Georges Clemenceau
“¿Como diablos se le ha ocurrido a usted compadecer a Maximiliano y a Carlota? ¡Dios mío! Si, lo se perfectamente; esas gentes son siempre encantadoras. Hace cinco o seis mil años que son así. Tienen la receta de todas las virtudes y el secreto de todas las gracias, ¿sonríen ellos? Es delicioso. ¿Lloran? Es conmovedor, ¿Le dejan a usted vivir? ¡Que exquisita bondad! ¿Le aplastan a usted? Una simple desgracia de lo que ellos están exculpados. Todos esos emperadores, reyes, archiduques y príncipes son grandes, sublimes, generosos, soberbios; sus princesas son las que queráis, pero yo les odio con un aborrecimiento sin misericordia, como se odiaba en el 93, cuando al imbécil de Luis XVI le llamaban execrable tirano. Entre nosotros y esas gentes hay una guerra a muerte. Ellos han hecho morir, entre torturas de todo género, a millones de los nuestros, y apostaría a que nosotros no hemos matado a más de dos de ellos. Verdad que es mucha la imbecilidad humana, pero ellos se encuentran a la cabeza y, como tales, es a ellos a los que hay que mirar. Yo no tengo ninguna piedad para esas gentes; compadecer al Lobo es cometer un verdadero crimen, y aquéllos a quienes quería matar le han dado muerte a él. Me siento encantado. Su esposa esta loca. Nada más justo. Esto casi me hace creer en la providencia. ¿Fue la ambición de esa mujer la que empujo a ese imbécil? Si siento que haya perdido la razón, es únicamente porque no puede darse cuenta de que su marido a muerto por ella y que ignora que México es un pueblo altivo que sabe vengar las ofensas. Si Maximiliano no ha sido un instrumento, su papel ha sido más vil, sin que por ello sea menos culpable. Diréis que soy feroz e intratable; pero mi opinión es esta. Creedme: todas esas gentes son iguales y se apoyan unas a otras. Benito Juárez está en lo justo…”
Georges Clemenceau, 1867
Fuente: Museo de las Intervenciones, México D. F.
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