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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1864 El nuncio apostólico rechaza el proyecto de Concordato propuesto por Maximiliano.

Diciembre 25 de 1864.

 

Sr. Pedro Escudero, ministro de Justicia

Excmo. señor:

V. E. me suplica, por una nota, fecha de ayer, 24 de diciembre, que acabo de recibir esta mañana, que le comunique por escrito lo que tuve la honra de exponer, primero a S. M. la emperatriz, ayer y a V. E. en la conferencia del 20 de este mes, relativamente a un proyecto del gobierno imperial, conteniendo las bases de un concordato que debería discutirse entre su santidad y el gobierno de México.

Me apresuro con gusto a responder a los deseos manifestados por V. E.

Al entregar a S. M. el emperador, en la audiencia privada que me fue concedida el 17, una carta confidencial del padre Santo, S. M. se dignó darme a conocer el citado proyecto y yo contesté, con toda franqueza, que no estaba provisto de instrucciones ni de plenos poderes necesarios para negociar un concordato, visto que mis instrucciones eran en todo conformes con lo que el padre santo manifestaba en su carta al emperador.

Esto mismo repetí y expliqué, aunque más extensamente, a S. M. la emperatriz y a V. E., añadiendo que mi misión tenía por objeto: primeramente, ver revocar y abolir, al mismo tiempo que las llamadas Leyes de Reforma, todas aquellas contrarias a los sagrados derechos de la Iglesia, aún en vigor aquí; activar la publicación de otras leyes encaminadas a reparar los daños que se han hecho y establecer el orden en la administración civil y eclesiástica.

Agregué que mis instrucciones eran las de reclamar la entera libertad de la Iglesia y los obispos, en el ejercicio de sus derechos y en los del santo ministerio; el restablecimiento y la reforma de las órdenes religiosas cuyas bases les fueron comunicadas por el padre santo; la restitución de las iglesias y los conventos, así como sus bienes; pedir, en fin, que, como en el pasado, se reconociese a la Iglesia el derecho de adquirir, poseer y administrar su patrimonio.

Analizando luego algunos puntos del proyecto, desaprobé el primero sobre la tolerancia de cultos, como contraria a la doctrina de la Iglesia y a los sentimientos de la nación mexicana, enteramente católica.

En cuanto al segundo punto, hice considerar que el episcopado, el clero y la parte más sana de la nación, veían con horror la idea de una indemnización pagada por el tesoro; que preferían vivir más bien de la caridad de los fieles y, finalmente, que la Iglesia, despojada ya en parte, no podía ceder voluntariamente los pocos bienes que le quedaban y forman el más sagrado y legítimo patrimonio, destinado al culto divino y a la subsistencia de sus ministros y de los pobres.

Declaré, asimismo, a S. M. y a V. E., que tanto menos había podido darme instrucciones sobre los puntos expresados la Santa Sede, cuanto que no podía suponer que el gobierno imperial los propusiese y llevara a cabo por ese medio la obra empezada por Juárez.

He asegurado a S. M. y a V. E. que jamás había oído hablar en Roma de semejante proyecto, ni por su santidad, ni por el secretario de Estado, ni por las otras personas de la corte pontificia y que estaba persuadido de que el ministro imperial, Sr. Aguilar, jamás hizo mención de él al padre santo, el cual habría ciertamente escrito una carta y dado otras instrucciones a su representante.

Paso por alto, señor ministro, otras muchas consideraciones que me he permitido someter a la alta inteligencia de S. M. la emperatriz, con una franqueza verdaderamente episcopal, y me veo obligado a repetir a V. E. que, no pudiendo tratar sobre las bases del proyecto en cuestión, me limitaré a trasmitirlas por el primer correo a su santidad y que, en cuanto a lo demás, he de atenerme en todo a la mencionada carta del padre santo al emperador.

Por la mediación de V. E. me atrevo a suplicar a S. M., tan afecto al padre santo, que no tome ninguna resolución contraria a la Iglesia y a sus leyes; que no aumente la aflicción de un pontífice tan bueno y que tan cruelmente ha padecido ya y que espere al oráculo de su beatitud, que no puede ser sino en provecho de la religión y del verdadero bien de S. M. el emperador y su imperio.

Tengo la honra de renovar a V. E. las seguridades de mi alta consideración.

Pedro Francisco Arzobispo de Damasco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo. Edición digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su consulta: Aurelio López López. CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Primera edición electrónica. México, 2006.