Mayo 31 de 1869
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN LA CLAUSURA DEL CONGRESO DE LA UNIÓN
Mayo 31 de 1869
Ciudadanos diputados:
Después de haberos consagrado a vuestras elevadas funciones con laudable asiduidad y beneficio público, prorrogando antes, en cuanto ha sido posible, la duración de los trabajos legislativos, llegáis al fin de vuestro último período ordinario de sesiones.
Pienso que, según vuestra propia opinión, el, IV Congreso Constitucional pone hoy término definitivo, a sus tareas, no previéndose, en la actualidad, ningún motivo grave que pueda requerir sesiones extraordinarias durante el receso legal. Es satisfactoria esta nueva prueba del curso regular de nuestras instituciones.
Al mismo tiempo, no hay causa alguna para mirar con inquietud, sino más bien para esperar con confianza el porvenir de las relaciones de la República en el exterior.
Con los Estados Unidos de América conservamos las mejores relaciones de amistad y buena vecindad, que deben ser siempre tan benéficas para el mayor desarrollo del comercio entre los dos países.
Interrumpidas nuestras relaciones con las potencias europeas, por consecuencia de la última guerra, declaramos, tan luego como cesaron las operaciones militares, que si bien, por la misma guerra traída a la República, debíamos considerar insubsistentes los antiguos tratados, estaríamos dispuestos a celebrar otros nuevos en términos justos y convenientes, cuando aquellas naciones quisieran proponerlos. No ha ocurrido entretanto ninguna otra causa de disgusto con ellas, que pudiera suscitar más dificultades. Sus nacionales han seguido viviendo entre nosotros, sin tener ningún motivo de queja, bajo la justa protección de nuestras leyes.
Una nueva y grande potencia europea ha comenzado ya sus relaciones con la República, proponiendo la celebración de un tratado de comercio. La Confederación de la Alemania del Norte ha enviado un representante a México, que ha sido recibido con la debida benevolencia y consideración.
Se ha observado con justicia, que al terminar las operaciones de la guerra, se reorganizó prontamente la administración de la República, sin sufrir todos los males que han resentido otros países en iguales circunstancias. Por desgracia, se presentaron luego varios ejemplos de delitos contra la seguridad individual, que han hecho necesaria la ley reciente del Congreso, para su pronta y justa represión. El gobierno ha usado de la facultad que le concedió la ley, dictando las reglas que ha creído más oportunas, con objeto de procurar la eficacia de sus disposiciones, a la vez que evitar el abuso de ellas. Ha procurado, también, que se pongan en acción todos los medios posibles a fin de que se haga menos necesaria la represión severa de los delitos, con el celo más empeñoso para prevenirlos.
Sobre una iniciativa del gobierno, el Congreso ha discutido y decretado el establecimiento de jurados en el Distrito Federal. Esta importante mejora debe servir mucho para la buena y pronta administración de justicia.
Conforme a lo prescrito en la Constitución, el Congreso se ha ocupado preferentemente en este período, de decretar el presupuesto del próximo año económico. El gobierno cuidará de que se arreglen a él los gastos de la administración, empeñándose, como hasta aquí, para que todos sean atendidos con regularidad.
Sofocada la rebelión que ocurrió en Sinaloa contra las autoridades del estado, disfruta generalmente de paz la República. Sólo se exceptúan los lugares poco poblados de Tamaulipas, donde quedan algunas partidas de sublevados, que, por su corto número e incesante movilidad, han podido librarse de las fuerzas destinadas a su persecución.
La ley de reclutamiento, que acaba de expedir el Congreso, permitirá conservar el número fijado de fuerza del ejército que, con su valor y disciplina, ha combatido todas las rebeliones, mostrándose digno defensor de la Constitución y las leyes.
