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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1914 Discurso de Antonio I. Villarreal ante la Convención Soberana de Aguascalientes.

Octubre 14 de 1914.

 

 

Terminada la jura de esta bandera, la protesta de honor que hemos empeñado, y rubricado el acto trascendental de unirnos para hacer cumplir todo lo que aquí aprobemos, pasamos a declarar solemnemente instalada esta Convención y a declararla, con la mayor solemnidad, soberana.

Con este acto hemos logrado, o si no logrado, cuando menos hemos hecho un esfuerzo sincero con ello, para unificar al país. Los grupos disidentes ya tendrán un centro que obedecer; los grupos disidentes ya no tendrán pretexto para continuar desgarrando a este infortunado país que por cuatro años se ha cubierto al luto y miseria, esperando una libertad que le prometimos con alborozo y que todavía no hemos sabido dársela.

Grandes, trascendentales, serán los resultados del acto a que asistimos; nuestro país muy pronto sabrá apreciar los beneficios de la labor que aquí hacemos nosotros. Nuestros desdichados valores que decaen en el extranjero, donde se tenía casi la certidumbre de que los mexicanos éramos incapaces de vivir como hombres cultos, con estos actos quizá cambien de opinión y nos vuelvan a considerar como hombres que sabemos ser ciudadanos y como ciudadanos que sabemos ser libres en medio de la paz.

Los depreciados valores mexicanos quizá, únicamente por lo que acabamos de hacer, vuelvan a tener un ascenso favorable, como lo tuvieron con el solo anuncio de que todos los miembros del Ejército Constitucionalista, o, más bien dicho, que todos los que habíamos sido elementos activos del movimiento revolucionario, estábamos dispuestos a reunimos en Convención para discutir, para acordar, para cambiar ideas como gentes que piensan; pero no será únicamente el alza de valores el resultado eficiente que nos han de dar estas labores, que eso nos ha de alegrar, no por el beneficio que reporte a los potentados, sino porque con esa alza de valores ayudaremos también y muy principalmente a los hambrientos, que, debido a la situación lamentable de nuestro país y debido a la depreciación espantosa de nuestra moneda, no pueden, por falta de trabajo, atender a la subsistencia, atender a cubrir sus más imperiosas necesidades, y por el bien que hacemos a los menesterosos, debemos felicitarnos en esta ocasión solemne.

Pero hay otros motivos más trascendentales por los que debemos regocijarnos. Hoy, declarados soberanos, porque representamos las fuerzas vivas del país, porque representamos a los elementos combatientes que son en todas las épocas de revolución los que verdaderamente valen, los que verdaderamente saben de abnegación y de sacrificios y de anhelos a las causas altas. Declarados en Convención soberana, declarados en Poder inapelable de la República, bien podemos ya, señores, hacer que la tranquilidad vuelva, hacer que la paz renazca, que las hostilidades se suspendan, que no se derrame más sangre hermana, que vayamos todos, abrazados con efusivo amor a hacer promesas por no ser salvajes, sino hacer promesas por ser más civilizados, por ser patriotas y por ser verdaderos amadores de los destinos nacionales.

Las guerras que no se justifican ante las exigencias del progreso; las guerras que no vienen a darnos libertades, que no vienen a darnos algo más que las libertades, el bienestar económico, la redención verdadera de los que han pasado hambres; las guerras que sólo sirven para saciar ambiciones; las guerras que son incendiadas por personalismo; las guerras que se producen en el arroyo de las infamias y de las bajas pasiones, señores, son criminales. Y si nosotros, en este momento en que todos hemos comulgado con los principios, provocamos la guerra, todos nosotros seríamos criminales. (Nutridos aplausos).

Vamos a decir a Zapata: Redentor de los labriegos, apóstol de la emancipación de los campesinos, pero a la vez, hermano que sigues por veredas extraviadas en estos momentos de prueba; ven aquí, que aquí hay muchos brazos que quieren abrazar los tuyos; muchos corazones que laten al unísono de los corazones surianos; muchas aspiraciones hermanadas con las aspiraciones tuyas, muchos brazos fuertes que están dispuestos a seguir laborando con energía, por que sea un hecho el término completo de las grandes tiranías y una verdad efectiva la división territorial que haga de cada campesino un hombre libre y un ciudadano feliz. (¡Bravos!, y nutridos aplausos).

Vamos a decirle a Maytorena y a Hill: Ya es tiempo de que la razón se imponga sobre los fogonazos de los fusiles; ya es tiempo de que en las campiñas de Sonora cesen esas luchas que no se basan en principios trascendentales, sino en el deseo de imponerse o tomar el poder; ya es tiempo de decirles: Hombres de Sonora: debéis trabajar unidos por volver a los yaquis y a los mayos las tierras que les robaron los científicos. (¡Bravos!, y aplausos).

