Junio 10 de 1869
Francisco Zarco
Visionarios suelen ser los partidos caídos, particularmente cuando conocen que más que por la fuerza material han sido derrotados por la fuerza incontrastable de la opinión pública.
Sueñan despiertos, se hacen engañosas ilusiones, y se alimentan con las más quiméricas esperanzas.
Tal es la situación del Partido Conservador, cuya impotencia moral en el interior del país, cuya ambición y cuyos rencores lo extraviaron hasta el punto de traicionar a la patria, solicitando la intervención extranjera.
El partido monárquico ha quedado vencido, definitivamente vencido al triunfar la República contra la monarquía.
Se consuela con exagerar los males de la situación actual, pretendiendo hacerlos derivar de las instituciones republicanas y de los hombres y de las cosas del día, como si fuera posible ocultar que todas las dificultades, que todos los males públicos son la herencia de muchos años de guerra civil, y sobre todo de la última guerra extranjera, que vino a desquiciar a esta sociedad cuando mucho iba adelantando en la obra de su reorganización.
El Partido Conservador, conociéndose débil en la opinión, pone su esperanza, por más que lo niegue, en nuevos trastornos, en nuevas perturbaciones, y no cuenta con más probabilidades de restauración, que las que pueda ofrecerle un estado de completa anarquía.
Parecía hace poco que había resultado salir de su política de abstención y de retraimiento, y aun acordado entrar en la lucha electoral; pero últimamente se muestra descorazonado ante la ley que excluye del Congreso a los traidores, es decir, a los servidores del imperio, a los culpables de un delito que ellos llaman ahora imaginario. Ahora se declaran en completa inercia, y fían en la revolución o en el curso natural de los acontecimientos.
Las complicaciones de Querétaro, la aparición de nuevas gavillas de forajidos en San Luís Potosí, parecen reanimar las esperanzas del Partido Conservador" que no disimula su gozo al presenciar estas dificultades, y se complace, más que con nada, con las divisiones del Partido Liberal.
La Revista Universal, órgano reconocido del partido, o más bien de los hombres del delito imaginario, no vacila en lanzarse a las más lúgubres profecías.
La revolución está encima, dice en su número de antes de ayer, la revolución, levantada por la miseria, sostenida por la desesperación de un pueblo moribundo, que siente llegado el último momento y hace el postrer y quizá inútil esfuerzo para librarse de los buitres, que al olor de sus entrañas descompuestas, voltean en lomo del cadáver infecto... La revolución se anuncia, y se anuncia formidable en sus efectos azoradores.
Tan negros vaticinios sólo nacen del buen deseo del periódico conservador, pues el hecho es, que ha cesado la era de las revoluciones, y que el pueblo siente cada día más la necesidad de la paz y del orden, y se muestra dispuesto a asegurarse tan preciosos bienes, despreciando de una manera inequívoca a todos los promovedores de trastornos.
A vaticinios infundados sigue una especie de profesión de fe, que envuelta, como está en la mayor hipocresía, no deja de ser significativa.
El Partido Conservador, dice La Revista, no apoya ahora acto alguno de violencia, porque sabe que en la sociedad mexicana subsiste algún tiempo más, sin arriesgar una lucha que le debilite, la práctica de sus principios vendrá a establecerse por su fuerza) gravedad natural. Pero el que no preste auxilio de ninguna clase a la revolución, tampoco significa que dé sus simpatías al actual orden de cosas y a los que le mantienen.
Tenemos, pues, que ahora el Partido Conservador no apoya los actos de violencia; pero tal vez los apoyará después, si cree encontrar algunas probabilidades de buen éxito Ahora no apoya a Araujo y a otros jefes de salteadores y plagiarios, porque los ve perseguidos y batidos por el pueblo; pero más tarde si esos bandoleros llegaran a adquirir algunas ventajas, no vacilaría en reconocerlos como sus más nobles caudillos, como restauradores de la religión y de la moral.
Por ahora gracias al retraimiento, a la prudencia o la timidez de los hombres del delito imaginario, subsiste la República y subsisten el gobierno y las instituciones democráticas.
El Partido Conservador se mantiene en esa actitud, porque sabe que la práctica de sus principios ha de venir a establecerse por su fuerza r gravedad natural.
Mucha confianza es ésta en los principios. Pero, ¿cuáles son ahora estos principios?
Antes del imperio el programa conservador fue siempre un oscuro fárrago en que se hablaba del orden, y de la religión, y de la moral, y de la familia, y de la propiedad. En la práctica este programa fue siempre la tiranía más abominable que el pueblo supo derrocar con heroico esfuerzo.
Después deja intervención y del imperio el programa conservador tiene al menos la ventaja de su claridad, y no puede engañar a nadie.
Los principios conservadores consisten en la traición a la patria, que se llama delito imaginario, en la monarquía del primer advenedizo que se hace mexicano con sólo pisar nuestras playas, y en la intervención armada del extranjero que se diga aliado y protector del nuevo imperio. Estos principios son aquéllos cuya práctica ha de venir a establecerse por su fuerza y gravedad natural. Y esto se escribe seriamente por personas que son testigos de los acontecimientos, y que no ignoran la suerte efímera y desventurada del archiduque Maximiliano.
Estas esperanzas son de partidos visionarios, de hombres que nada quieren aprender, que nada quieren olvidar, y que no escarmientan ni ante las más duras lecciones de la experiencia.
Sería de ver una restauración monárquica cuya primera dificultad consistiría en hallar un insensato que quisiera venir a recoger la corona que rodó en el Cerro de las Campanas. Y esto cuando en toda Europa no se encuentra un monarca para la España, cuya gran revolución parece que no pasa de una repetición de la fábula de las ranas pidiendo rey.
La Revista, después de deplorar que el gobierno republicano haya sido constante en destruir el influjo del Partido Conservador, cuando este partido tiene mayores derechos que cualquiera otro al suelo de la patria, declara que permanecerá sin salir del estado de inercia a que se ha reducido, y que acepta en la definición absoluta de la palabra.
Sólo nos ocurre observar que un partido político no puede perder su influjo por la persecución de ningún gobierno, y que los partidos se des conceptúan y pierden todo prestigio por sus propios errores y por sus propios crímenes.
Enciérrese o no el Partido Conservador en completa inercia, simpatice ahora o más tarde con las gavillas de salteadores, debe persuadirse de que sus principios son detestados por el pueblo mexicano, y de que para ponerlos en práctica necesita de una nueva intervención extranjera, de un nuevo príncipe que acepte el trono, y en fin, de la transformación de esta nación soberana y libre en abyecta y miserable colonia.
El Siglo Diez y Nueve, 10 de junio de 1869, p.1.
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