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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1914 Los fines de la Revolución Mexicana. Considerados dentro del problema internacional. José Santos Chocano.

Chihuahua, México. Junio 2 de 1914.

 

 

LOS FINES DE LA REVOLUCION MEXICANA
CONSIDERADOS DENTRO DEL PROBLEMA INTERNACIONAL

Conferencia Pública del 3 de junio de 1914,
en el Teatro de los Héroes, de Chihuahua, Méx.

CONCIUDADANOS DE MEXICO:

No os extrañe que así comience por llamaros, ya que, como insistentemente lo he dicho, mi corazón es bastante capaz para comprender en la amplitud de su patriotismo a todos los pueblos de mi raza; y ya que, ante el doble conflicto para México—tiranía que se resiste adentro, intervención que se discute afuera—siento la apremiante necesidad de proclamarme, ante mi Patria Continental, hoy más que nunca mexicano.

Cuando los atenienses viéronse obligados a abandonar su ciudad para ir a combatir en los campos de Salamina, dijóse que Atenas misma se había trasladado, porque Atenas estaba donde estaban los atenienses libres. Yo he sentido la emoción regocijada de saludar a todos los mexicanos libres de la República, antes, en la persona del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, en quien me complazco en reconocer las tres cualidades que necesita el verdadero Hombre de Estado―inteligencia lúcida, energía serena y honradez acrisolada, apoyadas estas tres cualidades sobre la base firme de una buena intención y confundidas hacia lo alto en el ápice de un supremo Ideal, —y, ahora, en la persona del General Francisco Villa, alma formidable y amasada de misterio, de milagro y de gloria, que clava sus raíces en las capas más profundas del Dolor Colectivo y levanta sus ramas florecidas hasta las nubes del Gran Ensueño Humano, reservándose el magno papel de ser, al lado de aquel Hombre de Estado, el Ángel Guardián de los Principios, contra la asechanza y la intriga de los enemigos ocultos de su Pueblo.

Hace cuatrocientos años un hombre singular, lugarteniente de Hernán Cortés, —aludo a Pedro de Alvarado—se desprendió de México, atravesó a lo largo el Istmo Centro-Americano, fue hasta el Perú a disputar con Pizarro el laurel de la gloria y el botín de la guerra. Antójaseme, a veces, que mi espíritu no es otro que el de Pedro de Alvarado, que del Perú viene hoy a México; pero, en esta ocasión, no como un soldado de la Conquista, sino como un abanderado del Ideal.

***

En breve, habré de hablaros sobre el papel que me reservo en ésta que, a la vez que una Revolución de principios, es una Organización en marcha; pero se hace de todo punto necesario pasear antes una mirada alrededor de este gran momento, que ha de resolverse en la aparición revolucionaria y a la vez orgánica de México como la Primera Democracia de nuestra América Latina.

En las conferencias de Niágara Falls, tres venerables rábulas, sorprendiendo la buena fe de mediadores que desconocen los alcances de esta Revolución radical, pretenden "sacar ventajas," como personeros de la usurpación, en un forcejeo sofístico de fórmulas y eufemismos que han de hacerlos aparecer a los ojos del Profesor Wilson, historiador y filósofo, como tres de esos políticos-retóricos de la Decadencia Romana. La osadía llega hasta el punto de querer legitimar la usurpación dentro de una componenda, que resulte una como secuela de semejante régimen. No se percatan tales venerables rábulas, que, puesta al margen toda la alta moral política, puesta al margen toda la significación de este unánime movimiento armado, sería absurdo reconocer implícitamente las obligaciones, por ejemplo, de la usurpación para con los monopolios bancarios. Insinúanse nombres de Presidentes provisionales: Félix Díaz, el Dr. Vázquez Gómez. (No he de conceder yo el honor de cuatro palabras sobre el personaje zarzuelesco que es ya merecidamente conocido con el alias de "General Falda-pantalón". No he de detenerme a fulminar al médico, ducho quizás en récipes florentinos, que es harto conocido a la vez como el primer traidor con que tropezó el Apóstol Madero.) Los tres venerables rábulas del momento, olvidan que la audacia muchas veces es un paso hacia el ridículo. El mejor comentario de tales desempeños, podría ser un chascarrillo. Piénsase en aquel balandrón que caído en un pozo, les gritaba a los transeúntes: —Si me sacan de aquí, me comprometo a perdonarles la vida…

