5 de Febrero de 1912
Honrado este Centro General por la Convención verificada en Octubre último, con el dificilísimo encargo de dirigir en toda la República el gran Partido Católico, que apenas naciente se difunde y a por todo nuestro vasto territorio, ha creído necesario, en vista de las angustiosas circunstancias del País, convocar una Junta de Presidentes de los Centros de los Estados, y con asistencia de aquellos que rigen la agrupación en las comarcas más populosas, se verificó el tres del actual una prolongada Asamblea, en donde cada Delegado expuso la situación de su jurisdicción respectiva, los trabajos de los adeptos, las luchas que sostienen, los triunfos que alcanzan, los temores que abrigan y las esperanzas que alientan.
Al oir los padecimientos de los habitantes en Chiapas, la anarquía que devora esa región, la debilidad, los desaciertos y los crímenes de conocidas autoridades, la persecución tan injusta y odiosa que allí sufre nuestro Partido, un grito de indignación se exhaló de nuestros corazones y tomamos el acuerdo de dirigirnos á vosotros los mexicanos todos, formulando una protesta pública, solemne, empapada en justa indignación y patriótica ira, contra los que convierten la tierra que honró Las Casas y que tan generosamente buscó el amparo del Pabellón de Iturbide, en un país sin ley es y sin costumbres y en un campo de banderías, que se destrozan sin piedad.
La persecución, como siempre, entre los católicos, ha producido mártires. Mártir es el santo Obispo, tipo de los primitivos tiempos, que sin huir ante el desorden, ni acobardarse ante la amenaza, ni callar ante el crimen, defiende allí los intereses de Cristo y de la sociedad, con el valor tranquilo de los Ambrosios y de los Atanasios.
Se le acusa de ser la causa de los disturbios del Estado y los detractores no han podido hallar en apoyo de su calumnia ni el más ligero indicio.
Mártires son los muchos arruinados y proscritos de nuestros adeptos, mártires son algunos de sus jefes que, por querer ejercitar un derecho y cumplir una ley, han sido víctimas de los caciques, quienes caída la dictadura en la República, quieren seguir ejerciéndola en el Municipio. Ya la sangre de algunos de esos cristianos ha empapado aquel infeliz suelo y ya su vida ha sido el primer holocausto del Partido en aras de la libertad, del orden y de la Religión.
Debemos mencionar á don Abraham Santos, Secretario del Centro de Alcalá, asesinado ante su propia familia por el jefe de la fuerza pública. Honremos nuestra pluma escribiendo también el nombre de don José del Toro Estrada, Vocal de la Junta Católica de San Bartolomé de los Llanos, que al ser electo Presidente Municipal murió hace un mes por orden de un Jefe Político, que no sólo ha contado con la impunidad, sino que conserva su empleo. Mencionemos á don Manuel Constantino, que al volverá Acalá, porque el General Delgado le ofreció garantías, fué conducido y se halla preso en Tuxtla, desde mediados de Enero último, á pesar del amparo que sinceramente ha querido prestarle aquel digno militar.
Pero si la sangre de los mártires, como dijo Tertuliano, es semilla de creyentes, y si ella, al salpicar nuestra bandera, la blasona de gloria, no por eso debemos callar ante la injusticia y protestamos contra la situación de Chiapas, á la faz del pueblo, pidiendo á nuestro Gobierno con la queja amarga del ofendido, pero con el respeto del ciudadano leal, el remedio de males que en el interior nos dividen, en el exterior nos afrentan y en un orden más elevado claman la venganza celeste.
Allí, el Gobierno General, tal vez mal informado, ó quizá con deslealtad desobedecido, no ha sabido ó no ha podido hacer respetar la libertad electoral, y una Legislatura infiel á sus deberes defrauda el voto público y el candidato popular para el Gobierno del Estado es pospuesto dolosamente al de una infame bandería.
¿Tendrá esto remedio? Sin duda que sí. Nosotros excitamos vivamente á los habitantes de Chiapas á la obediencia y digno; pero ante la Nación nada protestamos contra los mil atropellos á los católicos, principalmente contra la violación del voto popular, y con el respeto que la autoridad legítima nos inspira, excitamos al Gobierno del C entro á poner pronto remedio á los males de ese Estado, cuya situación á sus buenos hijos agravia, á nosotros avergüenza, y cuy as llamaradas de discordia pueden comunicarse fácilmente al resto del País.
