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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1906 ¡Despertemos al gigante! Ricardo Flores Magón.

El Colmillo Público, núm. 126, 4 de febrero de 1906, p. 63

 

 

 

Las tiranías sienten un miedo horrible por la enseñanza popular. Es que ellas saben que un pueblo instruido es un pueblo que no se deja encadenar. Así lo ha comprendido nuestra dictadura, y por eso contamos con millones de analfabetas. La fuerza de la dictadura está en la ignorancia de las masas, ignorancia que se hace más densa con el fanatismo que propagan las aves negras de las sacristías.

Dinero para escuelas, lo hay y de sobra. Las contribuciones se cobran con ferocidad hebrea, y el pobre pueblo paga, todo lo paga, para que se le tenga sumido en la ignorancia. ¡Si supiera el pobre pueblo que con el dinero que se le arranca se podrían fundar escuelas hasta en los más apartados lugares!

En efecto, se recauda mucho oro. Hay estados en los que se cobra una contribución especial para instrucción pública y, ¡oh sarcasmo!, en esos estados no hay un centavo para fundar escuelas, y las que existen son tan pobres, que los maestros tienen que vivir como mendigos.

Así ha vivido el pueblo durante treinta años; dando su dinero para que se le tenga en la ignorancia. Y se le calumnia. No es raro oír respecto del pueblo los comentarios más desfavorables. Se le llama reacio a la civilización; se le echa en cara su ignorancia; se le tilda de degenerado y de vicioso, por los mismos que procuran la ignorancia de las masas; por los mismos que obtienen ventajas de las tinieblas en que viven los humildes.

La tiranía es insolente, ¿por qué ultraja al pueblo cuando no le ha permitido instruirse?

El pueblo no puede instruirse. La miseria en que vive, producida por la avaricia de los ricos y las exacciones del gobierno, obliga al padre de familia a utilizar el trabajo de los hijos pequeños para poder aliviar un tanto los pesados egresos domésticos; esto por una parte, pues cuando el padre de familia puede, aun cuando sea con sacrificio, enviar a sus hijos a la escuela, no la hay, porque el dinero que se arranca a los ciudadanos para la instrucción pública se dilapida en mil cosas que no redundan en provecho general.

Se necesitan escuelas, muchas escuelas para hacer la luz entre las multitudes ignaras y hacer el verdadero progreso de la patria. Hay que convencerse de que la prosperidad de unos cuantos pulpos no es la prosperidad nacional que se obtendrá cuando los ciudadanos inteligentes y libres puedan dedicarse al trabajo que mejor les acomode, sin temor a que el amo los explote y el gobierno los tiranice, porque conscientes de sus derechos, perfectos conocedores de su dignidad, impedirán que manos fenicias les mermen los jornales rudamente ganados y que el despotismo aceche sus bolsillos para pagar favoritos y eunucos.

Esto es lo que nuestro gobierno no quiere, que se instruya al pueblo. Entre las masas ignaras hay cerebros colosales que no necesitan más que un rayo de luz para brillar. Las oscuras multitudes son yacimientos de fuerza que tienen inactiva los tiranos para no zozobrar. Sabe el despotismo que si esa fuerza despierta, caerán para siempre los privilegios levantados audazmente sobre el torso del pueblo dormido.

El pueblo es un gigante que duerme y a quien los tiranos procuran no despertar. El fraile le procura las tinieblas; el rico le roba para que se embrutezca bebiendo alcohol en el cual busca la felicidad que todos le niegan; el gobierno no le pone escuelas, pero tiene buen cuidado de cobrarle las contribuciones, mandándole a la cárcel o a las filas cuando quiere despertar. Y el cerebro de ese gigante duerme el sueño pesado de su ignorancia, sin que el fuego del análisis le permita darse cuenta de los buitres que velan su sueño confundidos con las sombras.

