Luis Cabrera
Como Presidente del Congreso de la Unión, tengo un alto honor en expresar la gratitud de los miembros del Poder Legislativo hacia el señor Presidente de la República y hacia su digno Secretario de Relaciones Exteriores, por la honrosa distinción que se ha servido hacernos, invitándonos a esta reunión. El principal objeto de esta reunión es, sin duda, procurar el acercamiento entre los miembros que componen los tres altos poderes de la federación, es decir, una aproximación social, que tenga por objeto estrechar los vínculos de solidaridad que deben existir entre gobernantes, con el fin de abrir paso a mayor armonía en las relaciones oficiales de unos con otros. Para esto es necesario que nos demos a conocer mutuamente nuestras ideas sobre la situación actual, sobre la línea de conducta que cada uno de nosotros crea conveniente seguir, y por mi parte me propongo decir unas cuantas palabras sobre los propósitos del Poder Legislativo y especialmente sobre la manera de entender sus relaciones con el Poder Ejecutivo.
Una mera coincidencia de acontecimientos, es decir, mi designación como Presidente de la Cámara en el presente mes, me proporciona la honra, que de otra manera nunca habría podido alcanzar, de ocupar la atención del Poder Ejecutivo, del Poder Legislativo y del Poder Judicial, reunidos aquí.
Al hacerles presente mi respetuoso saludo, me permito suplicarles su atención por algunos breves momentos, atención que encarezco un poco más concentrada y por algo más de tiempo del que generalmente es costumbre prestar en ocasiones como la presente.
Al tratar de tan delicadas cuestiones, y aun cuando tengo el carácter de Presidente del Congreso de la Unión, no me siento con autoridad para hablar en nombre del Senado, pues no podría expresar con conocimiento de causa, las opiniones de los señores senadores, de quienes los diputados nos encontramos alejados por cuestiones del local en que verificamos nuestras reuniones. Constitucionalmente está sancionado este alejamiento, pues laborarnos aparte y giramos en órbitas distintas, sin más excepción que las contadas ocasiones en que los senadores nos hacen el honor de reunirse con nosotros para constituir el Congreso General.
Por otra parte, condiciones especiales en que nos encontramos colocados, a saber: en que la Cámara de Diputados sea en su totalidad producto del movimiento electoral efectuado en este año, mientras que la Cámara de Senadores solamente haya sido renovada por mitad, me impedirá interpretar imparcialmente las tendencias dominantes en el Senado, y no deja de ser impedimento también de consideración para que yo pudiese interpretar debidamente las ideas de los señores senadores, el de que la composición del Senado, es siempre de una naturaleza moderarla y conservativa totalmente contraria a las tendencias de la Cámara de Diputados, por su naturaleza reformadora.
Estas circunstancias, y la presencia en esta reunión del Segundo Vicepresidente del Senado. Ingeniero I). Alejandro Prieto, me exime de la tarea un tanto difícil de llevar la voz del Senado en el presente caso.
Me limitar, por In tanto a hablar en mi carácter de Presidente de la Cámara de Diputados y al hacerlo así procuraré hacerlo, no como miembro de determinado grupo en el seno de la Cámara, sino como exponiendo únicamente aquellas ideas que pueden considerarse como generalmente admitidas por los Diputados, pues yo que en el seno de la Cámara soy un elemento radical y de cierta intransigencia no puedo, ni me estaría permitido exponer aquí mis opiniones propias, ni la idea de determinado grupo parlamentario, sino que debo interpretar honrada y fielmente las ideas de todos los diputados que componen la Cámara que en el presente mes me ha honrado con la Presidencia.
Al venir a esta reunión cuyo propósito es una cordial aproximación a los demás poderes, los diputados todos lo hemos hecho dejando todas nuestras diferencias de criterio guardadas con llave en nuestros pupitres, y nuestras disenciones, y nuestras divergencias han quedado encerradas en el recinto de nuestra asamblea, cuyas bóvedas son las únicas que tienen derecho a repercutirlas.
La labor encomendada en los actuales momentos históricos a la Cámara de Diputados, es una labor de muy alta significación, y consiste, como muy repetidas veces se ha dicho, en llevar a cabo los ideales que originaron el movimiento revolucionario de 1910.
Las transformaciones verdaderamente trascendentales en la constitución económica, religiosa o política de los pueblos, se llaman revoluciones, y estas transformaciones nunca se han realizado en ningún pueblo, y en ninguna época de la historia del mundo más que por medio de la fuerza.