Cumplido el deber cristiano, patriótico y fraternal de levantar la voz en pro del injustamente perseguido, los informes de los Delegados á nuestro Junta nos impelen poderosamente á decir algunas palabras á la Nación y al Gobierno sobre la situación general de la Patria.
Causas de profunda alarma, de hondo malestar, de odios enconados y mortales, amenazan como nubes de tormenta esta desgraciada Nación.
El socialismo no existía entre nosotros hasta la caída de la Dictadura, ni menos en su forma más grosera, agresiva y odiosa: el anarquismo. La imprudencia de los tribunos revolucionarios, la de cierta prensa poco advertida y las venenosas doctrinas de la que se inspira en la aversión á Dios y á la Iglesia, han hecho germinar y medrar en las masas populares, no el odio al rico, ya antes latente, pero si las aspiraciones exorbitantes y absurdas reformas sociales, que el principio sagrado de propiedad y la moral cristiana reprueban de consuno.
No, no somos nosotros los que vemos al pueblo pobre con indiferencia ó con desprecio. Hijos de la Iglesia, que redimió al esclavo, queremos también como uno de nuestros mas amables ideales, el mejorar las condiciones del obrero; más al profesar el amor al pobre, no abrigamos el odio hacia el rico; al pretender que la vida sea menos dura para la clase más menesterosa del pueblo, no queremos desquiciar una de las bases seculares: la propiedad, que, con la religión, la familia y el estado, constituyen los cuatro cimientos cardinales que han dado al edificio social, la voluntad de Dios, el dictado de la razón y las exigencias de la civilización humana.
Nadie antes que nosotros, como lo prueban los congresos católicos de Puebla, de Morelia, de Guadalajara, de Oaxaca, de Zamora, de León y Tulancingo, se ha ocupado en el mejoramiento de la clase obrera, y al bajar al estadío de la política, organizados en Partido, nada queremos tanto como el respeto del derecho del pobre, como la mejora de su vida, como la perfección de su alma, que lo hace á un mismo tiempo digno y humilde, valiente contra el abuso y sumiso para la autoridad, celosísimo del derecho propio, pero eminentemente respetuoso del derecho ageno. Queremos que el pueblo comprenda á la Iglesia como la Iglesia comprende al pueblo; que ella le preste el aliento regenerador que libertó al esclavo, y la sumisión á los derechos de Dios y de la sociedad que engendró al mártir; que ella, como dijo elocuentemente Juan José Buss, en el primer Congreso Católico de Maguncia, pueda reclinarse, tranquila y confiadamente, en el ancho pecho popular.
Pero por lo mismo que amamos al pueblo, vemos con inmenso dolor que se le extravía; que se le envenena con los más crudos y nefandos errores socialistas; y vemos apenadísimos que en Morelos, en Tlaxcala, en Puebla principalmente, y aunque de modo menos notable, en casi todo el resto de el país, se permite, aprueba y hasta estimula el desenvolvimiento de esos principios llamados de reivindicación y que sólo son de desorden.
En la imprenta del gobierno de Tlaxcala, se imprimen folletos socialistas; muchos candidatos se ganan prosélitos ofreciendo alzas de salarios, que no pueden ser objeto de una ley; gobernadores como el de la Entidad mencionada, los de Aguascalientes y Guanajuato, se tienen en el público por desenmascarados socialistas y como el socialismo satura el ambiente político y moral de las bajas regiones populares, la Nación se halla como un reguero de pólvora preparada para una conflagración general, y ya vendrá la teade Zapata á producirla, sino se adoptan medidas gubernativas, prontas, atinadas, enérgicas, verdaderos cauterios ó amputaciones hechos con la habilidad de un experto.
Corre peligro el orden, corre peligro la libertad porque la dictadura se impone, corre peligro la independencia porque la intervención amenaza. ¡Sálvenos el Gobierno!
