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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1879 Carta de Alberto Santa Fe a los redactores del Hijo del Trabajo desde la prisión

Prisión de Santiago Tlatelolco, en México, 8 de junio de 1879

 

Señores redactores del Hijo del Trabajo.

Amigos míos:

Desde que publiqué en Puebla el número primero de La Revolución Social, y en ese primer número el proyecto de Ley del Pueblo, empezó una sorda y tenaz guerra contra mí por varios hacendados, a cuyo frente se hallaba un cura Gillow, inglés, agente de los jesuitas según parece, y poderoso y hacendado en el Valle de San Martín Texmelucan. Vieron estos caballeros al gobierno general y al gobierno del estado de Puebla, para que prohibieran mi periódico y me pusieron preso, como “perturbador del orden público", no es de caso referir aquí .lo que consiguieron y lo que dejaron de conseguir de uno y otro gobierno, porque esta carta no tiene por objeto tratar de semejantes pequeñeces; y, si hago referencia de estos antecedentes, es sólo para terminar diciendo: que habiéndose suspendido la publicación del periódico y hallándome visitando varios pueblos para estudiar sus necesidades, fui sorprendido a las tres de la mañana del 8 de mayo -hoy hace un mes- por una fuerza de ciento veinte caballos, en la ferrería de San Rafael, donde dormía tranquilamente y conducido a esta .prisión; acontecimiento grave para mí, porque es grave carecer de libertad, pero sin importancia para el socialismo, que tiene numerosos y fervientes apóstoles.

El mes que ha transcurrido desde que estoy preso ha sido fecundo en acontecimientos que tienen relación con nuestras ideas, Y entre ellos es el primero por su importancia la nueva contribución impuesta a las fábricas de tejidos nacionales. Estos acontecimientos, y la consecuencia que de ello se desprende de que nada tiene que esperar el pueblo de la actual administración, me han decidido a dirigir a ustedes esta carta, que les ruego publiquen para que llegue a conocimiento de nuestros hermanos.

Que todo gobierno tiene el deber de proteger el desarrollo de la industria nacional, es una verdad tan trivial, que ni siquiera merece la pena de ser demostrada; tanto valdría perder el tiempo en demostrar que un padre de familia tiene el deber de procurar que coman sus hijos. Otra verdad incontestable es, que los pequeños propietarios territoriales hacen la fuerza y la riqueza de las naciones y para demostrar prácticamente la verdad de estos principios, tenemos la historia de naciones célebres, una de las cuales los ha practicado y la otra no.

La que no lo ha practicado es España; nación poderosísima hace cuatro siglos. Descubridora y conquistadora de la América, todo el oro y la plata que producía el mundo, eran metales españoles; sin embargo, después de recibir durante trescientos años estos ríos de plata y oro la España estaba arruinada, pobre, miserable. ¿Por qué? Porque España estaba organizada bajo el sistema feudal; las tierras pertenecían a la nobleza, el pueblo se componía de siervos, pecheros, o peones, o esclavos, porque estas voces son sinónimas y significan: “el que no posee", y respecto de industria, España no tenía ninguna; de manera que aquellos ríos de oro y plata y aquel! oro servía para pagar todas las cosas que España compraba a las demás naciones, ni más ni menos que como nosotros lo hemos hecho y lo estamos haciendo; y en último resultado, España no venía a ser más que el tesorero de las naciones industriales.

El ejemplo contrario nos lo presentaban los Estados Unidos de América; colonias formadas por gente cuya inteligencia se había desarrollado lo suficiente para tener opiniones políticas y religiosas, su organización social tenía por base la propiedad de la familia. La causa de su rompimiento con Inglaterra, su madre patria, fue una cuestión de economía. Cuando se declararon independientes, eran cuatro millones de habitantes, cincuenta años después, en 1826, eran ya diez millones y de los cuales ¡siete millones eran propietarios! y siguiendo el mismo sistema, a los cien años, son cuarenta millones de habitantes que poseen una riqueza inmensa. Tales son los resultados que producen estos dos principios tan sencillos "PROPIEDAD a toda Camila que quiera dedicarse a la agricultura; protección a la industria nacional, de manera que no venga de fuera lo que se puede hacer en casa".

