Francisco Zarco, 2 de Noviembre de 1861
Aunque la intervención en México de la Inglaterra, la Francia y la España no sea cosa resuelta, pues según parece no ha podido haber perfecto acuerdo entre los gobiernos de esas potencias; aunque la España que pensó obrar por sí sola suspendiera a última hora sus preparativos, basta que esta cuestión haya sido discutida por los gabintes de las Tullerías, de Saint James y de Madrid, para que se sienta herida la susceptibilidad nacional cíe nuestra patria, y para que la atención de los mexicanos todos se fije exclusivamente en las eventualidades cíe la cuestión diplomática. Ante el riesgo cíe la independencia, ante el ultraje a que están expuestos nuestro decoro y nuestra soberanía, todas las cuestiones interiores pierden su importancia, todo lo demás es de un orden secundario; y sobre todo deben quedar en el olvido las deplorables divisiones del partido liberal, para que unido, firme, compacto, ayude al gobierno a defender la honra y los justos derechos de la República, y a afrontar en último caso todo género de peligros. Con gusto vemos que en expresar este deseo, se nos ha anticipado un diario de la oposición, "El Constitucional", que proponiéndose examinar detenidamente la cuestión extranjera, hizo ayer un "llamamiento a todos los mexicanos, para que en circunstancias tan solemnes y ante el enemigo extranjero desaparezcan todas las divisiones de partidos". De buena gana secundamos esta patriótica iniciativa de nuestro colega, aunque no nos prometemos que a ella respondan los correligionarios de los espurios mexicanos que en París y en Madrid han pedido de rodillas la intervención, aliándose a los enemigos del país, con la esperanza de que las potencias europeas vengan a restaurar el orden de cosas que se derivó del plan de Tacubaya. Por fortuna los correligionarios de esos hombres se encuentran reducidos a una insignificante minoría, vencida en los campos de batalla y en el terreno de la discusión, y sus representantes armados Márquez, Zuloaga, Cobos, etcétera, no encuentran por sus horrendos crímenes ni el menor asomo de simpatía en ningún país civilizado.
Los ciudadanos que de buena fe profesan ideas conservadoras, y tengan en algo la independencia de México, no han de querer que sus principios se planteen por bayonetas extranjeras, y éstos si se unirán al pueblo en defensa de nuestro ser político. En estas circunstancias, pues, conviene en nuestro concepto que se use del mayor rigor con los traidores que maquinen la ruina de la independencia y que imploren la influencia del extranjero, y al propio tiempo conviene abrir los brazos y acoger fraternalmente a cuantos, sea cual fuere su opinión, deseen combatir por la independencia y nacionalidad de la República. ¡Ojalá y el peligro común pusiera coto a todas nuestras intestinas discordias!
Las alarmantes noticias traídas en el último paquete, son de periódicos más o menos acreditados y de correspondencias particulares rara vez imparciales. En estas noticias se ven grandes contradicciones, segunda mira, muy diversas tendencias, y hasta ahora nada se publica que tenga carácter verdaderamente oficial, y que tranquilice la ansiedad pública, o estimule el entusiasmo nacional, ya sea el peligro remoto o próximo.
Es verdad que en estas últimas semanas, el señor ministro del ramo ha dado al Congreso algunos informes acerca de las cuestiones diplomáticas pendientes, y que a pocas horas de la llegada de la correspondencia del paquete, la representación nacional tuvo una sesión secreta a que asistió el secretario de relaciones. Pero esto no hasta, las circunstancias reclaman del gobierno la mayor franqueza, para que el país sepa lo que tiene que esperar o lo que tiene que temer; y así nos atrevemos a pedir al gobierno una declaración explícita de la verdadera situación. La forma nos preocupa poco, un manifiesto del presidente, una circular del ministro del interior a los Estados, del ministro de la guerra a los jefes de las armas, del ministro de relaciones a nuestros agentes en el exterior; la forma, lo repetimos, importa poco; lo que interesa es que la nación sepa hasta qué punto pueden estar comprometidos su ser de pueblo independiente, su honra, su dignidad y su decoro. La expedición de este documento en nada puede embarazar la acción del gobierno para proseguir las negociaciones de arreglo que tenga comenzadas, ni para velar por los intereses del país por la vía diplomática, ni para preparar la defensa, si es inevitable la guerra.