Antes de 1910, la opinión pública de México, había llegado a precisar ciertas necesidades y ciertas tendencias cuya realización no se creyó posible obtener del régimen de Gobierno personal iniciado y continuado por el señor General Díaz. Estas tendencias, que como siempre sucede, eran de carácter económico, a la vez, que político, pueden resumirse diciendo que se hacía indispensable una renovación de hombres, un cambio de sistema político y una reforma de las condiciones económicas, industriales, rurales y mercantiles de la Nación.
Estas transformaciones no podían efectuarse, no pudieron efectuarse, bajo el mismo personal de Gobierno y siendo de honda importancia, y no de mera forma, hubo necesidad de acudir a la fuerza para poder iniciarlas, por medio del derrocamiento del General Díaz.
El movimiento revolucionario de 1910 se concretó a inscribir en su bandera como más sintético el lema que traducía la necesidad de renovación política "Sufragio Efectivo y No Reelección", pero comenzó por medio de las armas, una lucha que llevaba por objeto, no solamente la reconquista de las libertades políticas sino también la conquista de la Justicia y la reforma de las condiciones económicas de nuestra Patria.
El movimiento revolucionario de 1910 fue detenido a los seis meses de iniciado y cuando puede decirse que apenas había comenzado a prender en el resto de la República.
¿Podría alguien decir que este movimiento se detuvo, o que fue contenido por el convencimiento que tuvieron sus Jefes de que se habían realizado los ideales proclamados por ellos? Indudablemente que no. El Gobierno del General Díaz no había logrado en sus últimos momentos convencer a la Nación ni de la sinceridad de sus propósitos, ni de la posibilidad de llevar a cabo las reformas iniciadas en sus postrimerías y se vio obligado a retirarse entregando en manos de revolucionarios el Poder.
La transacción de Ciudad Juárez no significó, pues, que hubiese quedado concluida la conquista de los ideales que originaron el movimiento revolucionario, sino simplemente que el Gobierno del General Díaz, en la imposibilidad de satisfacer por sí mismo "las exigencias de la opinión pública", como él decía, "los ideales de la Nación", como decimos nosotros, entregó esa fuerza social que se llama gobierno en manos de los hombres de la revolución, y estos recibieron ese poder, con el objeto de realizar, por los medios, constitucionales o legales, los propósitos que habían intentado realizar por la fuerza de las armas.
Hago punto omiso de la transición cutre el momento de la retirada del General Díaz, y el momento de la toma de posesión del nuevo Gobierno, emanado de las elecciones de 1911, porque no es esta ocasión de tocar las causas por las cuales el movimiento revolucionario no pudo de hecho disponer del Gobierno para el objeto para que se le había entregado.
La obra de la revolución por medio de los procedimientos constitucionales ha comenzado ya.
Dos elecciones generales han tenido lugar, y estas dos elecciones han producido un cambio de hombres, cambio que debe traer como consecuencia la reforma de los sistemas de Gobierno. No me toca a mí decir hasta qué punto este cambio de hombres va produciendo poco a poco un cambio de sistemas políticos, cosa que no podría tener lugar de la noche a la mañana, sino previo un trabajo lento y constante de análisis de las malas prácticas para desecharlas, y de reconocimiento de las buena; para continuarlas.
La obra que la revolución dejó a cargo del Gobierno actual, se compondrá como he dicho, de una renovación de sistemas, y de una transformación de condiciones sociales. Lo primero sólo pueden hacerlo los poderes Ejecutivos y Judicial, lo segundo sólo puede lograrse por medio de la reforma de aquellas leyes cuya aplicación había producido una condición social inadecuada en el momento actual.
Toca pues, al Poder Legislativo emprender esa parte de la labor y por lo que hace a la Cámara de Diputados, puedo afirmar que se ha dedicado a ella con toda decisión, con toda honradez y con todo patriotismo.
Diversos obstáculos, sin embargo, se han presentado a la Cámara de Diputados para esta su labor. El primero deriva de la inexperiencia de sus miembros, y consiste en ciertas torpezas en las faenas domésticas de la Cámara, debido a la falta de práctica efectiva en materias parlamentarias. Esa falta de conocimientos prácticos parlamentarios, no es imputable a los miembros actuales de la Cámara ni siquiera al pueblo que los eligió, ni constituye una falta, sino que por el contrario es una consoladora garantía de que la actual Cámara debe su designación a la verdadera voluntad popular, cuya condición un tanto caótica y nerviosa se refleja en ella.