¿Qué decir de los mediadores del A. B. C., engañados en el peligro para la Raza de jugar con el fuego sagrado de una soberanía latino-americana? No quiero penetrar los propósitos respetables, a pesar de las que llamaré enojosas apariencias, con que el Profesor Wilson suele disertar sobre los problemas interiores de México; pero, cualesquiera que sean los rumbos más honrados de tales propósitos, debo protestar de que colaboren en ellos, —sin duda alguna, con esas buenas intenciones de que está empedrado el Infierno de nuestros pueblos, —tres representantes latino-americanos, que no tolerarían para sus respectivas naciones la intromisión de Poderes extraños, ni aún a título de desinteresado consejo. El Profesor Wilson podrá estar acaso en su papel, si se quiere hacer una excepción en favor de su altísima personalidad; pero los que no lo están, por manera alguna, son los tres representantes del A. B. C., que se prestan, desordenadamente, a que extranjeros en el extranjero traten de resolver lo que atañe al fuero interior de un pueblo libre, con los caracteres de una como penetración pacífica y de uno como atropello diplomático contra la soberanía de una de las naciones latino-americanas. En mi condición de Ciudadano de la América, yo protesto ante los pueblos libres de Brasil, de la Argentina y de Chile, por la actitud que, en lo que respecta al problema interno de México, han asumido sus tres representantes en Washington, olvidándose de que la Patria de Dn. Benito Juárez no es África y de que las conferencias de Niágara Falls no son las Conferencias de Algeciras.

El plano en que se ha colocado la mediación del A. B. C., es absurdo. —Si el Conflicto que provocara la mediación es el internacional ¿cómo entenderse a solas con la usurpación, que no ha sido reconocida en calidad de Gobierno por los Estados Unidos de América, ni por el Brasil, ni por la Argentina, ni por Chile? Si la mediación insiste en involucrar el conflicto interno con el internacional ¿cómo arribar a ningún resultado, si una de las partes beligerantes se opone a ello? Parece que no se tratara de una mediación, sino de una imposición. Desatinado es intentar siquiera el arreglo de la situación interna de un pueblo, contra la voluntad de él.

Los mediadores no han sabido o no han querido plantear el Problema que desean resolver. El Problema se les desdobla del conflicto internacional al conflicto interno; y ni en uno ni en otro, han atinado a fijar los términos de la ecuación. En el conflicto internacional, uno de los términos es, a las claras, los Estados Unidos de América; el otro es o la usurpación o el pueblo mexicano, que no sólo tienen distintos sino contrarios intereses; hubiera convenido, previamente, esclarecer este otro término. El atropello de Tampico en contra de la bandera americana, incumbe a la usurpación; pero la ocupación del territorio nacional, incumbe al pueblo mexicano, por los derechos de soberanía que no puede representar la usurpación. Es con este último motivo que la mediación sobreviene: entonces, de quien se puede prescindir es de la usurpación, que carece de personalidad internacional, por el "no reconocimiento" de su titulado Gobierno. Es un conflicto que alcanza a los derechos de soberanía sobre el territorio: la usurpación no puede representar tales derechos; y, desde luego, resulta absurdo discutir a solas con la usurpación sobre un conflicto que, antes bien, corresponde resolver a todo el pueblo mexicano, que hoy está en armas contra la referida usurpación. En el conflicto interno, uno de los términos es la usurpación misma y el otro el pueblo en armas contra ella: ¿cómo intentar siquiera mediar al respecto, si una de las partes, la más importante, la más respetable, el pueblo mismo, se opone a tal mediación? Todo lo que sea apartarse del pueblo en armas contra la usurpación, es bordar en el vacío, dar vueltas dentro de un círculo vicioso, perder un tiempo que, por dicha, va ganando para sus armas el pueblo puesto en marcha contra la usurpación de la Capital.

