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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1909 Manifiesto a los trabajadores de todos los países

10 de Mayo de 1909

La publicidad que en los dos últimos años se ha hecho en torno a la causa de la Revolución Mexicana ha despertado una gran simpatía entre los trabajadores del mundo entero, simpatía que ha crecido y se ha ido transformando de materia de simples resoluciones y palabras, en un deseo cada vez mayor de ayudar en forma práctica. Sin embargo, como todavía parecen subsistir algunas dudas en relación con los objetivos y miras del movimiento de la clase obrera mexicana, nosotros, miembros de la Junta del Partido Liberal Mexicano, lanzamos este manifiesto:

La prensa capitalista en general, así como los periódicos directamente subsidiados por el dictador de México, Porfirio Díaz, han estado trabajando sin cesar palra inclinar la opinión pública en favor de los patrones. Sus mentiras impresas han levantado barreras que hacen muy difícil para los esclavos mexicanos entenderse con sus hermanos de otros países. Es para disipar esas dudas, para derribar esas barreras, para evidenciar la solidaridad del movimiento obrero internacional, que escribimos este manifiesto.

Este grito, surgido del oscuro antro en que yacen los esclavos mexicanos, no pretende provocar misericordia ni compasión. Es un grito de protesta contra los verdugos de la clase obrera. Vosotros, hermanos nuestros, no debéis dormir mientras el enemigo común continúa exterminando despiadadamente a los peones de nuestro infortunado país. Las cadenas que están oprimiendo nuestros miembros son igualmente vuestras cadenas.

La situación de los trabajadores mexicanos es distinta de los de otros países; diferente porque Porfirio Díaz ha estado durante años conspirando con los capitalistas extranjeros para edificar un sistema que implicase disensión entre los asalariados mexicanos y los de otros países. Otorgó grandes concesiones de tierras, minas y ferrocarriles a capitalistas extranjeros quienes a su vez contrataron gerentes y capataces no mexicanos para dirigir los trabajos, en los cuales los trabajadores de fuera percibían con frecuencia salarios dobles de los pagados a los nacionales por la misma clase de trabajo. Este doloso sistema de provocar discordia entre los operarios hacia imposible para los mexicanos en los talleres, factorías y ferrocarriles organizar poderosas uniones como ocurre en otras partes. Esta gran conspiración capitalista trajo como resultado reducir el nivel de vida en México por debajo del límite de la miseria y crear enormes fortunas para los amigos extranjeros de Díaz, en detrimento de la totalidad de la clase obrera mexicana.

Fomentar la discordia y el odio entre los trabajadores mexicanos y los extranjeros, tal era el propósito del capitalismo, con la mira de salvaguardar sus riquezas. Aislar a los trabajadores mexicanos y ahogar en ríos de sangre sus esfuerzos por alcanzar la libertad: tal es el propósito de los espoliadores de México. Por ello, por la causa del proletariado mexicano, es por lo que acudimos ante vosotros, trabajadores del mundo, para informaros de lo que está ocurriendo en México. Porque, con el conocimiento de la verdad, podréis participar en una lucha que no tiene más enemigos que los verdugos de la clase obrera. Sólo anhelamos romper nuestras cadenas, trabajar codo con codo con vosotros por el progreso futuro. La causa que estamos defendiendo es igualmente vuestra causa.

Para demostrar la generosidad con que la mano de Díaz ha enriquecido a los capitalistas americanos, bastará señalar que E. H. Harriman detenta 2.500,000 acres de terrenos petrolíferos al Oeste de Tampico; que los intereses de Hearst controlan alrededor de 3.000,000 de acres cerca de la Ciudad de Chihuahua, y que la superficie total de terreno acaparado actualmente tan solo en la costa del Golfo por los intereses combinados de la Standard Oíl y de Harriman abarca una longitud de más de mil millas por una profundidad media de setenta, incluyendo las tierras más ricas de México. Esto es sólo una muestra de las concesiones otorgadas por Díaz a los capitalistas americanos.

Una especie de sangrienta saturnal ha acompañado siempre la carrera de Parfirio Díaz, cuyo record de asesinatos entre su propio pueblo se estima generalmente en unas treinta mil vidas.

Ocurrió en Monterrey, durante las elecciones de 1903: las tropas hicieron fuego contra una manifestación pacífica de ciudadanos, sembrando las calles de montones de cadáveres y de moribundos.

Ocurnió en Cananea, en 1906, donde los rurales bajo el mando de Kosterlisky y los cow-boys a las órdenes de Greene asesinaron a mineros en huelga y obligaron a los supervivientes a reintegrarse al trabajo.

Ocurrió frente a la fábrica de textiles de Río Blanco, durante la huelga de 1907, donde sesenta y cuatro hombres, seis mujeres y cuatro niños fueron muertos por la soldadesca de Díaz.

Esta es sólo una muestra de los hechos sangrientos que constituyen la carrera del verdugo de México.

La Revolución Mexicana no es un fenómeno puramente político; es un problema social que nos concierne directamente. Nos vemos obligados por la voluntad del tirano Díaz a un enfrentamiento violento. Nosotros no hemos provocado la lucha, hemos sido arrastrados a ella. Hemos aprendido la lección tan hábilmente expresada por un gran pensador: Es mejor un puñado de fuerza que un costal de derechos.