La frase poco pulcra que los lacayos de la dictadura celebran por ser del césar: "no me espanten la caballada", revela la verdad de lo que decimos. No se quiere despertar al pueblo, no se quiere "despertar la caballada", y por eso no se le ilustra, ni se le pone en condiciones de que él solo pueda ilustrarse. Se le distrae como a un niño con los oropeles de la dictadura; se le dice que somos muy ricos los mexicanos, y el pobre pueblo se adormece bajo la tiranía triunfadora. Si fuese ilustrado el pueblo, comprendería que era víctima de un engaño; que la riqueza solamente se hizo para sus amos, y que él está condenado a ser siervo si no abre los ojos, si no reconquista su libertad.

Es inútil que los mexicanos esperemos que el actual gobierno se preocupe por instrucción. Mientras deja en completa libertad a los frailes para que funden escuelas donde se deforma el espíritu de los niños, el gobierno dilapida en prebendas el dinero que recauda.

En treinta años de paz no interrumpida, la ignorancia hubiera desaparecido si otro hombre hubiera ocupado el puesto de que se apropió el rebelde de la Noria y Tuxtepec. El audaz soldado que se convirtió en opresor del pueblo en cuyo beneficio fingió luchar, olvidó al día siguiente de haber cambiado la silla de su caballo de combate por el dorado sillón presidencial, que había prometido la regeneración del pueblo que en mala hora dio su sangre por elevarlo.

Caminando a ciegas hemos pasado los treinta años. Varias generaciones han crecido desde que en Tecoac se escucharon los últimos disparos de la rebelión, y esas generaciones marchitas no han pasado por las aulas porque así lo ha querido la tiranía que teme el despertar formidable del pueblo que encadenó.

La indigencia intelectual del pueblo es el producto del capricho de la dictadura que considera como su enemiga la educación de las masas. Las masas educadas habrían hecho el verdadero progreso de la patria en todo el tiempo que cabizbajas y mustias han tenido sobre sí el peso de su ignorancia, agravado con la injusticia. ¿Pero qué freno mayor para el progreso que la ignorancia y la injusticia?

Muradas las conciencias por la falta de instrucción; cerrados los horizontes por la falta de justicia, el pueblo marcha a su destino trágico empujado por la férrea mano del que juró redimirlo. La ignorancia crece como una mancha de grasa y ya se pierden sus límites, y por eso crece la tiranía en arrogancia y se manifiesta incontrastable, feroz, sin freno, sin límite, segura de su triunfo sobre el rebaño ignaro que se somete sin protesta y sin cólera.

Porque no tenemos escuelas somos esclavos. Parias miserables de la ciencia nos conformamos con vegetar como animales domésticos acariciados a puntapiés y a salivazos.

"El mundo marcha"; pero nosotros no marchamos; nos arrastramos como gusanos cuando nos prendemos como moluscos al pasado, ebrios del lodo con que la ignorancia nos cierra los ojos.

Hay muchos que viven sólo el recuerdo de nuestras hazañas de ayer, pero no tienen sangre que se suba al rostro al comparar el glorioso ayer con el oprobio actual; no tienen nervios que se sacudan indignados ante la maldad triunfadora, ni gritos que despierten a ese gigante que duerme arruinado por las alas membranosas del despotismo.

Despertemos al gigante para no decir después con el remordimiento clavado en el pecho: ¡ha sido demasiado tarde! Apresurémonos a hacerlo; no suceda que tengamos que asistir a los funerales del pueblo cuando nos decidamos a llamarlo a la hermosa vida de la libertad y la justicia.

 

Anakreón (Ricardo Flores Magón).

 

Nota Bene: Véase la nota del editor de las Obras Completas de Ricardo Flores Magón aquí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Obras Completas de Ricardo Flores Magón. Artículos políticos seudónimos. Volumen V. Artículos escritos por Ricardo Flores Magón bajo seudónimos. Jacinto Barrera Bassols Introducción, compilación y notas. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, 2005. pp. 226-229.