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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1870 Discurso pronunciado por el Presidente de la República en la clausura del Congreso de la Unión.

Diciembre 15 de 1870

 

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN LA CLAUSURA DEL CONGRESO DE LA UNIÓN

Diciembre 15 de 1870

Ciudadanos diputados:

Desde el triunfo glorioso de la república en la última guerra, ha sido muy satisfactorio ver patentizado el curso normal de nuestras instituciones, en la perfecta regularidad con que ha venido funcionando la representación nacional.

En el día prescrito por la Constitución, el Congreso pone hoy término a este período de sus sesiones. El carácter distintivo de ellas ha sido la tranquila pero empeñosa e ilustrada elevación de los debates, sobre muchos asuntos de grave interés público.

El Ejecutivo acaba de celebrar y someter al Congreso, para que pueda considerarlos en las siguientes sesiones, un tratado de amistad, comercio y navegación, entre México e Italia. Él servirá para estrechar más las buenas relaciones que hay entre los dos países y favorecer el desarrollo de sus mutuos intereses.

Él es también una nueva demostración de los buenos sentimientos que México proclamó desde el término de la guerra, dispuesto a reanudar sus relaciones con las potencias que quisieran celebrar tratados bajo bases justas y convenientes. En las relaciones que felizmente cultivamos con otros países, nada ha turbado los sentimientos de una cordial amistad.

De las dificultades que ocurrieron en algunos estados, por cuestiones legales interiores, unas han terminado y las otras no tienen carácter de peligrosa gravedad. A esto ha conducido la ilustrada prudencia del Congreso, limitándose también el Ejecutivo a normar su conducta por el respeto a los principios del sistema federal.

Sin duda el Congreso dictará sobre esto las reglas más convenientes, con la madura deliberación que requieren tan importantes asuntos. Los pocos elementos de disturbio que quedan por efecto de la cuestión del estado de Guerrero, no pueden comprometer de un modo grave su tranquilidad. Allí, lo mismo que en las otras cuestiones de algunos estados, la opinión general ha servido eficazmente para condenar y refrenar cualquiera intento de trastornar la paz. Lo que ha adelantado el Congreso en este período, discutiendo las reformas constitucionales, hace esperar que en el siguiente pueda llegar a su término la discusión. Está ya bien reconocida por el mismo Congreso la importante conveniencia de ellas, para mejorar algunos puntos del pacto fundamental. Además de ocuparse ahora el Congreso de varios negocios políticos, ha considerado, con la atención y preferencia que merecen, muchos asuntos de interés social y administrativo.

Entre ellos, es muy digna de señalarse la aprobación del código civil. Esta es una reforma de la más alta importancia, para expeditar la administración de justicia y desembarazarla de una voluminosa, confusa y anticuada legislación.

Con espíritu más laudable ha consagrado el Congreso una parte de sus tareas a importantes asuntos de obras públicas. La concesión para un canal interoceánico en Tehuantepec, ofrece al comercio de México y del mundo la esperanza de incalculables bienes en el porvenir.

También son dignas de mencionarse las concesiones decretadas por el Congreso para la navegación del río de Quiotepec; para los ferrocarriles de México a Toluca y Cuautitlán, de México a Tacubaya y Popotla, de Veracruz a Tehuantepec y de Tuxpan al Pacífico; así como para la colocación de un cable submarino entre Veracruz y algún puerto de la costa de los Estados Unidos de América y para líneas telegráficas de Veracruz a Matamoros y de Durango a Mazatlán.

Atendiendo a los grandes beneficios públicos que deben producir estas disposiciones del Congreso, no omitirá el Ejecutivo cooperar al desarrollo de ellas, por todos los medios que estén en la esfera de su acción.

 

Debemos congratularnos, viendo que en toda la república se conserva la paz: ella descansa en el sólido apoyo de la opinión general, cuya más vehemente aspiración es mantener la paz, como la mejor garantía de nuestras libres instituciones y como la base indispensable para todo progreso social.

Recibid, ciudadanos diputados, mis felicitaciones por el fruto provechoso de vuestras tareas, que pronto volveréis a proseguir, para procurar con vuestra sabiduría y patriotismo el mayor bien y prosperidad nacional.

Benito Juárez

 

EL PRESIDENTE DEL CONGRESO, DIPUTADO JOSÉ MARÍA LOZANO, DIO RESPUESTA AL EJECUTIVO

Ciudadano Presidente:

Al terminar el Congreso de la Unión el actual período de sus sesiones ordinarias tiene la conciencia de haber contribuido, en cuanto le ha sido posible en la esfera de sus atribuciones constitucionales, a la conservación de la paz, y de la conveniente armonía entre los poderes públicos.