Nuestro programa es simple; no pretendemos hacerlo todo en un día, y por lo mismo empezaremos por desatar la cuerda que nos tiene sujetos para poder iniciar nuestra marcha hacia el progreso: libertad de imprenta, de palabra y de enseñanza, derecho de reunión; y la restitución al pueblo de las grandes propiedades de tierra no cultivadas; la abolición de la pena capital, la desaparición del brutal sistema carcelario imperante. La cancelación de las deudas que gravitan sobre los hombros de los peones a través de muchas generaciones, manteniéndolos atados a sus amos en auténtica esclavitud desde el nacimiento hasta la muerte. Todas estas reformas están incluídas en el programa del Partido Liberal. La jornada de ocho horas, el establecimiento del salario mínimo y el derecho de los ciudadanos de la República a participar en todos los asuntos públicos forman también parte de nuestro programa. De esta forma la Revolución Mexicana abrirá una brecha en la que se edificará un organismo social más justo, más en armonía con los sentimientos de amor y de solidaridad que algún día presidirán la marcha del mundo. Es axiomático que quienes luchan por la liberación del individuo y la emancipación de un pueblo acortan los días de la esclavitud del mundo entero.

Los pueblos que han alcanzado una relativa libertad no deben cerrar los ojos a las miserias de los menos afortunados, no deben volver la espalda a una lucha que es para bien de todos.

Los mercenarios armados del déspota mexicano arrastran a nuestros campesinos a prisión, donde se les prolonga la vida únicamente para hacer más cruel su agonía. Y ustedes deben tener presente que el poder que permite a Díaz Ilevar a cabo tales atrocidades lo debe en gran parte a sus amigos los inversionistas extranjeros, muchos de los cuales proceden de los Estados Unidos.

Pero no es tan solo en México que nos vemos acorralados por los agentes de la policía. También en los Estados Unidos se nos acosa como si fuésemos fieras. Los hogares mexicanos en este país carecen de toda garantía; los patriotas son esposados y arrojados a las cárceles, mientras otros son detenidos en la frontera y entregados a los rurales que los están esperando. Nuestros compañeros Ricardo Flores Magón, Antonio I. Villarreal y Librado Rivera están en Arizona, en espera de ser procesados por violación de las leyes de neutralidad de los Estados Unidos. Si en este país el patriotismo es un crimen, son culpables. Pero si el derecho americano de asilo es respetado, deben ser puestos en libertad. Entre los más encarnizados enemigos de estos prisioneros políticos se encuentran el antiguo procurador de justicia de los Angeles, Oscar Lowler, que llegó al extremo de denigrar a los prisioneros en la Prensa mientras ordenaba a los carceleros mantenerlos incomunicados. La recompensa a Lowler por sus cobardes ataques a prisioneros puestos por él en la imposibilidad de defenderse, ha sido su nombramiento para un puesto en las oficinas del procurador general, en Washington.

En la prisión federal de Leavenworth, Kansas, están los compañeros Antonio de P. Araujo, A. D. Guerra, P. G. Silva y L. Treviño, todos ellos convictos a causa de su amor a su país y su determinación de luchar por las libertades de México. También en las cárceles de Texas hay presos políticos mexicanos: Basilio Ramírez y Calixto Guerra se encuentran detenidos desde julio pasado en espera de ser juzgados.

La influencia de Díaz en Estados Unidos se manifiesta de diferentes maneras: en enero pasado en Tucson, Arizona, un joven trabajador llamado Cenaido Reyes fue arrestado a causa de su parecido con un conocido miembro del Partido Liberal Mexicano. Este joven mexicano no es un revolucionario, pero por el solo hecho de que las autoridades creyeron haber capturado a un hombre señalado por Díaz, fue llevado a la frontera sin más averiguaciones y librado a los rurales. Y desde ese momento hasta ahora ha desaparecido de la faz de la tierra, y su angustiada familia es impotente para averiguar si está vivo o si está muerto. Tales son los trabajos secretos del gobierno de Díaz en este país.

Los amigos de Díaz en los Estados Unidos están siempre prestos a ayudarle a aplastar los intentos del pueblo mexicano para lograr su liheración. He aquí un ejemplo de su trabajo: muchos de los propietarios de importantes minas de carbón de Oklahoma y el Norte de Texas poseen también considerables concesiones en los terrenos carboníferos de Coahuila; en tiempos de la sublevación de junio de 1908, estos propietarios redujeron los salarios y limitaron los días de trabajo en las minas de Estados Unidos para impedir a sus trabajadores mexicanos dar ayuda finandera a los revolucionarios.

Pero, a pesar de todo, -las matanzas en México y los encarcelamientos en Estados Unidos- perseveramos en nuestra lucha por la libertad. Nosotros, el proletariado mexicano, hemos de ser libres, y no hay precio que no estemos dispuestos a pagar para lograrlo.

Aquí terminamos nuestro manifiesto, ya que nuestra tarea sería interminable si intentásemos hacer la lista completa de los casos de explotación, deportación, encarcelamiento y asesinato perpetrados contra el pueblo mexicano por Porfirío Díaz, actos llevados a cabo, en muchos casos, con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos.

Compañeros de todo el mundo: leed con atención nuestro manifiesto, y después adoptad la actitud que mejor pueda ayudar a la causa de la libertad.

Vuestros, por la emancipación humana.

Enrique Flores Magón.

Práxedis G. Guerrero.

Por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano.

San Antonio, Texas, 10 de Mayo de 1909