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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1914 Discurso del señor Paulino Martínez, de la delegación zapatista ante la Convención de Aguascalientes.

Octubre 27 de 1914.

 

 

Ilustrado auditorio:

Honrado por la revolución del sur para hacer saber a la nación por qué no se ha unido al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, reconociendo su jefatura y su carácter como Poder Ejecutivo de la República Mexicana, voy a exponer ante esta honorable asamblea las razones que aquellos insurgentes de la montaña han tenido para asumir la actitud que hasta este momento están guardando con el arma al brazo y listos para defender los principios que forman su criterio revolucionario.

Demasiado sabéis los que venís luchando desde el 20 de noviembre de 1910, y lo sabe el país entero, que el pueblo mexicano se levantó en armas porque ya se cansaba de sufrir la odiosa dictadura del general Díaz, quien durante treinta y cinco años había arrebatado a la clase pobre, a los hijos del pueblo, a los ciudadanos mexicanos, todas sus libertades públicas, y con ellas, el pan con que deberían alimentar a sus familias; es decir: la falta de pan y de justicia fueron las causas principales que obligaron al pueblo a levantarse en armas. No todos los que iniciaron ese movimiento pudieron comprender, ni interpretar debidamente, las justas aspiraciones de aquellas multitudes que se rebelaron en nombre de un pueblo oprimido y hambriento. Algunos de sus caudillos creyeron, de buena fe probablemente, que con las palabras hermosas de Sufragio Efectivo y No Reelección, y cambiando de presidente, es decir, derrocando sencillamente al dictador Porfirio Díaz, quedaba todo arreglado; y ya veis, señores, lo que esta equivocación viene costando a la nación.

Cuando el caudillo de 1910, don Francisco I. Madero, celebró prematuramente su pacto de Ciudad Juárez con los enemigos de la Revolución, todos los elementos sanos de ella quedaron descontentos y altamente decepcionados del que los había llamado a la lucha. ¿Por qué ese descontento?, ¿por qué tal decepción? Porque aquello era una farsa, era una traición para ahogar en su propia sangre a los cerebros y a la gigante energía de esta guerra social que entonces comenzaba. El cuartelazo de la Ciudadela es la mejor prueba de lo que dejo dicho. Afortunadamente para la causa del pueblo, esos enemigos no consiguieron ni lo uno ni lo otro, porque ni los cerebros ni las grandes energías de la Revolución legítima, de ideales, se encontraban entre los muertos de aquella horrible hecatombe. Las energías de los titanes de esta homérica lucha, que, desgraciadamente, no termina todavía, están en el sur y en el norte de la República; sus genuinos representantes eran el general Emiliano Zapata con todas sus fuerzas que le acompañaban en el sur y con las suyas el general Francisco Villa, en el norte (Nutridos aplausos).

Mestizos los dos, delineados en sus rostros los caracteres de la raza altiva a que pertenecen; sintiendo en su corazón los dolores y las amarguras de esa raza humillada y proscrita del banquete de nuestra mentida civilización; sacudidos sus nervios en vibraciones de rebeldía por los atropellos brutales y sin número, por las injusticias inauditas llevadas a cabo en la persona del indio desvalido, del esclavo de las haciendas, del artesano explotado en las ciudades, de todos los desheredados víctimas de la rapiña del cacique, del militar y del fraile, no podían conformarse con un simulacro de reivindicación que no llenaba las aspiraciones legítimas del pueblo, porque no dejaba satisfecha ninguna de sus necesidades (Prolongados aplausos).

Y la lucha siguió con más ardor: allá en el sur, el general Emiliano Zapata, apodado El temible Atila por esa prensa vendida y corrompida que no ha sabido llenar la delicada misión a que está llamada en los países cultos; allá en el sur, esos llamados bandidos zapatistas por los fotógrafos asalariados del feudalismo agrario; aquellos sublimes insurgentes, como los llamará sin duda la posteridad, no quisieron reconocer el pacto de Ciudad Juárez y siguieron luchando por el Plan de San Luis, exigiendo su cumplimiento, hasta que cristalizaron sus ideales en el Plan de Ayala, bandera pura y sin mancha que han sostenido hasta hoy y que están resueltos a defender hasta conseguir el triunfo de todos sus ideales.