Compláceme sin embargo hacer constar que a pesar de la inexperiencia de los miembros de la Cámara de Diputados, la labor se continúa con una decisión y una persistencia que hace honor a los representantes del pueblo.
Mucho se ha hablado fuera y dentro de la Cámara de Diputados de las disenciones existentes entre sus miembros y del personalismo que aumenta sus discusiones. A este respecto debo decir que no creo que ninguna de las discusiones, aún las de apariencia más impertinente, haya dejado de contribuir a la mejor orientación de los grupos y partidos de que se compone la Cámara de Diputados y que la actividad de estos mismos grupos y partidos es una condición sine qua non del funcionamiento de todo buen parlamento, mientras que por el contrario, la absoluta uniformidad de criterio en un grupo deliberante, sería la más grave de las sospechas respecto de su origen o respecto de su honradez.
Compláceme también por eso hacer justicia a todos los grupos de la Cámara, manifestando que sin excepción ninguna, han mostrado en sus labores, un empedo y un patriotismo que los honra y que han puesto en todos sus actos el propósito de cumplir leal y concienzudamente con sus deberes.
Se ha dicho igualmente que la Cámara no avanza en sus labores, y ha llegado a considerarse como infructuosa la obra del presente período.
Creo honradamente que dada la magnitud de la tarea encomendada a la Cámara de Diputados, bastante habrá hecho y merecerá por ello bien de la Patria, si se conforma con orientarse en sus procedimientos de trabajo y con difundir bien su composición en este primer período, dejando para el segundo período y después de una seria meditación de los problemas que tiene en su cartera, resolver las trascendentales cuestiones que le incumben.
No deja de ser obstáculo moderador de los impulsos de reforma de la Cámara de Diputados y por consiguiente benéfico hasta cierto punto, la necesidad de atender un gran número de asuntos ordinarios y quo significa la participación diaria del Parlamento en el Gobierno del país.
La Cámara de Diputados tiene en efecto que cumplir con sus propósitos de Reforma, pero no debe desatender las labores ordinarias, en las cuales comparte la tarea del Gobierno con el Poder Ejecutivo. Estas labores que en otro tiempo eran sumamente sencillas, puesto que se reducían únicamente a la aprobación indiscutida de Iodos los actos del Poder Ejecutivo, han tomado en la actualidad una gran importancia y ocupan tiempo, porque laborando la cámara con inexperiencia, pero con el deseo de desempeñar concienzudamente su tarea, no ha podido despachar dichos asuntos con la facilidad y automatismo con que aparentemente se despachaban antes, sino que a cada punto sometido a su consideración exige un esfuerzo y una atención que no requeriría si no fuese una Cámara de verdad, o que no se requerirá, cuando se haya familiarizado con estas labores.
Tan importante como la labor de reforma que se espera de la Cámara de Diputados es el desempeño de sus labores ordinarias y que debe desarrollar como colaboración a las funciones del Poder Ejecutivo. Esta consideración me proporciona la oportunidad de entrar a decir unas cuantas palabras respecto a las relaciones entre la Cámara de Diputados y el Poder Ejecutivo.
La composición misma de la Cámara de Diputados, su origen electoral y sobre todo la existencia de grupos políticos en su interior son las mejores garantías de su independencia. Nosotros no habíamos podido conocer en los últimos 25 años el funcionamiento de una Cámara en condiciones semejantes y por consiguiente carecernos totalmente de experiencia en la materia. En los últimos 25 años no se había conocido otro sistema de relaciones entre el poder Legislativo y el Poder Ejecutivo que las relaciones de subordinación del Legislativo hacia el Ejecutivo. Estas relaciones eran de tal naturaleza, que podían compararse a las relaciones entre el Presidente de la República y cualquiera de sus Secretarios de Estado, es decir, que el Poder Legislativo era un órgano de mero refrendo y autorización de las disposiciones dictadas por el Poder Ejecutivo con el fin de revestir a éstas con el ropaje legal.
Las condiciones actuales del país hacen imposible, afortunadamente, la reorganización de este sistema, y la subordinación ha cedido el puesto al acuerdo.
