Sine data
Pliego de instrucciones para los señores licenciados don Emilio Rabasa, don Agustín Rodríguez y don Luis Elguero, comisionados por el señor Presidente Constitucional interino de los Estados Unidos Mexicanos, general de Ejército (1) don Victoriano Huerta, para representar a este Gobierno en las negociaciones de las Potencias Mediadoras, en el conflicto con los Estados Unidos de América.
PRIMERA PARTE
ANTECEDENTES
1. A raíz de la revolución encabezada por Venustiano Carranza y Francisco Villa, empezaron a suscitarse dificultades entre México y los Estados Unidos de América.
El presidente Taft expidió un decreto por el cual prohibía la exportación de armas a territorio mexicano; pero no obstante dicho decreto, los revolucionarios recibían toda clase de auxilios en territorio del vecino país.
Posteriormente el presidente Wilson derogó el decreto de prohibición y los revolucionarios importaron armas ostensiblemente y sin restricciones de ninguna especie.
En medio de estos acontecimientos se puso de manifiesto, en varias ocasiones, no solamente la simpatía, sino la ayuda indirecta de las autoridades americanas, con aprobación del Gobierno de Washington o sin ella, a los revolucionarios de México.
La Secretaría de Guerra ha formado una lista de todos los casos en que las autoridades americanas en territorio del país vecino, o los barcos de guerra de ese mismo país en aguas mexicanas, han proporcionado ayuda indirecta en el sentido indicado.
El acto de menor gravedad ha consistido en iluminar con los fanales de los barcos las posiciones de las tropas federales mexicanas, durante las noches, cuando dichas tropas se han encontrado frente a frente de los revolucionarios y hasta en combate con ellos.
Además los rebeldes tienen armamento americano, y aun cañones importados del país vecino.
2. Por otra parte, cuando, en los combates, o por la necesidad de evacuar una plaza, las tropas federales se han visto obligadas a penetrar en territorio americano, no solamente han sido despojadas de su armamento, sino que se les ha reducido a prisión.
En cambio, cuando los rebeldes han penetrado en territorio americano, no han sido molestados en lo más mínimo, y se les ha permitido regresar al territorio de México con nuevos elementos de guerra.
3. Entre los rebeldes, como se ha podido comprobar por los cuerpos abandonados en el campo, o por los prisioneros que les han tomado las tropas federales, ha habido constantemente una gran cantidad de americanos, y aun miembros del Ejército de los Estados Unidos de América, a quienes, según noticia, el Gobierno americano consideraba públicamente como desertores de sus filas, que se pasaban a nuestro territorio.
4. El señor Carothers desempeñaba las funciones de cónsul de los Estados Unidos de América en Torreón.
Dicho cónsul, que tenía exequatur del Gobierno mexicano, ha andado constantemente con Francisco Villa y envía a su Gobierno informes siempre favorables a los revolucionarios.
Cuando Francisco Villa, en uno de sus intentos de ataques a Torreón, fue derrotado por el general Velasco, Carothers envió un telegrama al secretario de Estado de los Estados Unidos de América, en que le decía que era conveniente que se ocultara el fracaso de Villa, y que se publicase por todas partes que Torreón se encontraba en poder de los rebeldes.
5. Cuando el asesinato de William S. Benton, la Cancillería mexicana dirigió una nota al Gobierno de los Estados Unidos de América llamando su atención acerca de que los elementos que, en territorio americano, recibían los rebeldes, eran utilizados por éstos en la comisión de delitos comunes que perjudicaban tanto a los mexicanos como a los extranjeros. El Gobierno de Washington se limitó a acusar recibo de esa nota sin tocar la cuestión de fondo, y sin dictar ningún acuerdo que tendiera a impedir la repetición de actos semejantes.
6. Desde que empezó la revolución, se movilizaron las escuadras americanas y se concentraron en puertos mexicanos.
El pretexto fue la protección de los ciudadanos de esa nacionalidad que pudieran encontrarse en peligro por el estado de guerra reinante en México.
Era de extrañar este exceso de precauciones, cuando el remedio contra la revolución hubiera consistido solamente en impedir obtener, en territorio americano, los auxilios que ha recibido siempre.
7. En estas condiciones surgieron los llamados "Incidentes de Tampico".
Los rebeldes han encaminado todos sus esfuerzos, desde hace mucho tiempo, a la toma del puerto de Tampico. Las tropas federales han rechazado todos los ataques.
Los barcos americanos surtos en la bahía, según se ha dicho antes, dirigían durante los combates las luces de sus fanales sobre las posiciones de las tropas del Gobierno, y además ejecutaban otras maniobras sospechosas, de las que resultaba una ayuda indiscutible, aunque indirecta, a los rebeldes.
