Marzo 29 de 1868
Ciudadanos diputados:
Termináis ahora el primer periodo de vuestras sesiones, para volver a consagraros dentro de muy pocos días a vuestras importantes tareas.
Vengo con grande satisfación a felicitaros en estos actos, que presentan un testimonio solemne de la marcha regular de los poderes públicos.
Es grato observar que, apenas pasados los conflictos de la guerra, se ha planteado de nuevo, sin muchos embarazos, el régimen normal de nuestras instituciones. Está disfrutando de ellas el pueblo, que combatió sin tregua para defenderlas, porque le aseguran todos sus derechos y le procurarán grandes bienes, siendo fielmente respetadas.
De los disturbios ocurridos en algunos lugares, han concluido rápidamente unos y debemos confiar en que los otros serán pronto sofocados. La República quiere gozar de paz, bajo el amparo de la Constitución y de las leyes. Para reprimir a los que pretendan sobreponerse a ellas, no debe ni puede dudar el gobierno de que cuenta con la opinión y el apoyo de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Una guerra dilatada deja un legado inevitable de elementos que por algún tiempo se agitan por perturbar la sociedad. Podemos congratularnos de que no sean muchos, ni causen hasta ahora grave peligro. Sin embargo, deben servirnos las elecciones del pasado para precaver que ocasionen progresivamente mayores males en el porvenir.
El gobierno se esforzará en cumplir el primero de sus deberes, que es mantener la paz con toda la energía de los medios de acción que tenga en su mano y con toda la confianza que deben inspirarle la voluntad y el derecho del pueblo, para que sus mandatarios le den perfecta seguridad en todos los intereses sociales.
La primera prenda de paz es la armonía de los poderes públicos. El gobierno está lleno de gratitud por la confianza que le ha dispensado el Congreso y procurará siempre merecerla, acatando las decisiones que con su patriotismo y sabiduría dicten los representantes del pueblo.
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