Puebla, marzo 24 de 1856
PROCLAMA DE COMONFORT A LOS CIUDADANOS DE PUEBLA
(Puebla, 24 de marzo de 1856)
Poblanos:
Veinte días ha que os dirigí la palabra desde San Martín Texmelucan, al acabar de organizar el ejército de operaciones que ocupa esta capital después de los horrores, hijos de una resistencia tan tenaz como inútil, que llenaron de amargura mi corazón y que traté de evitar por todos los medios que estuvieron a mi alcance.
Patenticé el aislamiento y el descrédito del plan que tomó por pretexto la revolución, a la vez que probaba con hechos la suma de poder que la opinión unánime de los estados da al gobierno de la Unión. Demostré la debilidad física de los caudillos y sus armas rebeldes, al respecto de los recursos de guerra que la nación tenía en mis manos. Entonces, como ahora y como siempre, no tenía más fin que el restablecimiento y la conservación de la paz alterada por el error y el extravío de muchos y la perversidad de algunos malos mexicanos. Entonces como ahora me afligía que la voz de la razón se ofuscase por el grito de las pasiones.
Y no es una idea hipócrita o lisonjera la que se encierra en estas frases; vosotros lo habéis palpado, compatriotas, y mi gobierno ha dado un ejemplo bien raro en la fúnebre y amarga historia de nuestras pasadas revoluciones. No ha habido providencias apasionadas, ni juicios inicuos, leyes que autoricen la delación, ni premios al espionaje; ni frases siquiera depresivas e insultantes en los documentos oficiales, hablando de los contrarios, cuyo extravío se lamentaba y cuya corrección se quería; ni pomposos elogios y jactanciosos conceptos al hablar del poder, los recursos y la justicia del gobierno: no se ha atronado el aire con las salvas y los repiques por sus repetidos triunfos; ni gritos de vivas y mueras permití que se consintiesen aun en los momentos en que el calor y el entusiasmo garantizaban su espontaneidad.
Los ayes de los heridos en las filas de los leales y en las de los obstinados contrarios, comprimían mis entrañas: la ruina de los edificios de esta ciudad en que nací ya la que amo con el tierno cariño de hijo, me causaba horror. El hambre, la sed, la desolación y la muerte de tantos ciudadanos pacíficos, desgarraban mi alma. Con lágrimas deben celebrarse los triunfos adquiridos a tanta costa. ¡Maldición una y mil veces a la guerra civil, y plegue al Todopoderoso que el escarmiento que acabamos de presenciar no sea estéril para México! ...
¡Independencia, Constitución, libertad, paz y progreso, sean las consecuencias de esta última lucha de hermanos; bienes inapreciables por cuya consecución solamente es lícito desenvainar la espada!
iDémos gracias a la Providencia divina!
Ignacio Comonfort [...]
Fuente: Villegas Revueltas Silvestre. Antología de textos. La Reforma y el Segundo Imperio. 1853-1867. UNAM. 2008. 424 pp.
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