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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1862 Discurso que el general Juan Prim dirigió en Orizaba a sus oficiales, cuando el rompimiento de los Preliminares de La Soledad.

Abril de 1862, Orizaba, Ve.r

 

 

DISCURSO que el general Prim dirigió en Orizava á sus oficiales, cuando el rompimiento de los preliminares de la Soledad.

“Señores: Recordarán vdes. que al dirigiros por primera vez la palabra en Veracruz, espuse con llaneza cuál era la misión que nos conducía á este país, y cuál el medio que para su logro debíamos emplear. Dije que los gobiernos de las tres potencias aliadas concertaron en Londres un tratado, por el que las armas unidas debían llegar á este desventurado país, con el fin de exigir reparaciones por los agravios que respectivamente se nos habían inferido en todos tiempos y por todos los gobiernos de la República, procurando obtener garantías suficientes para que en lo sucesivo no se faltase á los compromisos y pactos establecidos.

Con este objeto las armas aliadas debían cumplir religiosamente, y en todos sus términos, aquel solemne tratado, haciendo porque Méjico se constituyese á nuestra sombra bajo un gobierno sólido y estable que, naciendo de sí mismo, fuese la espresion clara y conforme de la opinión del país. Para conseguirlo así, las fuerzas aliadas no debían hacer uso de su fuerza coartando esta misma acción que se quería dejar al país solo, sino que por el contrario, ellas habian de servir para dar apoyo al resultado de este libre y reconocido derecho que tienen todos los pueblos libres, espurgando después todos los miasmas que han sido el desgraciado móvil agitador en los diferentes partidos que han aniquilado el país, para no dejar en él otra cosa que las personas muy dignas, honradas y entendidas que aquí, como en todas partes, forman la gran mayoría de la nación.

Hablar de la razonantes de apelar al estremo de la fuerza, debieron ser, como hasta aquí lo han sido, nuestras miras, encaminando la política por el sendero de la conciliación, hasta llegar á la solución pacífica, á la par que sencilla del problema. La regeneración del país, y con ella su felicidad y bienestar, se contenia en la estricta observancia del tratado de Londres, en este tratado que los tres gobiernos mandaron seguir como pauta á sus diferentes representantes en Méjico. Yo llegué á persuadirme de la posibilidad de su cumplimiento, para lo que trabajé con afan y lleno de fé, y en esto no hice mas que alentar mis sentimientos con las órdenes del gobierno de España, y muy particularmente con las palabras repetidas de la reina, al encargarme procurase hacer por todos los medios, que ya que este país nos debia el ser, debiéranos también su tranquilidad, su progreso, paz y ventura.

Tal ha sido el objeto que me propuse, y á esto dirigí lleno de fé mis tareas. Si han podido conocerse sus ventajas, vdes. lo pueden decir; de enemigos que se nos presentaron, y como agresores en Veracruz, hemos podido ir viendo trasformar su odio, su irritabilidad natural, en diversos grados de estimación, y hoy son ya bastante manifiestos para dudar del buen éxito que nuestra conducta habría alcanzado en el país, término á que se marcha con alguna lentitud, pero con seguridad; y no dudo que dentro de muy poco habríamos llegado á Méjico bajo el prestigio de la razón y en medio de la paz, consiguiendo sin violencia ese bien, esa felicidad que tanto me ha recomendado nuestra reina, y que es el propósito del sagrado pacto de Londres, que yo llegué á creer no pudiese tener interpretación alguna por parte de nadie, ni menos creer que se dejara de mirar como el solo objeto de nuestra filantrópica misión.

Todo parecía marchar en esta vía, y los preliminares de la Soledad fueron precursores del gran fin que me creí alcanzar, caminando en el feliz acuerdo que hasta aquí hemos tenido los aliados. Pareció ya que las desgracias de este trabajado país tocaban á su término, y que muy en breve la antorcha de la ventura brillaría con su regeneración política. Esto, sin embargo, no parece sino que la Providencia no permite se conceda á Méjico el descanso, la paz y el bienestar, esos preciosos dones que gozan multitud de otros pueblos, y que nosotros hace tiempo empezamos ya á sentir. Los pueblos, como las individualidades, parece á veces que están sujetos á seguir el impulso de su destino, y este sin duda es uno de ellos.

Dos señores que yacían en el destierro, por causas que no me es dado ni debo calificar, aparecen en Veracruz pocos dias antes de nuestra venida al interior. Uno de ellos, el Sr. Almonte, me hizo el obsequio de llegarse á mi casa para conferenciar conmigo acerca del estado político del país y el modo de constituirlo sólidamente, para lo cual dijo, sin ambajes ni rodeos, no había otro medio que el establecimiento de una monarquía, y que él venia con ese fin á derrocar á Juárez y su gobierno, contando con el apoyo de los aliados; y el monarca designado para rey de Méjico, era el príncipe Maximiliano de Austria, con cuya futura habia tenido el honor de hablar y recibir al presentar sus respetos, como la seguridad de su aceptación, después de haberse convencido de ser esta la forma de gobierno por la gran mayoría de la nación, y su persona llamada á ocupar el trono. Yo le contesté que el deber de los aliados era respetar la convención de Londres, y que si llamado el pueblo mejicano á constituirse, optaba por la monarquía, á él solo tocaba designar la persona que debia llevar la corona, como él solo tuvo el derecho de proclamar su autonomía.

