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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1855 Juan Álvarez expresa si indignación contra M. Doblado y da una lección de patriotismo.

Diciembre 20 de 1855

 

Correspondencia particular
del Presidente interino de
la República.

Tlalpam, Diciembre 20 de 1855.
Sr. Lic. don Manuel Doblado.
Guanajuato.

Muy señor mío:

Correspondencia particular fiel Presidente interino de la República
Tlalpan, diciembre 20 de 1855.
Sr. Lic. don Manuel Doblado. Guanajuato.

Muy señor mío:

Tengo el gusto, como usted habrá visto, de haberme anticipado a los inmoderados deseos de usted que ciertamente no tienden al bien y felicidad nacional, sino a llenar esa ambición desmedida que tantos males ha causado a nuestra desventurada Patria, desgarrada por la empleomanía y las miras personales de algunos hombres que desprecian la noble idea del bien general.

Aunque no debía hacer a usted reseña alguna de los servicios que he prestado a mi Patria, lo haré someramente para que comprenda la distancia que en este punto nos separa, sin que se atreva a darle otra interpretación que la misma que nace de mis palabras.

Desde mucho antes de la memorable época de 1810 comencé mi carrera militar, demostrando siempre que tengo honor, dignidad y verdadero patriotismo; que jamás he aspirado al primer puesto de la Patria, aun a costa tal vez de la Patria misma, porque he estado siempre persuadido de los grandes pesares que produce tan elevado destino; y si en este período que acaba de pasar tomé posesión del sitial de la Presidencia, fue porque así lo quiso la representación nacional y contra mi voluntad tuve que ceder a la expresión de un voto libre, espontáneo y nacido del sentimiento en pro de la libertad del pueblo mexicano. Para ello no hubo intrigas ni chicanas miserables, que repele el buen sentido y el sano criterio, porque ni yo las habría permitido, ni los hombres que constituyeron la representación del país son de esos tantos que medran a la sombra de las desgracias nacionales. Ni ellos ni yo procuramos arribar al gran círculo de la fortuna para ver con ojos serenos el crimen y la impunidad; y si me lancé a una revolución tan justa como necesaria, no fue como otros para prosperar en el cieno vil de nuestras contiendas domésticas, sino para libertar a la gran familia mexicana de una dominación de hierro.

Enemigo de la tiranía, luché contra el Gobierno colonial, derramando mi sangre en los campos de batalla en defensa de los imprescriptibles derechos y soberanía de la Nación; y jamás he apoyado a los tiranos, como usted que, empuñando las armas en favor del hombre funesto del pais, manchó el suelo patrio con la sangre de sus hermanos, porque es lo mismo ejecutar que mandar o consentir en la ejecución.

Entre nuestros disturbios, jamás he figurado con ese doble carácter que imprime la intriga; no lloran por mí huérfanos ni viudas; no he arrebatado los bienes del ciudadano con bárbaras leyes de confiscación, para sostenerme en un poder arbitrario; mi espejo ha sido la justicia, la moderación y el buen juicio, y mal que les pese a mis gratuitos enemigos, mi conducta pública no tiene una mancha hasta el día.

He desempeñado la primera Magistratura de la República con lealtad y forzado por los hombres de todos los partidos, que me demostraron ser el hombre de la época; mas conociendo que el puesto era difícil y espinoso, que tenía que luchar con intereses contrapuestos, que las exigencias de tantos alejaban entre ellos y yo todo punto de contacto, pues en mí sólo se encontraba y encuentra el verdadero deseo del bien y felicidad del suelo en que nací, me resolví a dejar ese puesto de amarguras, de sinsabores y tormento para el hombre honrado y deposité el poder y mi confianza en mi hermano y compañero de armas, que partió conmigo las fatigas y sacrificios de la campaña y que juzgo salvará a la Nación si se le ayuda.

Pobre entré a la Presidencia y pobre salgo de ella; pero con la satisfacción de que no pese sobre mí la censura pública y, porque, dedicado desde mi tierna infancia al trabajo personal, sé manejar el arado para sostener a mi familia, sin necesidad de los puestos públicos, donde otros enriquecen con ultraje de la orfandad y de la miseria.

No he sido yo el hombre del doblez y de la mentira, del sacrilegio y del adulterio, del peculado y del contrabando, de la intriga y de la superchería, del robo y de la infamia, de la injusticia y de la venalidad y, en una palabra, no soy ese feto monstruoso de la maldad que, cubriéndose con hipócrita antifaz, ha sido siempre el ídolo de un partido execrable y envilecido. Soy, Sr. Doblado, el veterano de la independencia, que tiene un corazón sencillo y patriota y mi apellido no tiene mancha ni doblez; mis acciones concuerdan con mi nombre, como las suyas con el que lleva.

No crea usted que esta manifestación es un desahogo personal, un encono o resentimiento, porque aspire a ese puesto encumbrado que yo desprecio, aunque respeto al que lo obtiene; sea usted Presidente en buena hora; mas tenga siempre en su memoria que el honor y la reputación del hombre es muy sagrada y que el que la lastima sin motivo, es un audaz y un calumniador. Si cuando usted indebidamente tomó las armas para rebelarse contra mi administración, hubiera querido usar del poder que aún hubiera podido retener en mis manos, yo le habría enseñado cómo se respeta a un patriota y a un gobernante, porque mi idea es rectitud y energía para acallar y castigar a los sediciosos: pero ya pasó y quiero consignar al olvido un hecho tan punible como escandaloso. Usted añadió al crimen la hipocresía, que sólo sirve para hacerlo resaltar más, diciendo en un artículo de su plan que a mí y a mis compañeros, los caudillos de la revolución, se nos consideraría por nuestros servicios, gracias por su ridícula protección: no es de usted sino a la Patria, a quien he debido, tiempo ha, esa distinción.

Baste de sangre, baste de contiendas que arruinan a la Patria; cíñase cada cual al círculo que le toque en la sociedad y procuremos sostener al Gobierno para que la Nación pueda constituirse y, así, seremos verdaderos ciudadanos y hombres de provecho al país a quien debemos la existencia.

Esto es lo que desea su atento servidor.

Juan Álvarez.

 

 

 

Presidencia de la República. Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia. México, Editorial Libros de México, S. A. 1972. Vol. 2, pp. 136-138.
confer: México a través de los siglos. Tomo V, pp. 95-96.