Washington, septiembre 20 de 1860
Señor Robert M. McLane, ministro de Estados Unidos en México
Señor:
Ha leído los últimos comunicados dirigidos al departamento por el señor Elgee, encargado de nuestros asuntos diplomáticos en Veracruz, que se han recibido desde la partida de usted y ya está enterado de la situación que prevalece en aquella comarca.
La demanda perentoria que debía atenderse dentro de un lapso de 24 horas, presentada por el comandante en jefe español a nombre de su gobierno y contra el Presidente Juárez, oportunamente se declinó. Sin embargo, la impugnación anticipada no se presentó y se entiende que el funcionario encargado de esa misión, regresó a La Habana a esperar órdenes y que el asunto fue enviado a Madrid para que se impartan las últimas instrucciones.
Entretanto, al señor Preston, nuestro ministro en ésa, se le ha puesto en conocimiento de todos los hechos que nos son conocidos así como del punto de vista de este gobierno.
Usted conoce el deseo de nuestro presidente respecto a la restauración del orden y de la tranquilidad en México y de la total inmunidad de todas las posesiones y control extranjeros. El gobierno de Juárez ha sido reconocido y cuenta con nuestra simpatía en la convicción de que su estabilidad constituye el mejor medio para lograr la prosperidad de aquel perturbado país. Empero, nuestros deseos no pueden regular nuestras obligaciones. El señor Elgee ha sido interrogado por el ministro de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, sobre la posibilidad de prestar cualquier ayuda en el caso de que continúen las hostilidades. Su respuesta fue la adecuada; pero, le suplico a usted, además, que se sirva explicarle ampliamente al ministro, nuestros puntos de vista sobre la materia, ya que resulta importante que las esperanzas de cooperación no sobrepasen a las posibles realidades. Ya ha sido comunicada a usted la posición adoptada por el gobierno. En tanto que no negamos el derecho de cualquier potencia para la realización de operaciones hostiles contra México tendientes a reparar agravios, firmemente objetamos la conservación de sus posesiones en cualquier parte del país o el intento, por medio de la fuerza, de controlar su destino político. La oposición contra la interferencia extranjera es conocida por Francia, Inglaterra y España, así como la determinación de Estados Unidos, por todos los medios que estén a su alcance, para enfrentarse a cualesquiera de esos tipos de tentativas. Todo proyecto para actuar contra esa política, ha sido hasta la fecha, negado por cada una de esas potencias y recientemente por el ministro de España, a nombre de su gobierno, en la forma más explícita.
El señor Tassara, ministro de España, fue llamado hace unos cuantos días al departamento, donde manifestó que se había enterado por la prensa de que nuestra flota con sede en Veracruz había sido reforzada y que intentó comunicarse conmigo para conversar sobre el asunto. Expresó que el único objeto que se perseguía con la presencia de la flota española consistía en lograr una indemnización por los daños sufridos por España. Le informé que, en virtud de que teníamos intereses muy importantes en aquella región, consideramos adecuado incrementar nuestra fuerza naval en ese lugar con miras a proporcionar protección a nuestros conciudadanos que pudieran estar en peligro a consecuencia de las operaciones hostiles que se anticipaban; pero, que nuestro comandante en jefe tenía instrucciones de no oponer resistencia a las tropas españolas, en el caso de que estallara la guerra entre ambas potencias.
Nuestras relaciones pueden requerir una discreción aún mayor, en lo que se refiere a su manejo, en el caso de que las hostilidades efectivamente se rompan y, consecuentemente, el presidente desea que regrese usted a Veracruz sin demora. Acompaño un memorándum, por medio del cual se enterará de que se tiene la intención de que nuestra flota anclada en el golfo, debe estar integrada por los 16 barcos citados e igualmente acompaño una copia de las órdenes que han sido giradas por el secretario de Marina con instrucciones del presidente y que le permitirán conocer a usted los puntos de vista del gobierno. Resulta imposible establecer con precisión las reglas que normen su conducta. Debe usted guiarse de acuerdo con las circunstancias a medida que vayan surgiendo; pero, observando que mientras el presidente espera que se proporcione a nuestros conciudadanos la máxima protección, ajustada a la ley, debe estar pendiente de no interferir en las operaciones hostiles que sean legítimas.