Varias son las cuestiones pendientes con cada una de las tres potencias que han discutido la cuestión de intervención; y los intereses de cada una de ellas en este país son tan diferentes en su naturaleza y magnitud, que no extrañamos que les sea difícil y acaso imposible llegar a ponerse de acuerdo. Cuando en el antiguo continente, gracias a la merecida influencia de Napoleón III predomina el principio de la no intervención, es deplorable que los gobiernos de tres naciones que respetan la libertad de todos los pueblos hayan pensado en intervenir en México, olvidando así sus mismos principios. De las tendencias del gobierno francés no sabemos nada positivo, pues hemos hecho notar el obstinado silencio del órgano oficial, el "Moniteur", y que sólo un diario ministerial, la "Patrie", dijo que nada de positivo se había resuelto. El emperador que explicó su política diciendo "el imperio es la paz", que ha respetado todas las nacionalidades, que no ha querido intervenir en las cuestiones interiores de los pueblos, que salvó a la Turquía de ser absorbida por el coloso moscovita, que ha impulsado la regeneración de la Italia, que aconseja a todas las naciones como solución de sus más críticas dificultades la apelación al sufragio universal, este soberano defensor de la justicia y del buen derecho en todas partes ¿ha cíe pretender en este lado del océano atacar la independencia, conculcar la soberanía, intervenir en el régimen interior, imponer ciertas instituciones a una república contra la que no tiene ningún motivo grave de queja?... Por mal informado que esté, por tarde que conozca que en la guerra civil de México se abusó de la influencia de su nombre, por más que haya empefio en ocultarle que al abuso de esta influencia debe México grandes desastres,no podemos creer que emplee el poder de la gran nación que gobierna en contrariar a un pueblo que luchando con todo género de obstáculos se afana por el triunfo de la libertad, de la civilización, del orden social, en una palabra, cíe los principios de 1789, de que el mismo Napoleón III se ha declarado representante.
¿Hay algún interés político que mueva a la Francia a intervenir en México? No lo descubrimos. ¿Hay alguna cuestión de dignidad entre los dos pueblos, cuya solución no sea posible sino por medio de la fuerza? De ninguna manera. La Francia protege a acreedores cuyo interés total no asciende ni a la quinta parte de los gastos de la más insignificante expedición naval; y México no niega su deuda., ni rehusa pagarla, sino que se afana por hallar medios de cubrirla. Esta es la cuestión más grave que media entre los dos países, cuestión de dinero y nada más. Hay otras reclamaciones más o menos fundadas, más o menos dudosas, que con equidad y buena fe pueden ser examinadas y liquidadas, admitidas o desechadas por ambos gobiernos, sin que este arreglo presente la menor dificultad. Hay en el negocio Jecker, ruinosísimo para México, hecho a propósito para mantener la guerra civil, especulación frustrada por los acontecimientos; y no es de esperar que la bancarrota de una casa que jugó su fortuna en los azares de la guerra, sea cuestión de honor para un país tan magnánimo como la Francia. Hay la cuestión cíe las hermanas de la caridad, la pretensión de creerlas bajo la protección francesa, cuestión que queda resuelta por el simple examen de los archivos de las cancillerías de ambos países, en que hay piezas de que resulta del modo más evidente que cuando una vez el vizconde de Gabriac, aprovechando la oportunidad de haber hostilidades en esta ciudad, pretendió que en la casa cle las hermanas se enarbolara el pabellón francés; a esta pretensión no accedió el gobierno de Comonfort, ni más tarde consintieron en ella los llamados gobiernos de Zuloaga y Miramón; de modo que en la cuestión no hay el menor apoyo para la Francia. IIay, por último, el reciente incidente del balazo disparado al señor ministro de Francia y de la manifestación hecha por algunos grupos en la puerta cíe la Legación. Sobre estos sucesos el gobierno de México ha hecho cuanto hacer podía, como se ve, en las averiguaciones practicadas por la vía judicial, averiguaciones que pueden continuarse siempre que se comuniquen al gobierno algunos datos o indicios que den alguna luz.