Esta situación se conservó durante algún tiempo hasta que se hizo patente que la resistencia de los federales era de tal naturaleza que los ataques de los revolucionarios resultaban siempre infructuosos.
8. Pocos días antes del incidente del desembarco de los marinos americanos y de su arresto, que ha dado origen o pretexto al conflicto internacional, el almirante Mayo, de la escuadra americana, en el referido puerto solicitó permiso del jefe de las armas, general Morelos Zaragoza, para desembarcar marinos con objeto de proteger las propiedades y vidas de los extranjeros. El general Morelos Zaragoza, por acuerdo de la Secretaría de Guerra, rehusó el permiso que se solicitaba.
Unos días después y en los momentos en que las fuerzas combatían a los rebeldes, desembarcaron unos marinos americanos, con pretexto, según dijeron después, de adquirir gasolina.
Es de llamar la atención sobre dos puntos: primero, sobre que desembarcaran marinos americanos para comprar gasolina, en los momentos en que se estaba combatiendo entre federales y rebeldes; y segundo, sobre que, aunque sin armas, hayan desembarcado esos marinos con el fútil pretexto mencionado después de que se les rehusó, por el general Morelos Zaragoza, el permiso que solicitaban para bajar a tierra, a proteger las propiedades y vidas de los extranjeros.
Sea de ello lo que fuere, dicho desembarco constituyó el primero de los incidentes que han originado el conflicto internacional.
SEGUNDA PARTE
INCIDENTES EN TAMPICO
Primer incidente. Arresto de los marinos americanos
El día 9 de abril último, entre 11 y 12 de la mañana, en los momentos en que todavía estaban combatiendo la guarnición federal y los rebeldes, a quienes aquélla logró rechazar, llegó a un lugar cercano del Puente "Iturbide" una lancha del barco americano de guerra, denominado Dolphin; la defensa del puente estaba encomendada a los voluntarios de Tampico, bajo el mando del coronel Ramón H. Hinojosa, quien, al enterarse del desembarque de aquellos marinos, sin previo permiso y en los momentos en que la plaza se encontraba sujeta a operaciones de guerra, ordenó que entre filas fuesen llevados a su presencia.
Inmediatamente que el general Morelos Zaragoza, jefe de las armas en Tampico, tuvo conocimiento del arresto de los marinos, dio satisfacciones al cónsul norteamericano y al comandante del Dolphin, y decretó el arresto del coronel Hinojosa, en el cuartel de artillería.
Todo debió quedar terminado en esta forma, con arreglo a las leyes internacionales; pero, en la tarde del mismo día 9 el cónsul americano y un ayudante del almirante Mayo entregaron al jefe de las armas un ultimátum, en el cual se exigía que una comisión del Estado Mayor del general Morelos Zaragoza fuese a dar satisfacciones al almirante Mayo; que se izara la bandera americana en un lugar público y elevado, por haber sido público el arresto de los marinos; que se saludase dicha bandera con 21 cañonazos; que se castigara severamente al jefe culpable; y que se hiciera todo esto en el término de 24 horas.
Es inexplicable que, en tiempo de paz, el almirante de una escuadra extranjera que se encontraba en aguas mexicanas con carácter amistoso, enviase un ultimátum semejante, en vez de que el representante diplomático de los Estados Unidos de América, que lo era el señor Nelson O'Shaughnessy, formulara ante nuestra Cancillería la queja que creyera procedente.
Además, en caso de que hubiera algún exceso por parte del coronel Hinojosa, los marinos americanos de su lado violaron las leyes militares de México, al penetrar en una plaza sujeta a operaciones de guerra. De manera muy especial, no hay que perder de vista que la llegada de estos marinos tuvo lugar después de que el general Morelos Zaragoza había rehusado al almirante Mayo el desembarque de sus marinos en el puerto; y aunque es verdad que los arrestados por Hinojosa llevaban solamente su uniforme y no sus armas, esto no impide pensar, fundadamente, que hubiese el propósito de burlar la prohibición decretada.
Después de una laboriosa negociación que se ha publicado ya, se llegó a un acuerdo de los dos gobiernos sobre la base de honores a las banderas de México y de los Estados Unidos de América, por las respectivas fuerzas militares en Tampico.
Desgraciadamente, en el momento mismo en que fue necesario reducir, según es costumbre, a un protocolo escrito, el acuerdo celebrado de palabra, el señor encargado de negocios de los Estados Unidos de América recibió instrucciones de su Gobierno para no firmar dicho protocolo. El motivo invocado fue el de que se pensó, por dicho Gobierno, que el de México quedaría reconocido si se firmaba el protocolo.