Y ¿qué es el Plan de Ayala?, preguntarán los que no lo conocen. El Plan de Ayala es la condensación de la infidencia de un hombre que faltó a sus promesas, y el pacto sagrado, la Nueva Alianza de la Revolución con el pueblo, para devolver a éste sus tierras y sus libertades, que le fueron arrebatadas hace cuatro siglos, cuando el conquistador hizo pedazos la soberanía azteca, más que con la punta de su espada, con las hondas divisiones que debilitaron la fuerza de aquella raza indómita.

Tierra y Libertad, Tierra y Justicia, es lo que sintetiza el Plan de Ayala para fundamentar la libertad económica del pueblo mexicano, base indiscutible de todas sus libertades públicas; no sillones presidenciales para los ambiciosos de mando y de riqueza; no sinecuras para los que empuñaron las armas con deseos de substituir al verdugo de hoy, improvisando nuevos caciques con la punta de sus espadas; no que la Revolución hubiera puesto las armas en sus manos para crearse un seguro político de vida; no rehusando volver a las tierras para fertilizarlas, o a los talleres para transformar la materia en artículos por medio del trabajo de los hombres libres; no asalariados que llevan a la boca el pan empapado con el sudor de una frente altiva; no privilegios para determinado grupo social, sino igualdad política y bienestar colectivo para los habitantes de la República; un hogar para cada familia, una torta de pan para cada desheredado de hoy, una luz para cada cerebro en las escuelas-granjas que establezca la Revolución después del triunfo, y tierras para todos, porque la extensión del suelo mexicano puede albergar y sustentar cómodamente noventa o cien millones de habitantes (Aplausos).

Tal es, señores, en concreto, el programa político-social de la revolución del sur, sintetizado en el Plan de Ayala, y que aquellos llamados bandidos zapatistas, están resueltos a sostener con la fuerza potente de su brazo y el espíritu inquebrantable de la raza indómita a que pertenecen.

Por lo expuesto quedaréis convencidos, y con vosotros el mundo entero, de que aquel grupo de abnegados luchadores, llamados con toda propiedad Ejército libertador, no es una chusma de obcecados que no tiene conciencia de la ley ni una orientación fija adonde encaminar sus pasos; precisamente porque tiene conciencia de lo que debe ser la ley basada en la justicia, única expresión de toda libertad bien entendida, y porque sabe que todo gobierno que no está legítimamente representado por la voluntad del pueblo se convierte en gendarme de la plutocracia, imponiendo su autoridad con miles de bayonetas; como dije, para convertirse en gendarme de la plutocracia y explotar a los de abajo en beneficio de los que están arriba; porque de eso tiene conocimiento pleno la revolución del sur; porque sabe de dónde emanan la soberanía del pueblo y el gobierno legítimamente constituido. Por eso no ha podido ni puede reconocer como Presidente de la República al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Cree sinceramente el jefe supremo de la revolución del sur, y con él todos los generales y soldados que lo rodean, que han sufrido una lamentable equivocación los que han pensado que por el hecho de llegar en son de triunfo a la capital de la República, con un Plan de Guadalupe en la mano, podría ese plan imponer a la nación un gobierno provisional que no era el acuerdo armonioso y leal entre el pueblo y los demás grupos revolucionarios de toda la República.

Digo acuerdo leal entre el pueblo y los demás grupos revolucionarios, porque no son únicamente los que portan espadas que chorrean sangre y despiden rayos fugaces de gloria militar los escogidos a designar el personal del gobierno de un pueblo que quiere democratizarse; ese derecho lo tienen también los ciudadanos que han luchado en la prensa y en la tribuna, que están identificados con los ideales de la Revolución y han combatido al despotismo que barrena nuestras leyes; porque no es sólo disparando proyectiles en los campos de batalla como se barren las tiranías; también lanzando ideas de redención, frases de libertad y anatemas terribles contra los verdugos del pueblo se derrumban tiranías, se derrumban imperios. y recuérdese que el general Díaz cayó, más que con los proyectiles de los guerrilleros del norte, encabezados por Madero, por la rechifla de la multitud de los habitantes de la capital de la República que le pedían a gritos la renuncia, y por la lluvia de tinta que le arrojó la prensa independiente (Nutridos aplausos).

Y si los hechos históricos nos demuestran que la demolición de toda tiranía, que el derrumbamiento de todo mal gobierno es obra conjunta de la idea con la espada, es un absurdo, es una aberración, es un despotismo inaudito querer segregar a los elementos sanos que tienen el derecho de elegir al gobierno; porque la soberanía de un pueblo la constituyen todos los elementos sanos que tienen conciencia plena, que son conscientes de sus derechos, ya sean civiles o armados incidentalmente, pero que aman la libertad y la justicia y laboran por el bien de la patria. Estas son las ideas, los sentimientos que abrigan todos los insurgentes del sur, y no pueden traicionar su conciencia reconociendo un gobierno provisional cuya base es deleznable.

