Los Ángeles, Cal. Mayo 24 de 1911
Mexicanos:
La revolución ha llegado al punto en que forzosamente tiene que seguir cualquiera de estos dos cursos: o degenerar en un movimiento simplemente político, en el que encontrarán garantías solamente los jefes de ella y la clase rica, quedando la clase pobre en la misma o peor condición que antes, o, por el contrario, seguir su marcha avasalladora convirtiéndose por completo en una verdadera revolución económica, por la cual lucha el Partido Liberal Mexicano, y cuyo triunfo será la toma de posesión de la tierra y de la maquinaria de producción para el uso y libre disfrute de ella por todos los habitantes de México, hombres y mujeres.
Si ocurriera lo primero, esto es, si la revolución degenerase en un simple movimiento político que sentase en la silla presidencial a Madero o a cualquiera otro hombre, la clase pobre habría dado una vez más su sangre generosa para seguir en la esclavitud política y económica.
La historia de nuestras revoluciones está llena de ejemplos de esta naturaleza: la clase trabajadora ha dado su sangre en todas ellas para quedar sometida a las mismas condiciones de miseria, de hambre, de ignorancia en que se encontraba antes de tomar las armas. Ese ha sido el resultado, porque los soldados rebeldes no tenían en la mente la idea y el propósito inflexible de luchar exclusivamente por los intereses de su clase. El interés de la clase trabajadora es no tener patrones, y para hacer triunfar ese interés es necesario desconocer a los ricos el derecho de propiedad, y arrancar virilmente de sus manos la tierra y la maquinaria de producción para el servicio de todos.
La guerra de Independencia y todas las demás revoluciones que han conmovido al pueblo mexicano desde entonces hasta la que llevó al poder a Porfirio Díaz, no dieron ningún buen resultado a la clase trabajadora, que derrochó su sangre en esas luchas. Esto prueba que las luchas que se entablan para llevar al poder a un hombre son estériles, porque con ese solo hecho no come el pueblo. El triunfo en esos casos es el triunfo de los que quieren encumbrarse, de los que quieren ser presidentes, gobernadores, jefes políticos, presidentes municipales, jueces, diputados, ministros, empleados de cualquier categoría y aun simples polizontes; pero la clase trabajadora nada gana con eso.
Es necesario, pues, abrir los ojos, mexicanos. No nos conformemos con que Madero vaya a sentarse en el sillón presidencial, porque ningún gobierno podrá decretar la felicidad. La felicidad se consigue obteniendo la libertad económica por medio de la toma de posesión de la tierra y de la maquinaria de producción, para aprovechar todo en común.
Francisco I. Madero y Porfirio Díaz acaban de celebrar un tratado de paz. El telégrafo y el correo están siendo empleados para pedir a todos los jefes insurrectos que suspendan las hostilidades con el objeto de que se hagan nuevas elecciones; pero eso no resuelve el problema del hambre. Se harán tal vez las elecciones, resultará electo presidente un hombre bueno; pero ese hombre, por bueno que sea, no podrá salvar de la miseria a la inmensa mayoría del pueblo mexicano, porque como gobernante tendrá forzosamente que velar por los intereses de la clase capitalista, pues no para otra cosa sirven los gobiernos.
Está ya anunciado que las fuerzas federales y las fuerzas maderistas perseguirán a los revolucionarios que no se conforman con que este movimiento termine con la farsa de nueva elección. Desde luego maderistas y federales, unidos, se han puesto en marcha para aplastar a los compañeros liberales que operan en el Distrito de Río Grande, del Estado de Coahuila. El compañero Miguel B. González fue desarmado en unión de veinte compañeros más que operaban en la sierra del norte del Estado de Chihuahua por las fuerzas maderistas de Gabriel Márquez. Los desarmes que sufrieron las fuerzas de Silva y de Alanís por Madero en persona, están frescos en nuestra memoria.
¿De qué se trata? Se trata de suprimir el movimiento verdaderamente emancipador del Partido Liberal Mexicano. Madero tiene pagados a muchos de sus lacayos para que, fingiéndose libertarios, se mezclen entre las fuerzas liberales, procurando hacerse dignos de la confianza de nuestros compañeros, Y en un momento dado desarmarlos y fusilarlos.
Así, pues, se ha declarado, por los jefes maderistas, una guerra de exterminio contra las fuerzas liberales en todo el país, porque los liberales queremos la libertad económica de la clase pobre. ¡Entendedlo, desheredados, entendedlo!
Madero y Díaz han formado el pacto de que las fuerzas maderistas se convertirán en fuerzas federales para aplastar a los heroicos compañeros liberales que no rindan sus armas. Ya se habla de enviar a Orozco o a Villa para sofocar el movimiento de los liberales de Sonora. Ya se habla de que otros jefes maderistas, combinados con los federales, aplasten a los liberales del centro de México. Ya se habla de que otros jefes maderistas, combinados con los federales, aplasten a los revolucionarios de Veracruz y de Tabasco, de Campeche y Yucatán, de Chiapas y de Oaxaca, de Guerrero y de Morelos, de Durango, de Sinaloa, de Tepic, de Jalisco, de Guanajuato, de todas partes.