No es de extrañar el pretexto, porque es indudable que con un Gobierno a quien no se reconoce, no se entablen, como se entablaron, negociaciones diplomáticas para el arreglo de una diferencia internacional, ni mucho menos se llega a convenir, aunque sea verbalmente, en un saludo a la bandera. Este saludo no tiene ni puede tener importancia de ninguna especie ante la ley de las naciones, si no se hace por un Gobierno que represente a un Estado reconocido. Sea de ello lo que fuere, las negociaciones quedaron interrumpidas.
A la vez que este incidente, al cual los Estados Unidos de América dieron importancia extraordinaria, surgió otro que la tuvo mayor desde el punto de vista de la soberanía mexicana.
Segundo incidente. Neutralización de Tampico
El Encargado de Negocios de México en los Estados Unidos de América envió el 11 del presente mes, a la Secretaría de Relaciones, un telegrama en que le hacía saber que el Gobierno del país vecino había dado órdenes al almirante Mayo para evitar, en Tampico, la repetición de ataques por cualquiera de las fuerzas opuestas.
En vista de este telegrama, se hizo observar al Gobierno americano que impedir la repetición de ataques en el puerto de Tampico, por cualquiera de las fuerzas opuestas, equivaldría a neutralizar dicho puerto, lo cual solamente corresponde a las autoridades mexicanas; y que, además, le era imposible, en todo caso, neutralizar el puerto, porque el Gobierno Federal tiene el deber, legal y moral, de rechazar los ataques que los rebeldes dirijan contra Tampico o contra cualquiera otra parte del territorio.
Se llamó la atención igualmente, del mismo Gobierno del país vecino, acerca de los daños que reciben las propiedades de particulares extranjeros, a consecuencia de los ataques de los rebeldes, y que son causados por éstos con las armas y demás elementos que el Gobierno de los Estados Unidos de América les permite obtener en territorio americano. Se le dijo, por último, que no se reconocía ningún valor legal a la neutralización del puerto de Tampico, y que el Ejército Federal habría de rechazar, con la fuerza de las armas, todos los ataques de los rebeldes.
Posteriormente, el Gobierno de los Estados Unidos de América aclaró que las instrucciones comunicadas al almirante Mayo no eran en el sentido de impedir combates en el puerto de Tampico, sino en el de evitar que las propiedades de particulares extranjeros sufran perjuicio con motivo de nuevos combates.
El 16 del actual se dirigió al Encargado de Negocios de los Estados Unidos de América en México una nota en que se insistió sobre las argumentaciones jurídicas formuladas el día 13, porque la aclaración de las instrucciones enviadas al almirante Mayo dejaba en pie la pretensión de impedir en todo caso cualesquiera daños que puedan recibir las propiedades de particulares extranjeros, y esto equivalía a prohibir toda lucha armada en el puerto, por ser inevitable que los proyectiles tomen diversas direcciones durante un combate.
Sobre este segundo incidente, el Gobierno de los Estados Unidos de América no hizo negociaciones de ninguna especie, fuera de la aclaración comunicada al encargado de Negocios de México en Washington, acerca de las instrucciones enviadas al admirante Mayo.
TERCERA PARTE
Invasión del territorio mexicano por fuerzas armadas de los Estados Unidos de América
En tal estado de cosas, el día 21 de abril, a las 10 y 50 minutos de la mañana, el jefe de las armas en el puerto de Veracruz recibió aviso telefónico del Consulado americano, de que el contralmirante Fletcher había recibido instrucciones de su Gobierno para desembarcar en el puerto con fuerzas armadas y tomar posesión de la plaza.
Diez minutos después, o sea a las 11 de la mañana, desembarcaron, en lanchas, los marinos de los barcos americanos de guerra, surtos en la bahía.
El día 22, en la tarde, el Congreso de los Estados Unidos de América, en virtud del informe que sobre los acontecimientos de Tampico le rindiera el presidente Wilson, resolvió autorizar el empleo de las fuerzas armadas de los Estados Unidos para apoyar una demanda de inequívocas satisfacciones; pero resolvió, expresamente, que los Estados Unidos rehusaban cualesquiera hostilidades contra el pueblo mexicano o cualquier propósito de hacer la guerra contra México.
El almirante Fletcher expidió una proclama al pueblo de Veracruz en la cual ha declarado que la fuerza naval de los Estados Unidos ocupa temporalmente la ciudad para inspeccionar la Administración Pública, a causa de los disturbios que actualmente reinan en México.