La política de la Cámara de Diputados en sus relaciones con el Ejecutivo consiste en procurar el acuerdo con este poder para conseguir la armonía tan necesaria al funcionamiento de ambos Poderes. El Ejecutivo ha tenido pruebas recientes de los buenos deseos de la Cámara de Diputados, de marchar de acuerdo con él; pero esas pruebas han ido siempre matizadas con la demostración de que el Poder Legislativo, si bien marcha de acuerdo con aquel, no entiende este acuerdo en la forma de aprobación incondicional de todos los actos del Ejecutivo.
Pero hay más: la Cámara de Diputados ha dado una muestra de prudencia y moderación que pocos podían esperar de ella. En la conducta humana, es muy frecuente querer remediar una condición pasada, a la condición totalmente opuesta y especialmente en materias de gobierno habría sido muy fácil que la Cámara de Diputados quisiese pasar de la condición de subordinada del Ejecutivo a la condición de dominadora de él.
Debo hacer constar en honor de todos los grupos que componen la Cámara de Diputados, que esta Cámara, si bien celosa de su independencia y de su libertad de acción, no ha dado ejemplo alguno de pretender invadir la esfera de acción del Poder Ejecutivo ni de intentar ejercer una de sus dictaduras de los grupos deliberantes que aparecen al día siguiente de los movimientos revolucionarios.
Hay una última causa que entorpece las labores de la Cámara de Diputados, pero esta es común a los demás poderes, y el removerla es más bien resorte del Poder Ejecutivo.
Frente a la obra seria y meditada de reforma que constituye la tarea de la Cámara de Diputados, se presentan, como elementos de perturbación, dos impaciencias sociales que es muy difícil contener: la impaciencia por las reformas, aunque no haya paz, y la impaciencia por la paz, aunque no haya reformas.
Las clases proletarias, y en general todos los elementos sociales que, buscando una condición económica y política mejor que la que habían podido tener bajo el régimen de gobierno personal, hicieron el movimiento de 1910, muestran una gran impaciencia por las reformas, impaciencia que pone en peligro la tarea de reforma, encomendada a la Cámara de Diputados. La desconfianza de que los medios constitucionales sean efectivos para lograr esas reformas, la creencia que se tiene de que dichas reformas no puedan conseguirse sino por los mismos medios de violencia y extralegales por los que se efectúan todas las revoluciones ponen en peligro la paz.
La Cámara de Diputados cree, sin embargo, poder llevar a cabo su labor, aun cuando sea con la lentitud natural de la honda reflexión que exigen problemas tan trascendentales; cree que dentro del funcionamiento del Gobierno actual pueden hacerse esas reformas, y ha llegado a la conclusión de la necesidad de sostener un régimen constitucional como condición indispensable para dar cima a su tarea.
En este punto, y cualquiera que sean las ideas personales del que habla acerca de la ineficacia de los medios constitucionales para lograr implantar ideales revolucionarios, debo callar mis propias ideas, supuesto que, como he dicho, hablo únicamente procurando traducir el sentir general de los miembros de la Cámara de Diputados.
La segunda de las impaciencias a que me he referido, es la más peligrosa. Es la impaciencia por el restablecimiento de la paz, aunque fracasen las reformas.
Determinados elementos económicos provenientes especialmente del extranjero y comprometidos en empresas extractivas, industriales y mercantiles, consideran el restablecimiento de la paz como una necesidad preferente a la regeneración política de nuestro país. Creen que por encima de las reformas, por encima de la renovación de poderes, por encima de la justicia y por encima de nuestras libertades está la conservación de la paz, y exigen que el Gobierno se dedique exclusivamente al restablecimiento de la paz, aun cuando dejase pendiente, para más tarde, la resolución de los ideales revolucionarios.
Esta tendencia ha tenido su más clara manifestación en el reciente movimiento revolucionario de Veracruz, cuyos propósitos, al decir de las proclamas eran el restablecimiento de la paz por medio de la fuerza.
Sobre este punto, creo interpretar fielmente el sentir de los miembros de la Cámara de Diputados diciendo que el restablecimiento de la paz, sin la realización de los ideales revolucionarios, sólo aprovecharía a Ios intereses extranjeros y semi-extranjeros, pero no a al nación misma; y que la paz, sin una base sólida de libertades políticas, de libertades civiles, y sin el funcionamiento de las instituciones democráticas, tendría que convertirse necesariamente en paz mecánica dictatorial. Puede decirse que si el General Díaz con todos Ios elementos de poder, de riqueza, de sumisión y de prestigio personal en el interior y en el exterior del país fue impotente para contener el movimiento revolucionario de 1910, cualquier otro Gobierno, cualquiera otra persona, cualquiera institución o cualquiera otra fuerza que pretendiera restablecer la paz, por la paz misma, sin apoyarla en una condición económica y política aceptada por la nación, tendría que fracasar.
