Nos hallamos frente a un hecho inexplicable: la sublevación de Zapata. Todos preguntan: ¿por qué sus hordas salvajes, en vez de ser exterminadas, se van extendiendo cada día más, al grado de que, según un diario de la tarde de ayer, los tiros de sus fusiles podían oírse en Xochimilco a unos cuantos kilómetros de esta metrópoli? ¿Acaso el Gobierno, que cuenta con sobrados elementos, no mira la importancia de acabar para siempre con tal bandidaje?
Es una afrenta para Méjico, como nación civilizada, que conserve en su seno la anarquía zapatista, porque no se trata de una revolución de principios, ni de que Zapata quiera ser Presidente de la República. Se trata tan sólo del pillaje, del bandolerismo, de una anarquía digna de los vándalos más feroces o de los zulús más refractarios a toda civilización. Queremos democracia, que es el grado máximo del progreso humano; queremos justicia, que es el ideal más alto de las naciones; queremos vida fuerte, alimentada por la médula de principios inconmovibles, que nos lleven a la felicidad en todos los órdenes de cosas; y, a pesar de tan buenos deseos, a pesar de que, para lograrlos, se ha promovido y consumado una revolución que cuesta a la patria sangre, dinero, crédito, a pesar de todo eso, decimos, no podemos extirpar la llaga tan afrentosa cuanto perjudicial para nuestro organismo, cuanto nauseabunda para nuestra civilización, cuanto dolorosa para el pueblo que camina hacia la miseria. Esa llaga es Zapata, las hordas que le siguen, la canalla que mantiene en pie de guerra a las unas y al otro.
Recordamos los siguientes hechos que vamos a refrescar en la memoria de los lectores, para que ellos deduzcan sus consecuencias ineludibles y hagan los comentarios que su criterio les sugiera.
A raíz del tratado de paz, el Gobierno interino ordenó el licenciamiento de todas las tropas ex-revolucionarias. Para ello se dispuso comprar las armas a los insurgentes y darles una gratificación. Todas o casi todas las fuerzas maderistas se sometieron de buen grado a las órdenes del Gobierno, y sólo las de Zapata permanecieron en pie de guerra, como si para ellas el pillaje fuera la gratificación de sus servicios a la causa del Plan de San Luís.
Cuatro o cinco veces se licenciaron esas tropas y otras tantas se levantaban en armas. Unas veces, so pretexto de que los hacendados de Morelos extorsionaban a sus peones; otras alegando que el reyismo era una amenaza para la persona del señor Madero, y otras, en fin, se decía, que los científicos hallábanse aun en el Poder y que precisaba exterminarlos para conquistar definitivamente los ideales de la revolución de noviembre.
Por último, el señor Madero en persona fue a Morelos para hacer la pacificación. Todos creímos que ésta se verificaría efectivamente. Pidió el caudillo un plazo de quince días para que Zapata depusiera las armas; se arregló en junta de ministros que el Gobierno daría a ese jefe una gratificación de muchos miles de pesos por cierto, y éste se retiraría a la vida privada, sin tener cargo alguno civil o militar. Reciente estaba el incendio de Cuautla y otros desmanes cometidos por Zapata, para que el Gabinete se resolviera a otorgar al bandido cualquier nombramiento o comisión.
Con gran asombro de todos se supo que el señor Madero, por sí y ante sí, había nombrado a Zapata jefe de las armas en Morelos, y que éste ejercía influencia decisiva sobre el Gobernador Carreón, de manera que el verdadero director de los negocios públicos en Morelos era Zapata y no el funcionario encargado de dirigirlos.
Como era de esperarse, el señor Presidente De la Barra se negó de la manera más terminante a confirmar el nombramiento que Madero hizo en la persona de Zapata, y, más aun, ordenó a la Secretaría de Guerra una activa campaña contra el bandido. El señor Ministro de Gobernación, por su parte, y como encargado de las fuerzas rurales, envió buen golpe de éstas para que exterminasen a Zapata.