Ésta constituye una verdadera intervención armada
En esa misma proclama se invitó a las autoridades civiles y administrativas, a los empleados municipales, a permanecer en sus respectivas funciones; y se advirtió que el recaudo de contribuciones y la inversión de ellas, se continuara haciendo en la misma forma de costumbre, y conforme a la ley.
El pueblo veracruzano, la guarnición federal de la plaza, muy especialmente los alumnos de la Escuela Naval, opusieron resistencia al desembarque de los marinos y a la toma de posesión de la plaza por éstos.
Hubo que lamentar varias muertes, entre ellas, la del alumno Virgilio H. Uribe.
Las fuerzas americanas no pudieron resistir la heroica defensa de los alumnos de la Escuela Naval y tuvieron que retirarse bajo el amparo de la artillería de sus barcos de guerra, la cual causó daños en el edificio de aquella escuela, en la casa del cónsul francés y en otras varias.
Como las autoridades civiles y administrativas rehusaron prestar sus servicios a los americanos, el almirante Fletcher decretó la ley marcial en Veracruz; y posteriormente los invasores han nombrado gobernador civil a un abogado de apellido Kerr.
Esta circunstancia es muy interesante, porque puede revelar una de dos cosas: o no tiene otra importancia que la aparente, es decir, la de nombrar persona que desempeñe las funciones civiles y administrativas que rehusaron aceptar los mexicanos; o, por el contrario, puede encaminarse a establecer en Veracruz, por más o menos tiempo, una situación análoga a la que los ingleses han establecido respecto de España, en Gibraltar.
Es incuestionable que la producción del petróleo mexicano ha causado verdadera alarma a la Standard Oil Co.; y hay datos bastantes para suponer que esa Compañía ha fomentado la revolución en México, y ha influido sobre las autoridades americanas en la política que han desarrollado en contra de nuestro país.
Alguna persona ha llegado hasta proponer en venta al Gobierno mexicano (cosa que este Gobierno no ha llegado a aceptar) algunos documentos originales que revelan connivencia entre Rockefeller y el secretario de Estado de los Estados Unidos de América, Bryan, en "el caso México".
En vista de la invasión, el Gobierno de México dio órdenes telegráficas a su encargado de Negocios en Washington, señor don Ángel Algara Romero de Terreros, para que pidiese sus cartas de retiro y se cortaran, en esta forma, las relaciones de los dos países.
A pesar de ello, el Gobierno americano no daba paso, por su lado, para poner término a su misión diplomática en la República Mexicana. Más todavía; el señor Nelson O'Shaughnessy, encargado de Negocios de los Estados Unidos de América en esta capital, se presentó al suscrito subsecretario de Relaciones, para decirle que su Gobierno le había comunicado que México acababa de retirar al señor Algara, y que, por esto, el mismo señor O'Shaughnessy desea saber "qué cosa había determinado el mismo Gobierno de México respecto al expresado señor O'Shaughnessy". A esto contestó el suscrito subsecretario que el mismo día serían enviadas al señor O'Shaughnessy sus cartas de retiro; y así se hizo en efecto.
En resumen: los Estados Unidos de América, en plena paz, cuando sus barcos se encontraban bajo un concepto amistoso en Veracruz, y no obstante que el Congreso americano se rehusó a autorizar una guerra contra México y cualesquiera actos hostiles contra el pueblo mexicano, invadieron por sorpresa el puerto de Veracruz, establecieron autoridades en él, y todavía después de esto, no cortaban sus relaciones internacionales con nuestra patria.
Con este asunto se relacionan otros dos hechos importantes. Es el primero, el de que sin haber rompimiento de hostilidades, ni declaración de guerra, ni bloqueo de ninguna especie, los barcos americanos de guerra, surtos en Veracruz, impidieron que el Ipiranga desembarcase un cargamento de armas y municiones destinados al Gobierno mexicano.
Es el segundo, el de que los americanos invadieron el puerto primeramente, y después bombardearon la Escuela Naval y otros edificios, sin el aviso que las costumbres internacionales exigen, para que los niños, las mujeres y demás personas no combatientes, se pongan a salvo.
Inmediatamente después de los sucesos en Veracruz, tres naciones sudamericanas: los Estados Unidos de la Argentina, los Estados Unidos del Brasil y la República de Chile, ofrecieron sus buenos servicios para mediar en el conflicto internacional. A esta mediación se han adherido otras Repúblicas de América, como son Cuba, El Salvador, Panamá y Uruguay, y una europea, que es Francia.
México y los Estados Unidos aceptaron la mediación en principio.
