Enero 31 de 1858
Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores.
A Su Santidad el sumo pontífice Pio IX. -,- Félix Zuloaga, presidente interino de la República mexicana. -Santísimo Padre: -Apenas podré explicar a V. Santidad los sentimientos de que están poseídos el gobierno y el pueblo de la República por el cambio consumado en esta capital el 21 del presente mes. Los mexicanos, que en todos tiempos, bajo todos sus sistemas y formas políticas han considerado como el más augusto y el primero de sus títulos, su adhesión sincera a la Silla Apostólica, deseaban con ansia el establecimiento de un nuevo orden de cosas que hiciera olvidar los días de persecución y de amargura en que ha vivido la Iglesia mexicana, por uno de aquellos estravios de la guerra civil, que no podía temerse en una nación en que todas las clases buscan a competencia en la Iglesia católica el más firme apoyo y la mejor esperanza de su felicidad.
Las leyes y providencias dictadas contra la propiedad de la Iglesia, contra sus fueros e inmunidades y contra sus pastores y ministros, han debido presumir a V. Santidad que existen en México un número considerable de hombres que han abandonado la fe de sus padres y que son enemigos de la Santa Sede. Puedo asegurar a V. Santidad que la nación toda le es tan adicta como es sincera su piedad; y que aquellas leyes y providencias son más bien la espresión del acaloramiento de alguno de los partidos políticos, que muchas veces invoca lo que no aprueba, que de sus sentimientos y opiniones. En México, Santísimo Padre, no hay incrédulos ni impíos de corazón.
Los decretos que el gobierno de la República acaba de publicar, de que recibirá V. Santidad ejemplares y también del manifiesto con que se acompaña, aclamados con un júbilo y un entusiasmo verdaderamente nacional, manifestarán a V. Santidad que mi primer cuidado ha sido restablecer en toda su integridad la buena armonía, y estrechar las relaciones entre la Iglesia y el gobierno, que por una desgracia lamentable estaban interrumpidas. Quedan, pues, allanadas todas las dificultades, y V. Santidad será en este acto solemne de reparación, el testimonio menos equívoco de lo que exige en México la conciencia pública.
EI gobierno espera del Todopoderoso que protegerá sus esfuerzos para concluir la misión que se Ie ha encomendado, y que ha empezado tan felizmente. Grandes como son las resistencias que encuentra todavía, confía en su asistencia que vencerá todos los obstáculos, y no dejará imperfecta esta obra, sin la cual México no podrá presentar al mundo sino un espectáculo de ruinas y escándalos.
Los sentimientos por la sagrada persona de V. Santidad de todo el pueblo de México, son hoy los mismos que tuvo durante su residencia en Gaeta. Dígnese V. Santidad bendecirlo, al gobierno y autoridades de la República, para que se unan todos, y se restablezca la paz bajo el influjo santo de la religión.
Ruego, por último, a V. Santidad acepte la profunda veneración con que soy de V. Santidad muy devoto hijo. -Félix Zuloaga. -Luis G. Cuevas, ministro de relaciones.
Fuente: García Cantú Gastón. El Pensamiento de la reacción mexicana. Antología. México. Lecturas Universitarias. UNAM. 1986.
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