionar el conflicto. Por lo que hace a la cuestión de amor propio personalmente entre usted y yo, si usted y yo estamos conformes en retirarnos y en sacrificar nuestras personas, todo se arreglará. Lo invito a tener una entrevista personal en el lugar que convengamos. Y usted y yo sólo nos enteraremos respecto a lo que a nosotros nos interesa, y discutiremos lo que más conviene al país; de esta manera podremos preparar y arreglar las proposiciones que debemos someter más tarde a nuestros compañeros de armas para poder yo retirarme tranquilo, como lo deseo, cumplidas las condiciones que puse, y sin necesidad de alterar la paz ni derramar más sangre. –
V. CARRANZA.
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