Este Gobierno indicó al embajador de España en Washington, encargado de los negocios mexicanos, que era una consecuencia de haberse aceptado la mediación, la suspensión de hostilidades entre los dos gobiernos. El secretario de Estado de los Estados Unidos contestó al embajador de España que, como su país no estaba en guerra con México, y solamente se había tomado posesión de un territorio para apoyar reclamaciones internacionales, no era necesario un armisticio en forma y bastaría con que el señor general Huerta no hostilizase a las tropas americanas en Veracruz para que éstas, por su parte, no ejecutaran actos hostiles.
Pero los mediadores por su parte, pensaron exactamente lo mismo que el Gobierno de México y propusieron a éste y al del país vecino la suspensión de hostilidades y de movimientos militares; lo cual fue aceptado desde luego aunque por parte del Gobierno de México se indicó a los mediadores que en la suspensión se entendía que debía comprenderse los movimientos de los revolucionarios carrancistas; de otro modo, los movimientos de tropas contra éstos podrían ser interpretados como movimientos dirigidos contra los invasores americanos.
Esta indicación del Gobierno de México se cruzó, por una nueva coincidencia, con un telegrama de los mediadores, en que avisaban haberse dirigido a Venustiano Carranza para que aceptara la mediación con suspensión de hostilidades.
Quedó el asunto en tal estado hasta el día 5 de mayo en curso, en que los mismos mediadores hicieron saber a este Gobierno que Carranza se rehusaba a suspender las hostilidades, "fundándose en que la lucha interna es independiente del conflicto con los Estados Unidos".
Los mediadores, en presencia de esa declaración, manifestaron que debería darse por retirado su pedido de que Carranza nombre delegado para la negociación y de que, en consecuencia, si Carranza mantiene la inteligencia expresada, la acción de los mediadores se concretaría a procurar la solución del conflicto con los Estados Unidos, "sin el concurso de los elementos constitucionalistas".
La Secretaría de Relaciones, en respuesta, dirigió, con fecha 6 a los mediadores, el siguiente telegrama:
"Excelentísimos embajador Brasil y ministros Argentina y Chile. Washington, D. C.
"Enterado telegrama Vuestras Excelencias en que comunícanme que jefe revolucionarios carrancistas rehusa suspender hostilidades, y en caso de mantener su actitud, la acción de Vuestras Excelencias se concretará a procurar solución conflicto con Estados Unidos de América sin concurso revolucionarios, doy Vuestras Excelencias cumplidas gracias por su mensaje a la vez que permítome someterles conveniencia Estados Unidos, de acuerdo con suspensión hostilidades ya convenida impidan revolucionarios carrancistas obtengan armas y municiones territorio americano mientras celébranse labores mediación; y bajo concepto que Gobierno mexicano queda en libertad desde luego para movilizar fuerzas contra rebeldes y combatirlos.
"Gobierno Constitucional interino de Estados Unidos Mexicanos confía en que Vuestras Excelencias, la sociedad internacional y la historia juzgue de la conducta de los rebeldes carrancistas en los momentos en que este Gobierno procura solucionar conflicto internacional de acuerdo con el decoro de la patria mexicana.
"Reitero Vuestras Excelencias mi alta consideración.
"El subsecretario de Estado, encargado del Despacho de Relaciones Exteriores, R. A. Esteva Ruíz."
Por otro lado, y a pesar de la suspensión de las hostilidades y de los movimientos militares, convenida entre los dos gobiernos, han desembarcado después más tropas y pertrechos de guerra en Veracruz; por lo cual se hizo ya saber a los mediadores lo ocurrido, y éstos han contestado en términos categóricos, que han hecho desde luego la representación que corresponde ante el departamento de Estado en Washington; reservándose comunicar oportunamente el resultado de sus gestiones.
Por invitación de los mismos mediadores, se designó la comisión a quien se destinan las presentes instrucciones y se aceptó que la conferencia se efectúe el día 18 del corriente mayo en la ciudad del Niagara Falls, en Canadá. Es de advertir que la Secretaría de Relaciones propuso a los mediadores que las conferencias se efectuasen en el Canadá, y esto fue aceptado según acaba de indicarse.
Después de esta larga exposición, los señores comisionados comprenderán la delicadeza suma de la misión que se les confía y del buen desempeño de la cual dependerá la suerte de nuestra nacionalidad y el porvenir de la patria.
No es posible prever todos los casos que exijan una resolución de los señores comisionados, porque hasta ahora los mediadores no han fijado bases ni un programa general, sino que se han limitado a hablar constantemente del conflicto entre México y los Estados Unidos.