No hallarnos, pues, una sola cuestión pendiente con Francia, que no pueda ser perfecta y satisfactoriamente arreglada por medio de negociaciones diplomáticas en México o en París, si se pone en vía de pago la convención, lo cual, en nuestra opinión, tiene derecho a reclamar el gobierno francés. Con lealtad y buena fe, con el deseo sincero de servir al interés bien entendido de los dos países, no creemos que haya dificultades para el restablecimiento de las relaciones con Francia, bajo el pie de cordialidad que tenían pocos días antes de la ley de 17 de julio.
En Inglaterra se muestran muy divididos los órganos de los partidos. Mientras unos aconsejan la quimera de una monarquía, erigiendo un trono para un príncipe extranjero, otros defienden a México, y otros entre los que se cuentan los amigos del ministerio sólo aconsejan una intervención hacendaria que no pase de los puertos, sin mezclarse en la política del país. Tan humillante esun proyecto como el otro. ¿Se cree que puede un pueblo contemplar tranquilo e impasible la intervención de sus aduanas, y que en un país reducido a tan triste condición siga su curso regular el comercio, para que puedan ser pingües los rendimientos de las mismas aduanas?... En arreglos amistosos tal vez convendría a México dar cierta inspección en sus aduanas a agentes de sus mismos acreedores, para dar completa regularidad al pago de los dividendos y evitar ciertos abusos, entre los que figura el muy notorio del contrabando de platas hecho en las costas del Pacífico por buques de guerra de S. M. B., con perjuicio de nuestro erario y de los acreedores ingleses. Pero si estos arreglos pueden ser fáciles, convenientes, útiles a los dos países y decorosos; impuestos por la fuerza serían humillantes y producirán una irritación fatal para los mismos intereses británicos. Las cuestiones pendientes con Inglaterra, de más cuantía pecuniaria que las de Francia, no son tampoco de gravedad bajo el punto de vista de las susceptibilidades nacionales.
La deuda de los tenedores de bonos no es cuestión de gobierno a gobierno, y puede arreglarse con los mismos interesados como se ha hecho otras veces. En la convención inglesa una vez puesta en vía de pago, no creemos que un gobierno como el de la Gran Bretaña se niegue a examinar los abusos a que llame su atención el gobierno de México, como la indebida protección que se dispensa a intereses que no son ni fueron británicos.
Las reclamaciones pendientes reconocidas y por reconocer, bien pueden ser examinadas y liquidadas por comisiones mixtas que procedan con toda equidad.
Las dos cuestiones más importantes son el pago de la conducta de Laguna Seca y el robo de los fondos ingleses cometidos por la reacción. En el negocio de Laguna Seca, los ingleses pretendían preferencias sobre los otros acreedores, lo cual no podía ser justo; al pago de esos créditos que ganan mayor interés que cualquiera otra deuda están afectos los edificios de los conventos suprimidos, y la suma total debe estar considerablemente disminuida porque el gobierno ha admitido sin cesar esos créditos como dinero efectivo con el interés correspondiente en toda clase de negocios, y así ya debe quedar muy poco que amortizar.
En el robo de Capuchinas, el gobierno inglés obrando con sentimiento de equidad y justicia, que mucho lo honran, declaró que no declaraba responsables ni al pueblo mexicano ni al gobierno legítimo residente entonces en Veracruz. El gobierno cíe México debió pues, y así lo hizo, someter el negocio a los tribunales para obtener el castigo de los culpables, y la aplicación de sus bienes, conforme a la ley, a la reparación del mal causado. Acelerar los procedimientos judiciales y llegar a un resultado satisfactorio para la vindicta pública no es imposible, y si al fin los bienes embargados no bastan para pagar las sumas extraídas, fácil será celebrar un arreglo amistoso en beneficio de los interesados.
