Los Ángeles, Cal., septiembre 9 de 1911
Al trote andan los señores del gobierno mexicano tratando de resolver, a su manera, el problema del hambre.
Cuando los que gobiernan consideran serias las aspiraciones de los pueblos, se apresuran a obrar de una manera que, sin comprometer los intereses de la clase rica -de los que son celosos guardianes-, calme, aunque sea por un momento, el ímpetu revolucionario de las masas.
Ya nadie niega en México que la revolución marcha a pasos agigantados hacia el comunismo. El espanto de la burguesía se refleja en su prensa. El Imparcial de 30 de agosto, en un editorial titulado "El Plan de Texcoco” y “La Revolución es la Revolución", asegura que el sentimiento que ha predominado en la actual revolución es el de la expropiación de la tierra de las manos de los ricos, y juzga, por lo tanto, natural, que los habitantes de varios Estados de la República estén tomando posesión de la tierra -palabras textuales- "sin permiso de sus dueños".
La intensa agitación que están provocando en todo el país los grupos liberales armados; los diarios combates que éstos sostienen contra las fuerzas maderistas y federales, el clamor inquietante de todo un pueblo que no quiere otra cosa sino ¡Tierra! , ¡Tierra! , ¡Tierra! , han hecho que el gobierno simule preocuparse por los pobres, y, según la prensa burguesa, está ya por resolverse el problema agrario.
Dicen los periódicos capitalistas que el gobierno va a comprar vastas extensiones territoriales, las que serán fraccionadas y repartidas entre agricultores pobres, que tendrán que pagarlas en plazos más o menos largos.
Esto, mexicanos, es una engañifa miserable de vuestros verdugos: Tengamos bien entendido que no tratamos de comprar tierra, sino de tomarla desconociendo el derecho de propiedad.
Lo que el gobierno llama solución del problema agrario no es tal solución, porque de lo que se trata es de crear una pequeña burguesía rural, quedando de ese modo la tierra en más manos, sin duda, de lo que lo está actualmente; pero no en manos de todos y cada uno de los habitantes de México, hombres y mujeres. De lo que se trata es que todos sean dueños de la tierra y no unos cuantos que tengan con qué pagarla.
Por otra parte, el gobierno se dada maña para que los agricultores pobres no pudiesen hacer sus pagos, y, entonces serán recogidas las tierras por falta de pago, y los pobres quedarán tan pobres como siempre, o peor. Pero aun suponiendo que no se tuviese que pagar nada por un pedazo de tierra, ¿de dónde podrían sacar elementos los pobres, tanto para cultivarlas como para sostenerse ellos y sus familias durante el tiempo que transcurre desde que se comienzan los trabajos hasta la recolección de las cosechas? ¿No tendrían que pedir fiado al tendero, al agiotista, a todo el mundo, de manera que al levantar sus cosechas nada aprovecharían de ellas? Y, por el solo hecho de no quedar abolido el derecho de propiedad individual, ¿no quedarían los agricultores pobres a merced, como siempre, del poder absorbente del gran capital? Los grandes propietarios rurales harían una terrible competencia a los labradores pobres, competencia que éstos no podrían resistir y se verían obligados a abandonar el pedazo de tierra que la hipocresía gubernamental hubiera puesto en sus manos en los momentos del peligro para el principio de autoridad, como es el actual.
No os dejéis engañar, mexicanos, por los que, temerosos de nuestra acción revolucionaria, tratan de adormeceros con reformitas que no salvan. El gobierno no ha comprendido que os rebeláis porque tenéis hambre, y trata de calmar vuestra hambre con una migaja de pan.
Entended que hay que abolir el derecho de propiedad privada de la tierra y de las industrias, para que todo: tierra, minas, fábricas, talleres, fundiciones, aguas, bosques, ferrocarriles, barcos, ganados, sean de propiedad colectiva, dando muerte de ese modo a la miseria, muerte al crimen, muerte a la prostitución. Todo eso hay que hacerlo por la fuerza a sangre y fuego.
Los trabajadores por sí solos, sin amos, sin capataces, deben continuar moviendo las industrias de toda clase, y se concertarán entre sí los trabajadores de las diferentes industrias para organizar la producción y la distribución de las riquezas. De esa manera nadie carecerá de nada durante la presente revolución.
Regeneración, 9 de septiembre de 1911. Semilla Libertaria: II. 33-35.
Fuente: Flores Magón Ricardo. Antología. México. UNAM. 1993. 144 pp.
|