Intransigencia para el enemigo irreducible, guerra sin cuartel para el conspirador sempiterno, nada de tregua para quien busca la emboscada y se recrea con el complot subterráneo: tal debe ser el grito de combate del partido liberal, esa la fórmula que encarne todas sus tendencias, ese también el propósito y el criterio que lo guíe en todos sus actos, ya que en suerte le ha tocado combatir con quien no descansa ni olvida, ni perdona, ni transige; con un clero que convierte la cruz en arma de combate, el altar en fortaleza y el templo en arsenal inmenso de guerra.
Hoy se transige con el clero a sabiendas de que conspira; se apoya descaradamente a los conservadores y se les hace el honor de investirlos con cargos públicos, aunque se sepa que con sólo ocuparlos los deshonran, y que permaneciendo en ellos han de fundar tarde o temprano el concubinato oficial entre la Iglesia y el Estado; hoy, por fin, se ha fraguado una especie de armisticio que viene a romper la eterna, la sacra lucha de la verdad contra las tinieblas, de la civilización contra el retroceso, y a permitir que al amparo de semejante tregua aguce el clero sus armas, organice sus columnas de ataque e infunda en las masas, con predicaciones y pasquines, el virus terriblemente contagioso de la sedición y del descontento,
Se conspira, se sugestiona al pueblo en nombre de la cruz, se le azuza en contra de nuestras instituciones, se le enseña a odiar a nuestros mártires y a nuestros héroes, y con el aguijón del fanatismo se le punza para que se yerga contra los hombres leales que quieren libertarle de la tutela del fraile.
Y a sabiendas de todo esto, a despecho de las reclamaciones de la prensa honrada, y aunque se vean circular con profusión hojas sueltas en que el clero con todo descaro prepara una nueva y gran cruzada, la cruzada de los guadalupanos, de los beatos y de los tartufos, contra los amigos de la libertad, los guardianes de las instituciones y los defensores de la honra nacional; a pesar de que se ve la sotana alternar marcialmente con los entorchados del militar y la casaca del matrimonio; ni el supremo gobierno sacude su indolencia, ni las autoridades locales dejan de celebrar consejo con curas y hermanos de la Vela, ni los ciudadanos tampoco en su arranque de dignidad arrebatan a sus familias del fango en que el clero quiere hundirlas y muchas veces las hunde.
Estamos en pleno periodo de conciliación y de paz; pero de conciliación con lo asqueroso y de paz para lo inicuo.
Estamos en paz con el clero, aunque conspire y prostituya; en paz con el extranjero, aunque nos humille y nos explote; en paz con la inmoralidad administrativa, aunque deshonre al país y conculque el derecho.
Necesitamos que renazca el espíritu de Juárez, y que sus manos inexorables purifiquen nuestra vida política limpiándola de tanta abyección, de tanta inmundicia y de despotismo tan grande.
Hace falta también un hombre de la talla de Juárez; austero, impecable, obsesionado por una idea fija de libertad, frenético adorador del derecho, y enemigo jurado del prevaricato y del abuso, que dé a cada cualidad y a cada vicio social su recompensa y su castigo: a la ineptitud, a la imbecilidad y al retroceso, el humilde rincón del olvido; a la ductilidad, a la desvergüenza y al servilismo el punta pie formidable del desprecio; y a la picardía judicial, al vandalismo administrativo y a la escandalosa explotación de los empleos en provecho del propio estómago, a esos vicios que hoy por hoy, son el ornato de nuestro régimen de gobierno, a ellos, el lúgubre calabozo en donde todo queda recluido y sofocado todo, hasta el hedor de la podredumbre humana, todo, hasta la pestilencia de los caciques corrompidos.
De otro modo la salvación es imposible y el triunfo quimérico.
Si Juárez venció, fue porque se manifestó invencible; pues ni dio nunca tregua al enemigo ni nunca le hizo concesiones. así pudo minar para siempre el solio en que los embaucadores de bonete reinan bajo el palio y entre nubes de incienso, y desgarrar también en mil pedazos la venda que ocultaba al pueblo la verdad, para azotar con ellos el rostro de la clerecía y arrojarlos después al inmenso montón de las cosas inservibles.
En nombre de la patria, os lo pido, ciudadanos: no deis la razón a los conciliadores; porque aplaudirlos, es maldecir a Juárez, y renegar de Juárez, compatriotas, es renegar del progreso.
La civilización y la patria, exigen de vosotros que no seáis complacientes con el enemigo jurado de las libertades públicas, y eterno deturpador de nuestros héroes y que no os convirtáis en cómplices de esos infames.
Y como el enemigo cuenta con aliados, y aliados poderosos, y posee inmensos caudales y tiene pendientes de sus labios legiones de fanáticos, y día a día aumenta sus tremendos recursos, ya es tiempo de exclamar con el ministro de Juárez: ahora o nunca las instituciones se salvan.
Regeneración, 31 de agosto de 1901.
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