El Congreso cree, como el Ejecutivo, que es conveniente a los intereses nacionales que la república reanude con las naciones extranjeras sus relaciones, rotas por la guerra que trajo a nuestro suelo la intervención francesa. La experiencia de muchos años de desastres ha ilustrado sobre este punto nuestras opiniones, y si bien creemos que el espíritu civilizador de la época repugna que nos mantengamos aislados de la gran familia de los pueblos cultos, conocemos que nuestras condiciones de ser, en cierto modo excepcionales, exigen que al formar de nuevo nuestras relaciones, lo hagamos bajo bases prudentes y previsoras. Nuestros tratados y convenciones deben reducirse a lo más preciso y contener en sí mismo el principio de su reforma o modificación. Con estas condiciones puede asegurarse que nuestras relaciones exteriores no llegarán a convertirse en serios peligros para la independencia nacional, ni en germen fecundo de dificultades para nuestra administración y gobierno interior.

El Congreso conoce de qué naturaleza son las dificultades que se han suscitado en la administración interior de algunos estados de la federación. Ve con gusto que esas dificultades han ido desapareciendo sin el empleo de medios violentos; que las pocas que aún quedan no comprometerán la paz pública, y que serán menos en número y detrás de un carácter menos grave a proporción que nuestras instituciones vayan siendo mejor conocidas y practicadas. No hay que olvidar que nuestras actuales instituciones han tenido que luchar contra elementos y enemigos terribles; que frecuentemente la dictadura las ha desnaturalizado, y que el empeño que mostremos en hacerlas prácticas, y en que un espíritu de justicia y de sabiduría las haga respetables, es el servicio más patriótico y digno que podemos hacer a las generaciones que han de sucedernos.

El Congreso se ha ocupado, en el período que concluye hoy, no sólo de las dificultades que han presentado en su gobierno interior algunos estados de la federación, sin dejar de estar atento a estos negocios de actualidad, ha consagrado una parte considerable de sus sesiones a la discusión razonada y tranquila de asuntos de otro género. Un nuevo proyecto de arancel para nuestras aduanas marítimas y fronterizas, ya muy adelantado, y las reforma constitucionales iniciadas hace tiempo por el Ejecutivo, han tenido un lugar preferente en su consideración, y debemos esperar que ambos asuntos, de grande importancia cada uno en su línea, quedarán terminados en las sesiones del próximo período.

Las mejoras materiales han sido también uno de los trabajos que de preferencia han ocupado la atención de la representación nacional. Acaso algunas de las decretadas no llegarán a realizarse; pero aun así, el trabajo de la Cámara no será completamente estéril, y en todo caso acreditará el empeño que se ha tenido para realizar esas mejoras que tanto han de, contribuir a la grandeza y prosperidad de la nación.

Pero estos pensamientos de adelanto para el porvenir y cuanto se haga o emprenda para mejorar nuestra condición social en todos los órdenes posibles, serán semilla arrojada sobre un terreno infecundo y estéril, si la paz pública no se afianza de una manera sólida. Sólo a su sombra podrán robustecerse y desarrollarse nuestras instituciones; sólo bajo esta condición indispensable podrán explotarse con provecho los elementos preciosos con que la naturaleza enriqueció nuestro suelo; sólo la paz pública, dando sólidas garantías, nos traerá la población excedente de la Europa, y con ellas las maravillas que la civilización y la industria producen; sólo la paz pública hará que vuelvan al país los capitales que han huido de él, y que de seguro no volverán a dar movimiento a nuestro comercio, a nuestra industria y nuestra agricultura, sino cuando la confianza, sólidamente establecida, les abra las puertas de la patria.

Hay un elemento precioso del que se debe sacar en favor de la paz pública todo el partido posible; consiste en el sentimiento general, que a todo trance quiere la paz; sin este elemento, los trastornadores del orden no habrían tan fácilmente sucumbido, pues la experiencia propia y ajena nos tiene bien acreditado que, cuando un gobierno no cuenta con el apoyo de la opinión pública, no puede sostenerse por grandes que sean sus elementos materiales.

Explotemos, pues, ese precioso elemento. El país quiere la paz, porque tiene la convicción más profunda de que sin ella nada puede hacerse en pro de su felicidad. El Congreso, correspondiendo a ese deseo, y vencida que fue la rebelión por todas partes por donde asomó la cabeza, abrió amplia puerta a la concordia por medio de la amnistía.

Ésta fue franca; el olvido para los errores pasados fue completo, y todo hace presumir que la conducta del Congreso, mereciendo la aprobación de la opinión pública, será fecunda en resultados benéficos. Gentes que no conocen bien la regeneración lenta pero completa, que va operándose en nuestra condición social, ven una situación peligrosa de crisis en la que tendrá la república con motivo de la próxima renovación de los poderes públicos. No puedo constituirme en representante de la opinión de la Cámara sobre este particular; pero creo no equivocarme al asegurar que el Congreso no participa de esos temores. La representación nacional debe esperar que la acción del poder público, limitada a garantizar la libertad de todos, hará que el sufragio popular sea una verdad en el terreno de los hechos, y no un principio en el terreno de las teorías. Bajo esta condición, la paz pública, lejos de estar amenazada, estará más próxima a ser sólidamente establecida.

La providencia, que vela por el destino de los pueblos, hará que la república siga imperturbable y tranquila por el sendero que le marcan sus instituciones democráticas.

Dije.

José María Lozano