La Habana, noviembre 22 de 1861
Excmo. Sr. Gral. don Leonardo Márquez
Muy señor mío y apreciable amigo:
Cuando he visto y admirado a usted empeñado últimamente y por cerca ya de un año, en una lucha tan noble por su causa como desesperada por los elementos de que ha podido disponer, me he formado un deber el dirigirme a usted en estos momentos, críticos cual ningunos otros han sido, para que combine sus operaciones en lo de adelante, suponiendo por otra parte que, respecto del éxito final de nuestras disensiones, tiene usted el mismo convencimiento que yo; es decir, que no lo podríamos obtener con nuestras propias fuerzas. En este concepto paso a darle a usted una idea exacta de la intervención europea que ya tenemos sobre nosotros, advirtiéndole de paso que lo que le diga a este propósito no lo debe tomar como el juicio privado de un hombre que juzga de las cosas por sus propias inspiraciones o deseos, sino como la expresión verdadera de lo que realmente pasa. Dura cosa es, en verdad, que las naciones europeas pongan la mano sobre nosotros y sobre nuestros negocios; pero cuando esto es ya un hecho inevitable y la consecuencia natural de nuestros pasados extravíos, la razón natural aconseja y las mismas ideas del patriotismo indican, que debemos aprovecharnos de esta circunstancia para hacerla menos sensible, convirtiéndola en positivo bien. Al pisar nuestro suelo las fuerzas extranjeras llevan dos objetos: el primero es buscar una satisfacción de los agravios, justos o injustos, que entienden haber recibido de nosotros; y el segundo es asegurar para el porvenir y los intereses las personas que la Europa tiene comprometidos en nuestro país. La primera parte es la menos difícil; es cuestión en la actualidad más de la fuerza que del derecho: México no tiene que hacer más que satisfacer y pagar a los poderosísimos acreedores que le" piden cuentas. En la segunda parte de la cuestión está la dificultad y la que debemos ver con mucha atención el modo de resolverla, porque envuelve nada menos que el gran negocio de nuestro ser político y todos los demás que le están subalternados. Bajo de este concepto, señor general, yo aseguro a usted sobre mi palabra, que siempre ha sido la expresión de la lealtad y de la franqueza, que los gobiernos aliados no tienen hasta el día, la menor aspiración de conquista, ni de rebajar en lo más mínimo nuestra independencia. Al procurar sus intereses, buscan, si bien se mira los nuestros, porque nosotros hace muchos años que andamos en pos de un orden político que no hemos podido obtener y hemos anhelado la paz y la seguridad que han desaparecido completamente, sin que podamos al menos prometernos recobrar esos bienes en medio de tantas aspiraciones inicuas, en medio de tantos errores políticos y sociales y en medio de esa inmoralidad y perversión que nos consume. Ya usted ve cómo, en último análisis, lo que la Europa quiere es lo mismo que nosotros queremos. Si nosotros no nos aprovechamos de la ocasión que se nos presenta para constituirnos sólidamente, o nos debemos resignar a perecer bajo el bárbaro partido que representa Juárez o a ser presa tarde o temprano del norte. No hay que buscarle a la presente dificultad otras soluciones, porque no las tiene.
He dicho a usted en pocas palabras todo el asunto, en el que veo la causa de la nación no menos que la gloria de usted mismo, tan acreedor a coronarse de laureles y a quien tanto le debe la patria. Si usted, como no puedo dudarlo, está resuelto a cooperar al fin en que los gobiernos aliados y nosotros estamos de acuerdo, sírvase usted decírmelo por el mismo conducto que reciba la presente, así como todo lo demás que piense sobre el particular. No creo por demás advertirle, que se desea que todo se haga sobre la base de la voluntad nacional, procurando antes sacarla de la esclavitud demagógica que la comprime. A este objeto deben dirigirse todos nuestros esfuerzos por de pronto, procurando que las fuerzas con que contamos se conserven a todo trance y estén listas para ocupar la capital en el caso muy probable de que sea desocupada al aproximarse las fuerzas extranjeras.