En lo que se refiere al conflicto interno, el espíritu de la Cancillería Argentina, expresado en la circular de hace pocos meses, es contrario, precisamente, al de la actual gestión mediadora: la Argentina conoce la dolorosa experiencia de las reivindicaciones armadas contra las tiranías usurpadoras y se percata de la situación de México, abogando por la no intervención dentro del conflicto nacional. Ello es concluyente. ¿Por ventura los representantes del A. B. C., hubiesen encontrado admisible la mediación—y más aún contra la voluntad de las reivindicaciones populares—en el caso de la Dictadura brutal de Rosas en la Argentina o en el caso de la Dictadura intelectual de Balmaceda en Chile? Cuanto se haga o se insinúe en lo referente al conflicto interno de un pueblo libre, es atentatorio a su soberanía. No se trata siquiera de la situación especial de un pueblo intervenido, puesto que los Estados Unidos de América han declarado enérgicamente que no es su propósito el proceder contra el pueblo mexicano. Por eso, yo denuncio ante el Continente a las Conferencias de Niágara Falls, según hasta ahora ha aparecido la mediación, como un atentado, en lo que respecta al conflicto interno de México, contra la soberanía de una de las naciones latino-americanas; y protesto de que los representantes del A. B. C., escamoteando la voluntad popular de una nación hermana, se presten a servir de instrumentos de la usurpación que provocara el Conflicto para "sacar ventajas'' y a resultar cómplices de una intervención, cualquiera que sea su buena voluntad, que así se mezcla en los derechos que soberanamente le corresponde ejercitar al pueblo mexicano.

La circunstancia de que, con pretexto de unas Conferencias de Paz Internacional, se traigan y se lleven los alcances de la Revolución Mexicana, sin esclarecer ni menos perfilar sus fines, ofrece la oportunidad de notificar al mundo cuáles son esos fines, rechazando todo propósito extraño de colaborar de hecho en ellos y patentizando, al exhibirlos, la imposibilidad de una mediación que embarazaría a un pueblo libre en la consecución de sus propósitos soberanos. El mismo Profesor Wilson, desde su elevada mentalidad, no ha podido ver sino una de las caras del sentido poliédrico de la Revolución Mexicana: conoce, sin duda, las causas y hasta las circunstancias actuales del llamado Problema Agrario; pero no aparece en actitud de conocer los remedios. No es sólo el Problema Agrario el alma de la Revolución Mexicana: hay que reglamentar el trabajo; hay que metodizar la Agricultura; hay que establecer el Banco efectivamente Nacional sobre las ruinas de los monopolios particulares; hay que depurar los sistemas contributivos que pesan, en la práctica, sólo sobre las clases pobres; hay que capitalizar muchas tierras, como en el Canadá; hay que nacionalizar muchas minas, como en Australia; hay que crear los tipos pedagógicos nacionales; hay que descentralizar verdaderamente a los Estados, en camino hacia el plan doctrinario de los municipios libres; hay que hacer la Sanidad; hay que hacer el Ejército; hay que hacer la Organización; hay que hacer la Patria.

No se trata de un problema político de partidos sin programa, ni de una disputa armada por la distribución de puestos públicos y sinecuras oficiales, que pudiera resolverse con un par de elecciones más o menos fraudulentas, como en tantas repúblicas latino-americanas que están desorientadas por completo sobre lo que pasa en México.

Las deformidades económicas y administrativas, que aparecen acumuladas como destilación de más de treinta años de la dictadura de un hombre, no se pueden liquidar sino con la dictadura de un pueblo. El Ejército de la Revolución es el sufragio en armas. Aquí no hay soldados de reclutamiento, empujados a la pelea por la punta de las espadas: aquí sólo hay voluntarios, en el más amplio sentido de tal concepto ciudadano; y, por lo mismo, hay que afirmar que los soldados pelearían sin Jefes, así como los Jefes pelearon en un principio sin soldados…

Dictatorialmente el Pueblo debe hacer los nuevos moldes, en que una Constituyente venga luego a vaciar la personalidad legal de las Instituciones. La materia prima está lista: todo depende ahora de quienes van a emprender las labores de la manufactura.