El Sr. Almonte agregó que, á mas de lo dicho, debia hacer presente habia igualmente hablado con S. M. la reina y señores ministros de nuestro gobierno; pero por lo que se sirvió esponer, vine en conocimiento que ni S. M. ni los ministros habían disentido de las instrucciones que me dieron en el principio; conforme en un todo con lo recibido en los últimos despachos; por lo cual repetí no poder ofrecerle el apoyo de las armas españolas, cuyo objeto no era presentarse aquí con el carácter de partidarios ó favorecedores de un principio determinado, contrario á lo formalmente tratado y suscrito en Londres por las tres potencias aliadas, que es lo mismo que la reina y el gobierno me tienen siempre recomendado. En esto, y con manifestarme que si le faltaba el apoyo de las armas españolas é inglesas, podia contar con el de las francesas, se separó de mí.

Al dia siguiente emprendimos la marcha á Orizava, donde llegamos sin novedad de ninguna especie, pero trayendo, sin embargo, entre los batallones franceses, como la manzana de la discordia, á estos dos señores, que custodiados siempre por las tropas de aquella nación, residentes ahora en Córdoba, parece demostrar así la seguridad que el general Almonte me dió de haber entre los aliados uno que favoreciera sus planes. Para saber de una vez á qué atenernos, y á fin de ponernos de acuerdo, antes de dar principio á las conferencias con el gobierno de Méjico, invité hoy á los señores comisarios para discutir en esta sala los puntos cardinales de nuestra misión en este país. El resultado de esta conferencia no puede ser mas aflictivo para mí, como ha de ser desconsolador para Méjico, y sensible aun para la humanidad.

Acordes los representantes ingleses conmigo en llevar á cabo la espinosa tarea que se nos impuso, conforme á los principios asentados en la convención de Londres, suscrita luego en Veracruz y la Soledad por los franceses, no liemos podido conseguir de parte de estos otra cosa, por grandes que han sido nuestros esfuerzos en demostrar la conveniencia y obligación de concretarnos á aquellas instrucciones, que la separación de su alianza, pues que su propósito es combatir desde hoy al gobierno establecido en Méjico que para nada reconocen, á fin de imponer al país el sistema monárquico, según esplicó el general Almonte. La gravedad de esta cuestión es de tal naturaleza, como que no pudiendo por mi parte aceptar la responsabilidad en cuestión, que tan manifiestamente se halla en contradicción con las instrucciones que tengo, no me quedaba otro partido que retirarme á la Habana, dejando á cargo de los franceses la solución complicada en que por sí solos se empeñan.

He pensado mucho, he recurrido á todas mis fuerzas de imaginación, para ver de conciliar un medio hábil que nos permita no abandonar al país mejicano; pero por mas tortura que he dado al pensamiento, no he hallado nada que me pueda hacer faltar á la lealtad y buena fé con que he debido proceder en la misión que me fue confiada. El dilema es muy sencillo: ó tomamos parlo con los franceses, ó permanecemos neutrales, descansando sobre las armas á presenciar hechos contrarios al espíritu de la espedicion: en el primer caso faltamos á la convención de Londres, por todos acatada y mandada acatar fielmente .por los gobiernos aliados; en el segundo supuesto, ni las armas españolas pueden consentir el ridículo de una posición especiante, ni aceptar el compromiso. No ven, en consecuencia, otro medio, como á su vez lo han visto los ingleses, que retirarnos del país; en consecuencia, mañana estenderé las órdenes para emprender la marcha á Veracruz, que embarquen las tropas á la Habana.

Me queda únicamente que advertir á vdes., que al reunirles aquí para hacerles este fiel relato de lo acaecido y política seguida, no ha sido con el fin de abrir discusión ni escuchar pareceres que, mas allá de este país, podrán difundir comentando, como entonces mejor lo crean, los hechos que acabo de manifestar. Les aconsejo también, y si esto lio fuese bastante, se los ordeno, que eviten toda conversación con los jefes y oficiales franceses, pues ademas de que podrían vdes. ser excitados á hablar sobre si su parecer está de acuerdo con el de su general, no tienen vdes. hoy aquí mas que una misión, como militares que son: la de obedecer sin discusión las órdenes del general, que yo sé las cumplirán osadamente ahora que se manda retroceder, como cumplirían igualmente si les mandara avanzar.

Esto, y nada mas, cumple á vdes., y esto es lo que, en raso de necesidad, dirán á cualquiera que se propusiese hablar. Les encargo, por consiguiente, lo hagan así saber á todos los señores oficiales, haciéndoles responsables de lo que por este motivo pudiera haber, pues vdes. alcanzarán á dónde conduciría hoy una disputa, originada natural é insensiblemente por el cambio de algunas frases en política. Yo aprecio mucho á los que fueron nuestros aliados, cuya responsabilidad va á ser grande, y les deseo bien en su empresa, si puede conciliarse con el bien general. Ellos son buenos soldados, intrépidos militares, y por consiguiente, dignos de la estimación de todos.—Dije.”