Palacio Nacional de México, noviembre 1 de 1857.
Excelentísimo señor ministro don Ezequiel Montes
Roma
Muy señor mío y fino amigo de mi aprecio:
Por encargo del Excmo. señor Presidente dirijo a usted la presente carta, en la que de una manera confidencial y privada le manifestaré la situación que guardamos, para que con este antecedente pueda dirigirse en la importante misión que se le ha confiado, sin comprometer la negociación pendiente con la santa sede, hasta que con presencia de las circunstancias se le den nuevas órdenes.
Conviene por ahora esta posición, porque todavía no es posible saber la influencia que el gobierno pueda alcanzar en el Congreso, ni el grado de autoridad a que pueda llegar por virtud de las facultades extraordinarias que ha pedido y que actualmente están en tela de discusión.
Sin embargo, es preciso que usted sepa lo difícil que es alcanzar opinión favorable respecto a los deseos del Presidente, porque aun los estados que han iniciado al Congreso la concesión de facultades extraordinarias, lo hacen a condición de que se repriman con vigor los actos de inobediencia del clero y el escándalo que causa con la negación de los sacramentos.
En tal estado seria hasta imprudente y muy peligroso para la paz pública, iniciar reformas constitucionales en el sentido que lo pide la silla apostólica; y más cuando ellas revelarán a la nación que no se trata de poner a salvo ningún embarazo espiritual conducente a asegurar la vida eterna de los fieles, sino que se pretenden, bajo este pretexto, comodidades temporales que más tarde volverían a servir de amenaza a la nación.
Usted cuan grande y trascendental sería este paso, y cuan funesto el resultado aun a la misma verdad y pureza de la religión.
Estas pretensiones anticanónicas que no son muy conocidas, pero que tampoco han dejado de estar en noticia de muchos, levantarán un grito de enojo contra el clero, grito que apenas puede contenerse con sacrificios de todo género, con prudencia y con la esperanza de que estas diferencias se arreglen satisfactoriamente; pero una vez que esta se pierda por las exigencias de esa curia, no fácil detener el torrente, llegará a su término el mal, y los resultados particularmente desfavorables al clero, tendrán que lamentarse por el mismo pastor que tal vez no ha querido preverlos.
Para que usted acabe de conocer el estado de la opinión, debo manifestarle que a pesar del arma terrible con que el clero ataca la ley de desamortización y la Constitución, en casi todos los estados se ha cumplido la primera, y la nación toda se muestra resuelta a hacer acatar la segunda, sin que las censuras, ni la negación de los sacramentos, produzcan otro resultado que el indiferentismo religioso, subido a tal punto, que ya ni novedad causan estos actos despiadados y de suma injusticia, que tan opuestos son al verdadero precepto de las leyes eclesiásticas.
De esta situación al cisma sólo hay un paso, y es de temerse que al fin las pretensiones exageradas apresuren este resultado, con sentimiento tardío del mismo que a tiempo se instruyó del mal y no acudió con el remedio.
Este es el verdadero estado de las cosas que usted hábilmente y con la precaución y sagacidad debida, hará conocer en cuanto crea que es conveniente a la santa sede, si estima que de semejante paso pueda resultar el bien de que se alcancen las justas pretensiones de la república.
Es cuanto, en cumplimiento del acuerdo del Excmo. Señor Presidente, tengo el gusto de decirle, disfrutando la muy cumplida satisfacción de repetirme de usted afectísimo compañero y amigo, seguro servidor q. b. s. m.
Manuel Ruiz
Es copia.
Abril 30 de 1861
Manuel Ruiz
Fuente:
Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo. Edición digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su consulta: Aurelio López López. CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Primera edición electrónica. México, 2006.
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