Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1868 Al discutirse la ley de conspiración. Guillermo Prieto.

Abril 25 de 1868

Respuesta al diputado Dondé.

¿Quién se atreve en este recinto a abogar por el trastorno del orden público? ¿Cuáles son los cómplices de esos bandidos que nos multiplica la astucia cuyo número nos exagera el artificio, cuyos recursos superabundan sólo en la mente de los que quieren deber a la alucinación y al miedo el triunfo de este funesto proyecto de ley? ¡Funesto para el país, deshonra de la civilización afrenta del siglo en que vivimos!

¿Qué, cuando deberían acallarse las pasiones; qué, cuando debería levantarse a la razón para que desde una altura serena y sin nubes de odio sondeara la situación para asegurar la paz del porvenir, entonces el dolo, entonces el rencor, cuando se trata del legislador y de la vida humana, es decir, del sacerdocio de la salvación social y del objeto más precioso que está cometido a su cuidado?

Desde esa altura se desciende, señores, hasta el fango de la lisonja a la fuerza, hasta hacerse complacientes cortesanos de la venganza, hipócrita que quiere que pongamos sobre sus hombros el disfraz de la ley, y para eso se aguza y se asesta contra mí el dardo emponzoñado de la alusión personal; yo lo rechazo y lo destrozo entre las mismas manos que quieren alevosamente herirme ... aquí nadie aboga por la conspiración; yo la detesto, porque ella degradará las glorias de la patria; la anatematizo, porque ella es el aliento de la traición abominable; fulero que se persiga y que se extinga y que se quemen sus raíces, porque nuestras discordias son el regocijo de nuestros enemigos, son como una concesión de nuestro aturdimiento a sus rencores.

Pero estoy avergonzado, lo repito, humillado de oír en los labios de un representante del pueblo la apología del despotismo, la glorificación del patíbulo, la palinodia canica de la Constitución.

¿Sabe ese señor diputado lo que es la Constitución? ... Pues es el símbolo de creencias que han redimido al mundo de la barbarie, es el triunfo del derecho sobre la fuerza, sellado con la sangre de nuestros héroes, su testamento de confraternidad, su herencia de progreso, su arca sacrosanta en que está encerrado el tesoro de nuestro porvenir de ventura. ¡Atrás!, ¡no lo profanéis!

Se dice que queremos la impunidad por haber pedido una distinción que reclamaba el buen sentido y que la han hecho cuantos han tratado de estas materias. Se quiso que se estableciese la diferencia entre la rebelión a mano armada, entre el crimen en acción y la intentona o la conspiración... y esta diferencia no la establezco yo, ignorante coplero solo conocido por algunos malos versos, la establecen la filosofía y la razón, la tienen formulada Helie y Rassi, Pacheco y cuantos criminalistas tratan estas materias.

Si en ese club se forjan armas, si se construye parque, si se derraman proclamas, está bien que sea con esas reuniones tan rígida la ley cuanto se quiera ... pero reunirse y discutir y pensar, ¡pensar!, en los medios de oponerse a una ley tal vez bárbara, eso es cosa muy diferente; y tan fue ese mi pensamiento que cité como ejemplo lo acontecido últimamente con el consejo de salubridad, el que resiste cumplir una disposición que llama arbitraria del gobierno: ¿qué sucede con estos médicos conspiradores?, ¿se les arrastra a un consejo de guerra, se les agarrota y persigue lo mismo, en los propios términos que a la gavilla de Fragoso? Eso es brutal, eso no se puede soportar. ¿Qué gobierno es éste, cual su opinión, cuál su sabiduría, cuál su robustez y su acierto que al más leve vaivén pide alafia y busca como arrimo el hombro del verdugo para apoyarse ... ?, ¿qué Constitución es ésta, cuáles las conquistas del pueblo cuando percibe tras del arco triunfal el cadalso como única reparación de sus males?, ¿por qué mentimos, para que engañamos, farsantes con investidura oficial, a los pueblos?, ¿por qué no decimos que no sabemos gobernar sino siguiendo serviles las pisadas de Santa Anna, porque los déspotas no necesitan ni del corazón ni del talento?

