Ciudad de México, junio 12 de 1897.
Los capitales extranjeros en México
La Semana Mercantil publicó hace poco tiempo el artículo qué va a continuación, y que no habíamos, reproducido por exceso de material; Ahora que podemos lo damos nuevamente a la estampa, simpatizando con las ideas que él contiene. —Hélo aquí:
“Es hábito ya común entre algunos periódicos de la prensa mexicana, el señalar el empleo de capitales extranjeros en las explotaciones nacionales, ya como un peligro para la integridad del territorio, ya como un hecho perjudicial en el terreno económico, porque se dice que nuestras riquezas íntegras van a parar a extrañas manos, y por lo tanto se critica acerbamente esa expansión del capital norteamericano o europeo, que se ha hecho sensible últimamente en el país.
L'Echo du Mexique se ha ocupado; en rebatir esas añejas preocupaciones, poniendo las cosas en su verdadero punto de vista. Nosotros vamos a parafrasear algunos de los argumentos que expone el inteligente colega francés y a decir algunas palabras más sobre este punto, que es de verdadero interés en los momentos en que se hace sentir por todas partes un laudable movimiento de desarrollo.
El capital extranjero empleado entre nosotros en cualquier, género de empresas, ya sean agrícolas, industriales o mineras, ni es nocivo para el país: ni nunca puede criticarse fundadamente su extensión en la República. Es verdad que los rendimientos de esos capitales no circulan entre nosotros y, van; a dar al extranjero, y esto es lo único lamentable —no censurable—que ofrece el empleo de tales capitales en México pero los fondos, empleados en la negociación, los útiles, edificios, maquinaria, etc., vienen a aumentar la riqueza del país así como, se difunden entre la clase proletaria los jornales, rayas ó, sueldos que pague la explotación. Desde luego se nota que hay un beneficio patente para él país, el cual es tanto más sensible, siempre que la explotación o el negocio de que se trate no se había emprendido antes por empresarios mexicanos; ni existía esperanza alguna de que se intentase. De que no haya negocios en ciertos ramos de producción, a que estos sean cimentados por extranjero capital, es preferible lo último, y tanto más cuanto que, sea cual fuere el objeto del negocio, éste siempre, presenta una porción radical, que pertenece al país donde se funda, y siempre derrama beneficios en su torno, aun cuando los productos y las utilidades vayan a dividirse entre extraños accionistas.
Hay otro aspecto en esta cuestión. El capital extranjero, habituado al movimiento febril de los Estados Unidos o de Europa, toma a su cargo y regentea empresas que nuestro habitual carácter meticuloso nos presenta revestidas con el ropaje de lo imposible. Así se desenvuelven nuestros recursos naturales y se revelan a la actividad y al trabajo, fuentes ignoradas de riqueza que de otro, modo jamás aparecerían ¿Todas las explotaciones en que toma parte el extraño capital son remuneradoras, son manantiales de ganancias estupendas? Evidentemente no. Muchas quiebran y se arruinan y aun en éste caso dejan algo de provecho, porque son una lección y una enseñanza saludable para nosotros y de ella algo queda, que siempre entra como una fracción en nuestra riqueza pública. Un fracaso de esta especie para una sociedad anónima extranjera, supongamos, poco significa, porque en el extranjero hay la práctica constante de las inversiones, aún de las más atrevidas y hasta disparatadas; pero esas inversiones se traducen en el lugar de operación para los capitales, en cierto beneficio y después en un ejemplo ¡Cuántas veces una empresa que se arruina no hace sino indicar la verdadera senda a la sucesora, que recoge los productos a manos llenas!
Es por lo tanto errónea la opinión que rechaza la venida del capital extranjero para desarrollar nuestros elementos naturales, y falso el criterio en que se apoya la crítica que de eso se hace. Aun suponiendo que nos perjudicara en algún terreno el ensanche de tales inversiones, en verdad que no comprendemos por qué la censura se dirige a ellos, y no a quienes pudiendo evitarlas no lo hacen.
Porque aquí no se trata del famoso perro del hortelano, que no comía ni dejaba comer, sino precisamente de que se organice el banquete de nuestra riqueza, estando como está abierto el campo a todas las actividades y a todo trabajo honrado y sano. La crítica por el empleo de extranjero capital debía cebarse, y muy justamente, en nuestros hombres de dinero, que abandonan enteramente los innumerables medios que ofrece el territorio; para hacer fortuna; se contraen únicamente a lo muy conocido muy cierto y poco trabajoso. Pero el vigor que están adquiriendo los elementos naturales que poseemos pronto dejará atrás los negocios; a golpe seguro de nuestros capitalistas, y entonces buscarán réditos de cierta importancia para sus fondos, que ya no podrán obtener del modo fácil que ahora los obtienen, y entonces encontrarán ya cerradas las puertas y ocupados los mejores sitios.
La crítica, pues, debe tomar como punto de mira a la desidia nacional, que abandona en su período de desarrollo nuestros grandes elementos, y no al capital extranjero, que si bien es verdad que derrama sus utilidades en extrañas manos, aumenta nuestra riqueza y nos señala el camino firme y seguro del porvenir.»
En: El Economista Mexicano. Semanario de Asuntos Económicos y Estadísticos. México. Junio 12 de 1897. Tomo XXIII. Núm. 19.
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