Orizaba, abril 10 de 1862.
A S. M. I., el emperador Napoleón III
El arribo del general Almonte a México, la misión de que se declara abiertamente investido y su presencia en medio de nuestras tropas han ocasionado entre los representantes de V. M. y los de Inglaterra y España explicaciones después de las cuales el comandante en jefe de las tropas españolas, de acuerdo con los plenipotenciarios ingleses, ha declarado su intención de embarcar inmediatamente todas sus tropas.
La acción de Francia queda, pues, hoy completamente independiente, pero también completamente aislada. Los comisionados de España y de Gran Bretaña quisieron en esta ocasión acusar al gobierno de V. M. de desconocer y de romper violentamente la convención que había servido de base al envío de la expedición combinada a México.
Ya no podía dejar que la discusión se estableciera en terreno semejante. Fue el gobierno de V. M. quien concluyó la convención de Londres y corresponde a los plenipotenciarios en México interpretarla. Si con esta interpretación ellos se equivocan, la responsabilidad no corresponde más que a ellos solos y la política de V. M. no puede estar ni empeñada, ni comprometida por errores que se cometan a dos mil leguas de Europa.
Al despedirse del emperador le solicité que no me diera instrucciones demasiado precisas y dejara a mi responsabilidad el cuidado de actuar según las circunstancias y de adoptar la conducta que me pareciera más de acuerdo con los intereses de su política y de su dinastía. El emperador se ha designado en dos ocasiones diferentes confirmar la elevada confianza que me había otorgado, pero después de recibir los despachos que me fueron dirigidos el 28 de febrero por los ministros de Marina y de Asuntos Extranjeros, no pude dejar de advertir que entraba en los fines de V.M. adoptar en México una política más osada y más decidida que la que había seguido hasta ahora. En consecuencia, acabo de tomar una determinación que preparaba desde hace un mes. Las hostilidades van a abrirse y, si la actitud del pueblo mexicano no responde a lo que esperamos, el éxito de nuestra empresa se realizará quizá menos pronto de lo que V. M. hubiera esperado. Pido que si las consecuencias que pudiesen resultar, ya sea en el Nuevo Mundo o en Europa, quisieran ser evitadas por una desautorización, estoy presto a someterme a ella y ruego insistentemente a V. M. no dejar de hacérmelo saber si lo juzga útil a los grandes intereses que V. M. sólo tiene misión de salvaguardar.
Nuestra travesía pacífica en medio de las poblaciones mexicanas no habrá sido inútil. Las simpatías que se tenían aquí por Francia se han vuelto más vivas y el carácter generoso de nuestra intervención será comprendido y apreciado mejor; pero es indispensable que no se vea en nosotros a los instrumentos de un partido que todavía creo odioso a la mayoría de la nación.
Si a pesar de mis esfuerzos, la intervención de Francia tomara este carácter, se encontraría tal resistencia que el resultado sería ciertamente dudoso. Me atrevo, pues, a rogar insistentemente a V. M., en nombre del profundo agradecimiento que le he demostrado, no se me retire una confianza de la que haré siempre un prudente y leal uso.
No quiero negar que hasta el presente no ha sido completa la prueba de los sentimientos de la población mexicana. Ella va a manifestarse con la ruptura de las negociaciones con el gobierno del presidente Juárez; pero los representantes de las potencias que firmaron con nosotros la convención del 31 de octubre, no descuidarán nada para poner dificultades a nuestra acción y tratar de desacreditar sus fines.
Nosotros tendremos que estar en guardia contra el efecto de sus insinuaciones pérfidas y, aun cuando nos hayamos dirigido a México, encontraremos en estos antiguos aliados, convertidos ahora en obstinados adversarios, un muy serio obstáculo para la realización del plan que me ha expuesto el general Almonte.
V. M. quizá se dignará considerar que no me era permitido retroceder ante una experiencia que mis nuevas instrucciones y las instancias de un colega más al tanto que yo de la fuerza de los partidos, me imponían. Esta experiencia no la llevaré hasta los límites en que toda retirada fuera ya imposible.
Tendré siempre presente en la mente el peligro que habría en poner la política personal del emperador ante la eventualidad de un fracaso. Si nosotros tenemos éxito, es justo que la gloria también que el emperador pudiera proclama en voz alta que sus instrucciones fueron mal comprendidas.
Puede suceder que tan pronto como se reanuden las hostilidades, nuestras comunicaciones con Veracruz sean interrumpidas. Será fácil al enemigo interceptar nuestros correos en este desierto infecto que no tiene menos de 30 leguas de extensión y donde nos es imposible acampar las tropas. Ruego a V. M. esté bien convencido de que no descuidaré ninguna ocasión de informarle sobre nuestros movimientos. Si mis noticias se retrasan es que me habrá sido completamente imposible hacérselas llegar con la celeridad que hubiera deseado.
Jurien de la Gravière
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