Tales son en lineamientos generales las ideas que me es permitido exponer como líneas de conducta que la Cámara de Diputados ha venido siguiendo y se propone seguir en sus labores y en sus relaciones con el Poder Ejecutivo.
Todo aniversario es ocasión de un examen de conciencia y de una declaración de propósitos, y el aniversario de la iniciación del movimiento revolucionario de 1910, no puede dejar de ser la mejor oportunidad para que los miembros de Ios tres Poderes de la Unión, al estrecharse la mano, se comuniquen con franqueza sus ideas y sus propósitos.
Palpables todavía las consecuencias dolorosas de un movimiento revolucionario, los espíritus que no tienen suficiente amplitud y serenidad para juzgar de una situación, podrían encontrar vituperable la celebración del segundo aniversario del 20 de noviembre de 1910. La historia enseña, sin embargo, que los aniversarios celebrados con más entusiasmo y con más honda simpatía, son aquellos en que han tenido sus primeras manifestaciones Ios movimientos sociales más profundos de los pueblos.
Los aniversarios de la proclamación de la independencia en toda América no son más que aniversarios de una transformación político social y todos ellos han tenido en un principio el aspecto de guerras civiles. Las guerras civiles, abominables cuando llevan por objeto la mera conquista del Poder, son sin embargo la gloria de las naciones, cuando significan la explosión de ideales de libertad y el principio de una lucha por conquistar una condición política mejor.
La revolución francesa la prepararon los filósofos, pero la fecha que celebra este gran pueblo, es el momento en que estalló aquella tremenda guerra civil que debía de tener por fin, la conquista de los derechos del hombre en el mundo entero.
Por lo demás, los movimientos revolucionarios en el mundo entero no son buenos o malos por si solos; su bendición, su celebración o su maldición, dependen de la forma en que los pueblos hayan sabido aprovechar la guerra civil. El 14 de julio de 1789, será una fecha gloriosa, a pesar del 93. El movimiento revolucionario iniciado el 20 de noviembre de 1910, podrá ser, cuando lo veamos a distancia de medio siglo, un día de gloria nacional, si sabemos conducir a nuestro país hacia la libertad; un día de infamia y de vergüenza para nosotros si lo tomamos simplemente como ejemplo de una Lucha de hermanos contra hermanos en el deseo desenfrenado de conquistar el Poder.
Muchas cosas más podrían decirse de la importancia de la fecha que hoy llega a su segundo aniversario, pero ni mi incompetencia personal, ni el momento, ni la consideración social que debo a las altas personalidades que me han hecho el honor de escucharme me permite extenderme.
Por lo que se refiere a la Cámara de Diputados, básteme decir que sin el movimiento revolucionario del 20 de noviembre de 1910, continuarían siendo un instrumento del Poder Ejecutivo compuesto de hombres tal vez más sabios y más disciplinados que nosotros, pero dispuestos a sacrificar en aras de un hombre su libertad de palabra y su libertad de pensamiento y a llegar por subordinación hasta la ignominia. Gracias a ese movimiento cuyo aniversario debemos celebrar los Diputados, formamos ahora un cuerpo augusto y respetable, que tiene encomendada la salvación de la Patria, donde hachan por abrirse paso todos los ideales de sus hombres y en el que la libertad de palabra es una conquista definitivamente realizada.
Permitidme, pues, concluir invitándolos a hacer votos: por el estrechamiento de relaciones entre nosotros, que conducirá sin duda a facilitar nuestra labor; por el cumplimiento de la magna tarea que tenemos encomendada y cuya responsabilidad compartimos todos los miembros de los tres Poderes de la Unión; por la realización de los ideales de reforma proclamados e iniciados el 20 de noviembre de 1910 y por la prosperidad, por la paz y por la libertad de nuestra Patria.
Discurso del Lic. Luis Cabrera pronunciado en el banquete ofrecido en 1912, por el presidente de la República, Francisco I. Madero, a los poderes.
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