Y así diremos a Carranza y a Villa: La Revolución no se hizo para que determinado hombre ocupara la presidencia de la República; la Revolución se hizo para acabar con el hambre de la República mexicana. (Aplausos nutridos, ¡bravos!).

Pero sobre estas consideraciones hay todavía una consideración suma: aquí vemos atacado el porvenir nacional; vemos que nuestras libertades están a punto de ahogarse en una guerra fratricida; vemos que se retarda el momento de cumplir con las promesas que hicimos; vemos que nuestras aspiraciones naufragan; pero allá, en las costas azotadas por las bravas olas del Golfo, vemos con nuestra imaginación dolorida flotar sobre Los Cocos y sobre los palacios el pendón de las barras y las estrellas, y en estos momentos de recogimiento debemos pensar, debemos, interpelando a nuestras conciencias, confesar que tenemos mucha culpa de que todavía en Veracruz flote el pendón de las barras y las estrellas. Si nos hubiéramos pacificado al terminar la Revolución con el derrumbamiento de la infame dictadura huertista; si hubiéramos dicho todos: No necesitamos ya de los fusiles, necesitamos de las escuelas y del trabajo, si en consorcio general nos hubiéramos puesto a laborar por el bienestar nacional, las buenas intenciones, mil veces manifestadas y por mil motivos de creerse, del Gobierno americano, quizá ya se hubieran cumplido, y en estos momentos podríamos con todo alborozo llamar a México verdaderamente independiente.

Es por eso que debemos realizar, que debemos llevar a la efectividad, los anhelos de armonía que flotan en los elementos de esta Convención, y es por esto y por las razones expuestas anteriormente, pero de modo principal por estas razones, por lo que debemos hacer que la paz orgánica venga a nuestra Patria para que la salvemos del hecho que hoy presenciamos en el puerto de Veracruz. Unidos podremos ya entregarnos de lleno al cumplimiento de los anhelos revolucionarios, podremos ya entregarnos con todo nuestro ardor a hacer verdaderamente libre a este país, a emprender las reformas que hemos predicado para hacer que sea muy fecundo el período preconstitucional. Hoy es el tiempo en que podamos hacer, de hecho, lo que tanto hemos anhelado; hoy es el tiempo en que podamos consagrarnos a esas labores que son indispensables para que al llegar el período constitucional esté nuestro país en vías de gobernarse por sí mismo; en el período preconstitucional, nosotros debemos, con mayor empeño, procurar aniquilar al enemigo, al verdadero enemigo de todos nosotros: a la reacción; a la reacción que nos acecha de nuevo esperando el momento en que con nuestras discordias nos debilitemos, para volver a levantar su cabeza maldita y vuelva a entronizarse con sus infamias en el poder de México. (Aplausos).

Debe ser uno de nuestros propósitos principales aniquilar al enemigo, que el enemigo muera de verdad, para que quede asegurado el dominio de la patria libertada. Nuestro enemigo es rico, nuestro enemigo es poderoso; ¡hagámoslo pobre! (Aplausos).

La Constitución nos prohíbe que confisquemos; por eso queremos vivir un poco de tiempo sin la Constitución. (Aplausos).

Necesitamos arrebatar al enemigo los fondos de donde ha de surgir la nueva revolución reaccionaria; necesitamos arrebatarle sus propiedades; necesitamos dejarlo en la impotencia, porque ese enemigo sin oro es un enemigo del que podemos burlarnos implacablemente. (Aplausos).

Nuestro enemigo fue el privilegio; el privilegio sostenido desde el púlpito por las prédicas del clericalismo anticristiano que tenemos en esta época de vicios, asociado también al militarismo de cuartelazos, que hemos visto caer avergonzado, humillado, y que lo hemos visto dispersarse, para que sin los cuartelazos, sin la orden superior, sin la organización previa, quede completamente incapacitado para volver a enfrentarse al Ejército de ciudadanos armados. (Aplausos).

Debemos arrebatar las riquezas a los poderosos y debemos también cumplir con las Leyes de Reforma en lo que respecta a las riquezas del clero. (Aplausos Voces: ¡Muy bien! ¡Bravo!).

Así como nuestras Leyes de Reforma nacionalizaron los bienes del clero, nosotros también podemos nacionalizar los bienes del privilegio para bien de la República. (Aplausos. Voces: ¡Muy bien!).

Se ha hecho, se ha procurado arrebatar a los ricos lo que habían arrebatado a los hambrientos; pero no se ha hecho con orden ni lo arrebatado ha aumentado el caudal de la República en gran proporción. Debemos hacerlo en orden; debemos hacerlo sabiamente, para con esas riquezas recogidas pagar, que bien podemos hacerlo, todas las deudas de la guerra y cubrir, que bien podemos hacerlo, todas las necesidades para asegurar el futuro económico de la patria.

