Diciembre 2 de 1913
Sólo hay un nubarrón en nuestro horizonte. Esa nube apareció al sur de nuestro país y se cierne sobre México. No puede haber una perspectiva segura de paz en América mientras el general Huerta no renuncie a su gobierno espurio en México y no se entienda, cabalmente, que el gobierno de los Estados Unidos no apoyará ni tratará con tales gobiernos. Somos amigos de los agobiemos constitucionales en América; somos más que sus amigos: somos sus campeones; porque de ninguna otra manera pueden nuestros vecinos, a quienes quisiéramos demostrar nuestra amistad en todos los sentidos, lograr su propio desarrollo en paz y libertad. México no tiene gobierno. El intento de mantener uno en la ciudad de México ha fracasado, y un mero despotismo militar se ha instalado con apenas una apariencia de autoridad nacional.
Esto tuvo su origen en la usurpación de Victoriano Huerta, quien, tras un breve intento de desempeñar el papel de un presidente constitucional, ha desechado finalmente hasta la pretensión de un derecho legal y se ha declarado dictador. Como consecuencia de esto, hay una situación en México que no permite dudar de que incluso los derechos más elementales, tanto de sus nacionales como de los ciudadanos de otros países que residen en su territorio, puedan ser satisfactoriamente garantizados. Si esto continúa por mucho tiempo, pondría en peligro los intereses de la paz, el orden y una vida viable en las tierras situadas inmediatamente al sur de nosotros. Aunque el usurpador hubiese tenido éxito, pasando sobre la Constitución y los derechos de su pueblo, no habría establecido más que un poder precario y odioso, que no habría podido durar mucho, y cuya eventual caída habría dejado al país en una condición mas deplorable que nunca. Pero no ha tenido éxito. Ha perdido el respeto y el apoyo moral aun de quienes alguna vez desearon que triunfara. Poco a poco ha quedado completamente aislado. Cada día se desmorona algo de su poder y su prestigio, y no está lejos del colapso.
Creo que no estamos obligados a modificar nuestra política de vigilante espera. Y, cuando llegue el fin, confiamos en ver que el orden constitucional sea restaurado en México por acuerdo y energía de sus líderes, quienes prefieren la libertad de su pueblo por encima de sus propias ambiciones.
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