El Problema de México es el Problema de toda la América Latina. No es la paz "cueste lo que cueste," ni es la libertad "salga como salga." La paz y la libertad coexisten en el Orden. El Problema es la Organización. Todos nuestros pueblos—y, en especial, los intertropicales—están desorganizados: hay que organizar uno de los más importantes, para que puedan organizarse todos. Entiéndase mi afán en México desde el más elevado patriotismo continental. Dije y repito: —Del horno encendido de la Revolución Mexicana, saldrá el molde en que se vacíe la personalidad definitiva de las Repúblicas Latino-americanas. 

Interésame, así, al ir puntualizando los fines de esta Organización en marcha, decir el "por qué" y el "para qué" del papel que me tengo señalado, en que, de cara a todo atropello y de espaldas a todo insulto—ya que en mi alma está encendido el sacro fuego de Lamartine que devora cuantas inmundicias le arrojan encima—hubiese deseado ser mexicano de nacimiento, como de corazón lo soy, para aparecer ante el Continente a manera del Verbo de la Revolución.

Conciudadanos de México: Desde hace algunos años, la intelectualidad latino-americana, por medio de la palabra de algunos de sus más connotados personeros, pide la unión de nuestros pueblos contra un enemigo común, que por enemigo propio estimarían en sus conciencias también Washington y Franklin. El afán de mis compañeros ha sido bien inspirado, pero ha carecido de la justa orientación. No debe ser un enemigo común el motivo por el que se unan nuestros pueblos: la unión vendrá oportunamente por obra del amor; pero, entre tanto, lo que nos interesa es el conocimiento de nosotros mismos. Ya se ve lo que actualmente pasa con la mediación del A. B. C.: el deber de cuantos como yo han convivido con cada uno de nuestros pueblos, es afirmar ese conocimiento recíproco para que se despierte antes el aprecio y después el amor. ¡Ah! Conciudadanos de México: muchas veces me he sentado como Volney sobre las ruinas de nuestras Palmiras políticas, a meditar, evocando las patricias figuras de nuestros Libertadores, en el destino manifiesto de nuestra Raza; y otras  tantas he sufrido el dolor de persuadirme de que cada atropello de esa Gran República en que sólo quieren ver mis compañeros a un enemigo común, ha encontrado el pretexto de nuestros vicios en crisis, llegando yo a la conclusión de que el enemigo común, en verdad, está no en la grandeza de los demás, sino en nuestras propias pequeñeces               Los Estados Unidos de América han tenido que habérselas con Repúblicas libres y soberanas en sus títulos constitucionales, pero jamás organizadas. El deber que oprime mi conciencia es el de predicar la Organización. Cuando nuestras naciones estén organizadas, tal vez el que aparece como enemigo podrá ser nuestro aliado. ¡Ah! Yo sueño en un monroísmo bicontinental, en que, sobre los Destinos manifiestos de dos razas, se ajuste una amistad como la que pudieran pactar los espíritus de Jorge Washington y Simón Bolívar, de Abraham Lincoln y Benito Juárez. —En cambio, si tal momento llega y los oídos de la Gran República se niegan a escucharnos, podremos, pero sólo estando ya organizados, encogernos de hombros indiferentemente como nuestras montañas.

La Organización en la parte austral de la América Latina, sin duda, ya ha empezado; pero nuestras Repúblicas intertropicales se han exhibido a mis ojos aquejadas por los dolores colectivos de una desorganización, suplida, algunas veces, como en el México de Porfirio Díaz, por una "paz mecánica." México aparece ante mi consideración como el posible paradigma: es nuestro núcleo más poderoso de población homogénea. en un territorio que goza de todos los climas y de todas las riquezas de la minería y de la agricultura. La potencialidad étnica es tan grande que cuando no produce Estadistas como Juárez, Filósofos como el Nigromante, Poetas como Altamirano, engendra fuertes tiranos como Porfirio Díaz o monstruos inverosímiles como Victoriano Huerta. Los agricultores abren filas para dar paso a hombres de gran pensamiento, de gran corazón y de gran voluntad, como Venustiano Carranza. La misma tierra se rasga las entrañas para parir a un Gran Capitán como Francisco Villa.