El Partido Católico estará á su lado para apoyar cuanto conduzca á prevenir la revolución socialista; pero lo conjura en nombre de los más altos intereses de la Patria, á inspirarse en principios más sanos y á adoptar una política firme, recta y apoyada, sin distinción de personas, por los mejores elementos sociales.
Líbrese al efecto de las influencias extra-oficiales y anónimas, carcoma del mayor prestigio; y si no las tiene, demuéstrelo así, con franco y leal proceder; no apoye candidato alguno, pero menos á los advenedizos, pobres de méritos, faltos de antecedentes, ay unos de ilustración y, tal vez en ocasiones, carentes de conciencia; prefiera el mérito á la amistad y condene al ostracismo del poder al que no ostente más título que el de amigo; reprima enérgicamente todo tumulto popular, porque nada alarma más al extranjero y es al mismo tiempo síntoma y causa de anarquía; y, por último, y esto es muy importante, jamás apoye clubs y partidos socialistas, ni despierte alarmas en el propietario y apetitos desordenados en el indio y en el jornalero, con ley es agrarias que no deben inmiscuirse en lo que corresponde sólo á la evolución y progreso naturales de la civilización de un pueblo.
Pero ante todo y sobre todo, absténgase el Gobierno de las imposiciones electorales.
No la hubo en Guanajuato, en donde fuimos derrotados, derrota que nos aleccionará; no en Jalisco, en donde acabamos de obtener, gracias á la libertad concedida por un Gobernador honrado, y que profesa ideas contrarias á las nuestras, la más brillante de las victorias; pero la ha habido en Puebla, en Chiapas y Aguascalientes, se teme la hay a en Veracruz, en donde el candidato del pueblo ha obtenido enorme mayoría de votos, y es indispensable que el Gobierno considere cuánto prestigio le quita ese proceder, cuán ocasionado se halla, como la experiencia se lo indica, á cometer en su designación gravísimos errores, y como nos priva á los que militamos en la causa del orden y de la verdadera libertad, de buscar con la elección de funcionarios juiciosos y honrados, el remedio mejor á la extirpación del socialismo naciente y ya amenazante.
Las hordas de Zapata amagan la República toda, porque y a su grito de guerra aterrador en el Sur, ha resonado fatídicamente en el Norte; el terreno está preparado para esa siega, cuyo segur es el más insano de los odios; y sólo el Gobierno arriba y el Partido Católico abajo, el uno en las altas cimas, el otro buscando al pobre en las ciudades, en los campos y en las aldeas, dándole lecciones de sumisión y de libertad, de deber y de derecho y llevándolo á los comicios á votar con patriotismo y desinterés por hombres juiciosos, honrados y patriotas; sólo ambos, decimos, porque el uno representa la autoridad y el otro los sanos y verdaderos elementos de orden, podrán apaciguar la anarquía, refrenar el socialismo y fundar la democracia.
Requerimos á nuestro Partido para que en su organización, en su disciplina, en su propaganda y, sobre todo, en los comicios, busque y obtenga elementos de orden y de paz. Jalisco ha demostrado lo que pueden los nuestros cuando la libertad les ampara; Michoacán y Chiapas antes, perseguidos sus jefes, supieron perseverar y esperamos en Dios sabrán vencer.
Sigamos el ejemplo de los apercibidos y bravos jaliscienses y corramos á los comicios dispuestos á dar la vida por defender el derecho. S i nos atacan con la fuerza, resistamos con la fuerza; pero que sea el primero de nuestros deberes el respeto al derecho extraño.
Excitamos al Gobierno con leal franqueza y con sincero respeto, á adoptar la política indicada, en la cual siempre hallará nuestro concurso; y mostrando á los mexicanos el peligro que corre la paz, que corre la propiedad, que corre el progreso y la independencia, les señalamos con la otra mano nuestros elementos de verdad y de bien y les decimos con acento que nace del alma:
“ENFRENTE ESTA EL ABISMO. ¿EN DONDE SINO EN EL PARTIDO CATOLICO NACIONAL EN CONTRAREIS SALVACION? ”
Dios, Patria y Libertad.
México, 5 de Febrero de 1912.
Centro General del Partido Católico Nacional. Gabriel Fernández Somellera, Presidente; Pedro G. de Arce, Primer Secretario; Rafael Martínez del Campo, Segundo Secretario.
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