San Antonio, Tex., septiembre 19 de 1913
San Antonio, Tex., septiembre 19 de 1913. señor don Venustiano Carranza, jefe de la Revolución Constitucionalista. Hermosillo.
Muy distinguido señor y amigo:
En Londres tuve el honor de recibir credencial firmada por usted autorizándome para que representase a la Revolución constitucionalista, con la mira de estorbar las negociaciones emprendidas por los agentes de Huerta para obtener un empréstito.
De acuerdo con una junta que con el mismo objeto organizaron en París los señores Lizardi, Díaz Lombardo y Sánchez Azcona, trabajé, durante cerca de dos meses, visitando banqueros y funcionarios en Londres. Procuré inspirar desconfianza acerca de Huerta, y los triunfos constitucionalistas en esa época en Guaymas, en Durango y en Matamoros facilitaron a tal grado nuestra labor que un empréstito ya consumado con Huerta, a pesar de su ilegalidad como gobernante, vino a quedar sin efecto práctico.
Si fue fácil estorbar a Huerta, no avancé mucho preparando el terreno en favor de la Revolución, porque todas las personas con quienes hablé se empeñaron en considerarla desunida, sin miras definidas y sin probabilidades de éxito definitivo a causa de su desorganización. El Plan de Guadalupe, que fue el único documento que pude mostrarles, fue juzgado como una proclama revolucionaria, pero se empeñaban en que yo les demostrase cual habría de ser la orientación política y social de la Revolución después del triunfo.
Cuando regresé de Europa, usted se dirigió al Sur. Entonces pasé a Sonora por unos días y regresé a ésta con el objeto de esperar una oportunidad de comunicarme con usted y ponerme de nuevo a sus órdenes.
Actualmente la situación de nuestro país me parece tan grave, que he creído un deber no sólo de partidario sino de mexicano, expresarle francamente mis juicios y me tomé la libertad de hacerlo, en la forma siguiente:
Toda revolución tiene dos aspectos principales: el político y el militar. La revolución constitucionalista ha sido eminentemente militar en el sentido de que ha confiado su triunfo, más a la fuerza de las armas que a la propaganda de ideas y a las medidas de política y de administración. Propiamente no ha habido gobierno ni administración revolucionaria. Ha habido levantamientos armados poderosos y generales en todo el país. Hace tres meses parecía que sería fácilmente barrido el ejército huertista y que la revolución impondría su voluntad a puño de espada. En esas condiciones, contando con ese poder invencible, estaba justificado que la revolución, en cierta manera, fuese muda y que se atuviese al Plan de Guadalupe pues habría tenido fuerza sobrada para vencer y después justificarse, en el Gobierno, con medidas enérgicas de justicia y de progreso. Desgraciadamente, la enorme actividad de Huerta aprovechó este periodo de tiempo para organizar un numeroso y fuerte ejército cuya resistencia tenaz amenaza prolongar la campaña indefinidamente. Aunque la revolución ha progresado en extensión, porque se han levantado nuevas regiones del país como la sierra de Puebla, el movimiento armado ha perdido vigor por el estancamiento de las operaciones frente a Guaymas y frente a Torreón. La lentitud de las operaciones en estos dos lugares, donde operan los núcleos más enérgicos y más hábiles del movimiento, necesariamente, obliga a pensar en el tiempo indefinidamente largo que la Revolución tardaría en llegar hasta la capital. Y menos mal que en estos lugares se ha conservado un statu quo, que en otras partes, como en Coahuila, desde que usted salió, la cosa camina de fracaso en fracaso. La columna que había derrotado a Rubio no pudo impedir la reconstrucción del ferrocarril de Monclova a Monterrey, no pudo impedir los avances del inexperto Maas, estuvo creyendo que Monclova estaba sitiado y próximo a rendirse por hambre cuando .los periódicos de la capital avisaban que a diario corría el tren entre Monclova y Monterrey, y esto era cierto, pero los jefes nuestros vinieron a saberlo cuando ya la columna de Maas estaba reforzada y pertrechada. Posteriormente el jefe Murguía en esa misma región se distinguió por perseguir y acosar sin descanso a la misma columna victoriosa de Maas; pues bien, según se asegura, dos ocasiones este cumplido jefe ha tenido que abandonar posiciones ventajosas, porque se le acabó el parque, porque el resto de la columna, o los jefes de ella, no se ocupan de municionarla convenientemente, con el parque que en abundancia existe, según se afirma, en Piedras Negras. Cuánto he lamentado no ver aparecer en Coahuila, no digo un Obregón, pues jefes de esa talla no hay muchos, pero siquiera un Natera hábil, un Calixto Contreras, atrevido. El sistema de la campaña, en general, actualmente es el siguiente: Los federales se encierran y fortifican en las ciudades; los rebeldes sitian, acosan, o asaltan sin éxito. Esta situación se prolonga por meses, la población de las ciudades sufre por el sitio, se desespera del estado de guerra y anhela únicamente paz a cualquier precio. Viendo que la Revolución no triunfa pronto, pone sus esperanzas y su apoyo de parte del Gobierno, sea el de Huerta, el de Félix Díaz o el de otro cualquiera, pero la Revolución pierde popularidad. Los rebeldes, sin recursos, se ven obligados a cometer actos de zapatismo que los desacreditan cada día más y que recaen a la larga sobre los jefes. Esto explica por qué en muchas poblaciones del interior se arman los vecinos cuando se aproximan los rebeldes, en vez de que les abran las puertas y los reciban con música como pasaba en 1910.
Por su parte el Gobierno de Huerta demuestra igual impotencia, pero entre estas dos debilidades, la situación seguirá interminable y el resultado será que un tercero, quizás el elegido por el Gobierno de Washington, se apoderará de la cosa pública sacrificando o dejando sin satisfacer a ambos partidos.