El día en que México esté organizado, ya se organizarán fácilmente nuestra demás Repúblicas; y el Verbo anunciará la Unión de Centro América, la Confederación de las Antillas, la República de Bolívar. Hoy por hoy, sólo se impone un deber: predicar la Organización de México, para deducir de ella la Organización de toda nuestra América Latina. Estoy seguro de que interpreto los mismos pensamientos del Profesor Wilson: cuando la América Latina esté organizada, Washington y Bolívar, Lincoln y Juárez podrán ensayar tal vez un abrazo en la Inmortalidad.

Tengo yo para mí, y así lo he proclamado, que si la Revolución Inglesa hizo la Libertad política y la Revolución Francesa hizo la Igualdad social, la Revolución Mexicana va a hacer la Fraternidad económica, para completar aquella Santísima Trinidad Humana, en que culminan a la vez el pensamiento de los filósofos y el corazón de los pueblos.

***

Dejo para un libro, que ya estoy preparando, el estudio de tenido sobre la Organización de México; pero no es dable aplazar uno como índice razonado de tal libro, subrayando, en rápida enumeración, los fines que persigue la Revolución Mexicana, que, nunca está demás repetirlo, es, a la vez que una Revolución de principios, una Organización en marcha.

La espina dorsal de las nacionalidades modernas es el Banco de Estado. La "riqueza'' es puesta por la Naturaleza misma; el ''trabajo" es puesto por el pueblo; corresponde al Estado poner "el capital." El Estado es quien debe poner "el capital" en las manos del pueblo, para que el "trabajo" de éste ponga a su vez en acción y producción la "riqueza" actual del país. El vicio de los monopolios bancarios en poder de unos cuantos privilegiados, ha hecho, en casi toda la América Latina, que en lugar de que los Bancos estén subordinados a las industrias nacionales, éstas lo estén a los Bancos. La deformidad de los "trusts" ha hecho crisis patente en un sistema por el cual unos cuantos privilegiados, a que ya he hecho referencia, supeditan, por el vicio de concesiones particulares, toda la vida económica de nuestras nacionalidades. El Estado, en ninguna de las grandes naciones europeas, ha renunciado en favor de particulares, sin derivar provecho efectivo, los derechos a manejar, por intermedio de un Banco propio, el STOCK de la moneda nacional, que es como la sangre en circulación que debe repartir la vida por igual en todo el organismo. Así acaba de entenderlo también, por lo que se refiere a su nación, el Profesor Wilson; y ya que no le ha sido posible, sin duda, hacerlo de otra suerte, por medio de una sabia legislación, ha ideado una oficina "controladora" que pondrá en manos del Estado el secreto antes perteneciente a los Bancos de emisión particulares. La usurpación, sin saberlo, ha colaborado desde la Capital de México en el sentido de facilitar la implantación de un Banco de los Estados Unidos Mexicanos, que, al hacerse cargo del derecho de emisión de cada Estado, atenderá a repartir la vida por Igual en todo el organismo, destruyendo el sistema que hacía de unos cuantos privilegiados los amos dictatoriales de la moneda nacional.

El trabajo es el esfuerzo que hacen los pueblos por poner en acción y producción sus riquezas naturales. De esta suerte, así como el Banco de la Federación será la espina dorsal del organismo, los dos brazos del trabajo tendrán que ser la Agricultura y la Minería. La Agricultura requiere una completa reglamentación: jamás ha habido una tiranía agraria; y por lo mismo, durante los treinta y tantos años del Porfirismo, la Agricultura estuvo descuidada, o fue deformada, o quedó sometida al cacicazgo hasta llegar a ser devorada por el latifundio. —"El latifundio perderá a las Provincias," decíase entre los romanos, con frase que parece hecha para los tiempos de Porfirio: —"El latifundio hará perder el dominio político sobre los Estados. "—Así ha sucedido: uno de los caracteres sobresalientes de la actual Revolución es la condición rural de sus hombres en armas. Obsérvese que es rigurosa verdad el que en el surco abierto por cada agricultor ha crecido un soldado. Agricultor es el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, agricultor es cada uno de los Jefes de las Divisiones, agricultor es cada uno de los Jefes de cuerpo, agricultor es cada uno de los lugartenientes, agricultor es cada uno de los oficiales, agricultor es cada uno de los soldados. Esta es la Revolución de los Agricultores contra los monopolios bancarios del Capital. El llamado Problema Agrario se ofrece con las variantes más complejas en cada sección del territorio: el despojo como título de propiedad; el jornal inferior a la alimentación, como sistema de esclavitud derivada de las "mitas" coloniales; la irregularidad de trabajo, a capricho de los amos ahítos; la suplantación de los cultivos intensivos por la facilidad de los provechos arrancados a la fuerza, valiéndose de enormes masas de esclavos encorvados sobre inmensas propiedades de simple latifundio; todo ello necesita una solución distinta para cada Estado de la Federación, en que cada Estado de la Federación empiece, siquiera agrícolamente, a sentirse, de verdad, Libre, Independiente y Soberano.