Me es grato, ciudadanos Diputados, repetiros, en el término de vuestro encargo, las felicitaciones que os he dirigido otras veces, por el ilustrado patriotismo con que habéis cumplido vuestros altos deberes. Podéis llevar la satisfacción de haber merecido la gratitud nacional, porque con vuestra prudencia y sabiduría habéis contribuido eficazmente, a que después del profundo trastorno causado por la guerra extranjera, marche la República por un camino de paz y de verdadera libertad, que son las primeras bases para su engrandecimiento y prosperidad.
RESPUESTA DEL PRESIDENTE DEL CONGRESO, FRANCISCO GÓMEZ PALACIO
Ciudadano Presidente:
Altamente satisfactorio es, para el IV Congreso Constitucional, haber tocado el término regular de sus funciones, y retirarse con el convencimiento de que sus tareas no han sido estériles para el pueblo que le confiara no pequeña parte de sus destinos.
Elegido en circunstancias verdaderamente excepcionales; llamado a presidir a la reorganización de un país, en que no sólo se habían destruido las instituciones políticas, sino que también habían sido cruelmente atacadas, la vida nacional tenía el deber de restablecer las bases del gobierno y de la administración pública; de convertir en paz fecunda y vivificante la inerte quietud producida por el cansancio de prolongadas y gigantescas luchas; de hacer que renazca la confianza y el aliento que ella inspira en la mayoría honrada de la nación y de dar a todos los trabajos y empresas útiles el impulso que deriva de la seguridad concedida a todo derecho, de la garantía efectiva a todo interés legítimo. Esa noble y ardua tarea impuesta al Congreso, por la época en que le tocó existir, fue desde luego admirablemente comprendida por él; y a desempeñarla se consagró con la más entera buena fe, y con el más sincero deseo del acierto. No ha sido la pretensión de esta asamblea dotar a la nación de luminosos y sabios documentos legislativos, ni introducir grandes novedades en los códigos nacionales. Aceptando la misión mucho más útil, si menos ostentosa, de ayudar a la República a levantarse de la ruina material, precio de su glorioso triunfo moral, y a reparar las inmensas pérdidas sufridas en tantas y tan porfiadas guerras, ha sido su ocupación preferente resolver las cuestiones de actualidad que un día y otro día nacían del estado anormal en que la sociedad se encontraba, y dictar reglas para la inteligencia, aplicación y desarrollo de las instituciones eminentemente sabias, y benéficas, cuyo conjunto forma nuestra ley fundamental.
Aunque cuenta ésta ya doce años de promulgada, puede asegurarse que sólo ha podido tener aplicación regular desde que la República triunfó en una guerra extranjera, que no fue más que continuación de la que el servilismo y el retroceso suscitaron contra nuestra Constitución.
Ella, por lo mismo, ha necesitado y necesita aún grandes trabajos legislativos, para que sean verdades prácticas los luminosos principios que atesora.
Si en todo sistema representativo carece de acción eficaz y hasta de posibilidad de existir el Poder Ejecutivo que no marcha en cordial inteligencia con la representación nacional, en un país que se reorganiza, y que atraviesa la excepcional situación en que se halló el nuestro dos años ha, tiene que ser todavía mayor y más constante el acuerdo entre los poderes públicos. En tales circunstancias, la primera o, mejor dicho, la única aceptable regla de conducta política es la de mantener el orden de cosas derivado de los acontecimientos anteriores, apoyar el gobierno que se diera el pueblo, ayudarle en su marcha sembrada de terribles obstáculos, y expeditar su acción si ella tenía por último objeto y por final tendencia el establecimiento de la paz y la seguridad pública. Tal ha sido la norma adoptada por el Congreso, erigida en principal regla de sus decisiones, y aplicada con admirable buen sentido y con rigurosa consecuencia. Acaso hoy no se conoce bastante el bien inmenso que tan cuerda y bien inspirada conducta ha traído al país; pero cuando la imparcial mirada de la historia escudriña diligente la época en que ha funcionado la Legislatura que hoy termina, se hará indudablemente justicia a su prudencia y a su patriotismo. No se le negará tampoco a su empeño por organizar y llevar al terreno práctico los principios constitucionales de que dan testimonio las diversas leyes orgánicas elaboradas en la Cámara misma o elegidas de entre las que ya antes se habían ensayado.