¿No es una tremenda traición al movimiento revolucionario? ¿Es que se derrama sangre proletaria para que unos cuantos bandidos se aprovechen de ese sacrificio? ¿Va a terminar este grandioso movimiento con una farsa de elecciones? ¿Se agotó la vergüenza? ¿Ya no hay rostros que se pongan rojos? ¿Vamos a tomar la tierra y la maquinaria llevando en las manos boletas electorales?
Volved vuestros fusiles, soldados maderistas, contra vuestros jefes, tanto como contra los federales. ¿0 estáis conformes con transformaros de la noche a la mañana de soldados de la libertad que os llamáis en esbirros de los déspotas?
No; vosotros, soldados maderistas, pertenecéis a la clase trabajadora y os negareis a disparar sobre vuestros hermanos desheredados del Partido Liberal Mexicano. No cometáis la infamia de asesinar a los que precisamente están luchando por vuestra verdadera redención, a los liberales que no quieren otra cosa que convertir en hermanos y en iguales a todos los mexicanos, haciendo que el pueblo tome posesión de todo cuanto existe.
No conspiréis contra vosotros mismos. Deshaceos de vuestros jefes de cualquiera manera y enarbolad la bandera roja de vuestra clase, inscribiendo en ella el lema de los liberales: "Tierra y Libertad."
¿Os levantasteis en armas para daros el gustazo de poner en la presidencia a un nuevo verdugo o con la idea de obtener materiales no solo para vosotros, sino también para todos los mexicanos sin excepción ninguna? Si os levantasteis en armas con la idea de mejorar las condiciones en que vive el pueblo mexicano, uníos resueltamente a las falanges de la bandera roja, esto es, a las falanges liberales. Pero antes deshaceos de vuestros jefes, que ya sueñan con las dulzuras de una vida ociosa, arrastrando la espada en los embanquetados de las ciudades, con cruces y condecoraciones en el pecho, o bien sentadotes en los bancos del congreso, o en las sillas de los gobiernos de los Estados, o de ministros y grandes señores, mientras vosotros, los que os rehuséis a viciaros y prostituiros en los cuarteles del nuevo gobierno, iréis otra vez al campo, al taller, a la mina, a la fábrica a deslomaros para sostener la grandeza de vuestros amos, los mismos de siempre.
Hermanos desheredados que peleáis en las filas de Madero, escuchad nuestra voz, que es desinteresada. Nosotros, los liberales, no queremos pasar sobre vosotros. Ninguno de los miembros de esta junta organizadora del Partido Liberal Mexicano os solicita vuestro voto para vivir de parásitos. Queremos, cuando ya esté la tierra en las manos de todos los desheredados, ir a trabajar a vuestro lado con el arado, con el martillo, con el pico y la pala. No queremos ser más que vosotros, sino vuestros iguales, vuestros hermanos.
Deberíais estar convencidos de nuestra sinceridad como luchadores. No comenzamos a luchar ayer: nos estamos haciendo viejos en la lucha contra la tiranía y la explotación. Los mejores años de nuestra vida han transcurrido en los presidios de México y de los Estados Unidos por ser leales a la causa de los pobres. No debéis, pues, desconfiar de nuestras palabras. Si luchásemos por nuestro provecho personal, hace mucho tiempo que habríamos aceptado las, para otros, tentadoras proposiciones de los verdugos del pueblo. Recordad que no una, sino muchas veces, se nos ha ofrecido dinero para someternos. En estos momentos, los grandes banqueros norteamericanos, así como Díaz y Madero, podrían hacernos millonarios con solo que abandonásemos la sagrada causa de los trabajadores. Nuestra vida humildísima, como les consta a todos los que nos tratan, es la mejor prueba de nuestra honradez. Vivimos en casas malsanas, vestimos trajes muy pobres, y en cambio trabajamos como ningún jornalero trabaja. Nuestro trabajo es verdaderamente rudo, fatigoso, agotante. ¿Si no fuésemos sinceros, para qué matarnos trabajando tanto por solamente la comida? Con tal de que nos alejásemos de esta lucha, Wall Street y los vampiros norteamericanos nos pueden dar millones para establecer grandes negociaciones en México, o aquí, para tener a salario a vosotros mismos y explotaros de esa manera.
Oíd, pues, nuestras palabras, hermanos de infortunio, compañeros de cadena: no rindáis nunca las armas, desconoced a los jefes y oficiales maderistas y deshaceos de ellos de cualquier manera. Comprended que el Partido Liberal Mexicano es el único que lucha por vuestro bienestar y el bienestar de todos los mexicanos, y enarbolad la bandera roja gritando con entusiasmo: ¡Viva Tierra y libertad! Pero no os conforméis con gritar: tomad la tierra y dadla al pueblo para que la trabaje sin amos.
Tierra y Libertad
Los Ángeles; California, mayo 24 de 1911.
Ricardo Flores Magón
Anselmo L. Figueroa
Librado Rivera
Enrique Flores Magón
Regeneración, 27 de mayo de 1911.
Semilla Libertaria: l. 157-162
Fuente: Flores Magón Ricardo. Antología. México. UNAM. 1993. 144 pp.
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