En la conversación que sostuve con usted, unos días antes de mi comunicado de fecha 26-28 de abril de 1860, le señalé la forma en que debía actuar a su regreso a México en caso de cualquier intento de interferencia extranjera.
Hace unos cuantos meses expresó usted su opinión confidencial, que aún sostiene, de que los proyectos premeditados por las potencias interesadas, son incompatibles con la política que hemos anunciado, no obstante su negativa para un proyecto de ese tipo. Este departamento no ha recibido ninguna información confirmativa al respecto.
Debe renovarse un esfuerzo mediante actuaciones amistosas para influir sobre las partes contendientes de México a fin de que lleguen a un acuerdo y por medio de un convenio amistoso establecer las bases para un gobierno estable y liberal y someter el resultado de su tarea a la decisión del pueblo mexicano. Si un plan de ese tipo pudiera honestamente realizarse, efectivamente este gobierno no presentaría ninguna oposición, ya que nuestros principios de no intervención nos impedirían cualquier intervención directa. Sin embargo, preferíamos que un acuerdo de ese tipo se hiciera sobre las bases de la Constitución en vigor, bajo la cual ha actuado el gobierno de Juárez y que hasta la fecha ha sido sostenida por la mayoría del pueblo mexicano. Usted teme que el proyecto se convierta en un ardid para establecer el control o para apoderarse del país, aprovechándose de su debilidad y, actuando en razón de sus temores, de tal modo que pueda consentirse en extorsionar la proposición y establecerse así el ascendiente europeo. Carezco de motivos para poder prever si se hará un esfuerzo de ese tipo y solamente puedo agregar que si el intento requiere la acción armada de Estados Unidos, debiera adherirse el Congreso a la política que por tanto tiempo hemos declarado y proclamado públicamente.
En el mismo comunicado le informé a usted que "hasta tanto el tratado con México, que en la actualidad está pendiente en el Senado, no sea finalmente legalizado por ese organismo, es poco probable que el presidente adopte alguna medida que materialmente modifique nuestras relaciones con el gobierno legítimo de ese país". Posteriormente le informé que "las medidas indicadas por usted, aplicadas al asunto de referencia, podrían originar que el Congreso suspendiera sus sesiones sin haber llegado a ninguna acción favorable, ni en lo que se refiere al tratado mexicano ni tampoco en lo quo respecta a la autoridad que fue recomendada por el presidente".
Las contingencias previstas se han hecho realidad. El Congreso entró en receso sin conferirle al presidente ninguna facultad para la adopción de medidas drásticas o concluyentes; sin embargo, los acontecimientos pudieron haber sido graves o quizá amenazadores para nuestros intereses, sin haber llegado a la ratificación del tratado mexicano. Empero, a pesar de todas las circunstancias desfavorables, no se considera conveniente retirar nuestra Legación de México, como usted lo sugiere, dejando allí a nuestros conciudadanos expuestos a peligros inminentes careciendo de la protección que les presta la presencia de un funcionario diplomático y, además, permitiendo que las potencias extranjeras traten con el país que hemos abandonado a su agrado. La facultad constitucional del Ejecutivo no puede extralimitarse más en la prosecución de una política, sino que debe constreñirse a asentar, sostener, declarar y someter los principios, que hemos declarado, sostenido y sometido a discusión. Cuando estas representaciones son desatendidas, el Congreso exclusivamente está capacitado para proteger el honor del país suministrando las facultades necesarias y autorizando su utilización. Las condiciones que prevalecen en México, basadas en sus disensiones internas y los peligros provenientes del exterior, que revisten suma importancia para Estados Unidos, de acuerdo con su situación y ventajas naturales, hace tiempo las conocemos, por lo que debiéramos estar siempre preparados para ejercer una acción oportuna y eficaz. La política contenida en el tratado virtualmente rechazado, de haberse ratificado, hubiera colocado nuestras relaciones con ese país en la mejor y más satisfactoria situación. Sin embargo, a pesar del fracaso, el Ejecutivo ha recibido facultades otorgadas por el Congreso, que le permiten emplear la violencia cuando se agoten todos los medios pacíficos para lograr las indemnizaciones de nuestras confiscaciones y nuestro intercambio pudo haberse convertido en seguro y honorable. La influencia y el respeto que decidieron dicha medida no dejarían de traer consigo los efectos más saludables, tanto en lo que se refiere a nuestras relaciones con México, así como en la política de los países europeos, ya que la facultad de actuar con vigor, con frecuencia evitaría la necesidad de ejercer la violencia.