En este mismo sentido escribo a mi particular y digno amigo el Sr. Zuloaga; pero como temo que se extravíen mis cartas, sin embargo de que las he duplicado y remitido por diferentes conductos, suplico a usted que le comunique la presente, que a su vez hago igual encargo para usted a dicho señor.
Deseo a usted toda felicidad y me repito su afectísimo amigo, seguro servidor q. b. s. m.
Francisco Javier Miranda
Leonardo Márquez se une a los invasores como “hombre de bien”
Ixmiquilpan, diciembre 18 de 1861
Sr. don Francisco Javier Miranda Muy señor mío y apreciable amigo:
A mi regreso de una expedición que acabo de hacer por el departamento de San Luis Potosí, he tenido el gusto de recibir la estimable carta de usted fecha 22 de noviembre, que ahora me honro en contestar, sintiendo no haberlo hecho antes, porque no llegó a mis manos con la oportunidad debida.
He leído este importante documentó repetidas ocasiones y con toda la detención y cuidado que merece y, mientras más lo leo, más me convenzo de las verdades que contiene, encontrando tan bien dilucidada la cuestión y tan perfectamente explicado todo, que ni deja la menor duda ni queda nada por contestar. Y como por otra parte es proverbial el vasto talento de usted, su acendrado patriotismo, su decisión por la buena causa y sus profundos conocimientos en política, considero que al hablarme usted en los términos que lo verifica, es porque se ha puesto ya en todos los casos y ha visto que puede realizarse el pensamiento de las naciones de Europa respecto de nuestro país; así es que me abstendría de decir a usted una sola palabra sobre el particular, si no fuera porque tan bondadosamente se sirve ordenarme que le diga lo que pienso a este respecto. Mis creencias religiosas y políticas, el amor que tengo a mi patria y la resolución firme que abrigo de morir defendiendo su independencia y su decoro, son generalmente conocidas en mi país y creo que no se ignoran en el extranjero, donde he sufrido las penalidades del destierro, antes que ceder un ápice en mis convicciones. Además, señor, usted es testigo de que al bienestar de la República he sacrificado mi amor propio, mi orgullo militar y mi libertad, encerrándome voluntariamente en una prisión de Estado, víctima de una administración inconsecuente e ingrata, antes que turbar la paz de la nación, no obstante que contaba con todos los elementos para ello. Y, finalmente, señor, usted ha presenciado que cuando al expirar el gobierno del Sr. Miramón, todos mis compañeros abandonaron la empresa, dándose por vencidos, yo me lancé a la arena con mayor entusiasmo, empuñando la bandera de la reacción, que he sostenido con vigor y constancia a pesar de las dificultades invencibles que se me han presentado y luchando con todo género de inconvenientes, cada vez más decidido a salvar a mi patria o a perecer en la demanda.
Siento mucho, señor doctor, haber tenido que hacer esta ligera reseña de mi conducta; pero era preciso, para demostrar a usted que ni he deseado jamás otra cosa que la felicidad de mi país, ni he perdonado nunca medio alguno para conseguirla, poniendo de mi parte cuanto me ha sido posible. Así es que, mexicano como el que más lo sea, no pasaré nunca por nada que mancille en lo más pequeño la dignidad de México; pero tampoco me opondré jamás a lo que pueda contribuir a su dicha y antes bien trabajaré en este sentido, porque es el deber de todo hombre honrado.
Supuesto, pues, que la intervención europea no tiene ya remedio, porque está puesta en ejecución como la consecuencia natural de nuestras revoluciones, atendiendo a que no queda otro arbitrio que convertir este acontecimiento en positivo bien para nuestro país, aprovechando la oportunidad que se nos presenta para constituirnos sólidamente y, teniendo presente que las naciones de que se trata, no abrigan la idea de una conquista, ni piensan menoscabar en lo más pequeño la independencia y la dignidad de México, sino que sólo quieren asegurar las personas y los intereses que aquí tienen comprometido, estableciendo un orden de cosas duradero, que es lo mismo que nosotros hemos pretendido siempre, creo, señor doctor, que por parte de los hombres de bien y de los que amen verdaderamente a su patria, no puede haber obstáculo que se oponga, supuesto que se trata del bien de ella.
Leonardo Márquez
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