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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1911 Discurso en memoria de los anarquistas asesinados en Chicago. Ricardo Flores Magón.

Noviembre 11 de 1911

 

Camaradas:

Apóstoles del pacifismo; creyentes de la acción política del proletariado, como el mejor medio para alcanzar la emancipación económica, vuelvan los ojos hacia Chicago, donde cuatro negros zanjones, practicados en la tierra, guardan los restos de cuatro mártires, cuyo silencio es el testimonio elocuente de que la justicia gemirá encadenada mientras no brille el arma en la mano de cada trabajador, y no hierva en los pechos robustos este formidable sentimiento; ¡Rebeldía!

Los cuatro sepulcros donde duermen Spies, Engels, Fischer y Parsons proclaman esta verdad: la razón debe armarse; y esta otra; la  violencia contra la violencia.

No se crucen de brazos; no pidan. Pedir es el crimen del humilde: ¡por eso se le mata! Si se les ha de matar por pedir, ¡mejor tomen!

Escuchen lo que les dicen esos cuatro sepulcros; Aquí guardamos los restos de los mejores de los suyos. Aquí, en nuestras entrañas sombrías, duermen cuatro hombres generosos que soñaron conquistar el bienestar de la humanidad por la virtud de este solo hecho: cruzarse de brazos en la huelga general.

Cruzarse de brazos en la huelga pacífica es tanto como tender el pescuezo para que el verdugo descargue el golpe de su hacha.

La libertad no se conquista de rodillas, sino de pie, devolviendo golpe por golpe, infligiendo herida por herida, muerte por muerte, humillación por humillación, castigo por castigo. Que corra la sangre a torrentes, ya que ella es el precio de su libertad.

¿Qué paso hacia delante, qué progreso, qué adelanto humano en las relaciones políticas y sociales de los hombres ha tenido éxito sin el grito de rabia de los oprimidos, sin el grito de cólera de los opresores, sin el derramamiento generoso de sangre, sin el incendio, reduciendo a cenizas cosas e instituciones, sin la catástrofe que bajo sus escombros sepulta cadenas, cetros y altares?

¿De qué se trata? ¿No se trata de destruir, de aniquilar un sistema que está en pugna abierta con la naturaleza? Pues bien, el sistema no puede ser destruido cruzándonos de brazos. Mejor que solicitar del enemigo un favor, ¡aplastémoslo!

La burguesía nunca ha de dar. Si un movimiento contra ella toma proporciones que constituyan una amenaza, por pacífico que sea ese movimiento, por tranquila y serenamente que sea conducida la contienda, cuando ésta amenace llegar a un punto en que, aun por el mero cruzamiento de brazos puedan caer en los bolsillos de los proletarios unas cuantas monedas más o se disminuya, en unos cuantos minutos de duración la jornada de trabajo, la burguesía, de acuerdo con el gobierno, fabricará un proceso y las cabezas de los más dignos de nuestros hermanos caerán por tierra a los golpes de las hachas de los verdugos. ¡Eso fue lo que pasó en Chicago el 11 de noviembre de 1887!

Mexicanos; ni nos crucemos de brazos ni nos conformemos con mejoras. ¡Todo o nada! ¡Tierra y libertad o muerte! ¡Ser o no ser! La huelga ha pasado de moda: ¡Viva la expropiación! ¡Viva la bandera roja de los libertarios de México!

Por el hierro y por el fuego debe ser exterminado lo que por el hierro y por el fuego se sostiene.

La fuerza es el derecho de los hartos; ¡pues que sea la fuerza el derecho de los hambrientos!

Así hablan los rebeldes que en estos momentos en México hacen pedazos las leyes solapadoras de los crímenes de los de arriba, incendian los archivos en que duermen los papelotes que amparan el robo de los ricos, ejecutan a las autoridades defensoras del privilegio y ponen la reata en el pescuezo de los que hasta ayer fueron los amos de los pobres, y gritan al pueblo: Eres libre; organiza por ti mismo la producción y sé feliz, tanto cuanto puedas.

¿Que esto es un crimen? No, ¡es justicia a secas! Es la justicia que, por ser justicia, no está escrita en leyes. Es la justicia soñada por la especie humana desde que aparecieron entre los pueblos estos tres bandidos. El que dijo: Esto es mío; el que gritó: ¡Obedézcanme! Y el que, alzando los ojos al cielo, balbuceó hipócritamente: Soy el ministro de Dios.

Es la justicia, cuyo sentimiento purísimo hace que el corazón se oprima de indignación al ver cómo en las grandes casas de los que nada hacen existe la abundancia, y cómo en las casitas de los que todo hacen existe la miseria.

Esto es, los bandidos, arriba, gozando cuanto placer puede imaginarse, mientras los trabajadores, los que sudan, los que se sacrifican bajo los rayos del sol, entre las tinieblas de las minas, en esos presidios que se llaman barcos y en todos los lugares de explotación, viven en el infierno de la miseria, escuchando, en lugar de risas, los sollozos de los niños que tienen hambre.

Toda conciencia honrada se subleva ante tanta injusticia amparada por la ley y sostenida por el gobierno. Contra una injusticia así, sólo existe un remedio: ¡La rebelión! Pero no la rebelión que tenga por objeto quitar a Pedro para poner en su lugar a Juan, sino la revolución salvadora que vaya hasta el fondo de las cosas, que destruya privilegios, que estrangule prejuicios, que se encare con lo que hasta aquí era considerado sagrado; el principio de autoridad y el derecho de propiedad individual, y, con toda la fuerza de la cólera tragada en silencio durante siglos y siglos de miseria y de humillaciones, rotas las cadenas, abiertos los presidios y vibrante intensamente la gran campana de la libertad de la especie humana, aniquilar de una vez y para siempre el viejo sistema e implantar el nuevo de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad. Esto es lo que están haciendo los mexicanos.

La revolución no murió el 26 de mayo con el pacto de dos bandidos. La revolución siguió su marcha porque no tenía como causa la ambición de un payaso, sino la necesidad largamente sentida por un pueblo despojado de todo. Es el león que ha despertado y lanza a los cuatro vientos, como un reto a la injusticia, estas bellas palabras; ¡Tierra y Libertad! Y toma la tierra, incendia las guaridas de sus verdugos, y sobre las humeantes ruinas clava, con puño firme, la bandera de los libres, la gloriosa bandera roja.

Contra la ley armada hasta los dientes, el derecho del proletario armado también; contra el fusil, el fusil; contra la tiranía, la barricada y la expropiación.
¡Viva la Revolución Social!

 

Fuente: Regeneración 1900-1918. México. Ediciones ERA. 1977.