La actitud expectante de la nación sin aprobar lo hecho, el no reconocimiento de ese gobierno provisional por las naciones extranjeras y el desconocimiento de varios jefes del norte a esa jefatura, prueban evidentemente que los rebeldes del sur no están equivocados; y como todas sus acciones se inspiran en lo que creen más justo y conveniente para los intereses del pueblo mexicano, se han abstenido de nombrar delegados a esta Convención.

Lamentamos esa división que hoy existe entre los que nos levantamos unidos en 1910 para derrocar una dictadura que se creía invencible. Deploramos sinceramente que nuestros compañeros de hoy vayan a ser quizá mañana los enemigos a quienes se tenga que combatir; no queremos que continúe la lucha fratricida, que sólo engendra odios y ahonda divisiones entre la gran familia mexicana; pero si hoy es necesario para redimir a una raza de la ignorancia y de la miseria por cuatro siglos de opresión, por doloroso que sea, que continúe la lucha, que ruja el cañón repercutiendo con su horrísono trueno el espacio, para que la gangrena de las injusticias y de los privilegios que nos han dividido hasta hoy desaparezca y quede purificado nuestro cuerpo social; pero que conste ante la Historia que no es el Ejército Libertador el que provoca la lucha ni la desea; son los elementos insanos los que se mezclan en ella, es la labor maldita de los enemigos de la Revolución -clero, militarismo y plutocracia-, que ofuscan al legislador, despertando las bajas pasiones que se agitan en el fondo de la bestia humana, para que no distinga en qué lado están la razón, la justicia y el triunfo inevitable de esta guerra social.

Meditemos, señores compañeros, antes de que pueda reanudarse el combate. Examinemos detenidamente, sin pasión alguna, las banderas que enarbola cada campamento. El Ejército Constitucionalista enarbola el Plan de Guadalupe; el Ejército Libertador, el Plan de Ayala; aquél tiene por principal objeto -me atengo a lo escrito- elevar a un hombre al Poder, si se quiere, atropellando la autoridad del pueblo y los derechos indiscutibles de otros grupos revolucionarios; el Plan de Ayala tiene por principal objeto elevar los principios al rango de leyes, para redimir a una raza de la ignorancia y de la miseria, a fin de que los mexicanos tengan su propio hogar, abundante pan con qué alimentarse y escuelas libres donde poder abatir su ignorancia; y si esto es así, como los hechos lo demuestran, los campos están deslindados ya: luchadores de buena fe, ¡escoged!

Los revolucionarios del sur no os envían cartel de desafío al explicar su conducta, sino una invitación cariñosa, leal y completamente sincera para que os unáis a su bandera; las palabras que brotan de mis labios no envuelven tampoco un reto, ni siquiera una provocación agresiva; son, como lo habéis comprendido, la expresión fiel, delineada a grandes rasgos, de los hechos históricos que han venido sucediendo desde 1910 a la fecha. Meditadlo con la serenidad que lo demanda y obrad según vuestra conciencia; si queréis que la Historia os señale mañana como personalistas, únicos responsables de la continuación de la guerra, seguid defendiendo el Plan de Guadalupe; si sois libertarios amantes del progreso y del bienestar del pueblo mexicano, si deseáis la redención de la raza oprimida por cuatro siglos de injusticias, adheríos al Plan de Ayala, entonces, todos unidos, lucharemos contra el enemigo común de nuestras libertades: clero, militarismo y plutocracia.

La comisión que me honro en presidir quedará altamente satisfecha, se congratulará muchísimo de llevar vuestra adhesión a los hermanos del sur, quienes aplaudirán vuestra conducta, lo mismo que vuestra conciencia lo hará, para que, unidos todos en fraternal abrazo, el Ejército del Norte, el Ejército del Centro, el Ejército del Sur, no sea más que el glorioso Ejército de la Libertad futura del México moderno, para sostener y desarrollar mejor la grandeza y bienestar del pueblo mexicano (Ovación).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Magaña Gildardo. Emiliano Zapata y el agrarismo en México. México, INEHRM [Revolución. Obras Fundamentales], 1937. 5 tomos.