De la exposición que antecede resulta, claramente, que el conflicto tiene mayores proporciones que las que tendría si se concretase exclusivamente a los incidentes de Tampico, origen aparente de las dificultades internacionales suscitadas.
Por esta razón, se confía en el patriotismo y en la honradez de los señores comisionados, y se espera que, cuando ellos lo juzguen conveniente, consulten, por telegrama, a la Secretaría de Relaciones. El señor don Ángel Algara Romero de Terreros, a quien se darán instrucciones para que se traslade al Niagara Falls, lo mismo que el señor Manuel A. Esteva Ruíz, cónsul de México en Nueva York, a quien también se ordena que se una a los señores comisionados para ir con ellos a las conferencias y ayudarles en todo lo que fuere necesario, tienen claves especiales que se pueden utilizar en la correspondencia de que se trata.
(Sin nombre, ni firma ni fecha)
COMENTARIO AL DOCUMENTO
Me limito a comentar esta nota de la Cancillería huertista solamente en aquellos puntos a que no me haya referido en mi obra tantas veces citada. (2)
Refiriéndonos al primer punto del documento transcrito debemos decir: es cierto que el señor presidente Taft al iniciarse la Revolución de 1910 expidió un decreto prohibiendo la exportación de armas al territorio mexicano; pero es absolutamente inexacto que los revolucionarios recibieran "toda clase de auxilios en territorio del país vecino". Y en cambio Huerta sí recibió tales auxilios del Gobierno estadounidense.
Como toda afirmación debe probarse, he aquí mi prueba: Con fecha 21 de abril de 1913, el señor Carranza dirigió al Ejecutivo norteamericano una nota que en su parte conducente dice:
"Me comunican de Laredo, Tex., que la autoridad militar de aquel lugar concedió la importación a Laredo, Méx., para el general Troucy, jefe de las fuerzas de Huerta, de dos ametralladoras y cinco mil cartuchos. Como el Gobierno ilegal de Huerta no ha sido reconocido por Vuestra Excelencia, estimo que debe colocarse al general Huerta y a sus jefes en condiciones inferiores a aquellas en que me encuentro colocado yo, como Gobernador Constitucional del Estado, y aun como jefe de todas las fuerzas constitucionalistas de la República y que han desconocido al Gobierno emanado de una asonada militar, y, por tal motivo, el Gobierno de mi cargo cree que si se ha permitido o permite, por parte de los Estados Unidos, la introducción de armas y parque, para las fuerzas de Huerta, igual concesión debe hacerse al Gobierno constitucionalista de este Estado, que yo represento, y a los Estados y jefes que luchan por el restablecimiento del orden legal en México.
"Con tal concesión, los contendientes en la guerra que envuelve actualmente la República, quedaremos en iguales condiciones, por lo cual suplico al Gobierno de Vuestra Excelencia se sirva conceder, sin que se pongan dificultades por las autoridades de ese país, la introducción de armas y parque necesarios, para las fuerzas del orden legal que represento. Sírvase usted perdonar, Excelentísimo señor Presidente, que el Gobierno de mi cargo se dirija directamente a usted, aun cuando no sea la forma en que debiera hacerlo, como Gobierno de un Estado, por no poder verificarlo por conducto del ministro de Relaciones de mi país, toda vez que no reconozco como legal el llamado Gobierno del general Huerta. El Gobernador Constitucional de Coahuila, Venustiano Carranza."
Mientras estuvo vigente el "embargo" o decreto de importación de armas, dice el documento a que nos referimos -el del subsecretario licenciado Esteva Ruíz-, "los revolucionarios recibían toda clase de auxilios en territorio del vecino país". Esta afirmación carece de verdad.
El autor de estos comentarios permaneció en Piedras Negras varias semanas por los meses de julio y agosto de 1913, dándose cuenta de las enormes dificultades que los jefes revolucionarios tenían diariamente para que sus agentes compradores de armas y parque en los Estados Unidos pasaran el río Bravo con el poco material de guerra que con grandes sacrificios económicos adquirían, pues el Gobierno constitucionalista vivía en la más absoluta pobreza. Las tropas carecían de haberes porque no había dinero con qué pagarles; no obstante lo cual vivían felices luchando con entusiasmo por su ahincado ideal de vencer al ejército usurpador que tenían por jefe supremo al general dipsómano que después de mancharse con los magnicidios que había cometido, trataba de derrotar a los revolucionarios, valiéndose de los pretorianos que le seguían, ésos sí bien armados y pertrechados.