Con España, que parece apelar a expediciones lejanas para calmar sus agitaciones interiores, que parece alentada con la anexión de Santo Domingo, y cree segura a Cuba con las divisiones de la Unión Americana, median cuestiones de un orden que no dan motivo para la guerra, ni pretexto para la intervención. En la prensa y en las cortes españolas se ha defendido muchas veces el buen derechode México y se ha reconocido la injusticia y exageración con que ha procedido la Península. Notable será siempre en los anales diplomáticos, la ruptura de relaciones llevada a cabo por el señor Solera, porque no se cedió a sus absurdas e irrealizables pretensiones de terminar en ocho días un proceso criminal en que muchos de los reos estaban prófugos. Sin embargo en la cansa de los asesinatos de San Vicente, los reos han sido ejecutados y no queda a México otra cosa que hacer.
En la convención española se ha querido por parte de México una justa y equitativa revisión, para que el pabellón español no ampare fraudes ni indignas intrigas.
A estas cuestiones dio solución el partido reaccionario, celebrando el tratado MonAlmonte, cuya validez no puede admitir la República, como hecho por usurpadores del poder público que jamás fueron reconocidos por la nación; pero no por eso se niega a examinar todas las cuestiones de que ese tratado se ocupó y a darles un arreglo satisfactorio. Complica las relaciones con España el incidente de la expulsión del señor Pacheco, embajador que fue el único diplomático que reconoció a Miramón cuando derrocó a Zuloaga, y que fue el apoyo de la reacción rebelde que prolongó por algunos días su dominación en la ciudad de México. Sobre este incidente España tiene derecho a oír explicaciones de la República, y la República no se ha negado a dárselas, como tampoco a tratar de todas las cuestiones pendientes.
Entendemos que el gobierno cíe México no ha visto con indiferencia ninguna de estas cuestiones, y se ha preocupado mucho de su arreglo, valiéndose de los medios usuales en semejantes casos.
Parece que todos los negocios relativos a la Inglaterra están ya arreglados o a punto de arreglarse, y éste sería acaso el mejor camino para allanar todas las otras dificultades.
De España vemos por las declaraciones de ciertos periódicos que abriga el ensueño de venir a influir en los destinos de la República, creando un orden de cosas estable y regular, ensueño de que debiera sacarla la experiencia de lo que en sus colonias pudo hacer en tres centurias. Si en vez de intervención piensa en un protectorado, debe recordar que esto no es posible cuando se choca abiertamente con el sentimiento nacional, cuando hay que apoyarse en la fuerza y sólo en la fuerza, y cuando se alarma a todo un continente y no se puede contar con el concurso cíe las potencias de primer orden.
Abrigamos la esperanza de que las cuestiones diplomáticas tengan una solución satisfactoria que aleje la eventualidad de la guerra, salvando el decoro nacional. Si esto no fuere posible, el gobierno debe apelar al pueblo, aceptar la tremenda responsabilidad de la defensa del honor y de la independencia de la República, y no debe olvidar que después de los sucesos de Santo Domingo, la cuestión mexicana es de alto interés no sólo para México, sino para todo el continente americano, que presa de la guerra y la discordia, no puede consentir jamás en que en sus destinos se mezcle la intervención europea.
De propósito y a riesgo de que se nos acuse de tibieza en la defensa de nuestro país, hemos querido desentendernos de las injurias e insultos de algunos diarios europeos, de sus falsedades y de sus injustas apreciaciones y no volver golpe por golpe, pues estas armas deben ser vedadas en cuestiones que interesan a la humanidad por versarse en ellas la suerte de naciones enteras. En el examen preferente que seguiremos haciendo de estas graves cuestiones, no se espere encontrar desahogos, ni resentimientos, ni malas pasiones: cuando más, nos permitiremos hacer rectificaciones en obsequio de la verdad, a menudo adulterada por los detractores de nuestra patria.
Por hoy, y para concluir, insistimos en la imperiosa necesidad de que el gobierno explique al país la verdadera situación de las dificultades extranjeras.
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