Diciembre 15 de 1913
C. secretario de Gobernación, Antonio Ancona Albertos, electo diputado al Congreso de la Unión, en los comicios de 1912, ante usted comparece y expone:
A mediados del mes de septiembre último circuló entre los diputados que aun asistían a las sesiones de su Cámara, en México, un decreto expedido por el Gobierno constitucionalista, en el que se prevenía a los representantes del pueblo que no asistieran al Congreso.
El Grupo Liberal Renovador de la Cámara de Diputados, cuya filiación política es conocida y cuya adhesión al movimiento constitucionalista tuvo manifestaciones públicas, francas y patrióticas, tanto más meritorias cuanto eran peligrosas, al recibir el decreto aludido celebró en la biblioteca de la Cámara una sesión secreta, con el objeto de tomar una determinación. Consideradas las razones expuestas en el decreto y en el manifiesto que nos dirigieron nuestros compañeros que ya entonces estaban al lado de los constitucionalistas, se convino en que decreto y manifiesto partían de bases ciertas y llegaban a conclusiones lógicas; pero por desgracia para nosotros, y especialmente para los que anhelábamos tomar parte en cualquier forma en el patriótico movimiento legalista, obstáculos insuperables de orden material se oponían a la obediencia al decreto. No hay quien no sepa en México que ese documento circuló entre nosotros con el conocimiento del llamado Gobierno de Victoriano Huerta que viola todas las correspondencias y nosotros sabíamos que si antes éramos vigilados, desde aquel día lo fuimos mucho más. De mí sé decir que, a pesar de mi insignificancia política, era estrechamente vigilado y que toda evasión era imposible, sin que la consecuencia inmediata fuera el asesinato, el sacrificio estéril. A pesar de esta última circunstancia y a pesar de otras menos importantes, los miembros del Bloque Renovador decidimos, en principio, obedecer el decreto a medida que fuera siendo posible, y enviar al lugar en que entonces se encontraba el Primer Jefe del Constitucionalismo, como comisionados, a tres de los nuestros encabezados por el señor licenciado Luís Manuel Rojas, quienes hicieron, sin resultado, tentativas para salir de la capital de la República.
En vista de que, con semejantes medios, era imposible obedecer el decreto, el Bloque, sin embargo, resolvió obedecerlo, en otra forma, aun a riesgo de recibir, como castigo, la desaprobación del constitucionalismo y de que sus miembros, uno a uno, fueran asesinados por los esbirros de Huerta. Lo necesario era obedecer el decreto, aunque la forma no fuera la indicada por el mismo. Y obramos en consecuencia: nos decidimos a provocar debates, a presentar iniciativas y a hacer interpelaciones que atrajeran constantes dicterios a la administración de Huerta, y conociendo, como conocíamos, la situación política de la Cámara y la profunda división que existía entre las diversas facciones personalistas, con habilidad, aconsejada y llevada a cabo, por cierto, por el representante de Galeana, don Miguel Alardin -en cuyo honor lo digo-, resolvimos lanzarlas unas contra otras y ponernos en cada caso al lado de aquella que, unida a nuestro Bloque, sumara mayoría antihuertista. De este modo pudimos lograr, en muy pocos días, que el pueblo de la capital, aletargado antes por el terror, manifestara abiertamente su hostilidad a la administración huertista; que ningún proyecto de ésta fuera aprobado en las Cámaras y que constantemente hubiera, en la de diputados, al menos una mayoría dispuesta a censurar, y censurando de hecho, todos los pasos del Gobierno usurpador. Así fue como surgieron al debate todos los asuntos de que tanto habló la prensa, entonces, y nuestra proposición para que las elecciones fueran pospuestas, que tanto calor llevó a las discusiones y que, en mi concepto, constituye una de las causas reales de la disolución del Congreso. Ésta fue debida, indudablemente, a los esfuerzos del Bloque Renovador para lograr que el Gobierno usurpador tuviera minoría parlamentaria y a la proximidad de un debate, el de la prórroga del periodo electoral que debía resolverse, tanto en los oradores del pro como en los del contra, en requisitorias formidables para la traición. Es conocida, además, la causa determinante de la disolución de las Cámaras, en la que el Bloque Renovador tomó parte muy activa y puso la vida de sus miembros inermes a merced de la traición armada.
Obrando de tal modo, creímos cumplir con un deber patriótico, creímos obedecer el decreto a que tantas veces he aludido, y si bien, al principio, rehusamos, a la buena causa el sacrificio de nuestras vidas, no saliendo de la capital, porque lo creímos estéril, en cambio, en la forma indicada -que no tuvo pocos peligros- creímos cumplir con nuestro deber de colaboradores en el constitucionalismo. No sé, sin embargo, si nuestros actos nos justificarán ante la revolución; pero he creído una obligación mía relatarlos, para que, al menos, se sepa aquí con toda verdad que aquel grupo de hombres, aislados de toda comunicación con sus hermanos, procuraron ayudarlos al triunfo de la causa, como ellos creyeron sincera y lealmente que debían hacerlo.
A la Revolución -que hasta hoy ha sido tan justa- toca depurar nuestra conducta. El que suscribe, ante ella se presenta dispuesto a servirla, como ruego a usted, C. secretario, que se lo haga saber al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.
Protesto a usted mi respetuosa consideración y firmo en Hermosillo, el 15 de diciembre de 1913.
Antonio Ancona Albertos
Fuente: Fabela Isidro. Documentos Históricos de la Revolución Mexicana. Fondo de Cultura Económica. 1962. 4 vols.
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