Un Banco especial Agrícola-Hipotecario de los Estados Unidos Mexicanos, a la manera del de la Argentina, se hace indispensable. Hay que capitalizar las tierras por medio del bono berlinés confiado a las manos de los mismos agricultores. Hace veinte años rige el sistema en la Argentina; y es a ello, sin duda, al que se debe la indiscutible prosperidad de su Agricultura actual.

El Ministerio de Agricultura en la propia Argentina y el del Brasil ofrecen buenos moldes en este interesante sentido: la organización de Cámaras Agrícolas, la promulgación de un  Código de Agricultura, la organización de Granjas Modelos, la implantación de las Escuelas de experimentación para el fomento de los nuevos cultivos, la enseñanza agrícola llevada hasta los cuarteles del Ejército como en Bélgica, las Colonias Militares; todo esto que se necesita hacer, que se ha á, que va a empezarse a hacer ya, escapa, sin duda, a la buena voluntad de quienes en el extranjero hablan del Problema Agrario sin conocerlo y a la mala voluntad de los que a sabiendas lo deforman.

Tocante a la Minería, se hace, en primer lugar, indispensable no seguir obsequiando a los que lo deseen el subsuelo del país, sin derivar provecho de ninguna especie para el pueblo ni para el Estado. Es muy curioso el clamor que suele oírse en toda la América Latina: ¡Se necesitan capitales europeos! —Compréndese en tal clamor como capital tan sólo la moneda; y la moneda empieza a hacerse de metales preciosos, precisamente, a raíz del descubrimiento de América. Por manera que la América regala sus metales preciosos a los europeos que trabajan las minas, dentro de un sistema de contribuciones exiguas; y Europa luego le devuelve esos metales preciosos, envueltos en papeles que los usan como garantía, dentro de un círculo vicioso, en que la Estadística se asombra del oro y de la plata con que la América ha contribuido a la formación de los capitales de Europa.

Hay que nacionalizar siquiera algunas minas o yacimientos. Colombia lo ha hecho con sus esmeraldas de Muzo; Francia sigue un régimen de remates administrativos con las minas de sus Colonias; Inglaterra explota directamente sus minas de carbón; Australia acaba de nacionalizar todas sus minas. Y a propósito: los trabajadores de los campos han de hacer causa común con los trabajadores de las minas, que padecen las mismas penas, sobrecargadas con encierros que suelen convertir cada propiedad minera en uno como feudo absurdo dentro del mismo Estado.

Urge reglamentar el trabajo de los campos y de las minas. En los Estados Unidos de América, nadie está obligado a trabajar contra su voluntad; y en el momento en que ésta desaparece, el adelanto o gasto que se ha hecho gravita sobre el que lo hiciera, como medida eficaz para asegurar definitivamente la libertad de trabajo.