Huerta, en efecto, contaba con el arsenal militar que tuviera el señor presidente Madero y además podía importar, por todos los puertos de altura, que tenía en su poder, el armamento que compraba en Europa y que recibió efectivamente. Nos referimos al material bélico que trajeron a bordo los vapores alemanes Ipiranga y Bavaria, y que no pudiendo ser entregado a su destinatario en Veracruz, por impedírselo la escuadra norteamericana, sí fue puesto a disposición de los representantes de Huerta en el puerto de Coatzacoalcos, quedando así burladas las órdenes drásticas del presidente Wilson. (3)
En cambio, los constitucionalistas tenían primeramente que hacerse de dinero exportando ganado a la Unión Americana, para después comprar las armas y municiones que necesitaban con apremio.
Pero no acababan ahí sus dificultades, las que, con ser excesivas, no se comparaban con las que tendrían que salvar después: las de pasar la frontera sorprendiendo a las autoridades fiscales y policíacas americanas, que tenían órdenes de cumplir con el injusto decreto de "embargo", aplicable a entrambos contendientes mexicanos.
El capítulo de las embarazosas dificultades que tenían que sufrir los insurgentes de Coahuila, para pasar al lado mexicano los pertrechos que compraban en territorio estadounidense, ameritaría múltiples e interesantes relatos de los que sólo haré mención parcial.
Desde luego precisa afirmar categóricamente que todas las importaciones de material guerrero se hacían de contrabando porque los infractores al decreto respectivo eran castigados bien con el decomiso del cargamento y con la multa correspondiente; o con prisión. De esta última podían salvarse, y no siempre, los constitucionalistas, otorgando fianzas que, las más de las veces, no podían satisfacer nuestras autoridades por su manifiesta penuria. Para tan peliagudos menesteres el Primer jefe comisionaba a determinadas autoridades o personas de su absoluta confianza que estaban específicamente encargadas de la compra y paso de las armas y municiones de una nación a otra.
Por supuesto que las importaciones francas de las armas por el puente internacional eran imposibles. Todas se hacían subrepticiamente en cajas de sebo u otras materias que se prestaban para ocultar los rifles y cartuchos conservándolos en buen estado.
Cito un caso singular verdaderamente impresionante, digno de admiración y respeto para los protagonistas del patriótico episodio histórico.
Una señora inglesa, esposa del señor Villavicencio, y éste -que había pertenecido al cuerpo consular mexicano- no se ocupaban diariamente de otra actividad que ésta: él, comprando los fusiles que le eran suministrados por agentes vendedores que burlaban la vigilancia de las autoridades estadounidenses; y ella, pasando a pie por el puente de Brownsville a Piedras Negras llevando bajo sus faldas, amarrados a la cintura, los fusiles que podía soportar sin que llamaran la atención de los agentes aduanales norteamericanos.
La señora Villavicencio, a quien tuve el gusto de conocer y tratar en Piedras Negras, era una distinguida dama inglesa que por amor a su marido y simpatía a nuestra causa efectuaba esa labor paciente, pesada y peligrosa, varias veces al día; y él, su esposo, a quien ella conociera en Londres, era un joven entusiasta y abnegado, que por verdadero espíritu de revolucionario realizó con su muy estimable señora esos hechos que guardo en la memoria y que ahora relato como uno de tantos que merecen recordación histórica.
Pero, por supuesto, la mayoría de los contrabandos se efectuaban cruzando a nado el río Bravo, y eran, naturalmente, los más peligrosos. En ellos perdieron la vida muchos de nuestros correligionarios heroicos. Los más de ellos se ahogaban en las aguas del río por el peso de los rifles que portaban; y otros eran cazados fácilmente por los militares o guardas aduanales norteamericanos que obedecían las órdenes de su Gobierno.
Se dice en el documento que transcribo que los revolucionarios "gozaban de la simpatía... de las autoridades americanas". Yo creo que tal aseveración era exacta. Nosotros los revolucionarios gozamos de la simpatía, no tanto de las autoridades como de las del pueblo de los Estados Unidos, por una razón sencilla y evidente. Los constitucionalistas éramos las víctimas, y el victimario, el delincuente, Huerta, que segó las vidas del Presidente y Vicepresidente de la República y fue causante de innumerables crímenes. (4)
Por tales causas innegables esa simpatía nos pareció y nos parece no sólo humana, sino justa. Y por eso mismo también cuando el gobernador de Coahuila desconoció al multidelincuente Huerta, mereció la estima y encomio generales, porque nacionales y extranjeros comprendieron y admiraron a Carranza, no sólo como el vengador del apóstol y mártir Madero, sino como el instaurador del nuevo régimen que había de finiquitar al antiguo que mantuvo a México en una ergástula durante varios lustros. ¿O cree el autor de tal "pliego" de instrucciones que la conducta de Huerta era merecedora del aplauso nacional e internacional?