Empero, no obstante de que el presidente se ha visto defraudado en su confiada esperanza de obtener el apoyo del Congreso para la aplicación de las medidas mencionadas, aún no está resuelto a abandonar nuestros intereses en México y a ver con indiferencia que esa magnífica región se convierta en el botín de las ambiciones extranjeras. Aunque su falta de capacidad para interferir por la fuerza, se comprende bien tanto en el exterior como en su patria y en consecuencia la autoridad de sus representaciones obstruye todavía nuestro poder y situación; simultáneamente el pueblo estadounidense conoce perfectamente esta cuestión relacionada con la política conectada con México, no puedo persuadirme sin disponer de una prueba vigorosa, de que ninguna nación extranjera intervenga violentamente para contraatacar nuestra política, a menos de que les dejemos en libertad de actuar al abandonar el país.
De acuerdo con los puntos de vista anteriores, podrá usted darse cuenta de que los representantes diplomáticos europeos residentes en México, pueden convertirse en sujetos de suma importancia y naturalmente deberá dirigir su atención hacia ellos y procurar hacerles comprender los objetivos que se están persiguiendo. Es indudable que se establecerán relaciones amistosas entre usted y dichos representantes y me permito solicitarle que en alguna ocasión propicia, les dé a entender que nuestra política relacionada con las interferencias extranjeras en México será sostenida con firmeza.
El presidente ha considerado las sugerencias hechas por usted y procedo ahora a darle a conocer sus puntos de vista en relación a ellas:
Es muy conveniente que se establezcan entre usted y el gobierno de Juárez las relaciones más amplias posibles y esto es fácil lograrlo por la confianza que su conducta anterior logró despertar hacia usted. Deberá convencer al gobierno de la seguridad de los sentimientos amistosos del presidente y de sus esperanzas relativas a que los principios liberales por él sustentados, finalmente queden implantados en el país. Debido a la intachable política del gobierno frente a Estados Unidos, es que nuestra politiza general relacionada con los asuntos mexicanos debe dársele a conocer y la comunicación personal de usted sobre la materia deberá ser plena y franca. En el caso de que se le pida consejo, no tengo ninguna objeción que hacer, de tal modo que puede proporcionarlo como hasta la fecha lo ha hecho.
Propuso usted se le facultara para utilizar sus buenos oficios a fin de facilitar los esfuerzos de las potencias europeas, siempre que estos esfuerzos coincidan con representaciones amistosas que busquen restaurar la paz en México sobre principios de justicia, permitiendo que el pueblo mexicano conserve el control y la dirección de su propio gobierno.
Sin embargo, el presidente, como antes le he informado, siente un vivo interés en la terminación justa y amistosa de la actual contienda interior de México; así como, en el establecimiento de un gobierno libre y estable, ya que nuestros principios de no intervención impiden a Estados Unidos asumir una posición activa en relación al desarrollo de estos acontecimientos.
No puede haber ninguna objeción en lo que respecta a la libre expresión de sus puntos de vista, en toda ocasión en que usted lo juzgue pertinente.
Queda usted advertido de que los gobiernos francés y británico han procurado, a través de representaciones amistosas y sin demostrar ninguna intención de utilizar la violencia, lograr la reconciliación de las partes opositoras y que se ha deseado que los Estados Unidos participen en el intento. Nos abstuvimos de hacerlo así por el motivo que ya he señalado y el esfuerzo demostró su inutilidad. Si se volviese a intentar, según nos han asegurado, tan sólo se ejercerá una influencia moral, lo que nos permite anticiparnos a decir que no se cometerá violación alguna en su loable política.
Ya he aludido a la abstención de la interferencia extranjera que sostenemos con respecto a México. Es conveniente agregar que el principio niega el derecho a cualquier potencia extranjera de conservar posesión permanente en algún lugar del país o que trate a través de la violencia de dirigir o ejercer el control de su destino político; sin embargo, no alude a la carencia de derechos para realizar operaciones hostiles que tiendan a recuperar las indemnizaciones por las confiscaciones sufridas. Empero, insistimos en que las hostilidades que prosigan ese propósito, no deben convertirse en medios para lograr la adquisición o bien en convenios políticos.
Quedo de usted, etc.
Lewis Cass
Secretario de Estado de los Estados Unidos.
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