Vistos cuáles han de ser la espina dorsal y los dos brazos, el corazón de la nacionalidad que, en su sístole y en su diástole de exportaciones e importaciones, marca el latido de la vida, es el sistema contributivo con todas las arterias y venas de sus ramificaciones. No es natural que todas las contribuciones que desarrollan la actividad del Estado, graviten sobre las clases trabajadoras y consumidoras: hasta el timbre que se estampa en el recibo de una casa de alquiler, repercute en el trabajo del inquilino, con harta comodidad para el propietario que lo consulta al fijar el precio en que alquila la casa.... Por las aduanas entran artículos de consumo indispensable y artículos de lujo: en los aranceles está la llave que aligere la vida de los necesitados y haga que el lujo supla las deficiencias del producto aduanero. No es otro el punto de vista desde el que el Profesor Wilson acaba de modificar las tarifas arancelarias de su patria, creando, además, como inspirado en las prédicas de Henry George, el impuesto sobre la renta, que ha a hacer contribuir por primera vez a los grandes plutócratas al sostenimiento del Estado.

La conciencia personal de la propiedad en el Estado es el Catastro. Cuando éste se revise, el cumplimiento de las leyes al respecto—sin necesidad de reformarlas, sino de cumplirlas—hará hasta innecesarias las otras contribuciones, que podrán quedar reducidas a un límite equitativo, y la potencialidad económica del Estado se decuplicará sin ningún esfuerzo. La ciudad de Saltillo, la última que acaba de caer bajo el empuje revolucionario, está valuada con todos sus aledaños, para el efecto de las contribuciones catastrales, en seiscientos mil pesos plata, que, en efecto, valen sólo tres edificios de ella. La tarea catastral se aligera sobre el precio voluntario que el propietario quiere fijar, a base de posible enajenación en ese precio por parte del Estado.

Instrucción pública que consulte las aptitudes y las necesidades de la unidad étnica en el distinto ambiente de cada Estado, aplicándose, para la formación de los normalistas propios y de los tipos pedagógicos nacionales, el procedimiento que, por ejemplo, hubo en su oportunidad de seguir el Japón; Ejército que militarice cien mil hombres cada año, sea en el sistema adicional del servicio obligatorio, sea en el rotativo de las guardias nacionales acuarteladas, sea en uno mixto; medidas contra el Peculado, contra la Usura y contra el Libelo (no hay una Concesión existente que no haya sido un peculado  previo, el agio autorizado ha hecho una explotación industrial de las urgencias de las clases pobres y es poco menos que concebible el que los ejercicios del pensamiento no hayan contado nunca con una Ley de Imprenta); descentralización administrativa de conformidad con la letra muerta de la Constitución, para que cada Estado—no sólo lo diga—sea Libre, Independiente y Soberano; aplicación rigurosa de las Leyes de Reforma, con castigo para las administraciones subrepticias de bienes de la Iglesia; contribución sobre el culto externo en favor de la instrucción popular; saneamiento de las ciudades y depuración de la raza; fines son todos éstos de la hasta ahora incomprendida Revolución Mexicana.

Dos grandes fuerzas me unen a ella: los Principios que proclama y los propósitos que persigue; principios de Libertad y propósitos de Organización.

Los que opinan que el problema interno de México es un problema electoral, sobre la base de un plan de tal o cual reforma desorientada y contemporizadora, pueden estar, desde luego, seguros de que esta Organización completa, que constituye el verdadero programa de la Revolución Mexicana, es algo que escapa inevitablemente al cartabón del prejuicio extranjero.

No deja de tener cierta dolorosa ironía el proponerse hacer la paz por medio de la imposición de un Gobierno provisional contra la voluntad del pueblo. Cualquiera que sea el apoyo moral y aún material, como en el no olvidado caso de la Intervención Europea, que se prestare a un Gobierno impuesto desde el extranjero, es tan difícil aplastar en México, en sus propios campos de acción, a cerca de ciento cincuenta mil hombres libres, bien armados y municionados, con poco menos de doscientos cañones y trescientas ametralladoras (elementos de lucha arrebatados a la usurpación por las manos del pueblo, ) que en vez de conseguir la pretendida paz, se caería solamente en la petición de principio de prolongar la guerra.

***

El momento del gran trabajo se aproxima. En la gloriosa ciudad de Torreón—la ciudad de la Decena Épica—tuve oportunidad de saludar a don Fernando Iglesias Calderón, Presidente del Partido Liberal de México, encaminándose hacia el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien al llamarlo   a su consejo—tal dije en mi saludo—hacía saber que iba a iniciarse la ejecución del programa que flotara entre los pliegues de las banderas victoriosas y cuyos terminantes principios, no confiados a garrulerías mentirosas, sino escritos en el silencio de las conciencias, se pueden sintetizar en estas palabras: —Satisfacer, verdadera y honradamente, una a una, todas las necesidades del pueblo.