Militarmente hablando, sólo una esperanza miro y es que se apresuren las operaciones frente a Guaymas y una vez consumadas por el general Obregón, jefe verdaderamente notable, ataque Chihuahua y después Torreón aprovechando con su talento militar los buenos elementos de esas regiones.
Pero como esto requiere tiempo y no es enteramente seguro, creo que debemos convencernos de que ésta no puede ser una Revolución puramente militar, de sola fuerza armada, sino que debe complementarse con medidas de organización civil, de administración y de política. Si la Revolución dura, como ya lo afirman algunos jefes, uno o dos años, debemos considerarla como un fracaso porque el país y el resto del mundo no van a esperar el desenlace, sino que el pueblo se entregará en manos de un caudillo que le prometa tranquilidad o lo que es más probable, los Estados Unidos intervendrán como ya han empezado a hacerlo por medio de su enviado Lind.
Toda mi anterior breve reseña y juicio sobre las operaciones militares en la República no tiende a desanimar nuestros esfuerzos sino a demostrar que la actual ya no puede ser una Revolución de puras batallas sino que debe buscar fuerza complementaria en la organización de un Gobierno y en la propaganda y las gestiones políticas.
Hasta ahora la nación entera, casi sin acuerdo previa ha entrado a la lucha, al grito de Viva Carranza, porque el pueblo por instinto ha reconocido en usted al caudillo honrado, enérgico y capaz que la situación demanda, pero esos entusiasmos suelen ser pasajeros, las intrigas y las ambiciones no cesan de minarlos y lo que viene a hacerlos sólidos es la obra, no sólo en la forma valiente del guerrero, lo cual ha hecho usted ya en manera convincente, sino como gobernante, dando buena administración inmediata en las regiones que ocupa la Revolución que encabeza; explicando con detalle la política y la conducta que ha de observarse después del triunfo. En concreto un programa de Gobierno que anime al pueblo, que tranquilice a las clases conservadoras, que las haga ver que usted y la Revolución garantizan los derechos legítimos y que no quedarán como lo temen o pretenden creerlo, a merced del caudillaje o de la chusma desordenada. Garantizadas con un documento de esta clase opondrán una resistencia menos tenaz y se ahorrará la sangre mexicana ya bastante derrochada.
Además considero conveniente organizar el Gobierno revolucionario para que adquiera personalidad en el exterior y pueda influir o aun decidir los arreglos que han de seguirse intentando en favor de la pacificación. Esta necesidad la ha señalado aun el presidente Wilson, en uno de sus informes, cuando lamentó que no tuviésemos una sombra de organización civil, para poder tomarnos más en cuenta, como sinceramente lo deseaba. Creo que con un Gobierno organizado de acuerdo con las necesidades del momento, lograríamos del Gobierno de Washington toda clase de ventajas compatibles con el decoro nacional.
Respecto de los habitantes de nuestro país, la Revolución constitucionalista debe demostrarles que su Gobierno es capaz de dar mayores garantías y más respecto a la ley que el Gobierno criminal de Huerta. Hasta ahora, si se exceptúa el caso por todos conceptos notables de Sonora, nuestro movimiento se ha perjudicado con ejemplos de arbitrariedades y atentados. Los jefes ocupan una región y la gobiernan autoritariamente, los tribunales dejan de funcionar y la ley es sustituida por la voluntad de jefes que por muy patriotas que se les suponga, están sujetos a errores y pasiones. Por esta razón, mucha gente de la indiferente, que forma la mayoría poderosa, aun odiando a Huerta lo prefiere a nosotros. Una situación de éstas es indispensable en tiempo de guerra, pero si la guerra se prolonga, el Gobierno militar se hace intolerable y la Revolución pierde simpatías en las regiones mismas que ocupa. Nadie acepta con agrado que su bienestar dependa de la bondad de un jefe sino que es necesario que todo el mundo vea funcionar la ley. Es necesario que las regiones ocupadas por nuestras fuerzas den el ejemplo de buena administración.
Nada de esto será posible mientras el Gobierno revolucionario no quede constituido.
Si la organización del Gobierno revolucionario ofrece inconvenientes que no se me alcancen, cuando menos creo necesario que usted se establezca en un centro determinado para que pueda estar en contacto directo con los jefes y se acostumbren desde ahora a dar cuenta de sus actos y empresas. De esta manera se lograría también un concierto en la acción que a mi juicio sería muy favorable; en fin, sería usted el cerebro director y necesario en estos casos, pues lo que ha salvado a Huerta hasta ahora es su capacidad y su diligencia. Obrando con unidad se lograría asimismo prestar ayuda a los jefes y a las regiones que más la necesitan, por ejemplo, Gertrudis Sánchez que es tan ameritado y que podría hacer tanto si se le mandase parque por Zihuatanejo.
Me he atrevido a distraer su atención con todas estas observaciones porque he visto que casi todas ellas están apoyadas por igual opinión de muchos sinceros correligionarios. De ninguna manera significan el deseo de hacer triunfar interés alguno, pues no soy yo candidato ni lo seré para ningún puesto ni comisión, sólo aspiro a volver a mi trabajo profesional, pero quiero verlo triunfar para bien indirecto mío y del país en general, en forma completa, terminante y rápida. Y los últimos acontecimientos, ojala yo me equivoque, parecen alejarlo a usted de un triunfo merecido y que estuvo más a su alcance después de la captura de Durango, o todavía aun, después de la batalla de Candela.
Con todo respeto me suscribo, afectísimo amigo, correligionario y muy atento S. S.
José Vasconcelos
Fuente: Fabela Isidro. Documentos Históricos de la Revolución Mexicana. Fondo de Cultura Económica. 1962. 4 vols.
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