Entonces tuvieron lugar dos hechos, bien significativos por cierto: Fue el uno el empeño tenaz demostrado por el grupo más próximo al señor Madero de que se retirasen de Morelos las fuerzas federales, empeño que llegó a su límite cuando la Partida de la Porra (grupo renovador de la XXVI legislatura), órgano supremo de Ojo Parado (Gustavo Madero), se dirigió a Chapultepec, y en tono agresivo pidió al señor De la Barra hiciera cesar las operaciones militares que se emprendían contra los zapatistas. Fue el otro, la hostilidad manifiesta, profunda, injuriosa, contra el señor Ministro de Gobernación, García Granados. No sólo se pidió al señor Presidente de la República lo separara del Gabinete, sino que la Partida de la Porra volvió a funcionar en contra de aquel Secretario de Estado, proyectando una manifestación hostil que, por cierto no pudo llevarse a término, debido a la serenidad y firmeza que demostró el señor García Granados en aquella ocasión.
Por último, después de dos meses de inútil campaña, la Secretaría de Guerra (no hay que olvidar las ligas que tiene el General González Salas con el Pino-zapatismo) ordenó al General Huerta evacuara el Estado de Morelos y éste quedó en poder de Zapata, quien a sus anchas asesina, incendia, roba y siembra el pánico en la región de sus hazañas, como nuevo Juan de Tabares aumentado en quinto y tercio.
La prensa toda, con excepción de la que dirige Ojo Parado, grita en todos los tonos pidiendo justicia contra Zapata, los hacendados de Morelos ofrecen todo su contingente al Gobierno para exterminar al bandido, el honrado y leal Ambrosio Figueroa acepta, mal de su grado, el Gobierno de Morelos sólo con el fin de restablecer el orden y dar garantías; más a pesar de todo eso, Zapata subsiste, Zapata se multiplica, Zapata domina, Zapata reina en Morelos con poder omnímodo, y no nos llamaría la atención que sus audaces guerrillas llegaran a las goteras de la capital, para dar un apretón de manos y beber un vaso de pulque con los miembros más conspicuos de la Partida de la Porra, agentes del zapatismo en esta metrópoli de los palacios.
Tanto ha dicho la prensa, existe tal alarma en el publico, que el señor Presidente ha hecho ayer, según un periódico de la tarde, la siguiente significativa declaración: "Como es natural -dijo el señor De la Barra- la Secretaría de Guerra ha sido la encargada de la dirección técnica de la campaña (contra Zapata), pero yo constantemente he dado a ese departamento instrucciones terminantes para que se facilite el pronto y satisfactorio termino de ella."
¿Quién, pues, sostiene a Zapata? No el señor De la Barra, porque este ha dado órdenes al General González Salas, muy terminantes, para que acabe con el bandido. Además, la honradez sin mancha del actual Presidente interino, su modo de ser particular, su amor a la paz y al orden, están muy lejos de fomentar la anarquía y el bandidaje. ¿Acaso el Ministro de Guerra no ha cumplido con su deber? Y en caso de que así sea, ¿por qué ha seguido tal conducta? ¿quién está detrás del General González Salas? ¿quién lo influencia? ¿quién es ese poderoso personaje que le hace faltar a sus deberes de soldado y de hombre público?
¿A quién aprovecha Zapata? ¿Cui prodest? ¿A Reyes? Locura sería pensarlo. ¿A Vázquez Gómez? No hay que hablar de eso. ¿Será acaso la base de un criminal réclame político, de un criminal y futuro réclame político para causar en su día el efecto teatral de apagar con un solo soplo la hoguera que prosperó grandemente durante el Gobierno interino, y producir así la terrible sugestión de que los grandes intereses nacionales tienen que elegir entre el dominio forzoso de un hombre, bajo la dirección de Ojo Parado, o el bandidaje irresistible?
He aquí el enigma.
Fuente: El País. Editorial. Miércoles 25 de octubre de 1911
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