3 de Abril de 1909
EL PARTIDO REELECCIONISTA.
MANIFIESTO DE LA CONVENCIÓN.
LA CONVENCION NACIONAL, órgano de la opinión de los pueblos esparcidos en el territorio de la República, no hizo ayer la elección de su candidato para la Presidencia, sino la proclamación del ya elegido por los numerosos Clubes reeleccionistas constituidos en todo el país. Los delegados no tuvieron que pedir a sus convicciones ni a su patriotismo la solución que reclama las necesidades de la Nación, puesto que la voluntad de ésta, de antemano y a revelada en mil formas claras y enérgicas, dominaba todas las conciencias con el vigor más alto, del más expreso mandato imperativo. A sí el nombre del ilustre jefe del partido liberal, del partido nacional no se recogió en cédulas que caen una a una en la ánfora de la elección; no se contaron los sufragios por el escrutador escrupuloso y nimio; no se proclamó por la voz limitada y débil de un hombre; la urna fue el recinto de la gran asamblea; el escrutinio, la aclamación espontánea y ardiente de todas las voces que se unieron en un solo clamor; la proclamación es la que en estos momentos hace, con su estruendoso aplauso, la Nación entera.
¿Por qué este uniforme movimiento de todas las voluntades? ¿Cuál es el secreto de esta popularidad sin precedente? Los últimos años de nuestra historia, que muestran la regeneración de un pueblo y la transformación admirable del alma nacional, responden a estas preguntas; el análisis de la obra revela el misterio.
Lo que caracteriza el hombre de Estado es el éxito —ha dicho uno de los más ilustres historiadores contemporáneos—. ¿Por qué? Porque el Gobierno de los pueblos no es una especulación pura. No basta al hombre de Estado, como el filósofo, que sus opiniones y sus propósitos sean conformes a un ideal de moral y de lógica; lo que importa antes que nada, es que sean aplicables, que se adapten a los intereses complejos, a las múltiples necesidades, aun a las pasiones, y algunas veces a los prejuicios y a los errores de los hombres. Entonces sólo puede ejercer una acción decisiva sobre la sociedad y convertirla en mejor, más próspera y más fuerte.
He aquí el secreto de la obra imperecedera del general Díaz. Conocedor profundo de las cosas y de los hombres de nuestro país, cuando después de haber defendido con su gloriosa espada, en épicas luchas, la libertad y la independencia de la República se vio al frente de sus destinos, comprendió que la paz era la base indispensable de la regeneración nacional, y para conquistarla no perdonó esfuerzo ni economizó sacrificio por doloroso que fuera. Reprimió con mano de hierro, siempre que fue necesario, los asaltos de la anarquía que aún alentaba en nuestro suelo; disciplinó, siempre que pudo, las energías antes empleadas en el mal, convirtiéndolas en elementos de orden; y se sirvió de todos los hombres, aun de los peores, para llevar a cabo su obra de pacificación social, bien así como el artífice no se rehusa a echar mano de materiales humildes, y aun impuros, para realizar el ideal de su obra maestra; admiración de las gentes.
Lleno de fe inquebrantable en los destinos futuros de la República, sin que le arredraran los vanos fantasmas que habían paralizado la acción de los gobiernos anteriores, abandonando para siempre los gastados y estériles procedimientos tenidos hasta entonces por indiscutibles dogmas, acometió empresas que fueron calificadas de peligrosas aventuras; y con un Erario en bancarrota, descontando el porvenir de la Nación, reconoció y puso en vía de pago la deuda pública, y auxilió generosamente la construcción de ferrocarriles; y dando garantías a todos los intereses y estimulando todas las actividades, logró al conjuro mágico de su voz, que despertara el amor al trabajo en la República, que se establecieran nuevas industrias, que renacieran y se desarrollaran la agricultura y el comercio, que viniera el capital extranjero a fecundar nuestros elementos de riqueza, que se equilibraran los presupuestos, que se fundara sobre sólidas bases el crédito nacional, y que el nombre de México, unido indisolublemente al de su insigne gobernante, levantara el respeto y la admiración de todos los pueblos civilizados de la tierra, como una anticipación del fallo imperial y definitivo de la historia.
Por eso, cuando al aproximarse las elecciones presidenciales circuló el rumor de que el general Díaz pensaba retirarse a la vida privada, despertóse una agitación intensa en todo el país, que sintió las angustias y las zozobras del que, poseedor de valiosos bienes adquiridos a fuerza de energía y de trabajo, se ve de repente amenazado de perderlo. Con el seguro instinto de todos los pueblos cuando ven en peligros sus intereses capitales, el pueblo mexicano sin hacer caso de vanas quimeras, sin querer ir en pos de peligrosas nov edades, juzgó imperdonable temeridad encomendar sus destinos a otros hombres que constituyen esperanzas más o menos fundadas, cuando podía apelar una vez más el patriotismo nunca desmentido del eminente estadista, que, por su glorioso pasado, le ofrece una tranquilizadora realidad.