Pero conviene recalcar esta verdad. Si el pueblo norteamericano tuvo desde un principio simpatía por la Revolución Mexicana, su Gobierno, aunque en el fondo se horrorizó con los crímenes de febrero, no hizo la discriminación debida entre constitucionalistas y usurpadores, sino que desde el punto de vista legal y político externos nos trató por igual a revolucionarios y facciosos, aplicándonos a ambos partidos en lucha el embargo de armas, lo que constituyó la más crasa de las injusticias.
Refiriéndome al punto 3 del pliego citado, debo manifestar: tuve noticias de que tanto en la Revolución de 1910 como en la de 1913, que fue su continuación, se incorporaron a nuestras fuerzas algunos extranjeros como Garibaldi, Viljoen y otros de distintas nacionalidades, pero fueron poquísimos. Yo, personalmente, no vi ninguno cuando tuve el honor de acompañar al Primer jefe, formando parte de su Gabinete, en la campaña que hiciera de Sonora a Chihuahua y finalmente a México. Hago sólo una salvedad, la del general Kloss, alemán, perteneciente a las fuerzas del general Obregón y a un asistente japonés -entiendo que del general Villarreal-, aunque de este detalle no estoy seguro. Si hubo otros extranjeros en nuestras filas, yo no los conocí.
Don Venustiano recibió ofrecimientos, no de una persona ni de dos o más aisladamente, sino de numerosos grupos de extranjeros, especialmente norteamericanos y japoneses que deseaban militar al lado de la Revolución. El Primer jefe siempre se rehusó a recibir tales contingentes porque le parecía no sólo inconveniente, sino aun peligroso aceptar a extranjeros dentro de nuestra causa exclusivamente nacional.
Respecto a otras afirmaciones del "pliego" referido agregamos: los gobiernos tanto del señor Taft como del señor Wilson no ocultaron su mala voluntad para el Gobierno que había asaltado el poder público en México. Eso es verdad; pero tal hecho no se tradujo en beneficios para los constitucionalistas, pues la misma intervención militar en Veracruz que, según idea del presidente Wilson podría favorecernos, el señor Carranza la rechazó con soberbia dignidad a un grado tal que su nota respectiva la consideraron, prensa y Gobierno, como un ultimátum, que pudo haber degenerado en un casus belli; pero como Wilson no quiso la guerra con México, él mismo sugirió la mediación del ABC entre los Estados Unidos, Carranza y Huerta, con el deliberado propósito de que se evitara la guerra entre los dos países. (5)
En cuanto el pliego se refiere a la ocupación del puerto de Veracruz por los infantes de marina de los Estados Unidos, ya hemos expuesto nuestro parecer y protestas, las más enérgicas, como lo hiciera don Venustiano Carranza, por aquel atentado al Derecho internacional, del que se arrepintió el presidente Wilson.
En efecto, el profesor de Princeton jamás creyó que aquella intervención tendría mayores dificultades, pues no pensó que en Veracruz hubiera patriotas con la característica heroica de los que defendieron su suelo perdiendo la vida, en contraste con lo que hicieron las tropas federales al mando del general Mass, el cual, al conocer la ocupación de la aduana y el ataque a la Escuela Naval por la escuadra estadounidense, huyó del puerto para refugiarse en Soledad, lejos de los cañones de la armada yanqui. (6)
(1) El 4 de marzo de 1914, el usurpador promulgó un decreto creando dos grados más en el escalafón de su ejército: el de General de Cuerpo de Ejército, superior al de General de División, y el de General de Ejército, de jerarquía mayor al anterior. El 2 de abril siguiente, se expidieron los primeros despachos de generales de Ejército, favoreciendo los nombramientos a los divisionarios Porfirio Díaz y Aureliano Blanquet. Los siguientes generales de Ejército fueron Victoriano Huerta (ascendido con fecha 10 de abril) e Ignacio Bravo (ascendido el 11 de junio).
(2) Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, t. II, capítulos 1, 3 y 4. F. C. E., México, 1959.
(3) Ver apostilla 10.
(4) Ver apostilla 14.
(5) Ver apostilla 12.
(6) Ver apostilla 13.
Fuente:
Fabela, Isidro (Dir.) Fabela Josefina E. de (Coord.) Carranza, Wilson y el A.B.C. Tomo III. México. México. [Serie: Documentos históricos de la Revolución Mexicana, 14] México. [Comisión de investigaciones históricas de la Revolución Mexicana 1974] Editorial JUS. 1963.
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