Junio 12 de 1864.
(A S. M. I.)
Señor:
Hay sentimiento que vence el poder de la palabra, sentimientos únicos por su jerarquía en la historia del corazón, sentimientos en que obran al mismo tiempo los siglos precedentes y los años que siguen y tal es el sentimiento que ocupa hoy exclusivamente a la nación mexicana con motivo de la presencia de V. M. y de su augusta esposa.
Llamados por la providencia en los momentos críticos que señalaban las agonías de un pueblo desgraciado a ejercer la noble misión de enjugar sus lágrimas volviéndolo a la vida, VV. MM. representan la misericordia de un Dios de ternura y bondad que, condolido de nuestros males, quiere salvarnos una vez más al cabo de tantas crisis que nos habían puesto a las orillas del sepulcro.
VV. MM. han podido comprender estos sentimientos en las demostraciones entusiastas y tiernas con que han sido recibidos desde el feliz momento en que pisaron las playas de ésta su nueva patria.
Estas emociones con que todo corazón mexicano ha saludado en la persona de VV. MM. el advenimiento de los bellos días, de los días de plenitud, de los días de universal restauración, de los días de virtud y felicidad, estas emociones se reúnen todas en un sentimiento mayor, en un sentimiento antiguo, en un sentimiento que lejos de haber sucumbido en la reciente lucha, aparece con una nueva juventud, en un sentimiento de donde parten y adonde afluyen todos los que forman la fisonomía moral de esta sociedad, el sentimiento católico.
México, señor, cuyo instinto penetra no pocas veces más allá de los límites de la ciencia, comprende lo que significa un soberano que, en unión de su cara esposa, parte de Europa con las bendiciones del vicario de Jesucristo y rinde sus homenajes filiales y regios ante el trono de la reina de Anáhuac la víspera de entrar en la capital de su imperio.
La Iglesia mexicana, en cuyo nombre tengo la honra de dirigirme a VV. MM. se congratula llena de un santo júbilo como el profeta con Jerusalén cuando estaba para venir el salvador del mundo.
Ella ve en VV. MM. a los enviados del cielo para enjugar sus lágrimas, para reparar todas las ruinas y estragos que han sufrido aquí la creencia y la moral, para que vuelva Dios a recibir un culto en espíritu y en verdad y el homenaje continuo de la virtud reparada en la justicia.
Reciban, pues, VV. MM. este humilde tributo de reconocimiento, de afecto, de amor, de respeto de toda la Iglesia mexicana, que al darles la bienvenida, después de haberla procurado con sus plegarias, les asegura que no dejará de pedir nunca para VV. MM, para la imperial estirpe y familia, para su reinado y gobierno, abundantes bendiciones, copiosas gracias y esa gloria que se merece en la equidad, en la justicia, que se acrisola con la caridad cristiana y que, no pudiendo quedar aprisionada en los límites del espacio ni en el cómputo del tiempo, se incorpora en la del mismo Dios y vive en la eternidad.
El arzobispo de México
Fuente:
Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo. Edición digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su consulta: Aurelio López López. CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Primera edición electrónica. México, 2006.
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