El Colmillo Público, núm. 128, 18 de febrero de 1906, p. 95
Cualquiera diría, al ver el despilfarro de dinero que se hace en fiestas cesáreas, que somos un pueblo rico. Para recibir y agasajar al dictador en Mérida se presupuestaron cien mil pesos, suma enorme que no ha de haber salido de los bolsillos de los aduladores, sino del pueblo, obligado siempre a dar su dinero para festines en los cuales no tiene cabida.
Del modo más lamentable se derrocha la riqueza pública. Al pueblo de Mérida no le reporta ningún beneficio la visita de don Porfirio, quien seguramente no lo librará de los esclavistas que lo oprimen. Antes bien, el pueblo yucateco verá en la visita del jefe de la opresión el afianzamiento de la unión que existe entre los que lo subyugan.
El viaje de Porfirio Díaz a Mérida (1) es más bien ultrajante para el pueblo de Yucatán. No va el dictador como un visitante cualquiera, sino como el señor de lejanos dominios que hace una visita a un virrey obediente.
Molina, en efecto, ha sido obediente. Ha secundado con fidelidad asombrosa la dictatorial política del palo. Bernardo Reyes, que hasta hace poco tiempo había sostenido el campeonato del terrorismo, siente que le pisa los talones un avejentado "científico": Olegario Molina.
Los sucesos de Kanasín, (2) el misterioso suicidio del señor Abelardo Ancona, (3) la prolongada prisión de los viriles luchadores liberales señores Carlos P. Escoffié, Tomás Pérez Ponce y José A. Vadillo; (4) los atropellos de todo género a los ciudadanos independientes; el estado de sitio que de hecho existe en la península, todo eso hace que Molina sea un leal servidor, a quien don Porfirio irá a decir cuando le estreche la mano: ¡así se gobierna! (5)
¡Y cien mil pesos gastados para satisfacción de dos hombres que se entiendan para oprimir! ¿Qué mayor derroche puede pedirse del dinero sacado de los esclavos que agonizan en las plantaciones yucatecas? ¿No es un ultraje gastar cien mil pesos en torpes regocijos cuando el pueblo descalzo, desnudo, hambriento y azotado por la justicia mira desde su ergástula los hogares sin lumbre y a sus hijos sin pan?
Al lado de la torva miseria que apura el pueblo como un tósigo, desarrollará su lujo insolente la corte de parásitos que viven prendidos a los faldones del césar, del que obtienen favores monetarios los que son más viles, los que todo lo han perdido, menos las exigencias brutales de sus estómagos estragados.
El pueblo verá el derroche de su dinero que es su sangre sacrificada en las duras faenas; el pueblo carecerá de pan y de justicia mientras los dorados dominadores disiparán en pocas horas, en contados días, lo que hubiera servido para levantar edificios destinados a servir de escuelas o para comprar algunas varas de tela con que cubrir las carnes tostadas por la intemperie.
¿Cuántas humildes familias habrían visto la felicidad en forma de unas cuantas monedas si la suma despilfarrada se hubiera repartido? ¿Cuántas infortunadas mujeres se habrían salvado de la prostitución si en lugar de cerrárseles todas las puertas -¡hasta las del trabajo!- hubieran recibido algo de la cantidad destinada al despilfarro?
Pero no; para nuestros gobernantes, para todos los que viven del trabajo ajeno, el pueblo debe darlo todo: sangre, cuando es necesario para el afianzamiento del despotismo, armar a los hijos del pueblo para que luchen contra sus hermanos; oro, cuando los festines y las francachelas de los señores lo reclaman.
Y después de darlo todo el pueblo, es siempre despreciado. En las fiestas cesáreas, las culatas de los soldados lo tienen a raya.
No es simpático el espectáculo de las turbas harapientas para aquellos que por sus combinaciones tienen a las masas vestidas de harapos. En los festines, en los banquetes orientales que se dan los opresores, haría mala figura la blusa del obrero explotado. Pero ese desprecio no impedirá que las manos aristocráticas expriman al día siguiente los andrajos de los pobres en busca de más oro.
Ésa es nuestra situación. Los que vivimos de nuestro propio esfuerzo estamos condenados a ser los sirvientes de los que oprimen; todo se desprecia en nosotros menos nuestras fuerzas, menos nuestra inteligencia, siempre que nuestras fuerzas y nuestra inteligencia estén al servicio de los que se aprovechan de ellas.
Profesionistas y obreros, escritores y modestos comerciantes, agricultores y pequeños industriales, todos pagamos nuestro tributo, todos damos el dinero que se despilfarra en fiestas, en canonjías, en dádivas graciosas, en subvenciones, etcétera, y todos formamos la masa oscura de dolientes desamparados de la justicia y de la libertad. Todos formamos el conjunto explotable que no tiene otro derecho que el de poner su inteligencia y su fuerza al servicio de los tiranos, de los ricos y de los curas.
Que gocen los señores mientras se llega el día de la libertad; pero que se den prisa porque las noches no duran siglos.
Anakreón (Ricardo Flores Magón).
(1) Porfirio Díaz visitó por vez primera Yucatán del 5 al 9 de febrero de 1906. Su comitiva sobrepasaba las cien personas. Durante su estadía, inauguró la Penitenciaría Juárez y visitó las haciendas henequeneras de Chunchukmil y Sodzil; en esta última, propiedad del gobernador Olegario Molina, se le organizó un ágape. Posiblemente a consecuencia de esta visita, Molina fue invitado a integrarse al gabinete de Díaz.
(2) Refiérese al levantamiento efectuado en Kanasín, el 28 de noviembre de 1905, encabezado por Pedro Pablo Herrera, opositor a la reelección de Olegario Molina. En el alzamiento, Herrera asesinó al jefe de policía de la localidad y luego huyó al mando de unos cincuenta hombres. El gobierno del estado aprehendió a varios habitantes del pueblo como sospechosos. A principios de enero de 1906 se publicitó la disolución del grupo rebelde, sin haberse logrado la aprehensión de Herrera.
(3) Abelardo Ancona Cáceres. En 1905 director de La Voz de los Partidos (Mérida, Yucatán), órgano de la Convención Liberal Antirreeleccionista, que se editaba en los talleres de Verdad y Justicia. Al parecer, junto con otros antirreeleccionistas yucatecos, fue implicado por Eleuterio Solís en un falso complot para asesinar a Olegario Molina, lo que motivó su aprehensión. La policía de Mérida hizo circular la versión de que el periodista se suicidó mientras estaba retenido en la jefatura.
(4) José A. Vadillo. En 1897, director de La Metralla (Mérida, Yucatán), periódico de caricaturas opuesto al gobernador Carlos Peón. Director y propietario de Verdad y Justicia (Mérida, Yucatán), 1904.
(5) "¡Así se gobierna!", frase de Porfirio Díaz. En 1898, durante una visita a Monterrey, Nuevo León, dijo: "...después de estudiar detalladamente los grandes beneficios que bajo su inteligencia y acertado mando alcanzó este bravo, inteligente y laborioso estado, considero justo decirle, condensando todos los elogios que me inspiran sus obras: general Reyes, así se gobierna: así se corresponde al soberano mandato del pueblo", declaración que colocó a Reyes como el posible candidato a la sucesión.
Nota Bene: Véase la nota del editor de las Obras Completas de Ricardo Flores Magón aquí.
Fuente:
Obras Completas de Ricardo Flores Magón. Artículos políticos seudónimos. Volumen V. Artículos escritos por Ricardo Flores Magón bajo seudónimos. Jacinto Barrera Bassols Introducción, compilación y notas. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, 2005. pp. 234-237.
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