Y al clero hemos también de arrebatarle los bienes que ha adquirido al amparo de la política de conciliación del general Díaz. El clero tiene derecho únicamente a poseer los templos, los templos dedicados al culto; pero no tiene derecho de poseer, como posee, conventículos y hermosos edificios consagrados a lo que llama enseñanza, que no es otra cosa que la perversión del criterio de los niños. (Aplausos).

No debe la Revolución atentar contra la libertad de conciencia ni contra la libertad de cultos; en el período agitado es muy justo, y así se ha hecho, castigar a la clerigalla que se asoció a Huerta; castigar al católico que dio dinero con que se pudiera fomentar al gobierno de Huerta; pero pasado el período de agitación, nosotros, como buenos liberales, debemos respetar todos los cultos; pero no permitir que nuestra niñez sea envenenada. Es más trascendental prohibirle al clero la enseñanza que prohibirle la religión; que siga rezando, que siga predicando; pero que no enseñe mentiras.

Aniquilados nuestros tres principales enemigos: el privilegio, el militarismo y el clericalismo, podremos entrar de lleno al período constitucional que todos anhelamos. (Aplausos). Discutamos con energía; que quede reducido el fraile a su iglesia, el soldado a su cuartel, en tanto que el ciudadano quede en todas partes. (Aplausos).

Y abriguemos temores por el futuro del ejército que nace más bien que temores, velemos por su despertar, cuidemos su organización, estemos pendientes de los vicios que empiecen a observarse en él; tengamos siempre presente que somos ciudadanos armados en estos momentos y que queremos formar un Ejército que asegure las libertades y no el ejército de los cuartelazos, el sostén de las tiranías. (Aplausos).

Debemos laborar con todas las fuerzas de nuestra conciencia, con todos los impulsos sanos de nuestros corazones, por que no se fomente el pretorianismo en nuestras filas, por que no se llegue a formar nunca un ejército que quiera gobernar; porque en las Repúblicas, cuando se ha aceptado el voto de las mayorías, no son los hombres armados, no es la fuerza brutal la que debe deliberar, la que debe ver los destinos del país, sino los ciudadanos libres, en el seno de la paz y de la armonía general.

Esta Revolución, que tiene muy poco de política, que es eminentemente social, que ha sido fomentada, que ha surgido de la gleba dolorida y hambrienta, no habrá terminado, no habrá cumplido la obra, hasta que hayan desaparecido los esclavos que hasta hace muy poco teníamos en Yucatán y en el sur, y hasta que hayan desaparecido de nuestros talleres los salarios de hambre y de nuestras ciudades los pordioseros que pueden trabajar y que piden limosna porque no encuentran dónde trabajar. (Aplausos). Vamos a acabar con el peonaje, vamos a hacer que los salarios suban, que disminuyan las horas de trabajo, que el peón, que el obrero, sean ciudadanos; reconozcámosles el derecho de comer bien, de vestir bien, de vivir en buena casa, puesto que ellos, como nosotros, fueron creados, no para ser parias, no para que el fuerte estuviera golpeando siempre sobre sus espaldas, sino para vivir una vida de felicidad, una vida de civilización que, de otra manera, ¡maldito el momento en que nacieron! (Aplausos).

Y vamos también a acabar con los personalismos, a confesar que son las deliberaciones las que deben regirnos; hacernos el propósito de congregarnos para resolver nuestros asuntos, y solamente cuando se nos prive de esos derechos, cuando se nos abofetee por los tiranos, cuando no se nos permita ni congregarnos, ni discutir, ni hablar, ni poner nuestros mandatarios, entonces, cuando toda la libertad haya desaparecido, cuando la tiranía domine sobre nosotros, es cuando tendremos derecho de volver a empuñar el fusil libertador y volver a ser ciudadanos armados.

Pero que sean los caprichos de los caudillos los que han de lanzarnos a la guerra; que sean las exigencias de los principios, los dictados de la conciencia. (Aplausos y voces: ¡Bravo! ¡Muy bien!).

Tengamos el valor de decir que primero son los principios que los hombres; tengamos el valor de proclamar que es preferible que mueran todos los caudillos con tal de que se salven el bienestar y la libertad de la Patria. (Nutridos aplausos. Voces: ¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Y en vez de gritar vivas a los caudillos que aun existen, y a quienes todavía no juzga la historia, gritemos, señores: ¡Viva la Revolución! (Voces: ¡Viva! ¡Viva! Estruendosos aplausos).

Queda solemnemente instalada esta Convención Soberana. (Voces: ¡Viva! ¡Viva! ¡Bravo! Prolongados aplausos).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Gildardo. Emiliano Zapata y el agrarismo en México. México, INEHRM [Revolución. Obras Fundamentales], 1937. 5 tomos.