México, septiembre 27 de 1862
Al señor (Matías) Romero
Las inmensas atenciones de la guerra, que sostenemos en medio de una miseria espantosa, demandan sin tregua la atención del ministerio todo y precisamente hoy ha sido un día de los más empeñosa y tristemente empleados en ideas medios para proporcionarnos algunos de los cuantiosos recursos que tanto necesitamos. Por lo tanto, es menester que usted no atribuya a otra causa la falta de una cumplida contestación a sus interesantes despachos.
Por lo que yo mismo he visto y por lo que usted informa al gobierno, tenemos bien conocida la política del gabinete de Washington sobre las cosas mexicanas. Por esta razón me rehusé a firmar un artículo que Mr. Corwin me presentó como adicional del tratado que el señor Doblado y él celebraron y del cual tiene usted conocimiento. El artículo proponía la prórroga del plazo prefinido en el tratado para su ratificación. Yo dije a este señor ministro que, si su política y sus actos con relación a México tuvieran, en los consejos del gobierno y senado de su país, la importancia que de verdad merecen, el gobierno de México no vacilaría en acceder a la prórroga que se solicitaba pero que, desgraciadamente, los hechos estaban demostrándome que entre Mr. Corwin por una parte y el Poder Ejecutivo de su país, había un completo desacuerdo sobre este negocio; que dejar sobre la mesa el tratado hasta diciembre próximo, es decir, más del tiempo hábil para el canje de las ratificaciones, equivalía evidentemente a desecharlo; que sabíamos la situación aflictiva de su gobierno y atribuíamos a ella y a su recelo de indisponerse con el emperador de los franceses, su repugnancia a prestarnos auxilios en la guerra que aquel monarca nos ha traído, que no vituperábamos esta abstinencia, limitándonos a indicarle como un obstáculo invencible por hoy para que el gobierno de Washington nos probase el interés que creemos le inspira nuestra situación; esto bastaba para no exponernos a un desaire. Que si las disposiciones de aquel gobierno, que el Senado hacia nosotros cambiase en buen sentido, podían reanudarse las negociaciones en el acto. Le hablé con reflexión a esto del tono despaciado, tono que se ostentó en las discusiones del Senado y de la casi unanimidad de votos por la que aquella asamblea reprobó el tratado. Suplico a usted tenga todo esto muy patente para lo que pueda ofrecerse más tarde.
Me tomo la libertad de llamar la atención de usted sobre el otro asunto de la mayor importancia. El señor Corwin ha tomado una participación muy principal en la reclamación que hace la Casa de la Moneda contra el gobierno por diversos capítulos. Últimamente me ha dirigido aquél varias notas acerca de esto. Usted sabe que Ajuria, español y no Temple, americano y su suegro de aquél es el verdadero interesado. Pues bien, estábamos ya a punto de convenirnos, cuando los señores de la Casa de Moneda pretendieron que se les reconociese un crédito procedente de hechos de la reacción. Esto era imposible sin abrir una ancha puerta a millares de reclamaciones y a millones de deudas, imposible de pagar a la nación, aunque ella misma se vendiera.
Otro punto de diferencia consistió en que los de la Moneda acusan al gobierno de complicidad en una extracción fraudulenta de plata no acuñada. Yo, simplemente, he pedido las pruebas.
Ahora lo que importa es que hable de esto con Mr. Seward y le diga que, en la durísima situación que guardamos, todavía hemos pensado en pagar a los señores de la Moneda; pero no podemos jamás consentir en reconocer a nuestro cargo las fechorías de la reacción. Procure usted descubrir bien hasta dónde quería ese gobierno proteger a Temple.
(Juan Antonio de la Fuente)
[Ministerio de Relaciones]
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