Si el derecho electoral y el de libre manifestación de las ideas, por medio de la prensa, habían recibido reglas bastante acertadas para que pudieran ser aceptadas y puestas en observancia, faltaba aún fijar los principios importantísimos a que los estados de la federación han de ceñirse al determinar sus impuestos; no existía la prohibición justísima y nacida del pacto federal, de que no estableciesen las localidades derechos diferenciales; aún no se habían extinguido multitud de contribuciones tan materialmente gravosas como repugnantes a nuestro sistema político; la grande y provechosa innovación del amparo judicial contra las violaciones de las garantías era estéril sin una ley que lo reglamentase; el juicio por jurados, tan ardientemente deseado, no podía ensayarse en la porción más importante de la República; faltaban bases para el arreglo de la instrucción pública; se echaban (de) menos algunas reformas en el sistema de los juicios militares; habían clamado en vano muchos pueblos por su erección en nuevos estados y, por último, era desconocida la práctica, indispensable en un pueblo, señor de sí mismo, de marcar a los administradores los impuestos que paga con su sudor y su sangre, cuánto y de qué manera debe invertirse en cubrir las necesidades públicas. A todas estas exigencias, cuya importancia es notoria, ha procurado proveer el Congreso, y si la experiencia llegase a demostrar que no lo ha hecho con pleno acierto, será muy bastante título de gloria el haberlo intentado.
No es despreciable la que ha conquistado con su celo por promover y plantear importantes mejoras materiales. Los permisos y subvenciones para caminos, ferrocarriles y telégrafos no han tenido más límites que el de los recursos que ha sido posible dedicar a esas obras, y el día en que las vías de Veracruz, Tehuantepec y Paso del Norte den prosperidad y vida a nuestro país, se reconocerá cuánto se debe en este respecto a la asamblea que hoy cierra sus sesiones.
El estado a que han venido nuestras relaciones exteriores por consecuencia de la inicua guerra de Intervención, ha hecho que en ese ramo haya tenido el Congreso mucho a que atender; mas acaso en materia alguna ha sido tan unánime y tan conocida la opinión de sus miembros. Ella se ha asociado declaradamente y sin reserva a la manifestada por el Ejecutivo, cuya actitud llena de conveniencia y de dignidad no ha encontrado en la Cámara más que simpatías y decidido apoyo. Acoger con amistad y benevolencia a todo extranjero honrado, darle protección y garantías en cambio de su obediencia a las leyes nacionales; mantener relaciones comerciales, científicas y literarias con todas las naciones del globo son deberes internacionales que México cumple con placer, y a las que jamás faltará; pero entablar de nuevo relaciones con los gobiernos de los países que le trajeron la ruina y la desolación e intentaron arrebatarle su independencia, no es cosa que convenga a sus intereses ni cumpla a su decoro tomar la iniciativa, jamás ha derivado beneficio alguno de sus tratados con las potencias europeas, y es natural que no desee con ellas más relaciones que las que exige la más estricta y rigurosa justicia, cuando el actual estado de guerra se haya cambiado en el que existe entre pueblos que han cesado de ser enemigos.
En este importante punto, como en los más culminantes de la política interior, ha visto el Congreso con singular complacencia que el Ejecutivo ha marchado inspirado por el elevado sentimiento de su deber, y guiado por un sincero deseo de procurar el bien de la República. Por eso ha encontrado apoyo eficaz y constante en la representación nacional.
El personal que hasta hoy la ha formado habrá cambiado muy pronto, pero su espíritu, que es el de todos los mexicanos ilustrados y patriotas, continuará siendo el mismo y podrá en la futura asamblea, libre ya de muchos obstáculos, manifestarse de la manera que más convenga al bien y prosperidad de nuestra patria.
Fuente:
Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo. Edición digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su consulta: Aurelio López López. CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Primera edición electrónica. México, 2006.
|