19 de Julio de 1872
EL C. LICENCIADO BENITO JUÁREZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.
Anoche a las once y media falleció el primer magistrado de la República, a consecuencia de un tercer ataque de la enfermedad que venía padeciendo hace algunos años.
La elevada posición que en la jerarquía política ocupaba el C. Juárez, explica por sí sola la profunda sensación que semejante noticia ha causado en la capital, lo mismo que la causará hasta los últimos confines del país.
El ciudadano cuyo nombre, hace veinticuatro horas apenas, significaba nada menos que un partido político, rudamente combatido por poderosos adversarios, hoy no es más que un yerto cadáver, ante el cual surgen los más graves pensamientos sobre lo fugitivo de la vida humana, sobre la inestabilidad de sus grandezas, y sobre el misterioso destino de algunos hombres.
Ante esa tumba que se acaba de abrir, todas las pasiones enmudecen. La personalidad política del C. Juárez pertenece de hoy más a la historia, cuyo buril inflexible y severo le asignará el lugar quede derecho le corresponde, siendo incuestionable que su recuerdo vivirá siempre en México por hallarse ligado con dos de las épocas más importantes de nuestra vida pública.
Nosotros, que combatimos legalmente el último período de su administración, por los errores que, en nuestro concepto se cometieron, jamás desconocimos los grandes servicios que el C. Juárez prestó a la causa de la democracia y de la independencia, viendo siempre en él uno de esos caracteres privilegiados de un temple enérgico para luchar y sobreponerse a las situaciones más difíciles.
Por lo demás, la muerte del C. Juárez, en las circunstancias que atraviesa la República, tiene que ser un suceso de las mayores trascendencias. Se ve desde luego la gran superioridad de las instituciones que nos rigen.
Ninguna duda, ninguna vacilación sobre el funcionario que hubiera de ocupar la primera magistratura de la nación; la ley ha previsto el caso, y el Presidente de la Suprema Corte de Justicia ha pasado a ocupar el puesto a que es llamado por la constitución de la República.
Sin adelantarnos a los acontecimientos, creemos poder decir que la crisis actual llegará a desenlazarse de una manera natural y pacífica. Ya la revolución no tiene razón de ser; todo pretexto ha desaparecido, pudiendo los diversos partidos políticos luchar en el terreno legal que se les abre.
¡Ojalá que la experiencia tan duramente adquirida en estos últimos años sea provechosa para el porvenir, redundando en bien del pueblo y de las sabias instituciones que nos rigen!
Hoy nos apresuramos a cerrar estas cortas líneas manifestando nuestro sincero sentimiento a la digna familia del C. Juárez, y haciendo votos por el eterno descanso del distinguido caudillo de la reforma.
José María Vigil Jesús Castañeda
Julio Zárate Agustín R. González
Emilio Velasco Pedro Landázuri
|