Confundir, como se quiere hacer, el delito político con el delito común, como se quiso hacer para comprender ambas cosas en un castigo, es el colmo de la ceguedad y del insulto al buen sentido. El primero tiene en su raíz una creencia verdadera o errónea; pero tiene disculpa y hasta absolución en el espíritu. El conspirador político de ayer es héroe mañana; su partido le acoge y le llama mártir; parece bandido y le levantan una estatua como a héroe: así fue Hidalgo, así serán todos los reos políticos. Si mañana triunfara Negrete, así le ensalzarían los aduladores.

El incendiario, el asesino, el ladrón, el parricida, no están en ese caso: la sociedad en masa los repele, el instinto de la propia conservación pide su exterminio.

Esta distinción que existe es la que pedimos que se declare y esto ha extraviado hasta injuriarme al señor Dondé... ¡El señor Dondé!, yo he seguido la bandera de mi patria hasta el último confín de la república, identificándome con orgullo con su suerte, y allí Dondé yo estuve... yo, el cuasi conspirador, no percibí el semblante patriota del señor Dondé.

¿Y para esto se hace la detracción injusta del Poder Judicial, hasta hacer su caricatura, hasta calumniarlo, hasta pintar a la justicia y sus fórmulas como incompatibles con el orden y con el bienestar social?

Pero se dice que todas estas medidas excepcionales las reclama el malestar social; se piden estas medidas en nombre de nuestra regeneración.

¿Pero la fuerza y sólo la fuerza es la panacea de todos los males?

La intriga envenena la urna electoral, y tiene en inquietud a los pueblos; las contribuciones han armado la miseria y han lanzado a los ciudadanos a la senda del robo; las pésimas medidas económico-políticas encadenan al comercio, paralizan las transacciones y ponen a discreción de las revueltas una masa de hombres educados en ellas y que tienen hambre ... El gobierno a nadie atiende, en nada se fija: ¿queréis pan?, les dice, tendréis prisiones; os quejáis de las trabas al comercio, tendréis junto al alcabalero al esbirro ... os agobian las contribuciones, tendréis para solaz los consejos de guerra ... ¿Nos puede conducir semejante cosa al bien?, ¿será éste el modo de reconciliar a los hermanos, zanjar los cimientos de una paz durable y poner a la sociedad en el carril de que cabalmente la ha desviado con funesta torpeza la dictadura, que es, señores, nada menos, que la negación del derecho?

Mucho importaba la salvación de la independencia; pero importaba más porque llevaba en sus manos con la oliva de la paz la promesa bienhechora de la restauración de la ley, de la reaparición luminosa de la luz de la razón desterrando las sombras de la guerra, alumbrándonos los fértiles productos del trabajo, las mansiones queridas de la seguridad ... y en vez de esto ... se nos entrega maniatados al odio ... si, al odio, porque no se trata de preparar castigos a los delincuentes, no, señor; nosotros tratamos de que no se comprenda al inocente ni en la calificación, ni en el castigo ignominioso, que saborea con delectación feroz el señor Dondé.

Queremos ser lógicos, contraponer a la perturbación de la sociedad la justicia, no la venganza; porque la venganza es un nuevo elemento de trastorno, no se puede llamar un correctivo. Queremos que no al amago del rompimiento de las leyes correspondamos despedazando la Constitución, porque eso es establecer una inicua competencia de calamidades.

Y la Constitución se pisotea y se aniquila; estableciendo los tribunales especiales se escupe y se estruja, cuando no se suspenden sino que se matan las garantías que ese código otorga; se pervierte y se pone en tortura la democracia cuando se proclama el imperio de la fuerza bruta, y se reniegan sus conquistas consignadas en el código que debe ser inviolable y que hemos jurado acatar con veneración.

Y para tanto atentado, decir que la ley es insuficiente, decir que la justicia en México representa la impunidad, para asirnos como de una tabla salvadora al consejo de guerra. ¿No recordamos que tras el patíbulo de Guerrero asoma la fisonomía escuálida de Picaluga?

No, por honor de nuestra patria, por respeto a nuestro nombre, por lo que tiene de sagrado el progreso, pido encarecidamente a la cámara declare unánime, sin lugar a votar el dictamen, o lo repruebe decididamente. Dije.

Fuente: El Monitor Republicano de 29 de abril de 1868.