Sobre estos principios está fundado el proyecto de Ley del Pueblo.

Mientras los Estados Unidos progresaban de una manera tan admirable ¿qué hacíamos nosotros como nación independiente? Nosotros como nación independiente, seguíamos la misma torpe política que había arruinado a España, la madre patria. Dejábamos a nuestro pueblo esclavo de los magnates, para que les cultivara sus terrenos; y en el orden económico, dábamos cada año lo menos cincuenta millones de pesos a la industria extranjera, para que nos trajeran de fuera lo que podíamos hacer aquí. Calculando nada más cincuenta años a cincuenta millones de pesos cada año, representa la suma de ¡¡DOS MIL QUINIENTOS MILLONES DE PESOS!! que hemos tirado por la ventana. ¿Qué sería hoy de México si esa inmensa cantidad se hubiera empleado en fábricas, en ferrocarriles, en instrucción pública, en la marina nacional? Sería lo que debería ser: una nación más poderosa que los Estados Unidos, porque tendríamos y tenemos todavía, más riqueza natural que ellos, pero en vez de ser así, hoy mismo la ceguedad de nuestros gobernantes es tal, que hacen de manera que hasta las balas para matarnos vengan del extranjero, y se esfuercen por matar la pequeña industria que, en medio de mil vicisitudes empieza a desarrollarse entre nosotros.

Ahora bien, amigos míos: conocido el mal y conocido el remedio, si el pueblo sigue en la esclavitud, cúlpese a sí mismo; porque la fuerza del pueblo es tal, que solo necesita querer unánimemente una cosa y manifestarlo así, para que esa cosa se haga.

SI en vez de trabajar en reunirse, en ponerse de acuerdo, adoptar un programa único [sea la Ley del Pueblo, y otro programa], y en sostener ese programa por los medios que se juzguen más adecuados; si en vez de ocuparse de esto el pueblo se ocupa de lamentarse estérilmente, de apretarse las manos y de decir: ¡ay!, sólo él tendrá la culpa de sus propios males, y ni el derecho le quedara de quejarse. Los lamentos son naturales en los niños, y en los pueblos que no han llegado a conocer la verdad; cuando los primeros son hombres y los segundos conocen sus derechos, si se lamentan, es porque ni saben sufrir, ni obrar, ni mandar, ni obedecer, ni ser libres, ni ser esclavos, e inspiran en vez de lástima desprecio porque es una verdad absoluta, este principio, que sirve de epígrafe a la revolución social: "EN EL TIEMPO EN QUE VIVIMOS Y CON LOS MEDIOS QUE POSEEMOS, SOLO ES ESCLAVO EL PUEBLO QUE QUIERE SERLO". Espero que nuestro pueblo no hará tan triste y ridículo pape!

Pero el pueblo necesita, mis queridos amigos, que aquellos de sus hermanos que poseen mayor caudal de inteligencia, guíen a los demás; y esto corresponde a ustedes, los que residen en la capital de República, deber sagrado que no dudo cumplirán en beneficio de sus hermanos los desheredados, que gimen, lo mismo en las ciudades que en los campos de la República bajo el yugo infame que Torquemada echó sobre los hombros de sus padres, y aún llevan los hijos, después de tres siglos y medio. Y no es cuestión ésta que permita perder el tiempo porque la situación no puede ser más grave: tenemos la anarquía en casa, y a los americanos en la frontera con un látigo en la mano, azotando el rostro de la República hace dos años; sólo el pueblo puede salvar a la nación, salvándose a sí mismo.

Me esfuerzo, amigos míos, para no dejarme dominar por la indignación que produce siempre la fuerza bruta cuando pone su pata sobre nosotros; la mentira grita, la verdad razona; y si el gobierno, declarándose por su propia voluntad enemigo del pueblo, nos da el derecho de indignarnos debemos aprovechar nuestro tiempo en algo más útil que en juzgar a quien ya está condenado. Trabajemos pues, eficazmente, para acercar el día en que brille la aurora del progreso, de la paz y de la verdadera libertad.

Su hermano afectísimo.

A. Santa Fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomado de: Cantú García Gastón. La Idea de México. El socialismo. México. Fondo de Cultura Económica. 1991. 892 pp. 892.