De uno a otro confín de la República, aun en los pueblos más remotos y menos importantes de todos los Estados, como una inmensa explosión de gratitud y de cariño, como un llamamiento supremo al patriotismo del patriota por excelencia, se fundaron clubs, compuestos de todas las fuerzas vivas del país, y propuestos a evitar que se consumara lo que habría sido una desgracia nacional, y como los que tienen los mismos ideales, y representan los mismos intereses, y persiguen iguales fines, tienden forzosamente a juntar su esfuerzo y a poner en común todas sus energías, todos esos clubs se reunieron, por medio de sus delegados, en la Convención Nacional Reeleccionista, que terminó ayer sus trabajos proclamando las candidaturas del señor general don Porfirio Díaz para la Presidencia de la República, y del señor don Ramón Corral para la Vicepresidencia.
Los candidatos han aceptado las postulaciones. El autor ilustre de la pasmosa obra del engrandecimiento de México, entrega una vez más su nombre a sus conciudadanos, para que lo lleven a la urna electoral, y su activo e inteligente colaborador, y a dio también el suyo, ilustrado por muchos años de labor asidua, reveladora del acendrado patriotismo, de prudente energía, de alto sentido político y de espíritu progresista, condiciones todas que constituyen el hombre de elevado carácter y de relevantes dotes administrativas, perfectamente conocido en la República entera.
La Convención Nacional de Clubs Reeleccionistas de la República, persuadida de que con la elección de sus candidatos se sentirán garantizados todos los intereses, de que volverá la tranquilidad a todos los ánimos, y de que el país seguirá imperturbable su marcha triunfal de orden y de progreso, invita a todos los ciudadanos para que, ejerciendo el más alto de sus derechos y cumpliendo la más sagrada de sus obligaciones, depositen en sus sufragios en favor del señor general Díaz para la Presidencia, y del señor Corral para la Vicepresidencia de la República. El triunfo está asegurado de antemano; esos hombres dominan todas las voluntades y serenan todas las conciencias; pero ahora más que nunca, es necesario que esa elección no sea únicamente la aspiración unánime, pero tácita, aunque entusiasta y cariñosa del país, sino que vaya revestida de las formas establecidas por la ley, que la consagre el voto expreso y categóricamente emitido por el pueblo, acto fundamental de las instituciones democráticas.
Para alcanzar tan patriótico fin, durante el tiempo que falta para las elecciones, los Clubes Reeleccionistas de los Estados, y los Territorios, y el Comité permanente que va a nombrar la Convención Nacional para unificar los trabajos electorales, no descansarán en sus esfuerzos de propaganda ni perdonarán medio alguno a encaminar, no al triunfo de sus candidaturas, que no puede ser dudoso, sino conseguir que el pueblo se habitúe al ejercicio de su soberanía, como la prensa más segura de la consolidación de la magna obra llevada a cabo por nuestro país bajo la sabia dirección del General Díaz.
Esa obra vivirá y será definitiva, si, teniendo, como él, robusta fe en los destinos de México, si desechando vanos temores, indignos de corazones viriles, nos enfrentamos como él, serenos y tranquilos, con las emergencias del porvenir, venciendo, a fuerza de constancia y de energía, a la contraria suerte, y sacrificando, como él, sin vacilar un momento, todos nuestros intereses, todas nuestras pasiones, y a veces hasta nuestros más caros ideales, en aras del interés altísimo y primero de la Patria.
México, abril 3 de 1909.
Serapión Fernández, por Aguascalientes; José R. Alba, por la Baja California; José Castellot, por Campeche; Rafael Arispe R amos, por Coahuila; Licenciado Juan Solórzano, por Colima; Licenciado Emilio Rabasa, por Chiapas; Licenciado Eduardo Delhumeau, por Chihuahua; Licenciado Joaquín D. Casasús, por el Distrito Federal; Javier Icaza Landero, por Durango; Octaviano Liceaga, por Guanajuato; Licenciado Miguel V. Avalos, por Guerrero; Carmen de Ita, por Hidalgo; Licenciado Luis Pérez Verdía, por Jalisco; Licenciado Gumersindo Enríquez, por México; A tonio Pliego Pérez, por Michoacán; Manuel Araoz, por Morelos; Licenciado Carlos F. Ayala, por Nuevo León; Licenciado Moisés García, por San Luis Potosí; Diego Redo, por Sinaloa; Licenciado Juan R. Orcí, por Sonora; Doctor Adolfo Castañares, por Tabasco; C arlos G arza Cortina, por Tamaulipas; Licenciado Pablo M acedo, por Tlaxcala; Guadalupe Trueba, por Tepic; Mauro S. Herrera, por Veracruz; Licenciado Fernando Duret, por Yucatán, y Doctor Higinio Escobedo, por Zacatecas.
Taracena Alfonso. La verdadera Revolución Mexicana (1901-1911). México. Editorial Porrúa (Colección “Sepan Cuantos…” Núm. 610). 1991. pp. 192-195.
|