Necesario se hace repetir con esta oportunidad conceptos emitidos en la de entonces.

Don Fernando Iglesias Calderón, evocando los más gratos momentos históricos para el pueblo mexicano, aparece hoy como cumpliendo, en nombre de su glorioso padre, la misión de llevar un saludo de don Benito Juárez a don Venustiano Carranza, después de detenerse, como lo ha hecho, a estrechar la franca mano de los discípulos más amados del Apóstol Madero.

No tengo la menor duda de que no tardará el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista en dar principio a la magna labor de las Reformas urgidas por el Pueblo. Mientras que la Revolución tenía que resolver el problema de las armas, no era posible ni atinado que el Primer Jefe de ella constituyese a su redor un núcleo de hombres civiles, ni tampoco de militares, que, por el contrario, tenían que distribuirse entre las Divisiones del Ejército: las circunstancias forman ya ahora el marco sólido dentro del que el núcleo de Consejeros se puede establecer, para empezar la labor reformatoria de las instituciones , que culminará en la Organización de la más grande Democracia Latino-americana. El Primer Consejero, pasa. Soldados de la Revolución: Presenten armas…

***

A poco que se estudien las narraciones de Thiers o los Comentarios de Taine, sorpréndense las analogías de la Revolución Mexicana con la Francesa: Plutocracia, Clerecía y Pretorianismo son los tres enemigos del alma de los pueblos; y, así, es lógico buscar en las páginas experimentales de la Historia, el buen consejo para este gran instante de prueba. La Revolución Francesa, según la frase célebre, devoró, como Saturno, a sus propios hijos; y esta complicación de pasiones personales en pugna, se resolvió en el Imperialismo Napoleónico, porque, dentro de un Ideal en marcha, desunirse es suicidarse.

Quisiera yo tener la fuerza milagrosa de apretaros a todos como los dedos de una mano, en el gesto de un puñetazo de gigante, que derribase para siempre las falsas instituciones, hoy ya temblorosas con la cobardía de los remordimientos…

Quisiera yo que cuantos expusieron heroicamente la vida en las batallas, animados del sacratísimo propósito de su personal sacrificio, sacrificasen también, en este fuerte instante de doble prueba, sus pasiones. Por dicha, hay algo más arrollador que las pasiones: los Principios. Hay algo más importante que las personas: los Ideales.

Ciudadanos de la Revolución: sin más títulos que el haber sostenido ayer vuestros derechos, os conjuro hoy a cumplir con vuestras obligaciones. El deber del Primer Jefe y del núcleo de sus Consejeros, es este: las Reformas. El deber de todos los demás Jefes y soldados, es este otro: la Disciplina. Yo juro que el Primer Jefe y sus Consejeros no traicionarán a su pueblo: yo juro que su pueblo no los traicionará a ellos. Va a pasarse el Rubicón; y no hay que echar la suerte: hay que escoger, decididamente, entre la Organización o la Anarquía.

Arranco, para concluir, una página anecdótica a la vida de uno de los brillantes héroes de la Independencia Sud-Americana. Córdova, uno como Alcibíades de tan solemne instante, mirándose en el espejo, cierta ocasión, daba rienda suelta a sus vanidades juveniles: —Eres hermoso, eres inteligente, eres bravo, eres amado por todas las mujeres y temido por todos los hombres. ¿Qué te hace falta? ¿Qué te puede hacer falta? —En tal circunstancia atinó a sorprenderle el viejo ayo que desde la niñez le acompañaba; y al oír la jactanciosa pregunta—¿Qué te puede hacer falta? —dio por su parte la respuesta: -Juicio, mi General, juicio…

No olvidemos jamás esta anécdota; y repitamos, así, al oído de nuestros pueblos jóvenes, con frecuencia que se hace necesaria, aquel noble consejo: —¡Juicio, conciudadanos, juicio!

José Santos Chocano.